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Bryn Shander

Bryn Shander era diferente de todas las demás comunidades de Diez Ciudades. Su orgullosa bandera ondeaba en lo alto de una colina cubierta de árida tundra entre los tres lagos y quedaba justo por debajo del extremo sur del valle de los enanos. Ningún barco ostentaba la bandera de esa ciudad y, aunque no tenía muelle en ninguno de los tres lagos, no cabía duda de que constituía no sólo el núcleo geográfico de la región sino también el centro de mayor actividad.

Aquél era el destino de la mayoría de las caravanas mercantes que salían de Luskan, allí llegaban para comerciar los enanos y allí vivían la mayoría de artesanos, escultores y críticos de arte. Después de la cantidad de pesca posible, la proximidad a Bryn Shander era el factor más importante para determinar el éxito y el tamaño de las ciudades pesqueras, de tal forma que Termalaine y Targos, en la orilla sudeste de Maer Dualdon, y Caer-Konig y Caer-Dineval, en la ribera oeste del lago Dinneshere, todas ellas a menos de un día de camino de la ciudad principal, eran las ciudades dominantes de los lagos.

Elevados muros rodeaban a Bryn Shander, por la protección que ofrecían tanto frente al viento helado como a las invasiones de bárbaros o goblins. En su interior, los edificios eran similares a los de las demás ciudades, bajos y de armazón de madera, con la diferencia de que en Bryn Shander estaban más apretados y a menudo divididos para alojar a varias familias. A pesar de esa aglomeración, la ciudad ofrecía cierto aspecto de comodidad y seguridad, ya que era el mayor punto civilizado que podía encontrarse en más de seiscientos desolados kilómetros a la redonda.

Regis disfrutaba siempre con la multitud de sonidos y olores que parecían envolverlo al atravesar las puertas de hierro recubiertas de madera por las que se accedía a la ciudad desde el norte. Aunque en menor medida que las grandes ciudades del sur, el aire estaba impregnado por el ajetreo y los gritos de los mercados abiertos de Bryn Shander y los numerosos vendedores ambulantes, y le recordaban sus días en Calimport. Asimismo, al igual que en Calimport, las gentes que se aglomeraban en las calles de la ciudad principal eran una mezcla variopinta de todo lo que podía encontrarse en los Reinos. Hombres del desierto, altos y de piel oscura, mezclados con viajantes de piel blanca procedentes de Moonshaes. Casi en cada esquina podían encontrarse tabernas en las que jactanciosos sureños de piel morena competían con robustos hombres de montaña en relatar historias fantásticas de amores y guerras.

Y Regis se zambullía en aquel ambiente cuyos sonidos eran iguales a los que él conocía, aunque el lugar fuera distinto. Si cerraba los ojos y echaba a andar por una de aquellas callejuelas estrechas podía casi recuperar de nuevo el entusiasmo por la vida que había sentido durante los años vividos en Calimport.

Sin embargo, en esta ocasión la empresa que lo conducía a la ciudad era tan seria que empañaba hasta su jubiloso estado de ánimo. Se había quedado horrorizado al escuchar las noticias del elfo drow y estaba nervioso por tener que comunicarlas al consejo.

Una vez fuera de la ruidosa zona mercantil de la ciudad, Regis pasó ante la suntuosa mansión de Cassius, el portavoz de Bryn Shander. Era sin duda alguna el edificio de mayor tamaño y lujo de Diez Ciudades, con un frontal encolumnado y bajorrelieves que adornaban todas las paredes. En un principio, se había construido para celebrar en él las reuniones de los diez portavoces, pero, a medida que fue desapareciendo el interés por dichos consejos, Cassius, hábil diplomático y no menos ingenioso en tácticas de mano dura, se había apropiado del palacio para convertirlo en su residencia oficial y había trasladado la sala del consejo a un almacén vacío situado en un rincón remoto de la ciudad. Varios portavoces se habían quejado del cambio, pero, aunque las ciudades pesqueras gozan de cierta influencia en la ciudad principal en temas de interés público, poco podían insistir en un tema de tan poca resonancia entre la población. Cassius comprendió bien la situación de su ciudad y pronto aprendió a mantener a la mayoría de comunidades bajo su dominio. El ejército de Bryn Shander podía afrontar el ataque de las fuerzas unidas de otras cinco ciudades y los oficiales de Cassius mantenían el monopolio de relaciones con los puntos mercantiles del sur, así que los demás portavoces podían indignarse con aquel cambio de sala de reunión, pero su dependencia de la ciudad principal les impedía tomar acción alguna en contra de Cassius.

