La llamada fue respondida.
—Hawke.
—Puede que tengamos un infiltrado del Consejo en el asunto de la cacería. Protege a tu clan.
—Si alguien toca a otro de los míos, lo destriparé. —El despiadado alfa de los SnowDancer no bromeaba—. Declaro la veda abierta para los psi.
Lucas apretó el teléfono con fuerza cuando en su cabeza surgió una imagen del cuerpo ensangrentado de Sascha.
—Es posible que encontremos a la mujer a tiempo.
—¿Estás seguro?
—Las probabilidades son pocas, pero cabe la posibilidad. Si actúas ahora perderemos la oportunidad y a un gran número de miembros de nuestros clanes.
Los SnowDancer eran asesinos despiadados, pero también lo eran los psi. Los dos bandos sufrirían bajas importantes.
Se hizo un breve silencio cargado de ira.
—No podré controlar a mi gente una vez el cuerpo sea hallado.
—Y yo no querría que lo hicieras.
A duras penas había sido capaz de dominar a los miembros de los DarkRiver tras el asesinato de Kylie. La única razón por la que le habían escuchado era que tres de sus mujeres habían dado a luz recientemente y nadie deseaba dejar a los bebés en una posición vulnerable. Porque una vez que alfas y soldados hubieran sido aniquilados, los cachorros y las madres serían exterminados sin más. Los psi no conocían la piedad.
—Si declaras la guerra, me uniré a ti.
Era una promesa que Lucas le había hecho a su clan. En los meses posteriores al entierro de Kylie, habían tomado medidas para esconder a los cachorros con otros clanes, clanes que habían nacido de los DarkRiver y criarían a los niños como si fueran suyos en caso de que todo se fuera al infierno.
Hubo una breve pausa al otro lado de la línea. A los SnowDancer no se les daba bien relacionarse con los demás, pero Lucas esperaba que Hawke siguiera la voz de la razón, que confiara en la fuerza de su alianza. La alternativa era una carnicería a una escala que el mundo no había visto en siglos.
—Me estás pidiendo que espere mientras Brenna muere.
—Siete días, Hawke. Tiempo suficiente para localizarla. —Confiaba en su instinto. Sascha no los traicionaría… no le traicionaría—. Sabes que tengo razón. En cuanto los psi se percaten de que los estamos cazando, ella morirá. Harán cualquier cosa para cubrir sus huellas.
Hawke profirió una maldición.
—Más vale que tengas razón, gato. Siete días. Encuentra a mi mujer viva y nunca tendrás que preocuparte de amenazas territoriales. Si aparece su cadáver, buscaremos sangre.
—Buscaremos sangre.
Sascha despertó con el pitido del panel de comunicación. Estaba desplomada en la entrada de su apartamento, contra la puerta cerrada, con las piernas extendidas. No recordaba nada después de salir del ascensor que la había llevado hasta su planta.
Se obligó a levantarse tratando de aferrarse a la puerta y a las paredes mientras se encaminaba como podía hacia el panel de comunicación. El nombre de Nikita aparecía en la pantalla. Demasiado exhausta como para hacer nada que no fuera quedarse allí, esperó a que su madre le dejara un mensaje y luego echó un vistazo a su reloj.
Eran las diez de la noche, lo cual significaba que había estado inconsciente más de siete horas. Frenética, comprobó sus escudos. Intactos. El alivio hizo que se percatara de algo más: el dolor causado por la pena y la rabia que la había abrumado había desaparecido.
No recordaba cómo lo había mitigado y tampoco quería pensar en ello. No quería pensar en nada.
Una larga ducha apartó de su cabeza todo durante unos pocos minutos.
Seguidamente se sentó y trató de alcanzar un estado similar al trance mediante la meditación, reacia a enfrentarse a lo que había descubierto ese día. Había sido demasiado.
Su cerebro corría el peligro de sufrir una sobrecarga. Realizó un ejercicio de calentamiento tras otro.
Cuando se armó de valor para devolverle la llamada a Nikita, había logrado cierta calma exterior. El rostro de su madre apareció en la pantalla.
—Sascha, ¿recibiste mi mensaje?
—Lo siento, estaba ilocalizable, madre.
