12

Instantes después, Gabriel recorría la multitud con la vista buscando a Julia. Los ojos se le abrieron como platos al ver la escena que tenía lugar en la parte delantera de la sala. Alguien estaba abrazando a su esposa. Alguien grande. Un hombre grande.

Un hombre guapo.

Gabriel bajó corriendo los escalones de dos en dos para llegar cuanto antes a su lado. Vio que Julia se apartaba del hombre y que sus apetitosos labios se curvaban dibujando una amplia sonrisa de felicidad.

A regañadientes, él le soltó la cintura antes de decirle algo que la hizo reír.

A Gabriel le vinieron ganas de estrangularlo primero y de retarlo en duelo después.

Mientras se acercaba, Julia se volvió hacia él. El hombre siguió la dirección de su mirada.

Gabriel se detuvo en seco.

—El Follaángeles —murmuró.

—¿Perdón? —Paul Norris se quedó mirando a su antiguo director de tesis, no muy seguro de haber oído bien. Aunque lo cierto era que él también tenía una buena colección de adjetivos para describir al Profesor, pocos de ellos halagadores.

«Follaalumnas», pensó.

—Esta conferencia no hace más que mejorar —murmuró Gabriel, enderezando la espalda para parecer más alto de su metro noventa.

—Profesor Emerson —lo saludó Paul, hinchando el pecho y flexionando los bíceps de manera inconsciente.

—Paul. —Gabriel se colocó junto a Julia en actitud posesiva y le dio el botellín de agua.

—Caballeros, estréchense las manos —les ordenó ella, mirando a su marido y a su amigo con el cejo fruncido.

Ellos siguieron sus instrucciones sin entusiasmo.

—No sabía que vendría —confesó Gabriel, con la mirada fija en Paul.

—No iba a venir, pero uno de los ponentes ha fallado en el último momento y la profesora Picton me ha invitado. Mi charla es justo antes que la de Julia.

Ella sonrió.

—Es fantástico. Enhorabuena.

Él le dirigió una sonrisa radiante.

—¿Puedo invitarte a comer?

—Me temo que ya tiene planes —respondió Gabriel en su lugar.

Julia se volvió hacia su marido con lo que sólo podría definirse como «la mirada» antes de asentir.

—Me encantaría ir a comer contigo, Paul. Gracias.

Gabriel la agarró del codo.

—No creo que sea adecuado —le susurró.

—Cariño —susurró ella a su vez en tono de advertencia.

—Hola, señor Norris —los interrumpió Katherine, estrechando la mano de Paul con fuerza antes de volverse hacia Gabriel—. El señor Norris y yo cenaremos juntos esta noche. Me gustaría que Julianne y tú nos acompañarais.

—Estaremos encantados —replicó Gabriel, aunque no logró sonar sincero—. Y ya que nos veremos esta noche, señor Norris, reclamo la compañía de mi esposa a la hora de comer. —Sonrió, mostrando todos los dientes, blancos y relucientes.

—Cariño —dijo Julia—, ¿podemos hablar un momento? —Volviéndose hacia Katherine y Paul, añadió—: En seguida volvemos.

Tomándolo de la mano, se llevó a Gabriel a un rincón donde no había nadie.

—Quiero comer con él.

—Por encima de mi cadáver —repuso él, cruzándose de brazos.

—Es un viejo amigo.

—Un viejo amigo que te besó.

—Después de que tú me dejaras. Y te recuerdo que lo rechacé. —Julia se cruzó de brazos también, imitando su postura.

Él frunció el cejo.

—Te desea.

—Paul nunca intentaría nada con una mujer casada. Sólo vamos a comer, así que te pido que no le des más importancia de la que tiene.

—¡Es que tiene mucha importancia!

—Hace un año que no lo veo. Me apetece hablar con él y saber cómo le va la vida. Tal vez haya vuelto con Allison.

—Sigue enamorado de ti.

—No, no lo está.

Gabriel se acercó a ella y le dijo en voz más baja:

—Te olvidas de que las mujeres guapas, inteligentes y amables escasean. Un hombre haría cualquier cosa por conseguir a alguien como tú. Incluso robársela a su marido.

