Dado que las camas de la casa estaban todas ocupadas, se decidió dejar a Sascha en la mesa donde Tamsyn y los centinelas podrían velar por ella durante la noche.
Tomaron algunas mantas y las colocaron debajo de ella junto con una almohada para la cabeza. Lucas la arropó con un suave cubrecama después de quitarle las botas.
—Deja que duerma. —Tamsyn comprobó el pulso de Sascha—. Si no se despierta mañana, entonces… no sé qué vamos a hacer. ¿Llamamos a los psi? ¿Y si son ellos quienes le han hecho esto? —Sacudió la cabeza y se apoyó en Nate—. ¿Querría Sascha que la vieran de este modo?
Lucas no respondió. Debería centrarse en la seguridad de su clan, pero su atención la ocupaba la mujer que tenía ante sí. Era una mujer a la que no podía proteger, pues se encontraba en un mundo al que él no tenía acceso. Del mismo modo que no había sido capaz de proteger a la otra mujer a la que había amado: su madre.
Incluso después de todo el tiempo pasado, no podía recordar la risa de su madre sin acordarse de sus gritos. Joven y débil, la había visto caer mientras luchaba con uñas y dientes, había visto la resplandeciente luz de su vida apagarse a borbotones. La consecución de su venganza había atemperado la bullente ira que lo invadía, pero Lucas sabía que las cicatrices eran para siempre, marcas de las vidas perdidas de su madre y de su padre, sanadora y centinela del clan. Aquellas cicatrices le habían endurecido, pero ese día había descubierto que había cosas contra las que no podía proteger a los suyos.
Sin saber cómo, Sascha se le había metido muy dentro, una presencia vibrante en lo más profundo del corazón donde sólo tenía cabida una pareja. Y ahora su luz también oscilaba en medio de una tormenta que no podía capear del peligro que no podía ver. Su impotencia le devastaba. Estaba furioso con el destino por darle una compañera a la que no podía mantener a salvo. Quizá por eso había cerrado deliberadamente los ojos a una verdad que la pantera había entendido desde el principio… no había querido sufrir como ya lo había hecho antes, no había querido que su corazón sangrara de nuevo.
—Despiértate —le ordenó en un áspero susurro con los ecos de un gruñido. No tenía intención de perder lo que acababa de encontrar.
Las horas pasaron mientras vigilaban y esperaban. Los pájaros comenzaron a despertar, pero ningún psi se abatió sobre ellos. Al parecer los SnowDancer habían mantenido su palabra, y fuera lo que fuese lo que le había sucedido a Sascha, no había sido porque el Consejo se hubiera enterado de que ella les estaba ayudando.
Las nerviosas madres empezaron a relajarse, pero los soldados permanecieron en alerta máxima. Sascha se despertó justo cuando comenzaba a clarear el día y Lucas ordenó a todos, salvo a Nate y a Tamsyn, que salieran de la cocina.
Ella abrió los ojos y miró al techo durante varios segundos antes de incorporarse.
—¿Cómo he llegado hasta aquí?
—Los SnowDancer te encontraron en su territorio y yo te traje aquí. —Deseaba mostrar los dientes y marcarla, ahora que por fin había comprendido que no deseaba luchar contra los instintos primarios de su bestia.
—¿Qué? Se suponía que debía detenerme en tus tierras. —Se dispuso a alisarse el pelo y se quedó paralizada—. Me has soltado la trenza.
—Sí —dijo empleando un tono absolutamente posesivo.
Sascha parecía desconcertada, y era la primera vez que Lucas había presenciado algo semejante en un psi.
—¿Quieres que te traiga un poco de agua?
Sascha aceptó el vaso que le tendía Tamsyn y bebió.
—Gracias.
—De nada. —La sanadora tomó de nuevo el vaso y su mirada se cruzó con la de Lucas—. Tal vez debería ir a echar un vistazo a los demás.
—Sí.
Nate frunció el ceño, pero captó el mensaje. Al cabo de un minuto, Lucas se quedó a solas con Sascha en la cocina. Entonces se inclinó e hizo algo que había deseado hacer desde que ella había despertado. La tomó en sus brazos y se sentó en una silla, con ella sobre su regazo.
