Capítulo 25

—Algunas de mis habilidades son bastante inusuales, señor.

Eso no le decía nada. Sus habilidades ocultas bien podían incluir cierto grado de clarividencia, que no deseaba que supieran sus competidores, o un centenar de cosas distintas.

—Siempre supe que eras una mujer interesante, pero nunca imaginé que eras así de perfecta.

En la aterciopelada noche de la PsiNet, Sascha sintió que un escalofrío la recorría.

«Perfecta.» ¿Para qué propósito era perfecta?

—Un gran cumplido.

No podía moverse. Los poderes de Enrique estaban por todas partes… la había rodeado con tanto sigilo como un leopardo en plena cacería.

—Pensé que eras como yo —dijo con un tono que pasó de ser educado a burlón—. Pero eres totalmente distinta.

De no haber tenido intenciones de desconectarse de la red, le habría entrado el pánico al ver el modo en que él había desplegado sus escudos para cercar su estrella. Porque aquello era una trampa. Nikita le había enseñado aquella variante hacía mucho tiempo. A veces compensaba tener una madre cuyo poder radicaba en el asesinato y el veneno.

Enrique creía que estaba manteniendo una conversación telepática. Una vez tuviera rodeada su estrella la atraería hasta la PsiNet, y en cuanto emergiera, encerraría dentro de un escudo la parte de su ser que ella enviara para reunirse con él. Un psi era vulnerable durante los primeros milisegundos después de manifestarse en el plano psíquico, el tiempo que se tardaba en alzar los cortafuegos móviles. Casi nadie poseía el poder necesario para tender una trampa en un lapso tan infinitesimal.

Sin embargo, Enrique no era un psi corriente; con seguridad podría hacerlo. Si lo conseguía, escindiría la parte errante del resto de su psique. Una captura fructuosa era una de las maneras más brutales de paralizar el cuerpo físico de un psi. Si la parálisis se mantenía durante demasiado tiempo, la conexión subyacente entre el ser y la mente se rompía, y las dos partes de la psique eran incapaces de sobrevivir a la separación.

El resultado era la muerte y la absorción de esa parte errante de la conciencia de la víctima en la inmensidad de la PsiNet. Había quien sostenía la teoría de que era así como se había originado la MentalNet, con las mentes perdidas de los psi que habían sido víctimas de emboscadas o se habían perdido por otros motivos en los negros cielos de la red.

—No estoy segura de a qué se refiere, señor.

—Creo que ha llegado el momento de discutirlo, Sascha. —Enrique estaba en todas partes. Frío y enfocado como el mejor de los láseres.

—Estoy en una reunión.

—Cancélala. —Las paredes habían comenzado a estrecharse.

—Mi madre me ha dado instrucciones para que cierre este trato.

Aquello era malo, muy malo. Lo que no acertaba a comprender era por qué Enrique iba a por ella.

No había nada perceptiblemente anómalo en los patrones que estaba dejando que se filtraran. Las señales eran muy débiles y procedían de una parte profunda de la conciencia de un cambiante a la que normalmente un psi no tenía acceso, no sin destrozar la mente para entrar. Solo un psi que hubiera hecho eso entendería lo que estaba viendo.

—Estoy harto de esperar a que encuentres el tiempo. A menos que quieras que te lleve ante el Consejo, quiero verte. Ahora.

—¿En qué se basará para llevarme ante el Consejo? —Imprimió a su tono mental toda la seguridad de alguien que ha nacido cardinal, alguien cuya madre era una consejera.

—No eres pura, Sascha. Piensas como ellos. — Su acusación destilaba una confianza suprema —. Como los animales con quienes tan bien trabajas.

Pillada completamente por sorpresa, estuvo a punto de delatarse. No sabía que Enrique hubiera tenido algún contacto con los cambiantes. ¿Cómo era capaz de reconocer dicha influencia en su firma mental?

—Estoy segura de que se equivoca.

—He estado dentro de sus mentes. Sé exactamente cómo son.

