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Otras opciones

Los enanos de Mithril Hall completaron la primera de sus salidas secretas poco después de la puesta de sol. Bruenor fue el primero en subir a lo alto de la escalera y espiar por debajo de la capa de césped que habían cortado en medio del ejército de monstruos. Tan expertos eran los mineros enanos que habían sido capaces de excavar un túnel recto en el centro de un grupo de goblins y ogros sin ni siquiera sembrar la alarma entre los más cercanos.

Bruenor sonreía al volver a unirse a los hombres de su tribu.

—Acabad los otros nueve —ordenó mientras descendía por el túnel, con Catti-brie a su lado—. Esta noche alguno de los chicos de Kessell tendrá el sueño pesado —declaró mientras acariciaba el mango de su hacha.

—¿Qué papel tengo yo en la inminente batalla? —preguntó Catti-brie cuando se separaron de los demás enanos.

—Tendrás que alzar una de las palancas y derrumbar los túneles si alguno de ellos se cuela aquí dentro —respondió Bruenor.

—¿Y si te matan en el campo de batalla? —razonó la muchacha—. Quedarme enterrada sola en uno de estos túneles no me parece muy prometedor.

Bruenor se acarició la barba rojiza. No había pensado en esa posibilidad, creyendo únicamente que, si él y los de su clan caían en el campo de batalla, Catti-brie permanecería a salvo en los túneles enterrados. Pero, ¿cómo podría vivir ahí abajo sola? ¿Qué precio tendría que pagar para sobrevivir?

—Entonces, ¿prefieres salir a la superficie y luchar? Eres bastante buena con la espada y estaré en todo momento a tu lado.

Catti-brie consideró la propuesta durante un breve instante.

—Permaneceré junto a la palanca —decidió, por fin—. Tú ya tendrás suficiente trabajo para cuidar de tu vida allí arriba y, además, alguien tiene que quedarse para derrumbar los túneles. ¡No podemos dejar que los goblins se paseen por nuestras salas como si estuvieran en sus casas! Por otro lado —añadió con una sonrisa—, es una estupidez por mi parte preocuparme. Sé que volverás a mí, Bruenor. ¡Nunca me has fallado, ni tú ni los de tu clan! —Le estampó un beso en la frente y desapareció por el corredor.

Bruenor sonrió a sus espaldas.

—Eres una chica valiente, Catti-brie —murmuró.

El trabajo en los túneles finalizó pocas horas después. Se habían excavado los pozos y la estructura de túneles de alrededor se había arreglado para poder derrumbarlos en caso de cualquier acción de contraataque o de un hipotético avance del ejército de goblins. El clan entero, con los rostros enmascarados con hollín y sus pesados escudos y armas ocultas bajo paños de color oscuro, permanecían alineados en la base de los diez pozos. Bruenor fue el primero en subir a investigar y, tras echar una ojeada al exterior, regresó sonriente. Nada parecía molestar el plácido sueño del ejército de ogros y duendes.

Cuando estaba a punto de dar la señal para que sus hombres entraran en acción, se produjo una gran conmoción en el campamento. Bruenor permaneció al acecho en lo alto del pozo, aunque mantuvo la cabeza debajo de la capa de césped (con lo cual tuvo que soportar algún pisotón de un duende), e intentó adivinar lo que había alertado a los monstruos. Hasta sus oídos llegaban gritos de mando y un fuerte estruendo parecido al de una amplia fuerza en movimiento.

Se sucedieron más gritos y exclamaciones por la muerte de Lengua Dividida. Aunque nunca había oído ese nombre, no le fue difícil suponer que se refería a una tribu de orcos.

—Así que se están peleando entre ellos… —murmuró en voz baja. Chasqueó la lengua al darse cuenta de que el ataque de los enanos tendría que esperar y volvió a descender por la escalera.

Sin embargo, el clan, defraudado por el retraso, no se dispersó, sino que permaneció a la espera, dispuesto a llevar a cabo el trabajo de aquella noche pasase lo que pasase.