Sascha se quedó paralizada.
—¿Qué haces?
—Te abrazo. —Inhaló su olor y enredó una mano en los rizos que le llegaban hasta la cintura—. Creí que te estabas muriendo. No puedes morir.
Como si comprendiera la angustia que había sentido, colocó una de sus estilizadas manos sobre el pecho de Lucas de forma vacilante y apoyó la cabeza bajo su mentón.
—Creo que me encontraba en un profundo estado de sueño. Ahora mi cuerpo funciona ya con normalidad.
—¿Qué ha pasado?
—No lo sé.
—Puedo oler una mentira. —El instinto protector de Lucas afloró cuando la sintió temblar en sus brazos—. Cuéntamelo, cariño.
—Voy a ayudarte —susurró—. Te ayudaré a encontrar al asesino, voy a darte todo lo que tengo.
De su voz se desprendía una profunda convicción que antes no había tenido.
—¿Por qué?
—Tengo que estar en mi apartamento al mediodía—dijo en vez de responder—. Le dije a mi madre que me iba contigo fuera de la ciudad para visitar a un arquitecto y que estaría de regreso para entonces.
—Nosotros te llevaremos. —Le dio un suave apretón en el muslo, satisfaciendo la necesidad que lo embargaba, la necesidad que sentía por ella—. Cuéntame qué ha sucedido. No voy a dejar de preguntártelo.
—Perdí el control sobre mi cuerpo —confesó en voz queda—. Hace meses que tengo problemas. Siempre pasa sin mayores incidentes, pero esta vez fue como si todo mi organismo sufriera un cortocircuito. Me dirigí hacia tus tierras porque pensé que aquí estaría a salvo de los ojos de los psi.
—Tienes que ver a un médico.
—No. —Sacudió la cabeza—. Nadie puede enterarse de que estoy empezando a derrumbarme.
—Parece un problema físico, no mental.
—No lo es. Yo… siento cosas, Lucas. Cosas que me dejan inconsciente. Se trata de mi mente. —Apretó la mano contra su pecho—. Si lo descubren…
A Lucas no le hacía ninguna gracia que no quisiera ver a un médico, pero sabía que poco podía hacer si ella había tomado una decisión… nunca había tenido razones para localizar a un médico que tratase a pacientes psi de forma confidencial, pero se iba a encargar de hacerlo.
—¿Qué tal te encuentras ahora?
—Bien, pero quiero tomar una ducha.
—De acuerdo. —Continuó abrazándola. Su necesidad de contacto físico era tal que le desgarraba por dentro—. Sascha, sé que no eres como los demás psi.
Era hora de poner la verdad sobre la mesa.
Sascha le tapó la boca con la mano.
—No vuelvas a decir eso en voz alta. Jamás. Si algo te… importo, ni siquiera lo pienses. —El miedo impregnaba su voz—. Si alguien lo oyera, significaría mi muerte.
Lucas le besó la palma de la mano y vio que la confusión oscurecía aquellos ojos negros como la noche.
—Pronto tendrás que hablar sobre ello.
—Lo sé. —Se irguió apartándose de él—. Me estoy desmoronando, pero antes de hacerlo te ayudaré.
—¿Desmoronando?
—Locura. —Bajó tanto la voz, que casi no la oyó—. Me estoy volviendo loca y no hay forma de ocultarlo… Bien, puedo dejar este mundo por todo lo alto. —Le miró a los ojos—. ¿Me prometes una cosa?
—¿Qué quieres?
—Quiero que me mates cuando la locura me domine. De forma rápida y limpia, sin piedad.
El corazón de Lucas dejó de latir.
—No.
—Debes hacerlo —dijo con apremio—. Si no lo haces me convertirán en un muerto viviente. Prométemelo.
Lucas no tenía la menor intención de matarla, pero sabía mentir tan bien como cualquier otro felino.
—Te mataré si pierdes la cordura.
Por muchos que fueran sus temores, no había el menor signo de enfermedad mental en ella. Ninguno en absoluto. De lo contrario habría olfateado el hedor acre del deterioro en vez del olor a vida y esperanza que desprendía.
Sascha entró en el salón después de ducharse y se encontró cara a cara con un leopardo macho al que tenía motivos para temer.
