El demonio se recostó en el asiento que se había construido en el tallo de una seta gigante. El lodo se extendía y enrollaba alrededor de la isla de roca, el eterno cieno movedizo que marcaba este estrato del Abismo.
Errtu tamborileó con sus garras el suelo mientras balanceaba la cabeza de mono con cuernos sobre sus hombros y fijaba la vista en la oscuridad.
—¿Dónde estás, Telshazz? —siseó el demonio, a la espera de recibir noticias de la reliquia. Crenshinibon ocupaba por completo la mente del demonio. Con la piedra entre sus garras, Errtu podría ascender un estrato entero; tal vez incluso varios estratos.
¡Y había estado tan cerca de poseerlo!
El demonio conocía el poder del artefacto. Errtu había estado a las órdenes de siete lichs cuando combinaron su magia demoníaca y crearon la Piedra de Cristal. Los lichs, espíritus vivientes de poderosos brujos que se negaron a reposar cuando sus cuerpos mortales abandonaron el reino de los vivos, se habían unido para crear la invención más infame jamás realizada: un demonio que se alimentaba y florecía con aquello que los proveedores del bien consideraban lo más preciado… la luz del sol.
Sin embargo, habían traspasado la barrera de sus propios y considerables poderes. En realidad, la forja los había consumido a los siete, ya que Crenshinibon había robado la fuerza mágica que preservaba el estado vivo de los lichs para alimentar sus primeros asomos de vida. Los consiguientes estallidos de fuerza habían devuelto a Errtu al Abismo y el demonio había dado por supuesto que la piedra había sido destruida.
Pero Crenshinibon no podía ser aniquilado tan fácilmente. Ahora, varios siglos después, Errtu había dado de nuevo con el rastro de la Piedra de Cristal: una torre de cristal, Cryshal-Tirith, con un corazón latiente que era la viva imagen de Crenshinibon.
Errtu sabía que la magia estaba cerca, podía sentir la presencia poderosa de la reliquia. Si al menos la hubiera podido encontrar antes… si al menos la hubiera podido coger…
Pero entonces había aparecido Al Dimeneira, un ser angelical de tremendo poder, que había desterrado a Errtu de nuevo al Abismo con una sola palabra.
Errtu oyó unos chapoteos, parecidos a pisadas, e intentó fijar la vista entre el espeso humo y la oscuridad.
—¿Telshazz? —bramó.
—Sí, mi amo —respondió el demonio de menor tamaño, encogiéndose a medida que se acercaba al trono bajo la seta gigante.
—¿Lo consiguió? —rugió Errtu—. ¿Consiguió Al Dimeneira la Piedra de Cristal?
Telshazz se estremeció y gimió.
—Sí, mi señor… ¡Oh! No, mi señor.
Errtu entrecerró sus demoníacos ojos rojizos.
—No podía destruirlo —el pequeño demonio continuó explicando a toda prisa—. ¡Crenshinibon le quemó las manos!
—¡Ah! —Errtu soltó un bufido—. ¡Más poderoso incluso que Al Dimeneira! Entonces, ¿dónde está ahora? ¿Lo trajiste o permanece todavía en la segunda torre de cristal?
Telshazz volvió a gemir. No se atrevía a contarle la verdad a su cruel dueño, pero tampoco osaba desobedecer.
—No, mi amo, no está en la torre —murmuró.
—¡No! —rugió Errtu—. ¿Dónde está?
—Al Dimeneira lo lanzó.
—¿Que lo lanzó?
—A través de las llanuras, comprensivo amo —sollozó Telshazz—. Con todas sus fuerzas.
—¡A través de las llanuras de la existencia! —gruñó Errtu.
—Intenté detenerlo, pero…
La cabeza con cuernos se inclinó hacia adelante y las palabras de Telshazz se hicieron incomprensibles a medida que un terrible alarido surgía de la garganta canina de Errtu.
Muy alejado de las tinieblas del Abismo, Crenshinibon reposaba sobre el mundo. En el extremo norte de las montañas de los Reinos Olvidados, la Piedra de Cristal, la perversión definitiva, se instaló entre la nieve de un diminuto valle en forma de cuenco.
Y esperó.