III

En lo que concierne al asunto que pongo sobre el tapete, debo aclarar desde el principio que la vida de Mr. Godfrey Ablewhite presentó dos aspectos.

Su faz pública nos ofreció el espectáculo de un caballero que gozaba de una envidiable reputación de orador de mítines de beneficencia y que se hallaba dotado de altas dotes de administrador, puestas por él al servicio de varias Sociedades de Beneficencia, la mayor parte de ellas de carácter femenino. La faceta oculta de su persona nos ofrecía a este mismo caballero bajo la imagen totalmente diferente de un hombre que vive para el placer, poseedor de una casa quinta en los suburbios, que no lleva su nombre como tampoco lo lleva la dama que habita en la quinta.

Las investigaciones realizadas por mí en la finca me llevaron al descubrimiento de varios hermosos lienzos y estatuas; de un moblaje bellamente escogido y admirablemente trabajado y de un invernáculo donde pueden verse las más extrañas variedades de flores, cuyas iguales no habría de ser fácil encontrar en todo Londres. La investigación realizada ante la dama me ha llevado al descubrimiento de ciertas joyas dignas de parangonarse con las flores, y diversos carruajes y caballos, los cuales han despertado (justificadamente) en el Parque la admiración de personas lo suficientemente idóneas como para juzgar la estructura de unos y la raza de los otros.

Todo esto, hasta aquí, es muy conocido. La casa quinta y la dama son dos cosas tan familiares dentro de la vida londinense que tendré que excusarme por haberlas mencionado aquí. Pero lo que deja de ser común y familiar (en lo que a mí se refiere) es la circunstancia de que todas estas cosas bellas fueron no solamente ordenadas, sino pagadas. Los cuadros, las estatuas, las flores, las joyas, los carruajes y los caballos, según comprobé con indecible asombro durante mi investigación, no han dado lugar a una deuda de siquiera seis peniques. En lo que atañe a la casa quinta, ha sido comprada y pagada del todo y puesta a nombre de la dama.

Por más que me hubiera esforzado por dar con la clave de este enigma habría, por mi parte, fracasado de no haber sido por la muerte de Mr. Godfrey Ablewhite, que obligó a efectuar un inventario de sus bienes.

Los resultados de la investigación fueron éstos:

A Mr. Godfrey Ablewhite le fue confiado el cuidado de una suma de dinero que alcanzaba a veinte mil libras, por ser uno de los dos administradores de los bienes de un joven caballero, que era todavía menor de edad en el año mil ochocientos cuarenta y ocho. Dicha misión habría de terminar y el joven caballero recibiría las veinte mil libras el día en que este último llegara a la mayoría de edad, esto es, durante el mes de febrero del año mil ochocientos cincuenta. Mientras tanto, el joven gozaría de una renta de seiscientas libras, que habría de serle pagada por sus dos administradores en dos ocasiones durante el año: en la Navidad y el día de San Juan. Dicha renta le fue pagada regularmente por el administrador ejecutivo Mr. Godfrey Ablewhite. Las veinte mil libras (de las cuales se suponía que provenía la renta) habían sido gastadas hasta el último cuarto de penique, en diferentes épocas; su extinción total se produjo al terminar el año de mil ochocientos cuarenta y siete. El poder que autorizaba a los banqueros a vender las acciones y las diversas órdenes escritas en las que se les indicaba el monto de lo que debían vender se hallaba suscrito por ambos administradores. La firma del segundo administrador (un oficial retirado que vivía en el campo) fue falsificada por el administrador ejecutivo…, es decir, Mr. Godfrey Ablewhite.

Todos estos detalles sirven para explicar la honorable conducta de Mr. Godfrey, en lo que se refiere al pago de las deudas que le ocasionaron su dama y su casa quinta, y, (como habrá de ver usted en seguida) otras cosas, además.

Podemos ya avanzar hasta dar con la fecha del cumpleaños de Miss Verinder el día veintiuno de junio en el año mil ochocientos cuarenta y ocho.

La víspera de ese día, Mr. Godfrey Ablewhite arribó a la casa de su padre y le solicitó (como lo he sabido por boca del propio Mr. Ablewhite, padre) un préstamo de trescientas libras. Repare usted en la suma y tenga en cuenta, a la vez, que el pago semestral que debía hacerle al joven caballero tenía que hacerlo en efectivo el día veinticuatro de ese mes. Y también, que toda la fortuna del joven había sido disipada por su administrador a fines del año mil ochocientos cuarenta y siete.

Mr. Ablewhite, padre, se rehusó a prestarle un solo cuarto de penique a su hijo.

Al día siguiente Mr. Godfrey Ablewhite cabalgó junto con usted en dirección de la casa de Lady Verinder. Pocas horas más tarde Mr. Godfrey (como usted mismo me lo ha dicho) le pidió a Miss Verinder que se casara con él. En ello veía una salida, sin lugar a dudas —de aceptar ella— para todas sus inquietudes económicas presentes y futuras. Pero, debido al giro tomado por los sucesos, ¿qué ocurrió? Miss Verinder lo rechazó.

La noche del cumpleaños, por lo tanto, la situación financiera de Mr. Godfrey Ablewhite era la siguiente: se hallaba en la obligación de conseguir trescientas libras para el día veinticuatro de ese mismo mes y veinte mil libras para el mes de febrero del año mil ochocientos cincuenta. De fracasar en su intento, era hombre perdido.

En tales circunstancias, ¿qué es lo que ocurre en seguida?

Exaspera usted a Mr. Candy, el doctor, al discutir sobre el espinoso tema de su profesión, y él le juega una mala pasada, como réplica, con una dosis de láudano. Le confía la administración de la dosis (preparada en una pequeña redoma) a Mr. Godfrey Ablewhite, quien ha confesado su participación en el asunto en circunstancias que ya le daré a usted a conocer. Mr. Godfrey se halla tanto más dispuesto a intervenir en el complot, cuanto que ha sido la víctima de su lengua mordaz, Mr. Blake, esa misma noche. Apoya, pues, a Betteredge, cuando éste le aconseja a usted que beba un poco de brandy con agua antes de irse a la cama. Y vierte luego, a escondidas, la dosis de láudano en su grog helado. Usted bebe entonces la mezcla.

Cambiemos ahora de escenario si no le es a usted molesto, y vayamos hacia la casa de Mr. Luker en Lambeth. Permítame ahora hacerle notar, a manera de prólogo, que Mr. Bruff y yo hemos hallado la manera de obligar al prestamista a confesarlo todo. Hemos discernido luego ambos, cuidadosamente, cuanto él nos dijo y se lo ofrecemos a continuación aquí.