No le explicó dónde había estado. Como psi adulta que era, tenía derecho a vivir su vida.
—Quería un informe sobre la situación con los cambiantes.
—No tengo nada que informar, pero estoy segura de que eso cambiará.
En aquel preciso instante su cordura pendía de un hilo y no sabía qué creer.
—No me falles, Sascha. —Los ojos castaños de Nikita exploraron su rostro—. Enrique no está contento contigo; tenemos que darle algo.
—¿Por qué tenemos que hacerlo?
Nikita guardó silencio brevemente y luego asintió como si hubiera tomado una decisión.
—Sube a mi suite.
Diez minutos más tarde, Sascha se encontraba de pie junto a su madre, mirando la resplandeciente oscuridad de una ciudad que se preparaba para irse a dormir.
—¿A qué te recuerda? —preguntó Nikita.
—A la PsiNet. —Era una conjetura muy franca.
—Luces apagadas. Luces potentes. Luces parpadeantes y luces muertas. —Nikita entrelazó flojamente las manos delante de su cuerpo.
—Sí.
Sascha sintió un ligero martilleo en la parte posterior de la cabeza, más molesto que doloroso. ¿Sería un vestigio de lo que fuera que había sucedido aquella tarde? Si en verdad había sucedido algo. ¿Y si había imaginado toda aquella serie de sucesos psíquicos? Quizá fuera un signo de la aceleración de su locura. ¿Qué pruebas tenía de que había hecho otra cosa que no fuera derrumbarse? Ninguna.
Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que había imaginado todo aquel episodio en un intento por explicar la fragmentación de su psique. No había otra explicación plausible. Lo que había creído hacer no se asemejaba a ningún poder psíquico del que tuviera conocimiento.
—Enrique es una luz muy brillante.
Sascha se obligó a prestar atención.
—Tú también. Ambos sois miembros del Consejo.
Nikita era igual de peligrosa que Enrique, el veneno de su mente era letal como el más mortífero de los virus biológicos.
—Varios de los consejeros se alegrarían de verme muerta.
—No solo los consejeros.
—Sí. Siempre hay aspirantes. —Nikita continuó contemplando la noche—. Los aliados son necesarios.
—¿Enrique es aliado tuyo?
—En cierto modo. Tiene sus propios planes, pero él me guarda las espaldas a mí y yo se las guardo a él.
—De modo que no podemos granjearnos su antipatía.
—Eso complicaría las cosas.
Sascha leyó entre líneas. Si Enrique no conseguía lo que deseaba, Nikita podría perder la vida.
—Conseguiré información para él. Pero dile que si presiono podríamos no obtener nada.
—Pareces muy segura.
—Lo primero que puedes contarle es que, contrario a la creencia popular de los psi, los cambiantes no son estúpidos. —Nadie que hubiera conocido la inteligencia que centelleaba en los duros ojos de Lucas podría creer que era tonto—. No van a abrirse a una psi que, a todas luces, pretende recabar información. Obtendremos más si actúo con sutileza. Tenemos meses por delante.
Pero ella no disponía de ese tiempo. Ese preciso día había demostrado sin lugar a dudas que se estaba desmoronando, rompiéndose en mil pedazos. Ya no comprendía sus propias acciones. En aquel momento, estaba allí, mintiéndole a su madre, guardándose para sí todo lo que había averiguado. ¿Por qué?
—Se lo diré. Buenas noches, Sascha.
—Buenas noches, madre.
Sascha no podía dormir. Había probado todo cuanto se le ocurría para conciliar el sueño y había fracasado. Después de los sueños sensuales de los últimos días, era duro volver a la realidad. Desde que había conocido a Lucas, los síntomas físicos de su acelerada desintegración mental se habían estabilizado. Se había acostumbrado a dormir bien, libre de terrores nocturnos o espasmos musculares.
Finalmente se rindió y comenzó a pasearse por los confines de su cuarto, de una pared a la otra, de un lado a otro, de izquierda a derecha. Y vuelta a empezar.
