ENERO DE 2010
TORONTO, ONTARIO
Paulina Gruscheva entró en el vestíbulo del edificio Manulife taconeando con fuerza con sus botas contra el suelo de mármol y con el teléfono móvil pegado a la oreja. Llevaba un tiempo viviendo en Toronto, pero Gabriel se negaba a verla, a hablar con ella o a tener ningún otro tipo de comunicación.
Se había hartado de esperar.
Cuando le saltó el contestador automático, colgó y llamó al fijo, rezando para que no fuera Julianne la que respondiera. Ya era bastante malo que se acostara con ella. No quería tener que aguantar que encima le echara en cara su relación con Gabriel.
Otra vez.
Haciendo caso omiso del hecho de que éste no contestara al teléfono, se acercó a Mark, el conserje, y le exigió que se pusiera en contacto con el profesor Emerson inmediatamente. Cuando el hombre se negó, ella parpadeó coqueta, tratando de convencerlo. Pero él se mostró inmune a los encantos de aquella rubia alta de ojos azules.
Cambiando de táctica, Paulina empezó a gritar y montó una escena. Poco después, Mark llamó al profesor y le pidió que se reuniera con su invitada en el vestíbulo.
Ella sonrió victoriosamente.
Pero la sonrisa se le borró de la cara cuando vio acercarse a Gabriel con expresión furiosa y una mirada glacial. Agarrándola bruscamente por el codo, la llevó hasta la puerta y luego hasta la rotonda semicircular que había delante del edificio.
—¿Qué demonios estás haciendo? —le espetó, soltándola.
Paulina dio un paso atrás, sorprendida por su furia.
—¿Y bien? —insistió él.
—Quería hablar contigo. ¡Llevo semanas aquí y te niegas a verme!
—No vamos a volver a tener la misma conversación de siempre. Ya te dije todo lo que tenía que decirte en Selinsgrove. Ya sabes lo que hay.
Se volvió para entrar en el edificio, pero ella lo agarró del brazo.
—¿Por qué me haces esto? —le preguntó con voz temblorosa y lágrimas en los ojos.
La expresión de Gabriel se suavizó un poco.
—Paulina, se acabó. Se acabó hace tiempo. No estoy tratando de hacerte nada. Sólo quiero convencerte de que debes seguir adelante con tu vida. Y dejarme a mí seguir con la mía.
—Pero yo te quiero. —Las lágrimas habían empezado a rodar por las mejillas de ella—. Tenemos una historia juntos.
Gabriel cerró los ojos con fuerza e hizo una mueca de dolor. Volvió a abrirlos para decirle:
—Y yo ahora estoy enamorado de otra persona. Me acuesto con otra persona. Sólo con una, en exclusiva.
—¡Ya lo sé, pero es tu alumna!
—Ten cuidado.
Ella se echó el pelo hacia atrás.
—Es asombroso la cantidad de información que se puede conseguir en una ciudad de este tamaño. Antonio, del restaurante Harbour Sixty, fue de lo más complaciente.
Gabriel dio un paso hacia ella.
—No te atreverías.
—Oh, sí, me atreví. Qué poco original. Mira que llevarla al mismo restaurante al que vas conmigo siempre que vengo a verte.
—Hace mucho tiempo que no te llevo a ningún sitio, Paulina. No desde que dejamos de…
—¿De qué? ¿Desde que dejamos de follar, Gabriel? ¿Por qué no puedes decirlo? Hemos follado durante años.
—Baja la voz.
—No soy tu secreto oculto. Éramos amigos. Teníamos una relación. No puedes ignorarme ni tratarme como si fuera una mierda.
—Siento haberte tratado mal. Pero en vez de ir persiguiendo a alguien que desea a otra mujer, ¿no crees que mereces ser el centro del universo de otro hombre?
—Siempre deseaste a otras mujeres. Incluso mientras estaba embarazada. ¿Por qué iba a ser distinto ahora?
Él se encogió.
—Porque mereces estar con alguien que te quiera tanto como tú a él. Ha llegado la hora de seguir adelante. Ha llegado la hora de ser feliz.
—Tú me haces feliz —susurró ella—. Eres todo lo que deseo.
—Estoy enamorado de Julianne y voy a casarme con ella —dijo con decisión.
—No te creo. Volverás. Siempre acabas volviendo conmigo. —Se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
—Esta vez no. Era vulnerable y te aprovechabas de mi debilidad haciéndome sentir culpable. Pero eso se ha acabado. No podemos volver a vernos ni volver a hablar. He tenido mucha paciencia contigo y he tratado de ayudarte, pero ya no más. Hoy mismo daré la orden de que cancelen tu fondo de inversiones.
—¡No puedes hacer eso!
—Lo haré. Si regresas a Boston y vas a visitar a un terapeuta, me aseguraré de que sigas recibiendo ayuda. Pero si vuelves a ponerte en contacto conmigo o si haces algo que pueda perjudicar a Julianne, cerraré el grifo definitivamente. —Se inclinó hacia ella amenazadoramente—. Y eso incluye cualquier cosa que pueda dañar su carrera universitaria.
—¿Cómo te atreves? ¿Crees que puedes librarte de mí como si fuera un trasto viejo? Yo sacrifiqué mi vida por ti. ¡Perdí mi carrera universitaria!
Gabriel apretó los dientes.
—No era mi intención. Nunca te pedí que lo hicieras. Al contrario. Hice todo lo que pude para que continuaras estudiando en Harvard. Fuiste tú quien quiso dejarlo.
—¡Por lo que me pasó! ¡Por lo que nos pasó!
Él apretó los puños con fuerza.
—No niego que me he portado muy mal. Tienes todo el derecho del mundo a estar enfadada. Pero eso no cambia nada. Nuestra relación tiene que terminar. Hoy.
Tras unos instantes, Gabriel la miró con compasión.
—Adiós, Paulina. Que te vaya bien.
Se dirigió a las puertas giratorias.
—¡No puedes! ¡No te atreverás!
La expresión de él se había vuelto de acero.
—Ya lo he hecho.
Gabriel entró en el edificio Manulife sin mirar atrás, dejando a Paulina llorando a solas, de pie en la nieve.