Informe del Capitán (1849)
El Sargento Cuff me ha pedido que describa ciertos hechos relativos a tres hombres (según parece indostánicos) que viajaron como pasajeros durante el último verano en el Bewley Castle, mientras iba éste en viaje directo hacia Bombay, bajo mi comando.
Los indostánicos se reunieron con nosotros en Plymouth. Durante la travesía no llegó hasta mí ninguna queja respecto de su conducta. Se los alojó en la parte delantera de la nave. Pocas fueron las ocasiones en que los vi personalmente.
Durante la última parte del viaje tuvimos la mala suerte de contar con tan poco viento que nos demoró tres días y tres noches en las proximidades de la costa de la India. Como no tengo en mi poder el Diario de viaje, no puedo dar a conocer aquí ni la longitud ni la latitud en que nos encontrábamos. En lo que se refiere a nuestra situación, por lo tanto, sólo puedo decir, de manera general, que las corrientes nos empujaban hacia la costa y que cuando volvió a soplar el viento alcanzamos el puerto veinticuatro horas más tarde.
La disciplina de un barco (como todo hombre de mar sabe) se relaja durante una charla prolongada. Eso fue lo que ocurrió en mi barco. Ciertos caballeros del pasaje hicieron bajar algunos de los más pequeños botes del barco y se divirtieron entre sí, remando en torno de él y nadando cuando el sol, hacia el crepúsculo, era lo suficiente débil como para permitirles tal pasatiempo. Los botes, una vez terminado el asunto, debieron haber sido colgados de nuevo en sus lugares respectivos. Pero no fue así; se los amarró a un costado de la nave.
En parte debido al calor y en parte a causa de la influencia deprimente del tiempo, ni los oficiales ni los tripulantes demostraron mayor celo en sus labores mientras duró la calma.
Durante la tercera noche, nada desusado fue visto u oído por la guardia de a bordo. Al llegar la mañana se advirtió que uno de los botes más pequeños había desaparecido…, y en seguida supimos que también los tres indostánicos se habían esfumado.
De haber robado ellos el bote poco después de llegada la noche (lo cual no pongo yo en duda), próximos como nos hallábamos a la costa, hubiera sido en vano que nos lanzáramos en su persecución, al descubrir su fuga en la mañana. No tengo la menor duda de que arribaron a la costa (tomando debida nota del tiempo que habrán perdido a causa de la fatiga y de remar por instantes torpemente) antes del alba.
Sólo al llegar a puerto me enteré del motivo que habían tenido mis tres pasajeros para aprovechar la primera oportunidad que se les presentó para escapar del barco. En cuanto a mí, solamente pude declarar ante las autoridades lo que declaro en este momento aquí. Estas juzgaron conveniente llamarme al orden por el relajamiento de la disciplina. Y yo me disculpo por esa causa ante ellos y mis patronos. Desde ese entonces nada he vuelto a saber de los tres indostánicos. Nada puedo añadir, por otra parte, a lo que ya he dicho.