«Un asesino en serie… mujeres cambiantes… hedor metálico… el Consejo… psicópata…»
Durante las horas transcurridas desde su conversación con Nikita, había utilizado cualquier medio electrónico a su alcance para navegar en secreto por el Internet de cambiantes y humanos. Los asesinatos habían sido noticia, aunque en vez de ocupar la portada de los periódicos y revistas más importantes, sólo se les había dado una cobertura decente en páginas marginales que nadie se tomaba realmente en serio. Eso no cambiaba el hecho de que las muertes habían sucedido y se había informado sobre ellas.
Antes de desaparecer misteriosamente.
«El asesino es un psi y tu Consejo lo sabe.»
Las palabras airadas de Dorian resonaban en su cabeza.
—No —susurró en voz alta.
Tenía que estar equivocado, tenía que basarse en las emociones y no en la lógica.
Los psi no sentían ira, celos ni furia asesina. Los psi no sentían, y punto.
Salvo que ella misma era la prueba viviente de que eso no era cierto.
—No —repitió.
Sí, claro que ella sentía, pero ¿un asesino en serie? Nadie podría haber ocultado un defecto de tal gravedad con el protocolo del Silencio. Nadie poseía tanto poder.
«Son el Consejo. Están por encima de la ley.»
Sus propias palabras regresaron para atormentarla. ¿Era posible que…?
—No.
Clavó la mirada en la pared vacía que tenía delante, reacia a creer sin más que su madre era culpable de ayudar y amparar a un asesino.
Tal vez Nikita no sintiera las emociones propias de la maternidad, pero Sascha poseía las de un niño. Su madre era la única presencia constante en su vida. No había conocido a su padre, su abuela había sido distante y no tenía primos ni hermanos.
Aunque tampoco habría supuesto ninguna diferencia que los hubiera tenido, pues habrían sido tan fríos como la mujer que le había dado la vida.
Tenía que recabar más información.
Una vez tomada la decisión, se dispuso a realizar una llamada, pero colgó antes de teclear el código completo. El exagerado interés que Enrique demostraba tener en ella despertaba su desconfianza, y no estaba segura de que no la estuvieran vigilando.
Tomó la chaqueta negra de piel sintética para ponérsela junto con los vaqueros y la camisa negra que vestía, y se encaminó hacia su coche.
Solo cuando estaba a punto de llegar a las oficinas de los DarkRiver pudo pensar.
Eran las dos de la madrugada y no había nadie allí.
Desde luego no el hombre con el que quería hablar. Cuando detuvo el coche en el aparcamiento desierto, sus manos se aferraron al volante y apoyó la cabeza contra el asiento. Había ido a aquel lugar siguiendo su intuición, buscando a Lucas.
«Lucas.»
Sentada allí, contemplando la oscuridad, continuó dándole vueltas a la fría expresión que adquirieron los ojos de Lucas cuando le habló sobre el «hedor metálico» que desprendían los psi. Estaba a punto de echarse a llorar. ¿Por qué se había permitido disfrutar de esos sueños? Era algo imposible, incluso en el caso de que la amenaza de la rehabilitación no pendiera sobre su cabeza. Y había sido un lujo que se había permitido de forma consciente.
Se había tomado aquellos momentos para explorar las necesidades, el ansia, profundamente ocultas en su subconsciente, y había sido muy consciente de lo que estaba sucediendo. Consciente del tacto de Lucas bajo sus dedos, de su piel, tan caliente y tan viva. De cada sonido que hacía, del brillo de aquellos asombrosos ojos.
De todas sus exigencias y necesidades.
Mentira. Todo era mentira. Había imaginado sus reacciones igual que había imaginado todo lo demás. Aquellos sueños habían sido fruto de sus fantasías. Era realmente patético haberle imaginado abrazándola, haber imaginado que le importaba.
Golpeó el volante con la palma de la mano y abrió la puerta, que se deslizó suavemente hacia atrás permitiéndole así sacar las piernas y tomar una bocanada de aire nocturno.
Una vez fuera del vehículo, se apoyó contra la capota junto a la puerta del conductor y alzó la vista hacia el cielo. Parecía un manto de terciopelo cuajado de diamantes. Sascha sabía que aquella luminosidad no era gracias a los psi. Eran los humanos y los cambiantes, sobre todo estos últimos, quienes habían luchado contra la polución y por conservar la belleza de su planeta.
A ellos les debía una parte de su cordura.