La trampa mental de Enrique era prácticamente sólida. No había forma de que hubiera podido salir en caso de que hubiese planeado hacerlo. Enrique era más fuerte de lo que había imaginado, posiblemente el cardinal más fuerte de la red.

—¿Cómo?

La confusión y la desesperación le estaban pasando factura. La cólera, la furia y los celos eran el germen del asesinato. Enrique no sentía nada, así pues ¿cómo podía ser el poseedor de la violencia que tantas vidas había arrebatado?

—Al Consejo le gusta conocer al enemigo. Hemos estado utilizando voluntarios para estudiar sus patrones mentales.

Enrique presionó la grieta en su mente como quien mete el dedo en una llaga… y aquello dolía.

—Señor, ¿qué está haciendo?

—No me gusta esperar, Sascha.

Pero sí le gustaba hablar, pensó ella.

—Estoy concluyendo la reunión. Si me marcho de repente perderé todo lo que hemos logrado hasta la fecha. No tenía conocimiento de que el Consejo estaba llevando a cabo dicha investigación.

—Llámalo interés personal. Sus mujeres son los mejores sujetos de estudio… hay algo perfecto en ellas.

«Nunca imaginé que fueras así de perfecta.»

—Son débiles —dijo Sascha, provocándole para que continuase—. Tienen sentimientos. Solo los psi somos perfectos.

La energía de Enrique era un torbellino frío y amenazador a su alrededor cuando comenzó a retroceder poco a poco hacia la entrada oculta a su mente. Tenía que entrar antes de desconectarse de la PsiNet. Si Enrique lograba penetrar en sus defensas destruiría a Lucas junto con ella. No, pensó furiosa. Su compañero no moriría.

El susurro del bosque se abrió paso en su mente. La pantera escondida en lo más recóndito de Sascha estaba complacida con las reflexiones de su compañera, pero su atención estaba centrada en Enrique, en la amenaza que representaba para ella. El animal sacó las garras y Sascha sintió que las yemas de los dedos le hormigueaban.

—Los psi tenemos que suprimir las emociones para sobrevivir, pero los cambiantes crecen sin quebrarse bajo la presión. Yo diría que eso los convierte en la especie más fuerte. —Hizo una pausa y Sascha detuvo su sigiloso avance—. ¿Te queda mucho?

—No, señor. —Impregnó su voz con un leve deje de miedo y dejó que él lo percibiera.

Las paredes mentales de Enrique adquirieron el color azul del más profundo hielo oceánico. Era aterradoramente hermoso.

—Sascha, Sascha —susurró—, eres realmente extraordinaria.

Ella no respondió, concentrándose por entero en retroceder hacia su mente. Los comentarios de Enrique tan pronto convencían a Sascha de que él era el asesino como la dejaban confusa de nuevo al momento siguiente. ¿Cómo podía ser el asesino? ¿Cómo? Aquellas mujeres habían sido destrozadas, aniquiladas desde el interior de la mente. Enrique era un hombre que no sentía ninguna emoción negativa. Ni rabia ni odio.

¿Iba a por ella simplemente porque era imperfecta? ¿Había espantado al auténtico asesino, a aquel que había infectado la red con sus rastros de violencia? La decepción formó un nudo en su estómago. No podía fracasar, no podía dejar que la sed de venganza arrastrara a los DarkRiver y a los SnowDancer a la guerra. Ahora eran su gente.

—Eres aún más perfecta que las mujeres cambiantes.

—¿Quiénes son esas mujeres de las que habla? —preguntó casi en la entrada—. También a mí me gustaría conversar con ellas. Los leopardos no me cuentan nada.

—Me temo que los experimentos fueron un poco complejos. No les gusta dejar entrar a los psi en sus mentes. Tuve que hacerles daño para obtener un entendimiento exhaustivo.

El horror hizo que se detuviera en seco.

—¿Las mató?

Lucas arremetió contra las paredes de su mente deseando lanzarse al cuello de Enrique.

—Los animales de laboratorio a menudo mueren.

