Se estaba convirtiendo en una costumbre esperar verla aparecer en sus sueños.
Cuando ella le tocó el hombro, se dio media vuelta para mirarla. Había tenido intención de decirle que no estaba de humor para jugar con ella, pero se contuvo en cuanto la vio. Llevaba puesto lo que parecía ser un viejo pijama de algodón, el cabello recogido en dos sencillas trenzas y aparentaba dieciséis años.
Entonces se dio cuenta de que él llevaba puestos unos pantalones de chándal gris oscuro, idénticos a su par favorito.
—¿Qué sucede, gatita?
En sus ojos se atisbaba una mezcla de confusión y vulnerabilidad.
—No lo sé. —Se rodeó con los brazos.
Lucas extendió los suyos y le dijo:
—Ven aquí.
Tras un instante de duda, Sascha apoyó la cabeza sobre su torso y estiró las piernas a su lado.
—Siento un… peso muy grande.
Una estilizada mano descansaba al lado de la cabeza con la palma sobre la piel de Lucas.
—También yo. —La roca que le oprimía el corazón desaparecería por la mañana, aunque el recuerdo perduraría.
La mano de Sascha le acarició allí donde latía su corazón.
—¿Por qué estás triste?
—A veces recuerdo que no siempre puedo proteger a quienes amo. —Lucas sentía su cabello suave y sedoso al tacto.
Sascha no intentó decirle que no era Dios, que no podía proteger a todo el mundo. Él ya lo sabía. Pero saber algo y creerlo eran cosas distintas. Lo que sí le dijo consiguió paralizarle el corazón.
—Ojalá me amaras.
—¿Por qué?
—Porque entonces podrías protegerme a mí también.
En su voz se adivinaba un perturbador pesar.
—¿Por qué necesitas que te protejan? —Su instinto masculino se estaba imponiendo a la carga de los recuerdos.
Sascha se arrimó a él y Lucas la estrechó fuertemente entre sus brazos.
—Porque estoy rota. —Continuó acariciándole el pecho, encima del corazón, y Lucas pudo sentir que un intenso calor invadía su cuerpo—. Y los psi no permiten que las criaturas imperfectas vivan.
—A mí me pareces perfecta.
No hubo más respuesta que el roce de la mano de Sascha sobre su piel. Con cada caricia Lucas sentía una paz mayor. Una pesadez distinta impregnó sus huesos.
Curiosamente, tenía la sensación de que iba a quedarse dormido de nuevo. Mientras la oscuridad se cernía sobre él, la íntima confesión de Sascha no dejaba de dar vueltas en su cabeza como un río sin final.
«Porque estoy rota. Y los psi no permiten que las criaturas imperfectas vivan.»
Sascha estaba aguardándole cuando llegó al despacho al día siguiente.
Preocupado por la inquietante intensidad del sueño, intentó entablar conversación con ella, pero se estrelló contra una pared de ladrillo. Parecía que se hubiera retraído profundamente dentro de sí misma, tanto que casi había dejado de existir.
—¿Estás bien? —Podía sentir las sombras que la rodeaban, sentirla a ella… como si fuera de su manada.
—Me gustaría sugerir algunas alternativas para los materiales que planeáis utiliza —dijo en vez de responder a su pregunta—. El estudio que he realizado me dice que este tipo de madera aguantará mejor los elementos en el entorno del emplazamiento. —Deslizó sobre la mesa una muestra y un informe adjunto de casi dos centímetros y medio de grosor.
Frustrado por su intransigencia, Lucas tocó la muestra.
—Este material es más barato.
—Eso no significa que no sea bueno. Por favor, lee el informe.
—Lo haré. —Lo dejó a un lado—. Tienes un aspecto terrible, Sascha.
No iba a consentir que ella le apartara, no después de lo sucedido la noche anterior.
Sascha era psi y Lucas había estado teniendo algunos sueños realmente extraños. Sabía sumar dos y dos.
Sascha apretó la agenda electrónica con fuerza antes de recobrar el control.
—He estado teniendo problemas para dormir.
El instinto le decía que era hora de presionar.
—¿Los sueños te mantienen en vela?
—Ya te lo he dicho, los psi no sueñan. —Se negó a enfrentarse a su mirada.
—Pero tú sí, ¿no es verdad, Sascha? —dijo con voz suave—. ¿Cómo te afecta eso?
Ella levantó la cabeza bruscamente y Lucas atisbo una expresión perdida en sus ojos antes de que pitara su salvavidas computerizado.
—Discúlpame.
Cuando ella salió de la habitación, Lucas supo que era por su culpa y no por la llamada recibida. Por fin había llegado hasta ella. Si aquella llamada no los hubiese interrumpido…
—Maldita sea.
Las garras emergieron bruscamente en sus manos, prueba de hasta qué punto estaba perdiendo el control. Tras retraerlas, emprendió la caza de su escurridiza presa.
Sascha se había marchado.
Ria, su auxiliar administrativo, le comunicó el mensaje:
—Ha dicho que tenía que ocuparse de algo, pero que volverá para la reunión de las dos con Zara.
Lucas recibió el mensaje con una mal disimulada expresión torva.
—Gracias. —Su tono de voz decía otra cosa.