Aun cuando se veía obligada a encerrarse dentro del mundo psi, nadie podía arrebatarle la belleza del resplandeciente cielo. Nadie podía hacerle nada por contemplar aquella maravilla.
Percibió un movimiento a su izquierda.
Sascha se giró rápidamente, pero todo estaba oscuro y en silencio y el seto que delimitaba el aparcamiento bloqueaba su campo de visión. Con el corazón latiéndole tan fuerte que podía sentir cada golpe, lanzó un cauto sondeo psíquico.
Y rozó algo tan caliente y rebosante de vida que sintió que se quemaba.
Sascha se retrajo inmediatamente. Al cabo de unos segundos, una mano le tocó el hombro. De no haber sentido la sombra emocional de Lucas antes de que se le acercara, habría pegado un brinco y se hubiera delatado.
Al volverse se encontró cara a cara con el hombre que había estado buscando.
—Estás vestido —fueron las primeras palabras que salieron de su boca.
No en exceso, pero lo estaba. Un par de vaqueros de talle bajo y una camiseta blanca descolorida que definía todos los músculos de la impresionante parte superior de su cuerpo. Las hormonas de Sascha se revolucionaron y se excitó a pesar de los terribles asuntos que pesaban en su cabeza.
Lucas rió entre dientes.
—Siempre tengo ropa a mano en lugares donde puedo cambiarme a menudo.
—¿Qué haces aquí? —El silencio envolvía la noche, creando una peligrosa clase de intimidad.
—¿Nunca te sueltas la trenza? —Tiró del extremo que le colgaba sobre el pecho.
—A veces, cuando duermo.
Sascha no se apartó, casi convenciéndose a sí misma de que simplemente estaba satisfaciendo la necesidad de contacto de aquel cambiante, que no tenía nada que ver con sus propios deseos.
Una sonrisa perezosa se dibujó en aquel rostro salvajemente bello.
—Me gustaría verlo.
—Creía que habías dicho que apestamos. —Aún se sentía dolida por aquel golpe.
—La mayoría de los psi, sí. Pero tú no. —Se acercó y olfateó la curva de su cuello—. De hecho, tu olor me resulta verdaderamente… sublime.
Sascha precisó de toda su concentración para no revelar su reacción a la perturbadora proximidad de Lucas.
—Eso debería hacer que nos sea más fácil continuar trabajando juntos.
—Encanto, hará que muchas cosas sean más fáciles. —El calor que emanaba su cuerpo era una caricia física, íntima y exquisita.
Sascha era lo bastante inteligente como para percatarse de que estaba coqueteando sexualmente con ella. Le había observado con Tamsyn y con Zara, y Lucas no tocaba a aquellas mujeres del mismo modo que a ella. Pero ¿qué planes tenía?
¿Sospechaba que ella no era lo que parecía o simplemente se estaba divirtiendo a su costa?
—No has respondido a mi pregunta.
—Creo que debería ser yo quien preguntase, ¿no te parece? —Lucas le soltó la trenza y se apoyó en el coche con el brazo en el techo, quedando Sascha a su izquierda.
Él estaba demasiado cerca como para sentirse cómoda, pero no podía apartarse.
—¿Qué haces en mi territorio, Sascha?
Las palabras amenazaban con atascársele en la garganta.
—Quería hablar contigo sobre lo que me has contado esta tarde.
Lucas se pasó la mano por el cabello y ella siguió el fluido movimiento con los ojos. Algo le decía que aquel hombre sería igual de grácil persiguiendo y abatiendo a una presa.
—Extraña hora has elegido.
Sascha no podía decirle que le habían impulsado sus emociones descontroladas.
—En realidad esperaba encontrar el lugar vacío, pero decidí acercarme por si acaso quedaba alguien.
—¿Alguien? —Enarcó una ceja.
—Tú —admitió sabiendo que mentir era inútil— ¿Y qué estás haciendo tú aquí?
—No podía dormir.
—¿Malos sueños?
—Ningún sueño —repuso en un ronco susurro—. Ese era el problema.
Algo vibró entre ellos, un deseo latente que no debería haber existido. En realidad, nunca se habían tocado, nunca habían hablado sobre otra cosa que no fueran los negocios.