—Hola, Dorian.
Él la miró con aquellos ojos de un azul tan puro que era imposible creer la oscuridad que acechaba dentro de aquel hombre.
—Me hiciste algo. —No era una acusación, sino un hecho.
La ira que había esperado estaba presente, pero era una sombra candente en lo profundo de su ser, que no estaba dirigida a ella.
—No sé lo que hice, si es que hice algo —le dijo con el corazón en la garganta.
Se había convencido a sí misma de que había imaginado todo el incidente, que todo había sido parte de la locura invasora.
Dorian le acarició la mejilla con las yemas de los dedos y Sascha, que no estaba acostumbrada a que nadie excepto Lucas la tocase, se estremeció.
—¿No quieres que te toque?
—No soy una cambiante. —Sabía que parecía fría, pero ¿de qué forma podía explicarse?—. Algo que a vosotros os nace de un modo natural… a mí me resulta difícil.
Para su sorpresa, Dorian le tomó la cara entre las manos mientras clavaba los ojos en los suyos.
—Quiero ver dentro de ti —sentenció—. Quiero ver si tienes corazón, si tienes alma.
—A mí también me gustaría que pudieras hacerlo.
Ella no estaba tan segura de tenerlos. ¿Habrían quedado reducidos a cenizas durante su condicionamiento?
—Dorian. —La voz de Lucas resonó a su espalda sobresaltándola.
En su tono de voz se distinguía una advertencia, pero no les interrumpió.
Aunque tampoco hubiera importado. El poder de Lucas se sentía en el aire que respiraba, en el aroma de su piel. Él era el alfa y Sascha comenzaba a entender lo que eso significaba en realidad.
—No te estaba haciendo daño, ¿verdad, Sascha? —Dorian apartó las manos.
Sascha sintió la necesidad, la angustia y la culpa que le embargaban. Dio un paso y le posó la mano en el hombro de manera vacilante.
—Solo te hieres a ti mismo. —Aquel nudo de sufrimiento se apretaba y crecía día tras día, y a Sascha le preocupaba que explotara si él no dejaba que se deshiciera— Basta, Dorian. No sigas castigándote por el crimen que cometió un monstruo.
El centinela bajó la mirada y cuando abrió de nuevo los ojos dejó que ella viera la furia sanguinaria que le dominaba.
—No hasta que él esté muerto. Entonces hablaremos.
Sascha retiró la mano de su hombro y se volvió hacia Lucas en una silenciosa plegaria. Él sacudió la cabeza. Nadie podía ayudar a Dorian hasta que este no estuviera dispuesto.
—¿Lista para irnos? —preguntó Lucas.
Sascha se alisó con una mano el traje que le había planchado Tamsyn, y asintió.
—Sí. —El miedo se arrastró lentamente desde lo más recóndito de su mente. Era más que probable que Enrique hubiera dejado a sus espías rondando por allí, de modo que en cuanto ella regresara, él se enteraría—. Es necesario que tenga algo que darles, ya que se supone que he pasado la noche contigo. Esperarán que haya averiguado al menos una cosa.
Lucas se acercó y, aunque no la estaba rozando, ella sintió la intensidad de su presencia. Parecía que su cuerpo conociera el de Lucas, que le tendiera las manos para abrazarle a pesar de que únicamente se habían besado una vez. Contemplando aquel rostro salvaje, con sus marcas, se preguntó si él podría ver el tormento que anidaba en su corazón.
—¿Puedes posponerlo? —Le rozó la mejilla con un dedo, descendiendo por su cuello antes de deslizar la mano hasta la de ella y entrelazar los dedos con los de Sascha.
Dorian se colocó delante de ellos.
—¿De qué estás hablando?
—Se supone que soy una espía —dijo, lo bastante alterada como para ser franca—. Parte de mi misión era recabar tanta información de primera mano como pudiera sobre los cambiantes y pasársela a mi madre y al consejero Enrique.
—¿Cómo sabemos que no has estado haciendo justo eso? —exigió saber una voz femenina desde la entrada.
Sascha se enfrentó a la mirada hostil de Rina.
—No lo sabéis. No tenéis modo de rastrear la PsiNet.
