Errtu
Drizzt salió de su cámara oculta cuando empezaban a desvanecerse los últimos rayos del sol. Oteó el horizonte hacia el sur y, de nuevo, volvió a sentirse desesperanzado. Aunque reconocía que había tenido que descansar, no podía más que sentirse un poco culpable al ver la ciudad de Targos en llamas, como si hubiera rechazado su deber de ser testigo del sufrimiento de las víctimas de Kessell.
Sin embargo, el drow no había estado perdiendo el tiempo durante las horas de trance de meditación que los elfos llaman sueño. Había realizado un viaje mental hacia el mundo subterráneo de sus recuerdos en busca de una sensación muy particular: la emanación de una poderosa presencia que una vez había conocido. Aunque no había conseguido acercarse lo suficiente para ver bien al demonio que había seguido la noche anterior, algo en aquella criatura había provocado una reacción en sus recuerdos más antiguos. Unas emanaciones perversas y sobrenaturales rodeaban a las criaturas de esferas inferiores cuando caminaban por el mundo material, una especie de aureola que los elfos oscuros, más que ninguna otra raza, habían llegado a comprender y reconocer. No sólo aquel tipo de demonio, sino esta misma criatura le era familiar a Drizzt, ya que había servido a su gente en Menzoberranzan durante muchos años.
—Errtu —susurró mientras navegaba por sus recuerdos.
Drizzt conocía el verdadero nombre del demonio y éste acudiría a la llamada.
La búsqueda de un lugar apropiado desde donde llamar al demonio le costó a Drizzt más de una hora y luego perdió varias horas más en preparar la zona. Su objetivo era obstaculizar todas las ventajas que Errtu pudiese tener, como el tamaño y su capacidad de volar, aunque con sinceridad esperaba que su encuentro no provocara un combate. La gente que conocía al drow lo consideraba osado, y a veces incluso temerario, pero sólo actuaba así si se enfrentaba con enemigos mortales que retrocedían ante la dolorosa punzada de sus cimitarras. Los demonios, y en especial uno del tamaño y poder de Errtu, eran una historia diferente. En muchas ocasiones, durante su juventud, Drizzt había sido testigo de la cólera de tales monstruos. Había visto cómo derrumbaban edificios enteros de piedra sólida con un golpe de sus garras, y también a guerreros humanos atacar al monstruo con golpes que hubieran tumbado a un ogro y descubrir, en el terror de su agonía, que sus armas eran inútiles ante aquel poderoso ser de las esferas inferiores.
Su propia gente sabía tratar mejor a este tipo de demonio y, en realidad, éstos acababan por respetarlos. A menudo los demonios se aliaban con los drow en términos de igualdad, o incluso llegaban a servirlos, porque recelaban de las poderosas armas y de la magia que poseían los drow. Sin embargo, eso ocurría en el mundo subterráneo, en el que las extrañas emanaciones de las formaciones únicas de piedra otorgaban propiedades misteriosas y mágicas a los metales utilizados por los herreros drow. Drizzt no había conservado ninguna de estas armas de su hogar, ya que su magia extraña no era efectiva bajo la luz del día y, aunque en un principio había intentado mantenerlas ocultas del sol, dejaron de ser eficaces al poco tiempo de haberse trasladado a la superficie. Dudaba que alguna de las armas que llevaba ahora pudiese herir lo más mínimo a Errtu y, aunque llegara a hacerlo, sabía que los demonios de este tipo no podían ser destruidos por completo lejos de sus esferas de origen. Si llegaban a enfrentarse, lo máximo que podía esperar Drizzt era hacer desaparecer a la criatura del mundo material durante un centenar de años.
No tenía la más mínima intención de luchar.
Y, no obstante, tenía que intentar algo contra el brujo que amenazaba las ciudades. Ahora, su objetivo era acumular el máximo de conocimientos que pudieran revelarle un punto débil en el brujo y pensaba utilizar el método del engaño y el disimulo, esperando que Errtu recordara suficientemente a los elfos oscuros para que su historia pareciera creíble, pero no tanto que descubriera el entramado de mentiras en el que se sostenía.
