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AGOSTO DE 2011

WASHINGTON, D. C.

Simon, el hijo del senador Talbot, se levantó y se subió rápidamente los vaqueros.

—¿Dónde está mi polo? —preguntó, mirando a su alrededor, sin ver el polo azul cielo que combinaba perfectamente con el color de sus ojos.

—En la silla. —Su novia, Natalie, se sentó, sin molestarse en taparse con la sábana.

Como siempre, los ojos de Simon se fueron directos a sus pechos, que ella se había operado el año anterior. Apoyó una rodilla en la cama.

—Dios, cómo me alegro de haber comprado estos dos. —Bajó la cabeza y se metió un pezón en la boca, succionándolo con fuerza antes de morderlo.

—Ven —lo animó ella, tocándolo por encima de los pantalones, pero Simon se alejó.

—Tengo que irme. Te llamaré. —Encontró el polo y se lo puso antes de sentarse para ponerse los calcetines y los zapatos.

—¿Cuándo volveré a verte?

Natalie se arrodilló tras él y le besó el cuello. Le recorrió la mandíbula con un dedo, deslizándolo sobre las cicatrices que le habían quedado tras su único pero violento encuentro con Gabriel Emerson.

Él la apartó sacudiendo los hombros.

—Estate quieta.

—Lo siento. —Se sentó sobre los talones, arrepentida—. Apenas se notan. Nadie las ve. Y a mí me parece que te dan un aire de tipo duro.

Simon se volvió hacia ella y le dirigió una mirada glacial.

—¿Cuándo volveré a verte? —insistió Natalie, ladeando la cabeza.

—De momento, no.

—¿Por qué no?

—Tenemos que dejar enfriar las cosas.

—Pero si todo va muy bien… Trabajo para tu padre, ¡por el amor de Dios!

—Pero mi padre piensa que nuestra relación no es nada serio. Ésa fue la condición que puso para aceptarte. No puedo permitir que alguien me vea entrando o saliendo de tu apartamento. La gente nos observa.

—Pues podemos quedar en un hotel. —Trató de agarrarlo del brazo, pero sólo encontró aire.

Simon se dirigió a la puerta del dormitorio.

—Mi padre me ha pedido que invite a cenar a la hija del senador Hudson.

—¿Qué? —exclamó Natalie, levantándose de un salto y plantándose ante él desnuda, con los ojos verdes brillando furiosos y sus rizos pelirrojos alborotados.

Simon le agarró la nuca con una mano.

—No te pongas histérica.

Natalie se estremeció al notar la frialdad de su voz.

—No, no lo haré. Lo siento.

Él le acarició el cuello con el pulgar.

—Bien, porque no me gusta que te pongas histérica.

Bajó las manos y le agarró el culo.

—Sólo es una cena. Acaba de terminar el primer curso en la Universidad de Duke y ha venido aquí a pasar las vacaciones. Saldremos a cenar y espero convencerla para que hable bien de mi padre. Todas las ayudas son bienvenidas.

—¿Te la tirarás?

Simon resopló.

—¿Me tomas el pelo? Seguro que es virgen. Ya tuve más que de sobra de esa mierda con Julia.

Ella arrugó la nariz al oír el nombre de su antigua compañera de habitación.

—¿Qué te hace pensar que la hija de los Hudson sea virgen?

—Su familia es muy religiosa. Son sureños. No lo sé, pero me lo imagino.

—Julia también era religiosa y eso no le impidió comértela —le recordó Natalie, cruzándose de brazos.

—Deja a Julia fuera de esto. No necesito que el gilipollas de su novio me complique más la vida.

—Es el gilipollas de su marido actualmente.

—Me importa una mierda lo que sea. Ya lo sabes. —La atrajo hacia él con violencia—. No vuelvas a mencionar a ninguno de los dos.

—¿Y cómo crees que me siento? El padre de mi novio le ha organizado una cita con una santurrona porque piensa que yo soy una puta.

Él le agarró el trasero con las dos manos.

—Por fin vamos por buen camino. Sólo tenemos que esperar a que pasen las elecciones.

—Oh, soy muy buena esperando. —Natalie se dejó caer de rodillas ante él y le desabrochó los vaqueros—. Pero creo que necesitas que te recuerde a quién estás dejando.