Transcurrió más de media noche y todavía seguían oyendo ruidos en el campamento, pero la espera no disminuía en lo más mínimo la determinación de los enanos sino que, por el contrario, el retraso parecía intensificarla, aumentando su ansia de sangre de goblins. Los enanos eran herreros, además de luchadores; hombres acostumbrados a pasar largas horas añadiendo una simple escama a la estatua de un dragón, y su paciencia era infinita.

Al final, cuando la calma pareció retornar al campamento, Bruenor volvió a subir por la escalera, pero antes de poder escudriñar por debajo de la capa de césped, llegaron hasta sus oídos los reconfortantes sonidos de respiraciones pausadas y pesados ronquidos.

Sin esperar más, el clan ascendió por los pozos y se abocó a su mortífera tarea. Aunque no les gustaba actuar como asesinos y preferían la lucha cuerpo a cuerpo, también comprendían que aquel tipo de incursión era necesaria, así que decidieron no otorgar valor alguno a las vidas de aquella escoria de goblins.

La zona se fue quedando poco a poco en silencio a medida que los monstruos pasaban al plácido sueño de la muerte. Los enanos se concentraron primero en los ogros, en previsión de que su ataque fuese descubierto antes de conseguir un buen número de bajas, pero aquella estrategia resultó ser innecesaria, ya que pasaron varios minutos sin que fueran descubiertos.

En el momento en que uno de los guardias divisó lo que estaba ocurriendo y acertó a soltar un grito de alarma, la sangre de más de mil monstruos del ejército de Kessell teñía la hierba.

Los gritos empezaron a resonar a su alrededor, pero Bruenor no ordenó la retirada.

—¡En formación! —ordenó—. ¡Colocaos alrededor de los túneles!

Era consciente de que la primera oleada de contraataque no iba a ser preparada y que la desorganización reinaría por doquier.

Los enanos se colocaron en actitud defensiva y no tuvieron dificultades para detener a los goblins. El hacha de Bruenor quedó marcada con muescas antes de que algún goblin pudiese alzar un arma contra él.

Pero las fuerzas de Kessell fueron organizándose de forma gradual y empezaron a atacar a los enanos en formación. Poco a poco empezaron a aparecer más y más goblins, a medida que la voz de alarma se extendía por el campamento, y al poco rato ejercían ya una gran presión sobre el grupo de invasores, hasta que, de pronto, un grupo de ogros procedente de la guardia de elite de Kessell se lanzó a la carga desde sus posiciones en la torre.

Los primeros enanos que debían retirarse, los encargados de ultimar los preparativos para derrumbar los túneles, empezaron a descender los peldaños superiores de las escaleras. La huida hacia los túneles iba a ser una operación delicada y la velocidad y eficiencia con que se realizara iba a ser un factor determinante de su éxito o fracaso.

Sin embargo, antes de que descendieran, Bruenor les ordenó inesperadamente que regresaran y mantuvo a los enanos en formación.

Acababa de oír las primeras notas de una antigua canción, una canción que, tan sólo unos años antes, lo hubiera llenado de horror, pero que ahora le henchía el corazón de esperanza.

Había reconocido la voz de quien entonaba a gritos la melodía guerrera.

Un brazo de carne podrida saltó por los aires y fue a parar al suelo, separado ya para siempre de otra de las víctimas de la cimitarra de Drizzt Do’Urden.

Pero los trolls seguían abalanzándose hacia el interior sin temor alguno. En circunstancias normales, Drizzt hubiera percibido su presencia en cuanto se introdujo en la habitación rectangular, ya que su nauseabundo olor les impedía mantenerse ocultos. El drow podía asegurar que aquellos no estaban en realidad en la estancia cuando él entró, así que supuso que había hecho saltar alguna alarma mágica que al instante llenó la zona de luz y advirtió a los guardianes, que entraron a través de los espejos mágicos que Kessell había colocado como puntos de vigilancia en toda la sala.