Si hubiera estado dentro de su cuerpo físico, habría vomitado. Estaba claro que Enrique disfrutaba contándoselo todo a ella —su único público— porque creía que la tenía atrapada. La estaba aferrando como si fuera una tenaza gigante.

—Noto una presión en mi mente. —Empezaba a sentirla, pero no era peligrosa; todavía no.

—Se me está agotando la paciencia. O hablas conmigo o te ejecuto. Supongo que el Consejo me apoyaría unánimemente por ocuparme de un psi defectuoso.

Fue la palabra «defectuoso» lo que hizo que se pusiera de nuevo en movimiento. Ella no estaba defectuosa y los cambiantes no eran animales de laboratorio. Eran los seres más hermosos, más vivos y más apasionados que jamás había conocido. Pero antes de escapar tenía que cerciorarse de que era el asesino, la maldad, que buscaba.

—¿Por qué setenta y nueve? —preguntó con un hilo de voz.

—Mil novecientos setenta y nueve, Sascha. 1979. Es mi modesta manera de rendir un homenaje a lo que considero como el verdadero nacimiento de nuestra raza. —Hizo una pausa—. ¿Cómo sabías tú eso? —Las aplastantes paredes de su mente se detuvieron.

Sascha aprovechó el momento para atravesar la puerta oculta y cerrarla a su espalda.

Algo se estrelló contra ella un segundo después: la mente de Enrique tratando de introducirse por la fuerza en la de ella, tratando de destruirla. Aparecieron unas grietas en los escudos ya fragmentados que rodeaban la entrada.

—Muy lista, Sascha —dijo—. ¿Cuánto tiempo llevabas escondiéndote aquí?

Sascha guardó silencio mientras intentaba hacer los arreglos necesarios en la puerta para poder penetrar en la segunda capa de sus escudos. Sus sentidos no captaban ni rastro de la enraizada cólera que había esperado percibir en el asesino ni siquiera teniéndole así de cerca. Enrique no sentía. Y aun así mataba.

«¡Sois una raza de psicópatas!»

La acusación de Dorian se abrió paso desde algún rincón olvidado de su memoria.

«¡Sin conciencia, sin corazón, sin sentimientos! ¿De qué otro modo defines tú a un psicópata?»

El impacto que le causó comprender el verdadero horror del Silencio hizo que sus paredes internas se estremecieran. Pero no había tiempo para pensar. A Enrique le faltaba poco para abrirse paso. Tras colocar un bloqueo temporal en la puerta de su mente, Sascha atravesó la segunda capa de sus escudos justo cuando el que estaba situado en los escudos externos se hacía trizas.

Él estaba dentro de su mente.

Su poder la alcanzó infundiendo un dolor desgarrador en cada sinapsis.

Sacudiéndose, invirtió las energías que le quedaban en escudos internos y se adentró aún más hasta que se encontró tras la tercera capa. Enrique no podía entrar allí tan fácilmente. Eran los muros naturales de la mente… los muros que él había destrozado en las mujeres cambiantes que se había llevado. No tenía la menor duda de que también la destrozaría a ella si le daba el tiempo suficiente.

Impulsada por la adrenalina, encontró su lazo mental con la PsiNet. Ni siquiera la trampa de Enrique podía cortar esa conexión. Era demasiado profunda, demasiado instintiva. Tocó el lazo conector por última vez y susurró:

—Adiós.

Enrique la atacó con otra dolorosa onda expansiva y en ese preciso instante Sascha cortó el enlace. Todo se detuvo para ella. Su mente quedó en silencio. Sola. No había estrellas en la oscuridad, nada salvo el vacío.

La muerte le tendió los brazos.

Sascha despertó gritando en brazos de Lucas. Un dolor desgarrador presionaba los nervios de todo su cuerpo y podía sentir cómo su mente trataba desesperadamente de establecer de nuevo la conexión. Obligándose a pensar a pesar de la abrasadora tortura que la atravesaba, cauterizó la herida y puso freno a sus intentos instintivos.