El lugar que había escogido para el encuentro era un pequeño y protegido valle a pocos metros de distancia del precipicio de la montaña. Parte de la zona estaba cubierta por un techo acabado en punta y formado por muros convergentes, pero la otra mitad estaba abierta al cielo, aunque todo el lugar estaba oculto tras unos altos muros que lo mantenían fuera de la vista de Cryshal-Tirith. Ahora estaba trabajando con la daga, esculpiendo símbolos en las paredes y techo, frente a los cuales se iba a sentar. La imagen mental que tenía de esos símbolos había ido desvaneciéndose con el tiempo y era consciente de que su diseño no era ni mucho menos perfecto, pero también se daba cuenta de que necesitaría cualquier tipo de protección que pudieran ofrecerle para el caso en que Errtu se volviera contra él.
Al acabar, se sentó con las piernas cruzadas en la zona cubierta, por detrás del área protegida, y extrajo la pequeña estatuilla que llevaba en la bolsa. Con Guenhwyvar podía poner a prueba la eficacia de las inscripciones.
El gran felino respondió al instante a las invocaciones y apareció en el otro extremo del valle, escudriñando con la vista en todas direcciones en busca de algún posible peligro que amenazara a su dueño, pero, al no ver nada, se volvió con ojos curiosos a Drizzt.
—Ven a mí —lo llamó el drow haciendo un gesto con la mano. El felino empezó a avanzar hacia él, pero, de pronto, se detuvo bruscamente, como si se hubiera encontrado con un muro. Drizzt soltó un suspiro de alivio al ver que las runas mantenían todavía una medida de fuerza. Aquello empujaría hasta el límite, y tal vez incluso más, el poder de las inscripciones.
Guenhwyvar sacudió la cabeza intentando averiguar qué la había detenido. Aunque la resistencia no había sido muy fuerte, las señales mezcladas de su dueño, que lo llamaba y al mismo tiempo le impedía avanzar, habían confundido a la pantera. Por un momento, consideró la posibilidad de bordear la débil barrera, pero, al ver que su dueño parecía contento con que se hubiera detenido, se sentó y permaneció a la espera.
Drizzt estaba muy ocupado estudiando la zona en busca del lugar óptimo en el que colocar a Guenhwyvar de tal modo que al salir sorprendiera al demonio. El lugar idóneo para esconderla parecía ser un profundo saliente situado en uno de los altos muros, justo por detrás del trozo que se convertía en tejado. Se apresuró a ocultar el felino allí y le dio instrucciones de no atacar hasta que le diera la señal. Luego, volvió a sentarse e intentó relajarse, preparándose mentalmente antes de llamar al demonio.
Al otro lado del valle, en la torre mágica, Errtu permanecía tumbado en un rincón oscuro de la estancia donde se encontraba el harén de Kessell, manteniendo una estrecha vigilancia del brujo, quien se entretenía en jugar con sus mujeres sin mente. Una llamarada de odio brillaba en las pupilas de Errtu al observar al alocado Kessell. Aquella tarde el brujo había estado a punto de arruinarlo todo con su muestra de poder, y su negativa a destruir las torres vacías que dejaba a sus espaldas había mermado todavía más el poder de Crenshinibon.
Errtu había sonreído satisfecho cuando Kessell había regresado a Cryshal-Tirith para confirmar, a través de los espejos de espionaje, que las otras dos torres se habían roto en pedazos. Con anterioridad, Errtu ya había advertido a Kessell contra la construcción de una tercera torre, pero el frágil ego del brujo se hacía cada vez más tozudo a medida que pasaban los días y consideraba los consejos del demonio, o incluso de Crenshinibon, como un truco para quitarle el poder absoluto.
Así que Errtu reaccionó al instante, e incluso se sintió aliviado, cuando la llamada de Drizzt llegó cruzando el valle. Aunque en un principio rechazó la posibilidad de que lo estuvieran invocando, al oír que alguien lo llamaba por su propio nombre sintió que un escalofrío involuntario le recorría la espina dorsal. Más intrigado que enojado porque algún humano impertinente tuviera la osadía de llamarlo por su nombre, Errtu se alejó del confuso brujo y salió de Cryshal-Tirith.
De pronto, volvió a oír la llamada, que parecía romper la armonía de la eterna canción del viento como una ola cubierta de espuma en un estanque tranquilo.