Drizzt había tumbado ya a una de las bestias, pero ahora le preocupaba más el poder huir que el enfrentarse a ellos. Cinco nuevos trolls entraron en sustitución del primero, y comprendió que aquello era demasiado para un solo luchador. Además, no pudo más que sacudir la cabeza desconcertado al ver que el cuerpo del monstruo que había decapitado se levantaba súbitamente del suelo y empezaba a dar vueltas a ciegas.

De pronto, sintió que una garra lo cogía del tobillo y sin girar comprendió que era el miembro que acababa de cortar con su arma.

Horrorizado, apartó el brazo grotesco de él y se precipitó hacia la escalera de caracol que subía al segundo nivel de la torre. Siguiendo sus órdenes, Guenhwyvar había ascendido antes que él por las escaleras y ahora lo esperaba en el rellano de más arriba.

Drizzt percibía con toda claridad las pisadas de sus repugnantes perseguidores y los arañazos de las garras del brazo que también se había incorporado a la persecución, así que subió a toda prisa los escalones sin mirar atrás, esperando que su rapidez y agilidad le concedieran cierta ventaja para poder encontrar una vía de escape.

Pero al llegar arriba descubrió que no había ninguna puerta.

El rellano al que conducían las escaleras era rectangular, de unos tres metros de largo. Dos de los lados se abrían a una sala, en el tercero estaba y en el cuarto había un enorme espejo, que ocupaba toda la longitud del rellano y se alzaba desde el piso hasta el techo. Drizzt confió en poder descubrir el secreto de aquella puerta tan poco usual, si es que el espejo era en realidad una puerta, mientras empezaba a examinarlo desde el rellano.

No iba a ser nada fácil.

Aunque en el espejo se reflejaba un adornado tapiz que estaba colgado en la pared opuesta de la sala, su superficie parecía lisa por completo y no consiguió ver hendidura ni protuberancia alguna que indicase la existencia de una entrada. Drizzt enfundó sus armas y paseó los dedos por la superficie para ver si podía palpar algún bulto que hubiera pasado inadvertido a su aguda vista, pero la textura lisa del cristal no hizo más que confirmar sus observaciones.

Los trolls estaban subiendo la escalera.

Drizzt intentó atravesar el espejo murmurando todas las órdenes de apertura que conocía, en busca de una puerta abierta en otra dimensión similar a la que había permitido la entrada a los horribles guardias de Kessell, pero el muro continuó siendo una barrera tangible.

El troll que iba en cabeza llegó a la mitad de la escalera.

—¡Tiene que haber una clave en alguna parte! —gruñó el drow—. ¡Los magos adoran los desafíos y un espejo inútil es impropio de ellos!

La única respuesta tenía que proceder de los intrincados diseños e imágenes del tapiz, así que se quedó mirándolo fijamente, intentando descifrar los bordados en busca de alguna clave que le permitiese escapar.

En aquel momento, empezó a captar el hedor de sus perseguidores y alcanzó a oír cómo los monstruos, siempre hambrientos, subían ya relamiéndose.

Pero tenía que controlar las náuseas y concentrarse en la miríada de imágenes. De repente, algo en el tapiz captó su atención: los versos de un poema bordado entre las demás imágenes en el borde superior. En contraste con el color mortecino del resto de la obra de arte antigua, las letras caligráficas poseían un brillo que parecía indicar que eran más recientes. ¿Tal vez algo que había añadido Kessell?

Venid si queréis

a la orgía del interior.

¡Pero antes debéis encontrar el picaporte!

Visto y no visto,

existe y no existe,

un paño que la carne no puede asir.

Una línea en particular se quedó grabada en la mente del drow. Había escuchado la frase «Existe y no existe» en sus días de infancia en Menzoberranzan, siempre referida a Urgutha Forka, un malévolo demonio que había arrasado el planeta con una plaga particularmente virulenta en la época en que los antepasados de Drizzt habían aparecido en la superficie terrestre. Los elfos claros habían negado siempre la existencia de Urgutha Forka, echándoles la culpa de la plaga a los drow, pero los elfos oscuros sabían más cosas. Algo en su naturaleza física los había mantenido inmunes al demonio y, después de descubrir lo mortífero que resultaba con sus enemigos, habían contribuido a alimentar las sospechas de los elfos claros considerando a Urgutha como un aliado.

