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CAMBRIDGE, MASSACHUSETTS

A finales de octubre llegó por fin la fecha que Gabriel había estado esperando. Llevaba semanas fantaseando con lo que iba a hacer con Julianne en cuanto terminara su período de celibato forzoso. Lo había planificado todo meticulosamente.

La tarde antes de la fecha, ella lo llamó. El teléfono sonó dos veces antes de que Gabriel respondiera.

—Hola, preciosa.

Julia se ruborizó. Nunca dejaba de maravillarla el poder que tenía de acelerarle el corazón con un par de palabras.

—Hola, guapo. ¿Dónde estás?

—Comprando un par de cosas. ¿Y tú?

—En casa.

Él hizo una pausa y Julia oyó la puerta del coche cerrándose.

—Has llegado pronto. No te esperaba hasta las seis.

—La profesora Marinelli ha cancelado la clase porque tiene laringitis. Creo que me voy a dar un baño. Luego me echaré un rato hasta que llegues. Me he levantado muy temprano esta mañana.

El sonido del Range Rover al ponerse en marcha llegó hasta los oídos de Julia.

—Muy bien. No tardaré. Nos vemos en casa.

—Te quiero.

—Yo también te quiero.

A Julia le pareció que Gabriel disimulaba la risa antes de colgar. No sabía qué le habría hecho gracia.

Dio una vuelta por la cocina, preguntándose por qué Rebecca no habría preparado nada para cenar.

Sorprendida, subió la escalera. Si molestarse en colgar la ropa, la dejó tirada en el suelo del dormitorio antes de meterse en la ducha. El agua caliente la animaría. Había sido un día agotador.

Cuando estaba acabando de ducharse, oyó que se abría la puerta.

—¡Eh, hola!

Gabriel estaba ante ella, desnudo y sonriente. La saludó con un beso.

—¿Tú también necesitabas una ducha? —preguntó, tratando de no devorarlo con la vista y fallando estrepitosamente en el intento.

—No. Sólo quería estar donde tú estás.

Ella le devolvió el beso.

—Gracias.

Con una mano, Julia le recorrió el pecho y fue bajando hasta llegar a la uve que quedaba enmarcada por sus caderas. Luego cerró el grifo y se escurrió el agua del pelo.

Gabriel cogió una toalla y se la ofreció.

En ese momento, ella se dio cuenta de que él tenía los ojos brillantes de excitación y una sonrisa cada vez más amplia.

—¿Qué?

—¿Has olvidado qué día es hoy? —Gabriel le deslizó un dedo por el brazo.

—No, pero nuestro día especial es mañana.

—Vamos a empezar a celebrarlo antes.

—¿Crees que es prudente?

—Me importa un bledo. Ya he esperado bastante. No se le puede pedir tanta paciencia a un hombre.

—¿Ah, no? —Julianne ladeó la cabeza.

—Así que prepárate para una sesión de placer, cariño.

Ella se secó tan rápidamente como pudo antes de enrollarse la toalla en la cabeza.

Gabriel le mostró un bote de vidrio para que leyera la etiqueta.

—Pintura corporal de chocolate. —Julia levantó la vista—. ¿Ahora?

—Ahora. —Le hizo cosquillas con una pequeña brocha en la nariz—. Dijiste que te gustó nuestro experimento de pintura corporal en Selinsgrove. He pensado que podíamos repetir.

—Pero pensaba que querrías hacer otras cosas. Te has estado ocupando de mí durante estas semanas. Yo casi no he podido hacer nada por ti.

—Yo disfruto con los preliminares tanto como tú —susurró Gabriel, entornando los ojos—. Además, tengo planes para los dos.

—¡Guau! —Julia soltó el aire de golpe.

—Había pensado probarlo en el dormitorio, pero puede ser un poco… complicado.

Se acuclilló delante de ella hasta que los ojos le quedaron a la altura del ombligo y abrió el bote. Hundió la brocha en el chocolate, empapándola generosamente.

—¿Empezamos? —preguntó, guiñándole un ojo.

Ella asintió, con los párpados entornados.

Lentamente, Gabriel le dibujó un corazón alrededor del ombligo.

La sensación del chocolate y la suave brocha sobre la piel le hicieron cosquillas. A pesar de que se movió, inquieta, él siguió a su ritmo, sin apresurarse.

—Así. Perfecto. —Dejó el bote a un lado y se lamió los labios.

—Ahora viene la parte divertida. ¿Lista?

—Sí —contestó ella con voz aguda.

Cuando la lengua de Gabriel entró en contacto con su piel, tuvo que sujetarse al toallero con manos temblorosas. Con decisión, él formó remolinos con la lengua, atravesando el chocolate e introduciéndose en su ombligo.

Al darse cuenta de que le fallaban las piernas, la sujetó por las nalgas.

—Sabe mejor de lo que esperaba —comentó él entre mordisquitos—. Supongo que es porque me gusta tu sabor.

La lengua de Gabriel se abrió camino hasta su cadera, que besó con la boca abierta.

—Creo que necesitamos un poco más de chocolate. ¿Qué opinas?

—Sí, por favor —respondió Julia, asintiendo con fervor—. Definitivamente, más chocolate.

Gabriel volvió a coger el bote y la brocha.

—Pues agárrate fuerte, cariño, porque pienso ser muy meticuloso.

Echándose hacia adelante, ella le sujetó la barbilla.

—Yo también.