Errtu extendió sus amplias alas y sobrevoló la llanura, apresurándose a responder a la llamada. Los goblins, aterrorizados, huyeron de las sombras que proyectaba el demonio, ya que, incluso bajo el pálido resplandor de la luna creciente, la criatura del Abismo dejaba una ola de oscuridad que competía con la noche.
Drizzt respiró hondo para relajarse. Presentía la inminente llegada del demonio, que en aquel momento se alejaba del paso de Bremen y empezaba a ascender por las laderas de la cumbre de Kelvin. Guenhwyvar alzó la cabeza y gruñó, al notar la cercanía del monstruo diabólico. El felino se arrimó contra la pared y permaneció tumbado e inmóvil, a la espera de que su dueño le hiciese una señal y confiando en que su habilidad para actuar con sigilo pudieran protegerlo contra la gran sensibilidad del demonio.
Las alas de piel de Errtu se plegaron cuando aterrizó en el saliente. Al instante localizó de dónde provenía la llamada y, aunque tuvo que encoger los hombros para pasar por la estrecha entrada del valle, se abalanzó hacia abajo, dispuesto primero a satisfacer su curiosidad y luego a matar a aquel loco blasfemo que osaba invocar su nombre en voz alta.
Drizzt puso todo su empeño en mantener el control de la situación, cuando el enorme demonio se introdujo en el valle y llenó con su volumen la diminuta zona que quedaba fuera del refugio, obstruyendo la luz de las estrellas, que quedaba a sus espaldas. El drow se dio cuenta de que le había tapado la salida y que no tenía ningún lugar por donde huir.
El demonio se detuvo de pronto y observó a su alrededor con curiosidad. Habían pasado siglos desde que Errtu viera a un drow y, en verdad, nunca había pensado encontrarse a uno en la superficie, en las llanuras heladas del norte.
Drizzt consiguió que le saliera la voz.
—Saludos, dueño del caos —exclamó con calma y respeto—. Soy Drizzt Do’Urden, de la casa de Daermon N’a’shezbaernon, novena familia al trono de Menzoberranzan. Bienvenido a mi humilde morada.
—Estás muy lejos de tu hogar, drow —respondió el demonio con evidente recelo.
—Al igual que tú, gran demonio del Abismo —replicó con frialdad Drizzt—. Y, si no me equivoco, ambos hemos venido a este rincón del mundo con similares propósitos.
—Yo sé por qué estoy aquí —fue la respuesta de Errtu—. Pero los asuntos de los drow nunca han sido de mi incumbencia… ni me importan.
Drizzt irguió la espalda y chasqueó la lengua para fingir una seguridad que no tenía. Sentía un nudo en el estómago y el sudor frío estaba a punto de deslizarse por su frente, pero volvió a chasquear la lengua y luchó contra el miedo, ya que era consciente de que, si el demonio percibía ese miedo, su credibilidad se vería mermada.
—¡Ah! Pero esta vez, por primera vez en muchos años, puede ser que los caminos de nuestros asuntos se crucen, gran proveedor de destrucción. Mi gente siente una gran curiosidad, por no decir interés, por el brujo al que al parecer sirves.
Errtu se encogió de hombros y una primera llamarada de peligroso odio apareció en sus ojos rojizos.
—¿Que sirvo? —repitió con incredulidad y con voz quebrada, como si estuviera al límite de una rabia incontrolada.
Drizzt se apresuró a rectificar.
—Al parecer, guardián de caóticas intenciones, el brujo tiene algún tipo de poder sobre ti, aunque estoy seguro de que trabajas junto a Akar Kessell.
—¡No sirvo a ningún humano! —gruñó Errtu, haciendo temblar los cimientos de la cueva con un enfático puntapié en el suelo.
Drizzt se preguntó si la pelea que no podía esperar ganar estaba a punto de empezar y, durante un instante, consideró la posibilidad de llamar a Guenhwyvar para, al menos, poder resistir los primeros golpes.
Sin embargo, el demonio pareció calmarse de nuevo. Convencido de haber adivinado a medias el motivo de la inesperada presencia del drow, Errtu miró con ojos inquisitivos a Drizzt.
—¿Servir al brujo? —se echó a reír—. ¡Akar Kessell es un ser insignificante incluso para el nivel de los humanos! Pero sabes bien, drow, y no te atrevas a negarlo, que tú estás aquí, al igual que yo, por Crenshinibon, y que Kessell puede irse al infierno.