De este modo, la referencia «Existe y no existe» era una frase despectiva de un antiguo cuento de los drow, una broma secreta contra sus odiados parientes que habían sufrido miles de pérdidas en manos de una criatura cuya existencia negaban.

El acertijo hubiera sido imposible de solucionar para alguien que no conociese el cuento de Urgutha Forka, por lo que el drow comprendió que contaba con una valiosa ventaja. Examinó a conciencia el reflejo del tapiz en busca de alguna imagen que tuviese alguna conexión con el demonio y, al final, la encontró en el extremo más alejado del espejo, a la altura de la cintura: un retrato del propio Urgutha con todo su maléfico esplendor. Habían bordado la imagen del demonio en el momento de aplastar el cráneo de un elfo con una barra negra, símbolo de Urgutha. Drizzt había visto aquel retrato con anterioridad; todo parecía normal y no había signo alguno de que aquella imagen ocultara alguna clave inusual.

Los trolls habían llegado ya al último tramo de escaleras, por lo que le quedaba poquísimo tiempo.

Dio media vuelta y observó la imagen en el tapiz en busca de algún punto discrepante. Al instante, lo descubrió: en el tapiz original, Urgutha estaba golpeando el cráneo del elfo con el puño desnudo. ¡No llevaba ninguna barra en la mano!

«Visto y no visto.»

Drizzt regresó a toda prisa al lado del espejo y asió la ilusoria arma del demonio, pero sólo percibió el tacto liso del cristal. Estuvo a punto de soltar un grito de desesperación.

Pero la experiencia le había enseñado a mantener siempre el control de sí mismo, así que enseguida recobró la compostura. Separó la mano del espejo, intentando colocar su propio reflejo en el mismo punto en que suponía que estaba el reflejo de la barra, y poco a poco empezó a acercar la mano, observando atentamente el reflejo que iba rodeando el arma, con la excitación propia del éxito anticipado.

Giró ligeramente la mano y entonces vio que una pequeña hendidura había aparecido en el espejo.

El troll que iba en cabeza subió el último peldaño de la escalera, pero Drizzt y Guenhwyvar habían desaparecido.

El drow volvió a colocar la extraña puerta en posición cerrada, apoyó la espalda en ella y suspiró aliviado. Una escalera débilmente iluminada se alzaba ante él y acababa en el segundo piso de la torre. Ninguna puerta le obstruía la entrada, sino tan sólo una cortina de cuentas redondas que poseían un tono anaranjado por la luz de las antorchas que iluminaban la estancia del otro lado.

Alcanzó a oír una risa sofocada y, en silencio, subió las escaleras junto a la pantera y espió a través de la cortina. Habían llegado a la sala del harén de Kessell.

La habitación estaba iluminada por antorchas que destacaban en la oscuridad. La mayor parte del suelo estaba cubierto con mullidas alfombras y la estancia estaba separada en sectores por cortinas. Las muchachas del harén, juguetes sin mente de Kessell, estaban sentadas en círculo en el centro de la sala, riendo con el entusiasmo sin inhibiciones de los niños. Drizzt dudaba que pudiesen advertir su presencia, pero, incluso en ese caso, poco le importaba ya que al instante comprendió que aquellas pobres criaturas sin voluntad eran incapaces de emprender acción alguna en contra suya.

Aun así, se mantuvo alerta y con la vista fija en las cortinas. Aunque no creía que Kessell hubiera colocado guardias aquí, y mucho menos a unos tan viciosos como los trolls, no podía permitirse cometer errores.

Con Guenhwyvar pegado a los talones, se deslizó en silencio de sombra en sombra y, cuando ambos consiguieron subir la escalera que conducía al tercer piso, se sintió más relajado.