Regis fue el último en llegar a la reducida sala del consejo. Observó detenidamente a los otros nueve hombres reunidos alrededor de la mesa y advirtió cuán fuera de lugar se encontraba allí. Había sido elegido portavoz porque ninguna otra persona en Bosque Solitario se preocupaba lo suficiente para participar del consejo, pero sus compañeros se habían ganado sus posiciones por heroicos y valientes méritos propios. Eran los cabecillas de sus comunidades, hombres que habían organizado la estructura y la defensa de sus respectivas ciudades, y todos ellos habían presenciado multitud de batallas, ya que los goblins y los bárbaros se acercaban más a Diez Ciudades que el sol. En el valle del Viento Helado, aquello constituía una sencilla regla: si sabías luchar, podrías sobrevivir, y los portavoces del consejo eran los guerreros más notables de Diez Ciudades.

Sin embargo, él jamás se había sentido intimidado por sus compañeros de consejo, ya que por regla general nunca abría la boca en las reuniones. Bosque Solitario, una apartada ciudad oculta en una pequeña y espesa arboleda, no pedía cuentas a nadie, y con su insignificante flota pesquera, no se quejaba de las otras tres ciudades con que compartía Maer Dualdon, Regis no emitía nunca una opinión a menos que lo presionaran y siempre había intentado que su discreto voto se uniera al consenso generalizado. Si en alguna ocasión el consejo parecía indeciso sobre un tema en concreto, se limitaba a seguir el ejemplo de Cassius ya que, en Diez Ciudades, nadie que apoyara a Bryn Shander podía andar equivocado.

No obstante, aquel día se dio cuenta de que se sentía intimidado por el consejo. Las tristes noticias que traía lo convertirían en blanco vulnerable para las embestidas y enojadas respuestas de los demás. Concentró la atención en los dos portavoces más poderosos: Cassius, de Bryn Shander, y Kemp, de Targos, sentados en la cabecera de la mesa rectangular y enfrascados en una conversación. Kemp tenía aspecto de tosco hombre de la frontera, no demasiado alto pero robusto, con los brazos nudosos y un semblante tan serio que podía espantar por igual a amigos y enemigos.

Por su parte, Cassius no tenía aspecto de guerrero. Era de constitución baja, con elegantes cabellos grises y un rostro que nunca mostraba el más mínimo rastro de barba. Sus ojos grandes y azulados parecían lucir siempre una alegría interna, pero nadie que hubiera visto al portavoz de Bryn Shander desenfundar una espada en plena batalla o maniobrar con sus tropas en el campo podía dudar de su destreza para la lucha y de su valentía. Regis en realidad apreciaba a aquel hombre, aunque intentaba no caer nunca en una situación que lo hiciese vulnerable, ya que Cassius se había ganado una sólida reputación por obtener siempre lo que quería a expensas de los demás.

—¡Orden! —exclamó Cassius, golpeando las mesa con el mazo. El portavoz anfitrión abría siempre el consejo con las Formalidades de la Orden del Día, leyendo varios títulos y propuestas oficiales, un proceder que, originalmente, había tenido la finalidad de otorgar al consejo una aureola de importancia que en especial impresionara a los criminales que a veces deseaban hablar por las comunidades más remotas. Sin embargo, ahora, con la degeneración del consejo en general, las Formalidades de la Orden del Día servían únicamente para alargar la reunión, cosa que lamentaban los diez portavoces. De modo que las Formalidades se reducían más y más cada vez que se reunía el grupo, y en alguna ocasión se había hablado incluso de suprimirlas.

Al cabo de completar la lista, Cassius se centró en los temas más importantes.