La confusa mirada que le dirigió Drizzt era tan genuina que por un momento despistó a Errtu. El demonio todavía creía haber dado en el clavo, pero no podía comprender por qué el drow no comprendía el nombre.
—Crenshinibon —le explicó, haciendo un gesto con la garra en dirección al sur—. Un antiguo baluarte de indescriptible poder.
—¿La torre? —inquirió Drizzt.
La incertidumbre de Errtu emergió en forma de rabia explosiva.
—¡No juegues a hacerte el ignorante conmigo! —aulló el demonio—. Los drow conocen a la perfección el poder del artefacto de Akar Kessell o de otro modo no habrían salido a la superficie en su busca.
—Bien, has dado en el clavo —reconoció Drizzt—. Sin embargo, tenía que asegurarme de que la torre de la llanura era en realidad el antiguo artefacto que estoy buscando. Mis dueños no muestran merced ninguna contra los espías descuidados.
Errtu sonrió con perversidad al recordar las terribles cámaras de tortura de Menzoberranzan. ¡Los años que había pasado junto a los elfos oscuros había disfrutado sobremanera!
Drizzt se apresuró a desviar la conversación para intentar descubrir algún punto débil en Kessell o en su torre.
—Hay algo que me confunde, respetable espectro de demonio —empezó, teniendo buen cuidado de continuar con la lista de cumplidos—. ¿Con qué derecho posee el brujo a Crenshinibon?
—Con ninguno en absoluto —replicó Errtu—. ¿Brujo? ¡Bah! En comparación con tu propia gente, no es más que un aprendiz. La lengua se le traba cada vez que intenta pronunciar el más simple de los hechizos. Sin embargo, el destino a veces juega en contra nuestro. ¡Y parece divertirse con ese juego! Pero dejemos que Akar Kessell disfrute con su breve momento de triunfo. ¡Los humanos no tienen una vida demasiado larga!
Drizzt sabía que estaba siguiendo una línea peligrosa de preguntas, pero aceptaba el riesgo. Incluso con un demonio mayor a pocos metros de distancia, Drizzt suponía que sus posibilidades de sobrevivir eran en este momento mayores que las de sus amigos de Bryn Shander.
—Aun así, mis dueños están preocupados de que la torre quede dañada en la próxima batalla con los humanos —mintió.
Errtu se detuvo un momento a reflexionar. La aparición de los elfos oscuros complicaba el simple plan del demonio de quitarle Crenshinibon a Kessell. Si los poderosos drow de la enorme ciudad de Menzoberranzan iban detrás de la reliquia, el demonio era consciente de que la encontrarían. La mera presencia de aquel drow cambiaba la percepción del demonio respecto a su relación con Crenshinibon. ¡Cuánto hubiera deseado poder destruir simplemente a Kessell y huir con la reliquia antes de que se introdujeran en el asunto los elfos oscuros!
Pero Errtu nunca había considerado a los drow como enemigos y, en cambio, su desprecio por el infeliz brujo era cada vez mayor. Tal vez una alianza con los elfos oscuros proporcionara beneficios a ambas partes.
—Dime, campeón sin par de la oscuridad —lo urgió Drizzt—, ¿está en peligro Crenshinibon?
—¡Bah! —se burló Errtu—. Incluso la torre, que no es más que un reflejo de Crenshinibon, es impenetrable. ¡Absorbe todos los ataques que dirigen a sus muros de espejo y los refleja de nuevo a su punto de origen! Únicamente el cristal de fuerza latente, el verdadero corazón de Cryshal-Tirith, es vulnerable, y está oculto y a salvo.
—¿En el interior?
—Por supuesto.
—Pero, si alguien consiguiera introducirse en la torre —razonó Drizzt—, ¿cuán protegido estaría entonces el corazón?
—Una tarea imposible —replicó el demonio—, a menos que los pescadores de Diez Ciudades tengan algún espíritu a su servicio. O tal vez un gran sacerdote, un archimago, consiguiera tramar un hechizo para descubrirlo. Con toda probabilidad, tus dueños saben que la puerta de Cryshal-Tirith es invisible e indetectable para cualquier ser de la esfera en la que repose la torre. ¡Ninguna criatura de este mundo material, incluida tu raza, podría encontrar la entrada!
—Pero… —prosiguió Drizzt con impaciencia.