Pero en aquel momento percibió de nuevo aquella especie de zumbido que había oído al entrar por primera vez en la torre. Parecía que iba cobrando fuerza poco a poco, como si se tratara de una canción que emergiera de las vibraciones de las propias paredes de la torre. Drizzt observó a su alrededor en busca de algo que pudiese indicar de dónde procedía ese sonido.

Un juego de campanas que había en el techo de la estancia empezó a repicar con fuerza y el fuego de las antorchas intensificó su brillo.

De pronto, lo comprendió.

La estructura parecía despertar a una vida propia. Los campos de alrededor permanecían sumidos en la oscuridad de la noche, pero los primeros destellos de luz iluminaban el alto pináculo de la torre.

La puerta del tercer piso, que conducía a la sala del trono de Kessell, se abrió de improviso.

—¡Bien hecho! —gritó el brujo, que permanecía de pie más allá del trono de cristal en el extremo opuesto a Drizzt, con una vela encendida en la mano y de cara a la puerta abierta. Regis estaba junto a él, con una expresión vacía en el rostro.

—Por favor, entra —dijo Kessell con falsa cortesía—. No temas por los trolls a los que heriste, ya que con toda seguridad sanarán. —Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

Drizzt sintió que la rabia crecía en su interior. ¡Pensar que todas sus precauciones y sigilo habían servido tan sólo para distraer al brujo! Apoyó ambas manos en los mangos de sus cimitarras enfundadas y se introdujo en la estancia.

Guenhwyvar permaneció tumbada bajo la sombra de la escalera, en parte porque el brujo no había dicho nada que indicara que conocía la existencia de la pantera, y en parte porque el debilitado animal no tenía ni ánimos para andar.

Drizzt se detuvo ante el trono de cristal e hizo una profunda reverencia. La imagen de Regis al lado del brujo lo incomodaba bastante, pero se las arregló para aparentar que no reconocía al halfling. Por otra parte, Regis tampoco había mostrado ninguna familiaridad al ver al drow, aunque Drizzt no estaba seguro de si su amigo actuaba con conciencia propia o estaba bajo la influencia de algún tipo de encantamiento.

—Saludos, Akar Kessell —tartamudeó Drizzt con un acento propio de los ciudadanos del mundo subterráneo, como si la lengua habitual de la superficie le fuera desconocida. Pensaba que tal vez podía utilizar la misma táctica que había empleado con el demonio—. Me envía mi gente, de buena fe, para dialogar contigo sobre asuntos que conciernen a nuestro interés mutuo.

Kessell volvió a reír estrepitosamente.

—¿De veras? —una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, pero al instante se transformó en una mueca, al tiempo que entrecerraba los ojos—. ¡Te conozco, elfo oscuro! ¡Todo aquel que haya vivido en Diez Ciudades ha oído el nombre Drizzt Do’Urden en cuentos o bromas! ¡Así que no me mientas!

—Mis disculpas, gran brujo —respondió Drizzt con calma, dispuesto a cambiar de táctica—. Por lo que se ve, en muchos aspectos eres más sabio que tu demonio.

La mirada de autosuficiencia desapareció del rostro de Kessell. Hacía ya rato que se estaba preguntando por qué Errtu no respondía a sus invocaciones, así que observó al drow con más respeto. ¿Acaso un guerrero solitario como éste había podido derrotar él solo a un demonio?

—Déjeme que me presente de nuevo —prosiguió Drizzt—. Saludos, Akar Kessell —hizo una profunda reverencia—. Soy Drizzt Do’Urden, guardabosques de Gwaeron Tormenta de Viento, guardián del valle del Viento Helado, y he venido a matarte.

Mientras pronunciaba estas palabras, las cimitarras salieron de sus fundas como por arte de magia.

Pero Kessell también reaccionó con rapidez. La vela que sostenía en sus manos pareció recobrar vida de pronto y la llama quedó atrapada en el laberinto de prismas y espejos que rodeaban la estancia, concentrada y alargada en cada punto en que se reflejaba. Junto con la iluminación de la vela, tres haces concentrados de luz encerraron al drow en una prisión triangular, y, aunque ninguno de ellos lo rozó siquiera, Drizzt pudo percibir su poder y no se atrevió a cruzarse en su camino.