La rubia se quedó inmóvil al lado de Dorian.
—¿Nada de mentiras, psi? —Sus ojos se desviaron nerviosamente hacia Lucas mientras hablaba.
El alfa apretó la mano de Sascha.
—¿Estás cuestionando mi juicio, Rina?
—¿Estás seguro de tenerlo? —replicó con voz desafiante—. ¡Has traído a una psi a nuestra casa franca sabiendo que era un topo!
—Cállate, Rina —le ordenó Dorian con aspereza.
La mujer apretó los puños.
—¿Qué? ¿Ya no se me permite hacer preguntas?
Lucas soltó a Sascha.
—Existe una fina línea entre hacer preguntas y extralimitarse.
—Tengo derecho a saber qué está pasando.
Los ojos de Rina se clavaron en Lucas, habiendo perdido el interés por Sascha. Todos sabían quién era la persona más peligrosa de la habitación y esta estaba centrada únicamente en Rina.
—No, no lo tienes. —Su respuesta carecía de la menor piedad—. Se te nombró soldado a principios de año. Tu rango es tan inferior que ni siquiera deberías ser parte de esta conversación.
Sascha se quedó pasmada al escuchar aquella categórica declaración. Nunca había visto a Lucas mostrarse tan autocrítico, rayando casi la crueldad. Sin duda había herido a Rina donde más le dolía: en su orgullo. Mientras seguía observando, Dorian se colocó a un lado de su alfa. Rina se quedó sola.
—Lucas —comenzó Rina con la voz temblorosa—, ¿por qué me tratas así?
—Porque me has demostrado que ser blando contigo es un error. —Le tomó la barbilla con los dedos—. No te has ganado el derecho a hablarme como acabas de hacerlo. ¿Lo entiendes?
A Rina se le llenaron los ojos de lágrimas. Por primera vez, Sascha se dio cuenta de lo joven que era la mujer, un hecho que había enmascarado con su osadía. Compadeciéndose de ella, intentó acercarse, pero la mirada furibunda de Lucas la detuvo cuando estaba a punto de dar el primer paso. Acto seguido, él se volvió de nuevo hacia Rina.
—Eres un soldado raso —repitió—. Tu trabajo es cumplir órdenes. Dorian, ¿dónde debía estar Rina?
—Montando guardia en el flanco izquierdo de la casa con Barker. —El tono del centinela era ostensiblemente más duro que el de Lucas, como un látigo restallando de furia.
—Así que ni siquiera puedes acatar órdenes. —Lucas soltó a la muchacha—. ¿Acaso crees que te hemos asignado allí por diversión?
Rina negó con la cabeza en silencio. Sascha podía sentir la humillación y la conmoción que emanaba de la joven. Eso por sí solo le indicó que ninguno de los hombres le había hablado antes de ese modo.
—Creo que ya es suficiente —dijo incapaz de seguir callada por más tiempo.
—Mantente al margen. —Las cicatrices se marcaban con nitidez en el rostro de Lucas—. Es un asunto del clan.
El dolor que sintió al ser excluida fue desproporcionado.
—¿De verdad soléis gobernar mediante la humillación?
—No estamos en el mundo perfecto y estéril de los psi. La crueldad es necesaria en ocasiones. —Fijó la vista nuevamente en Rina—. No es la primera vez que has desobedecido una orden directa. Si tanto ansias ser independiente, dejaré que te marches de DarkRiver.
Rina sacudió la cabeza.
—No —susurró.
—Entonces haz el trabajo que tienes que hacer. —Miró a Dorian—. Desde ahora, está bajo tu mando. No te acuestes con ella como hizo Barker. Es obvio que eso ha afectado a su capacidad para tratarla como a un soldado.
—No te preocupes. Las niñas mimadas no son mi tipo.
Sascha vio que el rostro de la muchacha enrojecía y que el labio inferior comenzaba a temblarle.
—Parad, los dos.
—Dorian, llévate a Rina y cierra la puerta al salir.
Sin mediar más palabra, los dos leopardos se marcharon. Sascha esperó hasta que la puerta estuvo cerrada para decir lo que pensaba:
—¿Cómo puedes hacerle eso? No ha dicho nada tan grave como para merecer que hayáis herido su orgullo.