Pero Errtu lo interrumpió.
—Incluso si alguien pudiera introducirse en la estructura —gruñó, impaciente por aquel río de suposiciones imposibles—, tendría que enfrentarse conmigo. Además, el límite del poder de Kessell en el interior de la torre es considerable, ya que el brujo se ha convertido en una extensión del propio Crenshinibon, una salida viviente de la increíble fuerza de la Piedra de Cristal. El corazón yace más allá del punto central de la interacción de Kessell con la torre, y en el extremo… —El demonio se detuvo, súbitamente receloso de las preguntas de Drizzt. Si los drow, poseedores de gran sabiduría, iban en verdad tras Crenshinibon, ¿por qué no conocían su poder y sus debilidades?
Errtu comprendió entonces el error que había cometido y volvió a examinar a Drizzt, pero esta vez desde una perspectiva diferente. Cuando se había encontrado con el drow por primera vez, se había quedado sorprendido por la mera presencia de un elfo oscuro en aquella región, había estudiado con atención los atributos físicos del propio drow para determinar si sus características de tal eran una ilusión, un inteligente aunque simple truco de alteración de las formas realizado por un mago incluso de poca categoría.
Sin embargo, tras convencerse de que se hallaba ante un verdadero drow y no ante una ilusión, había aceptado la credibilidad de la historia de Drizzt por considerarla propia del estilo de los elfos oscuros.
Ahora el demonio se dispuso a examinar los restantes indicios, más allá de la piel oscura de Drizzt, y observó los objetos que llevaba consigo al igual que la zona que había elegido para el encuentro. Nada de lo que Drizzt llevaba encima, ni siquiera las armas que destacaban en sus caderas, parecía tener aquellas propiedades mágicas tan propias del mundo subterráneo. Gracias a lo que había podido aprender de los elfos oscuros durante los años que había permanecido a su servicio en Menzoberranzan, podía asegurar que la presencia de aquel drow no parecía en absoluto peligrosa.
Pero las criaturas del caos consiguen sobrevivir gracias a que no confían nunca en nada ni en nadie.
Así que Errtu prosiguió con su examen en busca de una prueba que demostrara la autenticidad de Drizzt. El único objeto que había podido detectar que reflejaba el pasado de Drizzt era una fina cadena de plata que llevaba colgada del cuello, una pieza de joyería muy habitual entre los elfos oscuros para sostener una diminuta bolsa con sus riquezas. Tras concentrarse en eso, Errtu descubrió una segunda cadena, más delgada que la primera, que parecía enredada con la otra, y siguió con la vista el pliegue casi imperceptible que la larga cadena dibujaba en las ropas del drow.
Se dio cuenta de que era algo poco corriente y tal vez podría revelarle alguna cosa interesante. Errtu señaló la cadena y, tras pronunciar una orden, alzó uno de sus dedos extendidos.
Drizzt se puso en tensión al notar que el emblema empezaba a moverse por debajo de su chaleco de cuero. Sintió que empezaba a subir hasta llegar al cuello y después vio cómo caía por encima de la ropa.
La sonrisa demoníaca de Errtu se ensanchó mientras examinaba la pieza con ojos inquisitivos.
—Una elección poco habitual en un drow —chilló con sarcasmo—. Hubiera esperado el símbolo de Llolth, la princesa demoníaca de vuestra gente. ¡Pobre princesa, se sentirá defraudada!
Un látigo de muchas correas apareció como por arte de magia en una de las garras del demonio, y Drizzt vio que con la otra sostenía una espada dentada y cruelmente mellada.
En un principio, Drizzt se concentró al máximo en busca de una mentira creíble que pudiera sacarlo de ese embrollo, pero, luego, sacudió la cabeza con aire resuelto y dejó a un lado las mentiras. No pensaba deshonrar a su divinidad.
En el extremo de la cadena de plata llevaba colgado un regalo que le había hecho Regis, una figura tallada que había realizado el halfling con el hueso de una de las pocas truchas que había conseguido pescar. Drizzt se había emocionado cuando Regis se la regaló y consideraba que era uno de sus trabajos más perfectos. La figura daba vueltas en el extremo de la cadena y sus gamas de sombras le otorgaban la profundidad de una verdadera obra de arte.
Representaba la cabeza de un unicornio blanco, el símbolo de la diosa Mielikki.