El elfo oía con toda claridad el zumbido que emitía la torre a medida que la luz del sol alcanzaba toda su estructura. La claridad empezó a entrar a raudales en la estancia y descubrió que algunos de los paneles que bajo la luz de las antorchas parecían espejos, resultaban ser en realidad ventanas.

—¿Crees acaso que puedes introducirte aquí por las buenas y destruirme? —inquirió Kessell, incrédulo—. Soy Akar Kessell, loco. ¡El Tirano del valle del Viento Helado! Estoy al mando del ejército más grande que haya marchado nunca sobre las estepas heladas de esta tierra abandonada.

»¡Contempla mi ejército! —Hizo un gesto con la mano y uno de los espejos de espionaje se activó para mostrar parte del campamento que rodeaba la torre, junto con una sucesión de sonidos propios del ejército que despertaba.

De pronto, un agónico grito resonó en algún punto fuera del alcance del espejo. Instintivamente, tanto el drow como el brujo aguzaron el oído para percibir el lejano clamor de una batalla. Drizzt observó con ojos curiosos a Kessell, preguntándose si el brujo sabría lo que estaba ocurriendo en la sección norte de su campamento.

Como respuesta a la pregunta tácita del drow, Kessell hizo otro gesto con la mano y la imagen del espejo quedó envuelta en una nube de humo por un instante y luego volvió a ofrecer la visión turbia de otra parte del campamento. Desde lo más profundo del espejo de espionaje emergían todo tipo de gritos y resonaba el entrechocar de las armas. A medida que fue disipándose la niebla, quedó clara la imagen del clan de Bruenor luchando cuerpo a cuerpo en el centro de un mar de goblins. El campo de batalla alrededor de los enanos estaba repleto de cadáveres de goblins y ogros.

—¿Ves como es una locura oponerse a mí? —chilló Kessell.

—Por lo que veo, los enanos lo están haciendo muy bien.

—¡Tonterías! —aulló el brujo. Volvió a sacudir la mano y la niebla se extendió por el espejo, pero, de repente, la Canción de Tempos empezó a sonar en la lejanía. Drizzt se inclinó hacia adelante y aguzó la vista intentando captar alguna imagen a través de la niebla, ansioso por ver al jefe de la horda.

—Incluso si los enanos estúpidos asesinan a algunos de mis guerreros de menos importancia, mi ejército pronto va a ampliarse con más hombres. ¡Vuestra hora ha llegado, Drizzt Do’Urden! ¡Akar Kessell está aquí!

La niebla se dispersó de repente.

Con más de mil entusiastas guerreros a sus espaldas, Wulfgar se acercaba a los confiados monstruos. Los goblins y orcos más cercanos a los bárbaros, creyendo a pies juntillas las palabras de su maestro, recibieron con muestras de alegría la llegada de sus aliados.

Pero, al instante, murieron.

La horda bárbara se abalanzó sobre sus filas, cantando y matando con salvaje frenesí. A pesar del fragor de la batalla, pronto empezaron a unirse los enanos a la Canción de Tempos.

Con los ojos abiertos de par en par y la boca abierta, temblando de rabia, Kessell apartó con un gesto la sorprendente imagen y volvió a concentrar la vista en Drizzt.

—¡No importa! —exclamó, intentando que su tono de voz sonara sereno—. ¡Los trataré sin piedad alguna más tarde! ¡Y luego Bryn Shander estallará en llamas!

»Pero, antes, traidor drow —susurró el brujo—, asesino de los de tu propia sangre, ¿qué dioses tienes para rezar? —empezó a balancear la vela, obligando a la llama a inclinarse hacia un lado.

