Muchos son los que han contribuido, muchos a los que hay que dar las gracias. Por ejemplo, a Bo Johansson, en Alafors, que conoce el mundo de las aves y compartió ese conocimiento. A Dan Israel, que lee el primero y el último, descubre agujeros, propone las salidas y critica siempre con dureza, pero con un entusiasmo indomable. Y luego hay que dar las gracias sobre todo a Eva Stenberg por su forma de tomar resueltamente el mando del trabajo de lectura de galeradas; a Malin Svãrd, que formó la retaguardia y se ocupó de que los horarios, reales y simbólicos, fueran exactos; y a Maja Hagerman, porque habló de los cambios de comportamiento de las vecinas desde los años cincuenta hasta la actualidad.
Hay también otras personas a las que dar las gracias. Están incluidas.
En el mundo de la novela hay cierta libertad. Lo que se describe pudo haber ocurrido exactamente como está descrito. Pero tal vez ocurrió, a pesar de todo, de una manera algo distinta.
En esta libertad entra también el que uno pueda trasladar un lago, cambiar un cruce de carreteras o reconstruir una Maternidad. O añadir una iglesia que quizá no existe. O un cementerio.
Cosa que he hecho.
Henning Mankell,
Maputo, abril de 1996