—¿Quién eres, drow? —inquirió Errtu. El demonio ya había decidido que tendría que matar a Drizzt, pero se sentía intrigado por un encuentro tan inusual. ¿Un elfo oscuro que seguía a la Dama del Bosque y que, además, vivía en la superficie terrestre? Errtu había conocido a muchos drow con el paso de los siglos, pero nunca había oído hablar de ninguno que abandonara las artes malévolas de los suyos. Los consideraba asesinos de sangre fría que incluso le habían enseñado un truco o dos con respecto a los métodos de tortura más atroces.
—Es cierto que soy Drizzt Do’Urden —replicó con el semblante serio—. El que abandonó la casa de Daermon N’a’shezbaernon. —El miedo había desaparecido por completo desde el momento en que aceptó que no le quedaba otra alternativa que enfrentarse al demonio, y ahora razonaba con la calma propia de un luchador nato, preparado para aprovechar cualquier ventaja que pudiese favorecerlo—. Un guardabosques humilde servidor de Gwaeron Tormenta de Viento, héroe de la diosa Mielikki. —Hizo una ligera reverencia como correspondía a una correcta presentación.
Pero, al incorporarse, había desenfundado ya sus cimitarras.
—Tengo que derrotarte, servidor de la infamia —declaró—, y enviarte de regreso a las nubes eternas del mundo inferior, el Abismo. No hay lugar para ti en el mundo alumbrado por el sol.
—Estás confundido, elfo —replicó el demonio—. ¡Has abandonado el camino de tus antepasados y ahora alardeas de poder derrotarme! —Enormes llamaradas empezaron a surgir de las rocas que rodeaban a Errtu—. Te hubiera matado con dignidad, con un golpe directo, en honor a los de tu raza, pero tu orgullo me enfurece. ¡Te enseñaré a desear la muerte! ¡Ven, siente el poder de mi fuego!
Drizzt estaba ya en el límite de sus fuerzas por el calor que desprendía el fuego de Errtu, y el brillo de las llamas hería sus sensibles ojos de tal modo que el cuerpo del demonio no era más que una confusa sombra. Percibió que la oscuridad se extendía por el lado derecho del demonio y supo que Errtu había alzado su terrible espada. Se dispuso a defenderse, pero de pronto el demonio se echó a un lado y gruñó, asombrado y enfurecido.
Guenhwyvar se había abalanzado con firmeza sobre el brazo extendido.
El enorme demonio mantuvo a la pantera a la prudente distancia que le ofrecía el brazo estirado, intentando atrapar al felino entre su antebrazo y la pared de roca para que las garras y la mandíbula del animal no alcanzaran ningún punto vital. Guenhwyvar empezó a roer y morder el musculoso brazo y desgarró un pedazo de carne y músculo del demonio.
Errtu esbozó una mueca de dolor ante el ataque y decidió ocuparse del felino más tarde. Su mayor preocupación era ahora el drow, ya que el demonio respetaba el potencial poder de cualquiera de los elfos oscuros pues había visto caer a muchos enemigos ante los incontables trucos de los drow.
El látigo de varias cuerdas golpeó con fuerza en las piernas de Drizzt, con demasiada rapidez para que éste pudiese apartarse, enceguecido como estaba por el brillo que despedían las llamas. Errtu sostuvo con firmeza el mango mientras las cuerdas se enredaban en las ágiles piernas y rodillas del drow, y le fue fácil hacerlo caer de espaldas de un tirón.
Drizzt sintió un dolor punzante en las extremidades y se quedó durante un instante sin aliento tras caer sobre la dura piedra. Sabía que tenía que actuar sin la menor dilación, pero el brillo del fuego y el súbito golpe de Errtu lo habían dejado desorientado. Sintió que lo arrastraban por la piedra y percibió que la intensidad del calor aumentaba. Consiguió alzar la cabeza justo a tiempo para ver cómo uno de sus pies atados entraba en el círculo de fuego del demonio.
«Éste es el fin», pensó lisa y llanamente.
Pero la pierna no llegó a arder.
Ansioso por escuchar los gritos de agonía de su desvalida víctima, Errtu tiró con más fuerza del látigo y arrastró a Drizzt por completo bajo las llamas, pero, aunque estaba por completo rodeado de fuego, el drow apenas sentía el calor de las llamas.