El ángulo de reflejo varió y uno de los haces de luz fue a caer sobre Drizzt. Trazó un agujero en el mango de su vieja cimitarra y se desvió hasta alcanzarle la mano. Drizzt esbozó una mueca de dolor y se llevó la otra mano a la herida mientras la cimitarra caía al suelo y el rayo de luz volvía a su posición original.

—¿Ves qué fácil es? —bromeó Kessell—. ¡Tu débil mente no puede ni siquiera imaginar el poder de Crenshinibon! Considérate afortunado porque voy a permitirte ver una muestra de ese poder antes de morir.

Drizzt apretó los dientes y miró desafiante al brujo. Hacía ya tiempo que había aceptado la posibilidad de la muerte como un riesgo evidente de su forma de vida y estaba dispuesto a morir con dignidad.

Kessell intentó secarse el sudor de la frente y, luego, empezó a balancear la mortífera vela provocando que los rayos se movieran hacia atrás y adelante. Cuando al fin se dio cuenta de que no iba a escuchar súplica alguna ni solicitud de clemencia por parte del orgulloso guardabosques, Kessell pareció cansarse del juego.

—Adiós, loco —gruñó al tiempo que fruncía los labios para soplar a la llama.

Pero Regis se le adelantó y apagó la vela.

Todo pareció detenerse por completo durante unos segundos. El brujo desvió la vista hacia el halfling, a quien consideraba su esclavo, con expresión horrorizada, pero Regis se limitó a encogerse de hombros, como si estuviera tan sorprendido como Kessell por aquel inusual acto de valentía.

Confiando en el instinto, el brujo lanzó la bandeja de plata que sostenía la vela contra el cristal del espejo y echó a correr gritando hacia una esquina posterior de la estancia, para huir por una escalera oculta en las sombras. Drizzt apenas había dado unos pasos hacia adelante cuando el fuego del interior del espejo empezó a cobrar intensidad. Cuatro demoníacos ojos rojizos aparecieron en la pantalla, atrayendo la atención del drow, y al instante dos perros del infierno atravesaron el cristal roto.

Guenhwyvar interceptó a uno de ellos, saltando desde detrás de su dueño para abalanzarse contra uno de los perros. Las dos bestias cayeron rodando por el suelo hacia un rincón, en un amasijo de colmillos y garras negras y rojas.

El segundo perro soltó su aliento mortal sobre Drizzt, pero, tal como le había ocurrido con el demonio, el drow comprobó que el fuego no lo afectaba. Le había llegado el turno de contraatacar. La cimitarra devoradora de fuego salió de su funda con gran rapidez y dividió en dos a la bestia que se acercaba a atacar. Sorprendido por el poder del arma, pero sin tiempo para observar siquiera a su mutilada víctima, Drizzt se lanzó en persecución del brujo.

En unos segundos, alcanzó la parte inferior de la escalera. Por encima de su cabeza, a través de la puerta abierta del piso superior de la torre, provenía el resplandor rítmico de una luz deslumbrante. Drizzt percibía que la intensidad de las vibraciones crecía a cada momento y comprendió que era el corazón de Cryshal-Tirith. Era cuadrado en la base pero acababa en forma de carámbano. Drizzt reconoció al instante que era una réplica en miniatura de la torre en la que se encontraban, aunque de menos de treinta centímetros de longitud.

Una imagen exacta de Crenshinibon.

De él emanaba un muro de luz, que dividía la estancia en dos, con el drow en un lado y el brujo en el otro. Por la sonrisa que esbozaba el brujo, Drizzt comprendió que debía de ser una barrera resistente como una piedra. A diferencia de la sala inferior, repleta de espejos de espionaje, en ésta un único espejo adornaba la pared de la torre, justo al lado del brujo, aunque parecía más una ventana que un espejo.

—Ataca el corazón, drow —se burló Kessell—. ¡Loco! ¡El corazón de Cryshal-Tirith es más poderoso que cualquier arma del mundo! Nada de lo que puedas hacer nunca, ni magia ni ninguna otra cosa, puede provocar la más mínima muesca en su superficie pura. ¡Golpéalo! ¡Muéstranos tu loca impertinencia!

