XII

Era un lingote de plomo que probablemente contenía plata.

Pesaba doscientas libras romanas. En cierta ocasión intenté explicar a una mujer lo que significaba ese peso: «No pesa mucho más que tú. Eres alta y maciza. Tu novio podría hacerte cruzar el umbral en brazos sin perder su sonrisa de imbécil…». La moza a la que ofendí pesaba lo suyo, aunque en modo alguno estaba obesa. Sé que suena cruel, pero si alguna vez habéis intentado llevar en brazos a una jovencita bien alimentada sabréis que la comparación es atinada. Y alzar ese bloque gris y denso sin saber lo que hacíamos nos dejó a Petro y a mí con dolor de espalda.

Petronio y yo observarnos el lingote de plata como si fuera un viejo amigo no del todo bien situado.

–¿Qué es? – preguntó Sosia. Repliqué que un lingote-. ¿Por qué se lo llama cerdo?

Le expliqué que cuando se refina un mineral precioso, al fundirse el metal sale de los hornos por un largo canal a cuyos costados se encuentran las lingoteras, como cochinillos lechales junto a su madre. Petronio me contempló con escepticismo mientras me explayaba. A veces Petro se sorprende de las cosas que sé.

Este valioso cebón era un bloque de metal largo y opaco, de unos cincuenta centímetros de longitud por trece de ancho y diez de alto, con los laterales ligeramente biselados y el nombre del emperador y la fecha grabados en uno de los lados largos. Aunque parecía un peso pluma, cualquiera que intentara acarrearlo quedaría doblado en seguida. Veinticuatro cucharones de mineral fundido por molde, cantidad no demasiado pesada a la hora de manipularla, pero sí difícil de robar. Y si podías birlarlo valía la pena. La cantidad de plata que se extrae del mineral de las colinas de Mendip es extraordinariamente elevada, por término medio trescientos setenta gramos por tonelada. Me pregunté si ya habían extraído la plata de la chuchería depositada sobre la mesa. El gobierno tiene el monopolio de los metales preciosos. Cualquiera fuese su procedencia, ese lingote pertenecía a la casa de la moneda. Lo hicimos rodar y lo levantamos en busca del sello oficial.

No podía ser de otra manera. Estaba sellado: T CL TRIF, una nueva estupidez que no figuraba una sino cuatro veces y a continuación EX ARG BRIT, el viejo y conocido sello que a medias esperábamos y a medias temíamos encontrar. Petronio lanzó un quejido.

–¡Britania! ¡Es una firma perfecta! Alguien debe de estar sudando la gota gorda.

Una sensación de malestar nos dominó simultáneamente.

–Será mejor que nos vayamos -sugirió Petro-. ¿Quieres que guarde esto? ¿En el sitio de siempre? ¿Y tú te ocuparás de la chica?

Asentí con la cabeza.

–Falco, ¿qué pasa? – inquirió Sosia presa de una gran agitación.

–Petronio guardará el cerdo de plata en un sitio maloliente donde a los malvivientes no se les ocurrirá buscarlo -repliqué-. Usted volverá a casa. ¡Y yo tengo que hablar inmediatamente con tío Décimo!