Y, luego, con un último chisporroteo de protesta, las cálidas llamas acabaron por desaparecer.
Ninguno de los dos adversarios comprendió lo que había ocurrido y ambos pensaron que era obra del contrario.
Errtu volvió a atacar a toda prisa y, tras colocar un pie sobre el pecho de Drizzt, empezó a estrujarlo contra la piedra. El drow contraatacó a la desesperada con un arma, pero ésta no tuvo efecto ninguno sobre el monstruo de otro mundo.
Entonces Drizzt extrajo la otra cimitarra, la que había hallado entre el botín del dragón.
Silbando como agua en una hoguera, la hoja se introdujo en la articulación de la rodilla de Errtu. El mango del arma se calentó al entrar en contacto con la piel ardiente del demonio y por poco quema la mano de Drizzt, pero, de pronto, se convirtió en hielo puro, como si intentara combatir el calor interno de Errtu con una gélida fuerza propia. En ese momento Drizzt comprendió qué había extinguido el fuego.
El demonio se quedó boquiabierto y horrorizado, antes de empezar a gritar de dolor. ¡Nunca había sentido nada parecido! Se echó hacia atrás y empezó a sacudirse frenéticamente, intentando escapar al terrible mordisco del arma y arrastrando con él a Drizzt, que todavía no había conseguido librarse del látigo. Aquel súbito ataque de violencia pilló por sorpresa a Guenhwyvar, que salió volando del brazo del monstruo para acabar chocando con la pared de piedra.
Drizzt observaba la herida con incredulidad a medida que el demonio se echaba hacia atrás. ¡Del agujero que había dejado en la rodilla de Errtu salía vapor y los extremos de la herida estaban congelados!
Pero Drizzt también había quedado muy debilitado por su ataque. La cimitarra parecía haberse alimentado con la fuerza vital de su portador para arrojar a Drizzt a la batalla con el feroz monstruo.
Ahora, el drow se sentía como si ya no le quedaran fuerzas ni para sostenerse en pie. Aun así, sintió cómo se abalanzaba hacia adelante, con la cimitarra extendida, impelido por el hambre de lucha del arma.
La entrada del valle era demasiado estrecha y Errtu no podía ni esquivar el ataque ni huir.
La cimitarra se clavó en el vientre del demonio.
La oleada explosiva que provocó la entrada del arma en el centro vital de fuerza de Errtu acabó por completo con la resistencia de Drizzt, y lo lanzó hacia atrás. Fue a golpear contra la pared de piedra y sintió que la cabeza le daba vueltas, pero consiguió mantenerse lo suficientemente alerta para presenciar la batalla titánica que todavía se libraba.
Errtu llegó hasta el saliente de piedra. El demonio se tambaleaba y, aunque intentaba batir las alas, no conseguía ni siquiera alzarlas. La cimitarra había adquirido un tono blanco de poder y continuaba su lucha. El demonio no era capaz de agarrarla y sacarla de su cuerpo, a pesar de que la hoja clavada estaba ganando con toda probabilidad el conflicto, mientras cumplía la misión para la que había sido forjada y extinguía con su magia el fuego.
Errtu comprendió que había actuado de forma descuidada al confiar en su habilidad para matar a cualquier mortal en un simple combate, pero la verdad era que el demonio no había considerado siquiera la posibilidad de tener que enfrentarse a un arma tan poderosa. ¡Nunca había oído hablar de un arma tan punzante!
El vapor fluía a través de las entrañas expuestas de Errtu y envolvía a los dos adversarios.
—¡Así que has conseguido desterrarme, drow! —le espetó.
Drizzt observaba aturdido y sorprendido cómo se intensificaba el brillo blanco e iba desapareciendo la sombra negra.
—¡Un centenar de años, drow! —aulló Errtu—. ¡No demasiado tiempo para ti ni para mí! —El vapor se fue espesando a medida que la sombra parecía fundirse en él.
—¡Un siglo, Drizzt Do’Urden! —desde algún lugar lejano llegó el grito distante de Errtu—. ¡Mira entonces por encima de tu hombro! ¡Errtu no estará lejos!
El vapor se alzó en el aire y desapareció.
El último sonido que llegó a oídos de Drizzt fue el ruido metálico de la cimitarra al caer sobre el suelo de piedra.