Julia enderezó los hombros.

—Te olvidas de que cuando una mujer encuentra a un buen hombre, un hombre que la ama y la hace feliz, no va follando por ahí con otros.

Gabriel hizo una mueca al ver a Christa, que los estaba observando con una sonrisa burlona.

Volviendo a centrar la atención en su esposa, descruzó los brazos.

—Pero que sepas que no me gusta que vayas.

Julia se puso de puntillas para besarlo en la mejilla.

—Podré soportarlo. Gracias.

Minutos después, Gabriel se encontró en la incómoda situación de tener que compartir a su esposa con el Follaángeles, que se sentó a un lado de Julia, mientras él se sentaba en el otro lado. Julia y su amigo intercambiaron unas palabras cariñosas antes de que empezara la sesión y a Gabriel le dolió cada una de ellas.

«Este simposio es como un recorrido por todos los niveles del Infierno —pensó—. Sólo falta un respetable Virgilio y hordas de gente gritando».

Sufrir los golpes y dardos de la señorita Peterson era una cosa. Pero ver a Julia en brazos de otro hombre era mucho peor. Sobre todo si ese hombre era nada más y nada menos que el Follaángeles.

Gabriel empezó a recitar mentalmente la oración de san Francisco en italiano para calmarse.

Sabía que tenía que contarle a Julia su encuentro con Christa, pero también sabía que ella se disgustaría mucho al enterarse, y que eso afectaría a su seguridad y actitud a la hora de enfrentarse al público. Así que se guardó los escabrosos detalles para más tarde.

Además, había cosas más urgentes de las que ocuparse. Concretamente del señor Norris.

Paul había sido un buen amigo para Julia cuando ella más lo necesitaba. Un amigo fiel y entregado, que había cometido el error de tratar de que su amistad se convirtiera en algo más, algo que Gabriel comprendía, pero que nunca le iba a perdonar.

Quería mantener a Julia tan alejada de Paul como fuera posible. Pero la expresión de la cara de ésta al ver a su amigo le hizo cambiar de planes. El día anterior había sido duro para ella. No quería que su sonrisa desapareciera.

Gabriel movía nervioso una pierna mientras la primera conferenciante empezaba a hablar. Estaba totalmente ajeno al ruido que sus zapatos italianos hacían contra el suelo hasta que Julia le puso una mano en la rodilla.

Sacó la pluma Meisterstück 149 y jugueteó con ella, tratando de hacerla girar entre los dedos con un solo movimiento.

La conferencia le aburría. Habría jurado que ya la había oído antes. Para distraerse, recordó la primera discusión que tuvo con Julia en público, cuando todavía era su alumna. En pleno seminario, lo había provocado delante de Christa, Paul y el resto de la clase. Se había sentido avergonzado y furioso. Tan furioso que había destrozado una sólida y resistente silla de Ikea.

Desde ese día, Julia le había enseñado muchas cosas, entre ellas, la importancia de perdonarse a uno mismo y de perdonar a los demás. Pero su esposa llevaba su tendencia al pacifismo hasta extremos exagerados. Sin él —o alguien como él— a su lado, habían abusado de ella, quebrantando su espíritu.

Gabriel la observó, reflexivo. Tal vez se había vuelto pacifista precisamente por los abusos sufridos. Tal vez las cicatrices que tenía en el alma le recordaban el daño que las palabras y las acciones podían provocar en los demás. Reflexionó sobre ello sin quitarle la vista de encima, hasta que ella se removió, incómoda.

Julianne, con su piel clara y aquellos ojos tan grandes, era muy hermosa, pero no lo sabía. Ella no veía lo que veían los demás. Y aunque había mejorado mucho desde que se conocían, Gabriel sabía que la imagen que tenía de sí misma nunca se correspondería con la realidad. Y, como lo sabía, trataba de protegerla, incluso de él mismo. Desde luego, no iba a permitir que el Follaángeles se aprovechara de sus debilidades.