XVIII

Las bengalas taladraron la oscuridad de la noche mientras los miembros de la patrulla aguardaban la llegada del magistrado. Las patrullas se hacían cargo de prostitutas estranguladas y pescaderas apaleadas, pero este asunto alcanzaba al Senado… No era más difícil de resolver, pero pendía la amenaza del papeleo.

Petronio desesperó.

–Perdimos horas buscándola. Apretamos las clavijas a un montón de chulos que la habían visto. Encontramos la calle y zurramos a cinco serenos hasta encontrar este sitio. Pero era demasiado tarde. No pude hacer nada. Lisa y llanamente, no pude hacer nada… ¡Esta condenada ciudad!

Petronio adoraba Roma.

La depositaron en el patio.

Por regla general, en esos momentos no es difícil observar cierta indiferencia. Casi nunca conozco a la víctima; suelo verla después del crimen. Y ésa es la sucesión de acontecimientos que recomiendo.

Me tapé la cara.

Reparé en que Petronio Longo alejaba a sus hombres. Hacía tiempo que éramos colegas. Luchamos por la vida en el mismo bando. Petro me concedió tanta libertad de acción como estaba en sus manos.

Me detuve a un metro de la muchacha. Petronio se acercó y murmuró algo por encima de mi hombro. Se agachó y con su manaza le cerró delicadamente los ojos. Volvió a incorporarse a mi lado. Ambos la miramos. Petronio contempló a Sosia para no tener que mirarme. Yo contemplé a Sosia porque en esta tierra no había nada más que desease mirar.

Su delicado rostro aún estaba iluminado por las fruslerías con que se maquilla una joven de su posición. Por debajo el tono de su piel era blanco pétreo como el del alabastro. Era ella, pero jamás sería ella misma. No había luz ni risa, sino un estuche inmóvil y blanco como un cascarón de huevo. Aunque era cadáver yo no pude tratarla como a un cadáver.

–No pudo darse cuenta de nada -murmuró Petro y carraspeó-. Eso fue todo. No se trata de un trabajo sucio.

Violación. Petronio quería decir violación, tortura, humillación, deshonra.

¡Sosia estaba muerta y este desdichado intentaba decirme que no se había sentido aterrada! Me habría gustado espetarle que ya nada importaba. Intentaba decirme que había ocurrido deprisa. ¡Como si yo no lo hubiera visto! Un único golpe ascendente corto, seco y fulminante había matado a Sosia Camilina antes de que se percatara de nada. Había muy poca sangre; la muchacha había muerto a causa de la conmoción.

–¿Estaba muerta cuando llegaste? – interrogué-. ¿Te dijo algo?

Marco, haz preguntas de trámite. Aférrate a la rutina.

Ni siquiera preguntar tenía sentido. Impotente, Petronio se encogió de hombros y se alejó.

Me quedé allí y estuve tan a solas con Sosia como nunca más volvería a estarlo. Quise estrecharla en mis brazos, pero había demasiada gente. Un rato después me arrodillé y permanecí a su lado mientras Petro mantenía alejados a sus hombres. No pude hablarle, ni siquiera mentalmente. Ya no la miraba de verdad por temor a que la lenta huella de su sangre derramada fuese más fuerte que yo.

Me quedé ahí, reviviendo lo que debía de haber ocurrido. Fue la mejor forma que tuve de ayudarla. Fue la única forma en que pude consolarla por haber muerto tan sola.

Sé quién la mató. Ese hombre tiene que saber que lo sé. Por mucho que se proteja, algún día tendrá que responder ante mí.

Sosia lo encontró escribiendo (era evidente) en el almacén ¿Y qué escribía? No llevaba las cuentas de los lingotes de plata -Sosia se había equivocado- porque no había lingotes, no los encontramos a pesar de que durante días registramos el almacén abandonado. Pero ese hombre estaba escribiendo porque el negro de humo de la tinta húmeda manchó el vestido blanco de la muchacha alrededor de la herida. Tal vez ella lo conocía. Cuando Sosia lo encontró, el hombre se dio cuenta de que era necesario silenciarla, por lo que se incorporó y la atravesó deprisa, un único golpe ascendente al corazón, con la pluma.

Petronio tenía razón. Era imposible que Sosia Camilina esperase semejante reacción.

Me levanté. Logré no caer ni derrumbarme.

–Su padre…

–Yo hablaré con su familia -afirmó Petronio con tono monocorde. Era una misión que detestaba con toda su alma-. Vuelve a casa. Yo hablaré con su familia. ¡Marco, vuelve a casa!

Después de todo, preferí que fuera Petronio el que les comunicase la noticia.

Al alejarme noté que me seguía con la mirada. Quería colaborar. Sabía que nadie podía hacer nada.