Dolía como un disparo a quemarropa en la cara.

La agonía era incesante. Tenía la sensación de que le estaban arrancando la piel a tiras y su mente gritaba y gritaba, resollando por obtener la retroalimentación que necesitaba para sobrevivir. Hundió las uñas en el pecho de Lucas, incapaz de respirar.

La embargó una sensación de claustrofobia y la oscuridad presionaba con más fuerza que los intentos de Enrique por aplastar su mente. Iba a asfixiarse hasta morir. Sola.

Estaba muy sola.

Sola. Oscuridad. Negrura. Frío.

Lucas estaba aterrado por lo que veía en los ojos de Sascha. Todas las estrellas habían desaparecido en un instante cuando abrió los párpados y ahora había una negrura tan honda en aquellas profundidades que Lucas creyó que podía ver la eternidad.

—¡Sascha! —la zarandeó ignorando a todos los que habían entrado corriendo en la habitación al escuchar sus gritos. No reparó en que sabía el nombre del asesino, en que podía emprender la búsqueda de venganza. Solo ella importaba—. ¡Sascha! —ella no respondió. Era como si no pudiera verle.

Lucas no era psi, no podía meterse en su mente, pero podía amarrarla a este mundo de otro modo. Asiéndole la nuca con una mano, la acercó a él y la besó.

Enérgicamente y sin piedad. Fue un beso brutal, salvaje y posesivo, en el que imprimió todas las emociones que ella le inspiraba. Lo volcó todo en su boca, pidiéndole que regresara con la fuerza de aquel contacto. Sascha dejó de clavarle las uñas, pero continuó aferrada a él, rodeándole con brazos y piernas como si deseara meterse dentro de su alma.

«Sola. Muy sola.»

Lucas tuvo la impresión de escuchar aquellas palabras en su cabeza. ¿Se había enlazado a él? ¿Había cumplido su promesa? ¿Era esa la razón de que pudiera sentir la aplastante oscuridad que la oprimía? La hizo retroceder con calor, pasión y emociones, apretando el cuerpo de Sascha contra el suyo.

Cuando puso fin al beso para que ella pudiera respirar, Sascha gimoteó:

—No, no, no.

Lucas presionó de nuevo los labios contra los de ella. La oscuridad ya no era tan densa, pero no desaparecía. ¿Por qué no? Sascha estaba conectada a él. No estaba sola.

Ya no. Nunca más.

Cuando terminó nuevamente el beso, Sascha inspiró profundamente.

—Es el consejero Santano Enrique —le dijo—. No siente nada. No sabe nada de vosotros. Simplemente cree que soy imperfecta. —Sus palabras salieron atropelladamente… como si estuviera soltándolo todo antes de que se perdiera para siempre.

Lucas miró a Hawke, que había sido el primero en entrar en la estancia.

—Idos, Dorian, Vaughn.

La mirada de Lucas se cruzó con la del jaguar, que asintió de forma apenas perceptiva. Comprendía cuál era su labor: proteger a Dorian de su propia cólera. Él no podía acompañarlos, no cuando su compañera se iba debilitando a un ritmo alarmante entre sus brazos.

Hawke desvió la mirada hacia Sascha, que comenzaba a respirar agitadamente, como si estuviera exhalando su último aliento.

—¿Qué le pasa? —preguntó el alfa de los SnowDancer al tiempo que estiraba el brazo para impedir que los dos hermanos de Brenna abandonaran la habitación y fueran en busca de su presa. El que los dos se detuvieran a pesar de que sus ojos fueran ahora los de un lobo daba testimonio de su poder.

—Se muere. —Tamsyn se abrió paso entre los hombres para acariciar la mejilla de Sascha.

Sascha sufrió una convulsión.

—Enrique vive en… en… —Los dientes comenzaron a castañetearle.

—Tenemos la dirección. —El rostro de Hawke era la viva estampa de la furia más glacial—. Yo me ocuparé de él —le dijo a Lucas.