—El primer asunto del día —empezó, mientras hojeaba las notas que tenía ante él— se refiere a la disputa territorial entre las ciudades hermanas de Caer-Konig y Caer-Dineval en el lago Dinneshere. Veo que Dorim Lugar, portavoz de Caer-Konig, ha traído los documentos que nos prometió en la pasada reunión, así que le cederé en primer lugar la palabra a él. Habla, portavoz Lugar.

Dorim Lugar, un hombre adusto y moreno que no cesaba de parpadear con gran nerviosismo, casi se cayó de la silla al oír mencionar su nombre.

—En mis manos tengo el acuerdo original entre Caer-Konig y Caer-Dineval —declaró, con el puño cerrado sobre un atajo de pergaminos—, firmado por los jefes de cada ciudad —señaló con dedo acusador al portavoz de Caer-Dineval—, e incluye su propia firma. Jensin Brent.

—Un acuerdo firmado en tiempo de amistad y con muestras de buena voluntad —replicó el aludido, un hombre más joven, de cabellos dorados y rostro inocente, que la gente solía tildar de ingenuo, aunque no lo era en absoluto—. Desenrolla el pergamino, portavoz Lugar, y deja que el consejo le eche un vistazo. Verán que no prevé en ningún momento el caso de Cielo Oriental —observó a los demás portavoces—. Cielo Oriental no era más que un caserío cuando se firmó el acuerdo para repartir en dos el lago —explicó, aunque no era la primera vez que lo hacía—. No tenían un sólo barco para echar al agua.

—¡Señores portavoces! —gritó Dorim Lugar, despertando a varios de ellos del letargo en el que estaban sumergidos. La misma discusión se sucedía desde hacía cuatro reuniones y ningún bando había conseguido ganar terreno. Además, el tema tenía poco interés e importancia para los portavoces, excepto para los dos implicados y el portavoz de Cielo Oriental—. Estoy seguro de que Caer-Konig no tiene la culpa del progreso de Cielo Oriental. ¿Quién podía prever la carretera del este? —inquirió, refiriéndose al camino llano y liso que Cielo Oriental había hecho construir para llegar a Bryn Shander. Había sido una medida ingeniosa y muy beneficiosa para la pequeña ciudad situada en el extremo sudeste del lago Dinneshere. La combinación del atractivo de una ciudad remota con su rápido acceso a Bryn Shander había hecho de Cielo Oriental la comunidad más próspera de Diez Ciudades, con una flota pesquera en constante auge que había acabado por rivalizar con Caer-Dineval.

—¿Quién podía? —replicó Jensin Brent, ahora con el calmo semblante un poco alterado—. Es obvio que el crecimiento de Cielo Oriental ha colocado a Caer-Dineval en difícil competencia por las aguas de la zona sur del lago, mientras que Caer-Konig navega en libertad por la mitad norte. Sin embargo Caer-Konig se ha negado de plano a renegociar los términos originales para compensar esta injusticia. ¡No podemos prosperar bajo estas condiciones!

Regis era consciente de que tenía que actuar antes de que la pelea entre Brent y Lugar quedara fuera de control. Con anterioridad ya se habían aplazado dos reuniones por causa de sus debates y no podía permitir que se deshiciera el consejo antes de que les comunicara el inminente ataque bárbaro.

Titubeó y por enésima vez se dijo a sí mismo que no tenía alternativa y que no podía echarse atrás en tan urgente misión. Su mundo quedaría destruido si no abría la boca. Aunque Drizzt le había garantizado el poder que poseía, él todavía tenía sus dudas sobre la verdadera magia de la piedra. Sin embargo, debido a su propia inseguridad, característica común en la gente de poca importancia como él, había llegado a confiar ciegamente en el buen juicio de Drizzt. Aquel drow era con toda probabilidad la persona de mayor sentido común que había conocido en su vida, con toda una experiencia a sus espaldas mucho mayor que las historias que Regis podía contar. Ahora era el momento de pasar a la acción y el halfling estaba dispuesto a dar una oportunidad al plan del elfo.

