INTRODUCCIÓN

Roma: año 70 de nuestra era.

Una ciudad presa de la confusión, pues la muerte de Nerón puso fin a la dinastía gobernante fundada por Augusto.

Una ciudad que rigió un inmenso imperio: la mayor parte de Europa, el norte de África y zonas de Oriente Medio. El emperador Claudio (con la ayuda de un general joven y desconocido que respondía al nombre de Vespasiano) incluso ocupó posiciones en un lugar salvaje que los romanos consideraron con absoluto horror: ¡Britania! Treinta años después Vespasiano triunfó en la lucha por el poder acaecida a la muerte de Nerón. Todo esto costó a Roma una encarnizada guerra civil. El imperio quedó dominado por el caos. El erario estaba en bancarrota. Vespasiano se enfrentó a la necesidad apremiante de convencer a sus críticos de que tanto él como sus dos hijos —Tito y Domiciano— representaban la mayor esperanza de buen gobierno y de paz.

Simultáneamente, en Britania, que sin prisa pero sin pausa se recuperaba de la rebelión de la reina Boadicea, la relajada administración de Nerón se había cobrado su precio. Se cedieron a contratistas locales importantes derechos de explotación de minerales, incluida la administración de la principal mina imperial de plata en las colinas de Mendip. Las minas no estaban correctamente controladas: cuatro lingotes robados, que en el primer siglo de nuestra era fueron franqueados desde Charterhouse, han aparecido ocultos bajo un montón de piedras. ¿Quién los robó y los escondió tan bien, y luego no regresó a recogerlos? ¿De qué manera este fraude perpetrado a tanta distancia afectó al nuevo emperador Vespasiano, que luchaba en Roma por mantener su posición?

Marco Didio Falco —que estaba en contra de los emperadores aunque de manera privada servía al estado— sabía la verdad…