Era el momento de confiar en el lobo.

—Concluye con el plan. —Lo habían urdido entre ellos a primera hora de la mañana y estaba pensado para mantener a Sascha a salvo… para siempre—. Vete.

Lucas estaba confiándole a Hawke la vida de su compañera. El plan requería que él se asegurase de llevar a término esa parte de su estrategia, pero por nada del mundo iba a dejar a Sascha.

—Tu psi también nos pertenece a nosotros. No le fallaremos. —Hawke se puso en marcha y los cuatro lobos de la estancia, junto con Dorian y Vaughn, salieron tras él.

Tamsyn tapó el cuerpo tembloroso de Sascha con una colcha.

—No lo entiendo. Tu mente debería alimentar la de ella.

Lucas comprendió de pronto.

—No has intentado establecer el vínculo, ¿verdad? —una mezcla de terror y cólera le heló el corazón.

Sascha sonrió y negó con la cabeza.

—Tú tienes que vivir.

—¡Lo prometiste! —gritó perdiendo la paciencia, movido únicamente por el apremio y la necesidad. Su compañera no podía morir.

Aquellos hermosos ojos se iban apagando poco a poco.

—Lo siento.

—¡No! ¡No! —La acunó entre sus brazos mientras le decía con voz trémula—: ¡Enlázate, maldita seas! ¡Enlázate!

Sascha alzó la mano para posarla sobre su corazón.

—Te quiero.

Una lágrima cayó de esos ojos que habían adquirido el color gris del carbón.

—¡Tammy! ¡Haz algo!

La sanadora estaba temblando y tenía los ojos húmedos.

—No puedo, Lucas. Ella tiene que…

—¡Hazlo, Sascha! —le ordenó apretándola fuertemente contra su cuerpo—. No me dejes.

Sascha inspiró entrecortadamente y se aferró a su pecho, pero no entró en contacto con su mente, no dio el paso que completaría la danza de apareamiento.

—Si no lo haces empezaré a matar a los consejeros —la amenazó—. Ellos me cazarán y me matarán igualmente.

Pero su compañera ya no escuchaba. Sus ojos se cerraron lentamente y su rostro se suavizó al tiempo que dejaba de temblar.

—¡No! —gritó de pura rabia—. ¡No dejaré que mueras! Eres mía, y que me condenen si te dejo marchar. Eres mía. Mía.

La pantera se abrió paso y profirió un rugido que nada tenía de humano.

Entonces lo sintió: el vínculo entre ellos se tensó. La pantera reconoció la conexión a pesar de que no la había sentido hasta entonces. Eso la aplacó lo suficiente para que Lucas pudiera pensar, pegándose a ella mientras el latido de Sascha se tornaba irregular. Lucas cerró los ojos y la alimentó. No sabía qué era lo que hacía, solo que mientras el lazo permaneciera sólido, Sascha viviría.

Al cabo de un minuto ella abrió de nuevo los ojos. El sepulcral tono gris de su mirada estaba cambiando por el del oscuro ébano.

—¿Lucas? ¿Qué está pasando?

Sintió cómo ella buscaba y encontraba el vínculo… y el corazón le dejó de latir cuando sintió que intentaba cortarlo, pero no era algo que pudiera alterar. Aquel lazo no era de naturaleza psi, sino cambiante, y era irrompible. El felino comenzó a sonreír; la seguridad de Sascha ahora dependía de él.

—No puedes —susurró Sascha—. Deja de hacer lo que estás haciendo. Me estás dando tu fuerza vital. Eso es peor que si simplemente aceptase el vínculo y dejase que me mantuviera con vida.

—Entonces acéptalo, porque no voy a parar. —Vertió más de sí en ella.

La impotencia oscureció la expresión de Sascha.

—¡Maldito seas por ser tan terco!

—Acepta.