Cerró el puño sobre la pequeña maza de madera que había ante él, pero el tacto le pareció poco habitual y por primera vez se dio cuenta de que nunca había utilizado aquel instrumento. Dio unos cuantos golpecitos sobre la mesa de madera, pero los demás estaban enfrascados en el duelo verbal que había surgido entre Lugar y Brent, así que Regis, tras volver a recordarse la urgencia de las noticias del elfo, asestó un golpe seco con el mazo sobre la madera.

Los demás portavoces se volvieron al instante a observar al halfling, con los semblantes impasibles. Regis raramente hablaba durante las reuniones y tan sólo si se le hacía una pregunta directa.

Cassius de Bryn Shander dio unos golpes con su mazo.

—El consejo reconoce al portavoz… mmm… al portavoz de la ciudad de Bosque Solitario —declaró, y por su tono de voz entrecortado Regis comprendió que había estado a punto de subestimar la solicitud del halfling.

—Señores portavoces —empezó Regis indeciso, pero se le quebró la voz—. Para todos merece respeto el serio debate que se ha entablado entre los portavoces de Caer-Dineval y Caer-Konig, pero creo que tenemos un tema más importante que discutir.

Jensin Brent y Dorim Lugar se habían quedado furiosos por aquella interrupción, pero los demás portavoces observaban al halfling con curiosidad. «Es un buen comienzo —pensó Regis—. He conseguido captar su atención.»

Se aclaró la garganta, intentando que su voz adquiera algo de fuerza.

—De buena fuente me han informado que las tribus bárbaras se están uniendo para atacar conjuntamente Diez Ciudades. —Aunque había intentado imprimir a sus palabras un tono dramático se encontró ante nueve rostros totalmente impasibles y confusos—. A menos que formemos una alianza —continuó en el mismo tono de urgencia—, la horda bárbara arrasará nuestras comunidades una por una, masacrando a todos aquellos que intenten hacerles frente.

—Portavoz Regis de Bosque Solitario —lo interrumpió Cassius en un tono de voz que pretendía ser tranquilo pero que sonó a altivez—. Nos hemos enfrentado con anterioridad a ataques bárbaros y no creo que ahora haya necesidad de…

—¡Un ataque como éste, no! —gritó Regis—. Van a venir todas las tribus como si fueran una sola, mientras que hasta ahora las incursiones eran de una tribu contra una ciudad, y nos defendíamos bien. Pero ahora, ¿cómo podrán Termalaine o Caer-Konig, o incluso Bryn Shander, soportar el ataque de las tribus unidas del valle del Viento Helado? —Varios portavoces se recostaron en sus asientos para reflexionar sobre las palabras del halfling, pero los restantes se pusieron a hablar entre ellos, algunos con preocupación, otros con incredulidad. Al final, Cassius volvió a utilizar el mazo para imponer el orden en la sala.

A continuación, Kemp de Targos, se levantó poco a poco de su asiento, con su habitual aire fanfarrón.

—¿Me concede la palabra, amigo Cassius? —preguntó con cortesía innecesaria—. Tal vez pueda dar el enfoque adecuado a esta noticia.

Regis y Drizzt habían hecho varias suposiciones sobre posibles alianzas al planear las acciones del halfling en ese consejo. Sabían que Cielo Oriental, fundada y desarrollada bajo el principio de la fraternidad entre las comunidades de Diez Ciudades, apoyaría abiertamente una defensa común contra la horda bárbara, y que Termalaine y Bosque Solitario, las dos poblaciones más accesibles y castigadas por las invasiones, aceptarían de buen grado cualquier ofrecimiento de ayuda.

Sin embargo, hasta el portavoz Agorwal de Termalaine, que tanto podía ganar de una alianza defensiva, se echaría atrás y permanecería en silencio si Kemp, de Targos, rehusaba aceptar el plan. Targos era la comunidad más grande y céntrica de las nueve ciudades pesqueras, con una flota que duplicaba la de Termalaine, la segunda en número.

—Queridos miembros del consejo —empezó Kemp, inclinándose hacia adelante para clavar la vista en los ojos de sus iguales—. Antes de empezar a preocuparnos deberíamos conocer más detalles de la historia que nos cuenta el halfling. Hemos combatido las invasiones bárbaras y cosas peores en suficientes ocasiones para estar seguros de que las defensas, aun de las ciudades más pequeñas, son suficientes.