—Cuestionó mi autoridad.
Lucas apretó los dientes cuando alargó la mano hacia su rostro y ella se apartó.
—¿Nadie tiene derecho a hacerlo? ¿Estás exento de todo escrutinio?
—Hay hombres y mujeres en este clan que han derramado su sangre por mí, que han cumplido órdenes y se han aventurado en territorio peligroso sin pensarlo dos veces. Ellos se han ganado el derecho a decir lo que piensan sobre mí. —La ira centelleaba en sus ojos verdes—. Vaughn, Clay, Mercy, Tammy, Dorian, Nate, Desiree, Cian, Jamie e incluso el imbécil de Barker son algunos de los que tienen el derecho a cuestionar mis decisiones. Rina no.
—¿Por qué? —Todavía estaba furiosa por el desprecio del que había hecho objeto a la joven. Le recordaba demasiado a lo que su gente le había hecho a ella: no era lo bastante buena para ser un cardinal, no lo bastante poderosa, nadie digno de tener en consideración—. ¿No se supone que sois una familia?
—Las familias tienen su jerarquía. —La tomó entre sus brazos con tal celeridad que no pudo escapar. Sascha se quedó inmóvil preguntándose si era un buen momento para demostrarle que conocía unos cuantos trucos que él ignoraba—. La seguridad de toda la familia depende de que se respete dicha jerarquía.
Las palabras de Lucas le hicieron pensar.
—Si me cuestiona y dejo que se vaya como si nada hubiera pasado, podría no hacer lo que se le pide cuando sea necesario. —El corazón de Lucas latía fuerte y poderoso contra su mejilla, otra señal de su fortaleza física.
Parte de la ira que se traslucía en su voz desapareció.
—Sí. Hoy se marchó durante su turno de vigilancia. Eso podría haber significado la muerte de algunos de nosotros si hubiera habido alguien hostil ahí fuera. —Lucas apoyó la barbilla sobre su cabeza—. Los machos y las hembras que al alcanzar la edad adulta son lo bastante fuertes e independientes como para ser buenos soldados, son también los más difíciles de controlar. Si dejo que se salgan con la suya, el caos se impondría.
—Has sido muy duro.
Sascha sucumbió a la necesidad y rodeó la tibieza de su cuerpo con los brazos.
Por primera vez en su vida no tenía que preocuparse por ponerse en evidencia. Lucas lo sabía. Y lo más maravilloso de todo era que no creía que su imperfección fuera un defecto.
—He tratado a Rina con tacto en el pasado porque creí que lo contrario le perjudicaría. Pero es lo bastante mayor como para soportar la disciplina. Si no puede hacerlo, entonces no tiene madera de soldado y tendremos que destituirla de su rango.
Aquel alarde de pragmatismo la conmocionó.
—Imagino que no os diferenciáis tanto de los psi; solo los más fuertes sobreviven.
—No, querida Sascha. —Le acarició el cabello—. Somos muy diferentes.
El apelativo cariñoso le pareció otra caricia.
—¿En qué?
—Nosotros no le damos la patada a los débiles —dijo—. No destruimos a aquellos que son diferentes. Es cierto que los soldados ostentan un alto rango, pero el de Tammy es mucho mayor, tanto como el de un centinela. En algunas circunstancias tiene el poder de dar las órdenes.
Sascha ignoraba aquello.
—¿Centinelas?
—Mis segundos al mando.
—¿Dorian, Nate… Clay? —aventuró.
El aura de poder que rodeaba a aquellos tres hombres los diferenciaba de los demás. Ni siquiera el sufrimiento de Dorian atenuaba su fuerza interior.
—Sí. Todavía no conoces a Vaughn ni a Mercy.
—¿Hay otros rangos?
—Sí. Por ejemplo, ciertas madres también poseen un rango sumamente alto porque sin ellas los soldados no tendrían familia a la que proteger.
—Entiendo.
Si hubiera nacido parte de su raza tal vez no se hubiera visto abocada a la locura.
—Nuestras leyes pueden parecer duras, pero no son inhumanas. Valoramos a todo individuo. Nosotros aceptamos las diferencias.
Y eso era algo que los psi nunca harían.