Ella encorvó los hombros y se retiró siguiendo aquel vínculo, dejando caer las barreras que había erigido en un esfuerzo por impedir su unión. De pronto Sascha era un arco iris dentro de él, una fontana resplandeciente de una belleza tal, que Lucas se sintió bendecido por tener la posibilidad de verla. Por un instante sus mentes fueron una sola y vio cuán desesperada, salvaje e irracionalmente le amaba Sascha… lo suficiente como para romper su promesa, para elegir morir a fin de que él pudiera vivir.

Sascha vio hasta qué punto la pantera la adoraba, que su corazón latía solo por ella y que la vida daría paso a la muerte después de que ella se hubiera ido. La bestia estaba furiosa con ella por intentar arrebatarle a su compañera y el hombre lo estaba aún más, pero bajo toda esa ira había deseo, necesidad, amor. Un amor tan intenso y abrasador que no tenía principio ni fin.

Se retiró, boquiabierta, dejando que sus mentes se separasen, permitiéndoles así albergar pensamientos privados una vez más. De algún modo, Lucas supo que si se lo pedía, ella se abriría otra vez a él. Sascha era suya y él era suyo. Tenían privilegios que iban más allá de la piel.

Sascha le miró con la cara empapada de lágrimas.

—Te he matado. Te he matado. ¡Te he matado!

Sabía que Lucas estaba furioso con ella, pero estaba demasiado cabreada como para que eso le importase. ¿Cómo podía haberla obligado a hacer aquello? Daba igual que el vínculo de pareja no fuera algo que se pudiese controlar. Por lo que a ella concernía, si él hubiese aceptado su decisión, si la hubiese dejado marchar, no se habría formado. Incluso en esos momentos, le estaba absorbiendo la vida para poder mantenerse sana y fuerte. Su vida por la de Lucas. ¡Maldito, fuera!

Habían pasado diez horas desde que el plan había sido ejecutado con éxito.

Agotado por su intento de atraparla, los poderes de Enrique no bastaron para oponer resistencia a los cambiantes. Por improbable que pudiera parecer, había mantenido a Brenna encerrada en su apartamento insonorizado, a salvo porque ningún psi podía sentir su sufrimiento. Estaba viva. Los soldados de SnowDancer y DarkRiver también habían garantizado la seguridad de Sascha. Nadie iba a perseguirla a ella o a los cambiantes.

—Hemos cobrado venganza —le dijo Hawke en el salón de la casa franca. Su mirada incluyó a Dorian—. Y les dejamos un mensaje. Si algo te pasa, iremos a por todos y cada uno de los miembros del Consejo, independientemente de quién te haya echado los perros encima. Lo que le hicimos a Enrique parecerá un juego de niños.

—¿Cómo podéis estar seguros de que eso los mantendrá a raya? —Sascha conocía demasiado bien al Consejo.

—El mensaje que dejamos —dijo Hawke, sus ojos eran una llama azul pura— estaba grapado a la lengua de Enrique. Tatiana Rika-Smythe recibió la lengua en un estuche recubierto de terciopelo que depositamos en su dormitorio. A Nikita se le mandó lo que quedó de la cabeza.

Sascha no podía respirar. Intentó hablar, pero nada salió de su boca. Hawke continuó con su sangriento relato:

—Se ha prometido enviar personalmente un trozo de Enrique a los consejeros de fuera de la zona… me parece que les dejaremos los regalos en la almohada.

Sascha sintió que la bilis le subía a la garganta y aferró la mano de Lucas.

—¿Cómo habéis podido…?

—No le hemos hecho nada que él no le hiciera a nuestras mujeres —replicó Dorian rechinando los dientes—. Nosotros le hicimos menos… ¡Él violó sus mentes!

Sascha le miró, sintió su angustia —angustia que la venganza no había mitigado— y supo que tenía que aceptar lo que él había hecho. Era la compañera de su alfa y, por primera vez, supo lo que eso conllevaba. Sin saber bien qué estaba haciendo, cruzó la estancia y tomó su rostro entre las manos. Dorian se quedó inmóvil. Cuando le rozó los labios con los suyos, un suspiro pareció recorrerle el cuerpo.