Regis sintió que su cuerpo se ponía en tensión mientras Kemp proseguía con su discurso, haciendo especial hincapié en determinados puntos para destrozar la credibilidad del halfling. Drizzt había comprendido desde un principio que Targos era la clave estratégica, pero Regis conocía a su portavoz mejor que el elfo y era consciente de que Kemp no podría ser manipulado con facilidad. Kemp ilustraba las tácticas de la poderosa ciudad de Targos en su propia figura. Era un hombre corpulento y valentón, de frecuentes y súbitos ataques de rabia violenta que intimidaban incluso a Cassius. Regis había intentado disuadir a Drizzt de esta parte del plan, pero el drow fue inexorable.

—Si Targos acepta la alianza con Bosque Solitario —había razonado Drizzt—, Termalaine aceptará de buen grado unirse, y Bremen, al ser la otra única ciudad sobre el lago, no tendrá más remedio que hacer lo mismo. Sin lugar a dudas, Bryn Shander no se opondrá a una alianza de las cuatro ciudades que comparten el lago más importante y próspero, y Cielo Oriental será el sexto en el pacto, con lo que habrá una clara mayoría.

El resto entonces no tendría otra opción que unir sus esfuerzos. Drizzt confiaba en que Caer-Dineval y Caer-Konig, temerosos de que Cielo Oriental recibiese una consideración especial de futuros consejos, ofrecerían un valeroso ejemplo de lealtad, esperando ganar con ello el favor de Cassius. Por otro lado, Good Mead y Dougan’s Hole, las dos ciudades que se alzaban a orillas de Aguas Rojizas, aunque situadas en un lugar relativamente seguro ante los ataques procedentes del norte, no se atreverían a mantenerse al margen de las demás comunidades.

Sin embargo, todo aquello no era más que esperanzadas conjeturas y Regis se dio perfecta cuenta de ello al ver la mirada que le dirigía Kemp a través de la mesa. Drizzt había reconocido al menos que el obstáculo más importante para formar la alianza sería Targos. Con su carácter arrogante, la poderosa ciudad estaría convencida de poder afrontar por sí sola una invasión bárbara y, si de algún modo conseguía sobrevivir, la destrucción de algunos de sus competidores sería muy beneficiosa para ella.

—Dijiste únicamente que te habían llegado noticias de una invasión —empezó Kemp—. ¿Cómo puedes haber conseguido una información tan valiosa y difícil de obtener?

Regis sintió que gruesas gotas de sudor se deslizaban por sus sienes. Era consciente de adónde quería ir a parar el hombre, pero no vio manera de eludir la verdad.

—La obtuve de un amigo que viaja a menudo a la tundra —replicó con honestidad.

—¿El drow?

De pronto Regis fue consciente de que tenía la cabeza inclinada hacia atrás para observar a Kemp que se alzaba ante él, y se puso a la defensiva. Su padre le había advertido en más de una ocasión que siempre se encontraría en desventaja al tratar con humanos ya que éstos tenían que mirar hacia abajo para hablar con los halfling, como hacían con sus hijos. En momentos como aquél, las palabras de su padre eran un doloroso recuerdo para Regis. Se secó con la lengua una gota de sudor del labio.

—No puedo hablar en nombre de todos los portavoces —prosiguió Kemp, antes de soltar una risita que ponía en posición absurda a la advertencia del halfling—, pero tengo trabajos más importantes que hacer que andar confiando en la palabra de un elfo drow. —Volvió a soltar una carcajada, pero esta vez varios portavoces se unieron a él.

Agorwal, de Termalaine, ofreció una inesperada ayuda a la causa de Regis, que parecía ya en decadencia.

—Tal vez deberíamos dejar que el portavoz de Bosque Solitario continúe. Si dice la verdad…

—¡Sus palabras son el eco de las mentiras de un drow! —lo interrumpió Kemp con tono burlón—. No les des crédito alguno. Hemos luchado con los bárbaros con anterioridad y…

Pero Kemp se vio a su vez interrumpido por la súbita actuación de Regis, que se acababa de subir de un salto a la mesa del consejo. Aquélla era la parte más precaria del plan de Drizzt y, aunque el drow había mostrado gran confianza con ella, como si no fuera a plantear problema alguno, Regis presentía que el más completo desastre acechaba al plan. Cruzó las manos a la espalda e intentó permanecer en calma para que Cassius no tomara una resolución inmediata ante sus poco usuales tácticas.