Sin embargo, Drizzt tenía otros planes. Era lo suficientemente flexible e inteligente para saber que algunos enemigos no pueden derrotarse utilizando tan sólo la fuerza, pero siempre había otras opciones.

Desenfundó el arma que le quedaba, la cimitarra mágica, y empezó a desatar la cuerda que le mantenía atado el saco a la espalda. Kessell lo observaba con curiosidad, molesto por la calma que aparentaba el drow, a pesar de que su muerte parecía inevitable.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

Pero Drizzt no respondió. Sus movimientos eran metódicos y precisos. Aflojó la goma que mantenía cerrado el saco y lo abrió.

—¡Te he preguntado qué estás haciendo! —gritó Kessell mientras Drizzt empezaba a caminar hacia el corazón. De pronto, la réplica le pareció vulnerable al brujo. Tenía la molesta sensación de que tal vez ese elfo oscuro era más peligroso de lo que había calculado en un principio.

Crenshinibon también se estaba dando cuenta de eso, así que con mensajes telepáticos se apresuró a darle órdenes a Kessell para que lanzara un rayo mortal sobre el drow y acabara con él.

Pero Kessell tenía miedo.

Drizzt se acercó al cristal e intentó colocar una mano sobre él, pero el muro de luz se lo impidió. Asintió, como si se esperara aquella reacción, y abrió al máximo la boca del saco. Tenía la mente totalmente concentrada en la propia torre y no observaba al brujo ni prestaba siquiera atención a su presencia.

Luego, vació el saco de harina sobre la piedra preciosa.

La torre pareció gruñir en señal de protesta y se oscureció.

El muro de luz que separaba al drow del brujo desapareció al instante, pero Drizzt continuó concentrado en la torre, consciente de que la capa de harina sofocante podía detener las poderosas radiaciones de la piedra durante un corto período de tiempo.

Sin embargo, tenía tiempo suficiente para envolverla con el saco, ahora vacío, y tirar con fuerza de la boca para cerrarlo. Kessell gimió y se abalanzó hacia adelante, pero se detuvo al ver la cimitarra desenfundada.

—¡No! —protestó inútilmente el brujo—. ¿No te das cuenta de las consecuencias de lo que acabas de hacer?

A modo de respuesta, la torre empezó a temblar y, aunque se detuvo enseguida, tanto el drow como el brujo presintieron que se avecinaba el peligro. En algún lugar de las profundidades de Cryshal-Tirith, la decadencia había empezado ya.

—Lo comprendo perfectamente —replicó Drizzt—. Te he derrotado, Akar Kessell. Tu breve mandato como dirigente impuesto de Diez Ciudades se ha terminado.

—¡Te has matado a ti mismo, drow! —contestó Kessell, al tiempo que Cryshal-Tirith volvía a temblar, esta vez con más violencia—. ¡No tienes la más mínima posibilidad de escapar antes de que la torre se derrumbe sobre ti!

La estancia volvió a balancearse, una y otra vez.

Drizzt se encogió de hombros, con aire indiferente.

—Que así sea —respondió—. He cumplido mi objetivo, ya que tú también perecerás.

Kessell soltó una súbita y enloquecida carcajada. Se separó de Drizzt y se precipitó hacia el espejo que había en la pared de la torre. Drizzt supuso que se romperían los cristales y el hombre caería al suelo, pero Kessell se introdujo en el espejo y desapareció.

La torre volvió a temblar y esta vez no volvió a inmovilizarse por completo. Drizzt echó a andar hacia la puerta, pero apenas podía mantenerse en pie. Pronto vio cómo empezaban a abrirse grietas en las paredes.

—¡Regis! —gritó, pero sin obtener respuesta. Parte de la pared del piso inferior se había derrumbado ya, porque desde donde estaba podía ver los escombros en la base de la escalera.

Tras rezar por que su amigo hubiera escapado ya, tomó el único camino que quedaba ante él.

Se zambulló en el espejo mágico en pos de Kessell.