Pero ahí estaba, algo hermoso que crecía entre ellos.
—¿Por qué has venido aquí?
—El instinto —repuso Lucas—. Quizá me hayas atraído hacia ti.
—No poseo esa habilidad. —Era uno más de sus defectos. Era un cardinal sin poder; una broma cósmica—. Aunque la tuviera, nunca la utilizaría para llamar a nadie en contra de su voluntad.
—¿Quién ha dicho que fuera en contra de mi voluntad? —Extendió el brazo que tenía apoyado sobre el techo del vehículo para juguetear con un mechón de su cabello—. ¿Por qué no vamos a hablar a otra parte? No es probable que alguien nos vea aquí, pero si así fuera, no creo que tu madre lo comprendiera.
Sascha asintió.
—Sí, tienes razón. ¿Adónde vamos?
Lucas le tendió la mano.
—Dame las llaves.
—No. —Su aguante tenía un límite y Lucas Hunter estaba a punto de sobrepasarlo—. Conduzco yo.
—Cabezota. —Rió y rodeó el coche hasta el asiento del pasajero—. Tú mandas, querida Sascha.
Después de subirse al coche y ponerlo en marcha, Lucas le dijo:
—Gira a la izquierda en la calle.
—¿Adónde vamos?
—A un lugar seguro.
Le indicó que cruzara el Puente de la Bahía y atravesara la ciudad de Oakland.
Llegaron a los lindes posteriores del bosque que rodeaba Stockton y se extendía más allá. La floresta era cada vez más frondosa, lo que le avisó de que habían entrado en alguna zona del enorme Parque Nacional de Yosemite. Incluso con la considerable velocidad del coche, llevaba casi dos horas conduciendo cuando él le dijo que se detuviera.
—¿Estás seguro de que quieres que paremos aquí? —No se veían más que árboles hasta donde alcanzaba la vista.
—Sí.
Él se apeó y a Sascha no le quedó más opción que seguirle.
—¿Vamos a hablar aquí? Podríamos quedarnos sentados en el coche.
—¿Asustada? —le susurró al oído.
La velocidad de Lucas era escalofriante. Había rodeado el coche y llegado hasta donde estaba en lo que ella había tardado en pronunciar una frase.
—Difícilmente. Soy una psi, ¿recuerdas? Simplemente me confunde la lógica de la situación.
—Puede que te haya traído aquí para hacer cosas malas. —Apoyó la mano en la cadera de Sascha.
—Si hubieras querido hacerme daño, podrías haberlo hecho tranquilamente en el aparcamiento.
Sascha se preguntó si concederle o no demasiada importancia a aquella mano en su cadera. ¿Qué haría un psi normal? ¿Se metería en una situación así? ¡No lo sabía!
Aquella mano ascendió hasta detenerse en la curva de su cintura.
—Detente.
—¿Por qué?
—Semejante comportamiento es inaceptable. —Imprimió calma en cada una de sus palabras de forma deliberada; era el único modo de luchar contra lo que Lucas le hacía. Al no estar acostumbrada a las sensaciones, estaba a punto de convertirse en esclava de ellas, de consentir que las fantasías que se permitía mientras dormía se abrieran paso en su vida real.
Lucas se apartó en el acto.
—Hablas como una psi.
—¿Qué otra cosa esperabas?
Clavó la mirada en aquellos ojos negros cuajados de estrellas, inquietantes en la oscuridad.
—Más. Esperaba que fueras más —se sorprendió diciendo. Y antes de que ella pudiera responder, comenzó a caminar—. Sígueme.
Lucas ya se estaba planteando si su decisión de llevarla a su guarida había sido prudente o no. Era una estupidez lo mirara por donde lo mirase. Sin embargo, había sido incapaz de contenerse, impulsado por un instinto más primitivo que el pensamiento humano. La pantera la quería en su territorio.
Cuando la encontró en el aparcamiento, hasta donde se había visto atraído por impulsos que no acertaba a comprender, pensó que al fin estaba empezando a ver a la verdadera Sascha. Salvo que si creía el modo en que ella estaba actuando, la verdadera Sascha solo existía dentro de su cabeza.
¿Se habría equivocado con ella desde el principio?
