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Julia no respondió al email de Paul. Él le había pedido que no mantuvieran el contacto y decidió respetar su petición. Sabía que sus caminos volverían a cruzarse un día u otro en alguna conferencia o coloquio. Esperaba que, con el tiempo, se hiciera a la idea de que estaba casada con Gabriel y pudieran retomar su amistad.

Esperaba no estar equivocada.

Pero su petición había sido una sorpresa dolorosa, especialmente por el modo de hacerla. Durante todo el día siguiente fue incapaz de revisar el correo electrónico. Cuando finalmente lo hizo, encontró un mensaje de su padre:

Jules

Llámame al móvil en cuanto recibas este mensaje.

Papá.

Los mensajes de Tom solían ser concisos. Era un hombre de pocas palabras. Pero el tono de éste era tan ominoso que Julia ni siquiera lo comentó con Gabriel. Levantó el teléfono de la cocina y marcó el número de su padre.

Éste respondió al primer tono.

—Jules.

—Hola, papá. ¿Qué pasa?

Él no respondió inmediatamente. Parecía como si estuviera luchando para encontrar las palabras adecuadas.

—Estamos en el hospital.

—¿En el hospital? ¿Por qué? ¿Qué pasa?

En ese momento, Gabriel entró en la cocina. Julia señaló el teléfono y en silencio formó las palabras: «Mi padre».

—Ayer fuimos a hacer una ecografía. Se suponía que tenían que decirnos el sexo del bebé, pero encontraron otra cosa. Hay un problema.

—¿Con qué?

—Con el corazón.

—¿De Diane?

—No. Con el de él. El de mi hijo. —La voz de Tom se rompió al pronunciar la última palabra.

—Papá.

Con los ojos llenos de lágrimas, Julia sorbió por la nariz.

Gabriel se había acercado más para oírlos a los dos.

—¿Dónde estáis ahora?

—En el Hospital Infantil de Filadelfia. Nos han atendido inmediatamente.

Julia oyó un ruido apagado y luego a su padre susurrando: «Todo va a ir bien, cariño. Todo saldrá bien, no llores».

—¿Estás con Diane?

—Sí —respondió Tom, que sonaba cansado.

—Lo siento, papá. ¿Qué dicen los médicos?

—Acabamos de hablar con el cardiólogo. Dice que el bebé tiene síndrome de hipoplasia del ventrículo izquierdo.

—Nunca había oído hablar de ello. ¿Qué significa?

—Significa que sólo tiene medio corazón. —Inspiró hondo—. Es mortal, Jules.

—¡Oh, Dios mío! —Una lágrima de deslizó por la mejilla de Julia.

—No sobrevivirá sin cirugía. Tendrán que operarlo poco después del parto. Siempre y cuando éste llegue a término. No siempre es así —explicó Tom con un hilo de voz.

—¿Se puede curar?

—El corazón nunca será normal, pero con la cirugía puede funcionar como si lo fuera. Harán falta tres operaciones y medicación de por vida. Y no hay garantías de éxito al ciento por ciento. —Empezó a toser.

—¿Qué puedo hacer?

—Nadie puede hacer nada. Sólo rezar.

Cuando Julia se echó a llorar, Gabriel le quitó el teléfono de la mano con suavidad.

—Tom. Soy Gabriel. Siento mucho lo del bebé. Deja que te reserve una habitación de hotel cerca del hospital.

—No necesitamos… —empezó a decir Tom secamente, pero la voz de Diane lo interrumpió—. Nos iría muy bien, gracias —aceptó finalmente, suspirando.

—Ahora mismo me ocupo y te envío los detalles por correo electrónico. ¿Queréis ir a Nueva York a que os den una segunda opinión? Puedo reservar billetes de avión para los dos. Podéis pedir que os deriven a otro hospital.

—Los doctores de aquí parece que saben lo que hacen. Mañana tenemos una reunión con el equipo de cardiología pediátrica.

Gabriel buscó a su esposa con la vista.

—¿Necesitáis a Julia?

—No va a poder hacer gran cosa.

—No importa. Es tu hija y el bebé es su hermano. Si quieres que vaya, saldrá inmediatamente.

—Gracias —dijo Tom con voz ronca—. Todo está en el aire ahora mismo.

Secándose las lágrimas, Julia señaló el teléfono.

—Quiere hablar contigo, Tom. Te la paso. Cuídate.

Gabriel le devolvió el auricular.

—Papá, por favor, mantente en contacto y cuéntanos lo que vaya pasando.

—Lo haré.

—Sé que no es buen momento, pero ¿qué pasa con la boda?

—No lo sabemos, Jules.

—Pensábamos ir a Selinsgrove a principios de septiembre para pasar allí el Día del Trabajo, pero puedo ir antes si me necesitáis.

—Bueno.

—¿Quieres que se lo cuente a Richard?

Tom dudó un poco antes de responder.

—Puede que sí. Así no tendré que contárselo yo. Cuantas menos veces tenga que mantener esta conversación, mejor. Diane ha tenido que contárselo a su madre y a su hermana, Melissa.

A Julia le resbaló una lágrima por la nariz.

—Te quiero, papá. Dale un beso a Diane.

—De tu parte. Adiós, Jules.

Colgó el teléfono en silencio y se lanzó a los brazos de Gabriel.

—Estaban tan contentos con la llegada del bebé…

Él la abrazó mientras ella se aferraba con fuerza a su camisa.

—Están en un buen hospital.

—Están destrozados. Por lo que he entendido, aunque la operación salga bien, el bebé tendrá problemas toda su vida.

—Los médicos hacen previsiones basadas en estadísticas, pero cada paciente es distinto.

Gabriel se tensó de repente, como si se le hubiera ocurrido algo.

—¿Tu padre tiene problemas de corazón?

—No que yo sepa, pero sus padres sí tuvieron problemas cardíacos. Los dos.

Se apartó un poco para mirarlo a los ojos.

—¿Crees que pueda tratarse de un problema genético?

—No lo sé. —Gabriel la abrazó con fuerza—. Hay días en que cambiaría mi doctorado en Letras por un doctorado en Medicina. Hoy es uno de esos días.

Los ojos de Julianne volvieron a llenarse de lágrimas. No se le había pasado por la cabeza que el bebé pudiera tener problemas de salud. Sólo había tenido tiempo de hacerse a la idea de que iba a tener un hermano y a entusiasmarse después.

Mientras lloraba en brazos de su esposo, pensó que si ella se sentía así, el dolor de Tom y Diane tenía que ser mucho peor.

—Es imposible estar preparado para algo así —comentó con voz ronca, secándose las lágrimas—. Deben de estar destrozados.

Apoyó la mejilla en el pecho de Gabriel, sin ver la expresión de la cara de éste ni sus ojos horrorizados.