Durante la intervención de Agorwal, Regis había extraído el rubí de debajo de la camisa y ahora brillaba sobre su pecho mientras él se paseaba de un lado a otro, como si la mesa fuera su tarima personal.

—¿Qué sabéis vosotros del drow para desconfiar tanto de él? —inquirió a la concurrencia y en especial a Kemp—. ¿Puede alguno de vosotros nombrarme a alguna persona que haya sido dañada por su culpa? ¡No! Lo castigáis por los crímenes de su raza, pero, ¿a alguien se le ha ocurrido pensar que Drizzt Do’Urden vive entre nosotros precisamente porque rechaza los métodos de su gente? —El silencio que se apoderó de la estancia lo convenció de que su discurso sonaba o impactante o absurdo. En cualquier caso, no era ni un arrogante ni un loco para pensar que aquellas palabras serían suficientes para cumplir la tarea.

Se encaró a Kemp. Esta vez era él quien tenía que bajar la vista para observarle el rostro, pero el portavoz de Targos parecía a punto de echarse a reír.

Tenía que actuar con rapidez. Alzó la mano hacia la barbilla como si fuera a rascarse, aunque en realidad deseaba girar el rubí, y permaneció en silencio pacientemente, contando, tal como le había indicado Drizzt. Pasaron diez segundos y Kemp no pestañeó. Drizzt había dicho que ese tiempo sería suficiente, pero Regis, sorprendido y un poco cauteloso por la facilidad con que había cumplido la tarea, dejó pasar otros diez segundos antes de empezar a confiar en las creencias del drow.

—Con toda probabilidad os daréis cuenta de lo acertado que resultaría prepararse para un ataque —sugirió con calma, y, luego en un murmullo que sólo Kemp alcanzó a oír, añadió—: Esta gente espera que actúes como su guía, gran Kemp. Una alianza militar fortalecería tu importancia e influencia.

El efecto fue sorprendente.

—Tal vez las palabras del halfling sean más sensatas de lo que supusimos en un principio —dijo Kemp mecánicamente, con la vista clavada en el rubí.

Atónito, Regis se incorporó y se apresuró a ocultar la gema bajo la camisa; Kemp sacudió la cabeza como si intentara apartar de su mente un sueño confuso y se restregó los ojos secos. El portavoz de Targos no podía recordar lo ocurrido en los últimos segundos, pero la sugerencia del halfling había germinado en su cerebro y, para su sorpresa, se dio cuenta de que había cambiado de opinión.

—Deberíamos escuchar con atención las palabras de Regis —declaró en voz alta—. No sé si será bueno formar esa alianza, pero tal vez no hacerlo tenga graves consecuencias.

Jensin Brent, que sabía captar con rapidez las situaciones aventajadas, se levantó de su asiento.

—El portavoz Kemp habla con sabiduría —afirmó—. ¡Contad con la gente de Caer-Dineval!, siempre dispuestos a apoyar los esfuerzos conjuntos de Diez Ciudades, para formar la alianza que se enfrentará a los bárbaros.

Los restantes portavoces apoyaron a Kemp, tal como Drizzt había esperado, e incluso Dorim Lugar dio muestras de mayor lealtad que Brent.

Regis podía estar muy orgulloso de lo ocurrido en la sala del consejo aquel día y sintió que volvía a surgir en él la esperanza de que Diez Ciudades sobreviviera. Sin embargo, también tenía la mente concentrada en las consecuencias del nuevo poder que había descubierto en el rubí y reflexionaba sobre cuál sería el modo más fácil de que aquel poder recién descubierto le diera beneficios y comodidad.

«¡Qué amable fue el bajá Pook al darme precisamente ésta!», se dijo a sí mismo mientras salía por la puerta principal de Bryn Shander y se encaminaba al punto en que tenía que reunirse con Drizzt y Bruenor.