La llevó por un camino escondido que iba a parar debajo de su guarida; la mayoría de la gente nunca pensaba que el peligro podía venir de lo alto.
—¿Cuánto puedes saltar?
Sascha miró hacia arriba.
—Una casa colgante.
—Soy un leopardo. Puedo trepar.
Incluso en forma humana, podía saltar más alto y más lejos, trepar más rápido, que cualquier humano y que la mayoría de los cambiantes. Era parte de lo que le convertía en alfa, lo que hacía de él un cazador nato.
—Tu casa está muy lejos de tus oficinas.
—Tengo un apartamento en la ciudad que utilizo cuando voy justo de tiempo. Vamos.
—¿No hay otro modo de subir?
Sascha tenía la vista clavada en el liso tronco del enorme árbol entre cuyas ramas se encontraba el hogar de Lucas. Al igual que los demás árboles del bosque, sobre todo coníferas, ese crecía recto hacia arriba. Pero esa especie en particular tenía impresionantes copas que se extendían en todas las direcciones, tapando la noche estrellada.
—Me temo que no. Tendrás que agarrarte bien. —Y se colocó de espaldas a ella.
Tras un minuto de silencio, sintió cómo las manos de Sascha se posaban dubitativamente sobre sus hombros y estuvo a punto de romper a reír de alivio. Sus actos decían mucho más que el gélido tono de su voz; su pobre gatita estaba asustada y se enfrentaba a ello del único modo que sabía.
Lucas conocía a la raza de Sascha más de lo que ella imaginaba pero, en su mayoría, se había relacionado con algunos psi de bajo nivel que tenían poca importancia para el Consejo. Pese a ello, todos tenían una cosa en común: una completa y absoluta falta de reacción a la mayoría de los estímulos.
Por el contrario, había pillado a Sascha contemplando el cielo nocturno como si este encerrara un millar de sueños. La había visto jugar con los cachorros con lo que la mayoría calificaría como afecto. Y había notado que le tocaba como si su cuerpo la perturbara a un nivel íntimo.
—Más fuerte, encanto —dijo con voz lánguida, sucumbiendo al impulso de bromear—. Pégate a mí.
—Quizá sea menos complicado que hablemos en el coche.
El instinto le estaba volviendo loco. No cabía duda de que su psi particular se sentía desconcertada por su cuerpo. ¡Bien! Lucas sonrió cuando ella no podía verle.
—Arriba hay comida y, al menos yo, estoy hambriento. Fui corriendo a tu encuentro, ¿recuerdas?
—Por supuesto. Lo entiendo.
Aquel seductor cuerpo se apretó contra él y pasó las manos por debajo de sus brazos para aferrarse a sus hombros.
Lucas contuvo un ronroneo. Su cuerpo estaba reaccionando como si conociera el de ella, como si aquellos sueños hubieran sido reales. Le rozó la parte posterior de los muslos con las yemas de los dedos.
—Súbete a mí.
Ella se movió como si los dos fueran un solo ser, rodeándole la cintura con las piernas cuando él emprendió la escalada y sacó las garras para aferrarse a la lisa superficie.
—Agárrate fuerte.
Podía sentir cómo su cuerpo se rozaba con el de ella con cada movimiento.
Aquellos senos se apretaban contra su espalda en una dulce y sensual presión que no le molestaba en absoluto. Incluso a través de la piel sintética de la chaqueta de Sascha, podía sentir el peso de aquellos hermosos pechos que había visto en sus sueños y con los que llevaba días fantaseando. ¿Cómo podría tentarla lo suficiente para que aquellos sueños se hicieran realidad?
Sascha tensó las piernas a medida que él ascendía, el cálido centro femenino de aquel cuerpo se apretaba contra la parte baja de la espalda de Lucas. Eso hizo que se acordara de lo que había hecho en el último sueño erótico. Sonriendo, respiró hondo mientras se encaramaba a la última rama. «¡Que Dios se apiade de mí!»
El deseo inundó sus fosas nasales liberando a la bestia que habitaba en su interior.
La pantera se embriagó de aquel aroma, lo saboreó en su boca y ansió más. Tal vez no fuera capaz de leer la mente, pero sí podía leer el cuerpo, y el de Sascha se moría por el suyo.