—Lo siento. No sabía que debía impedir que se fuera. —Ria frunció el ceño, desluciendo así su bonita cara humana—. Se supone que debes avisarme de estas cosas.
Emparejada con un leopardo de los DarkRiver desde hacía siete años, Ria no tenía el menor problema en hablarle a Lucas sin pelos en la lengua.
—No te preocupes. Volverá.
¿Adónde más podía ir? Si estaba en lo cierto con respecto a Sascha, aquello que la hacía única podría hacer que su propia gente la rechazara.
Lo que le inquietaba era que en lugar de calcular cómo podía utilizar ese punto débil para alcanzar sus objetivos, estaba preocupado por ella. Aquel giro inesperado perturbaba a hombre y pantera por igual… ¿Cómo era posible que un enemigo se hubiera ganado parte de su lealtad?
Sascha no se presentó a la reunión hasta que faltaba solo un minuto para las dos.
—¿Entramos? —Fueron las primeras palabras que le dirigió a Lucas. Llevaba un traje sastre negro, camisa blanca y su tono era tan gélido como el hielo más quebradizo.
A pesar de la preocupación por lo que ella le hacía sentir, deseó agarrarla y besarla hasta hacer que ronroneara. Había visto lo que se ocultaba bajo aquella concha y no pensaba ayudarla a sepultar a la mujer que había atisbado. Tal vez Sascha Duncan fuera psi, pero él era un cazador.
—Cómo no. —Agitó el brazo dispuesto a dejar que creyera que le había vencido.
A veces una emboscada inesperada era mejor que un ataque frontal.
—Zara debería estar dentro con Dorian, uno de los arquitectos. Kit ha pedido asistir, ¿te parece bien?
—Por supuesto. Yo aprendí el oficio del mismo modo.
Lucas supo que iba a haber problemas en cuanto entraron en la sala de reuniones.
Dorian estaba de espaldas a la ventana, la tensión acentuaba las líneas que le enmarcaban la boca, y los músculos de los hombros casi parecían vibrar.
—Kit. —Lucas optó por saludar al joven situado junto a Dorian, concediéndole tiempo al centinela para recobrar el control.
—Hola, Lucas. Tengo los diseños. —Kit señaló hacia un montón de rollos apilados sobre la mesa, desviando la mirada hacia Sascha y apartándola rápidamente.
—¿Dónde está Zara?
Lucas no le quitó los ojos de encima a Dorian quien, a su vez, no había dejado de mirar a Sascha desde que habían entrado. La joven psi se había mantenido extrañamente en silencio, como si fuera consciente de lo precaria que era la situación.
Kit se estiró de los puños del jersey de ochos que llevaba puesto y se pasó la mano por el cabello.
—Se ha retrasado. —Su tono denotaba cierta súplica; no deseaba discutir los asuntos del clan con una persona extraña en la estancia.
Lucas habló sin apartar la mirada de Dorian, furioso y letal.
—¿Nos excusas un momento, Sascha?
—Esperaré fuera. —Dio media vuelta y cerró la puerta al salir.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
El centinela le mostró los dientes.
—Los SnowDancer han perdido hoy a una mujer.
Lucas sintió que la ira se apoderaba de él.
—¿Cuándo?
—Dorian ha dicho que hace dos horas —respondió Kit—. Uno de los tenientes de Hawke acababa de llamarle.
—Lo cual significa que disponemos de una semana antes de que aparezca el cadáver. —La voz de Dorian sonaba ronca y tenía los puños tan apretados que se le marcaban los nudillos—. La retendrá una semana, y cuando haya terminado de hacerle lo que quiera que les haga, la cortará en trocitos y la abandonará en algún lugar que hasta entonces era un refugio seguro.
Lucas no intentó tranquilizar al centinela.
—¿Saben ya algo?
Pese a rechazar la tortura como método para descubrir la identidad del asesino, el corazón de Lucas había estado invadido por una furia tan gélida como la del propio Dorian desde que Kylie fuera asesinada. La joven, no mucho mayor que Kit, había estado bajo su protección. Lo que le habían hecho había sido inhumano, y la pantera que moraba en él ansiaba justicia.
—No. —Dorian se mesó el cabello con ambas manos—. ¿Por qué no arrastras a tu mascota psi hasta aquí y la obligas a decirnos quién es el asesino?
Sus ojos expresaban tal amenaza, que Lucas sabía que no podía permitirle que se acercara a Sascha.
—Puede que ella no sepa nada —señaló—. ¿Kit?
—Sí.
—Ve a decirle a Zara que la necesitamos.
Sus ojos lanzaban un mensaje diferente. No era a la gata montés a quien necesitaba, sino a la curandera. La mayoría de los jóvenes no habrían captado el mensaje, pero Kit estaba recibiendo la instrucción de un soldado; era el único modo de evitar que un futuro alfa se metiera en líos.
El muchacho asintió.
—Ya mismo voy. —Salió corriendo de la oficina.
Era una suerte para ellos que la sanadora hubiera ido también a la ciudad para llevar a los cachorros de compras. Su presencia allí era vital; Dorian estaba casi a punto de estallar. Hasta el momento, Lucas había ignorado cuan frágil era el control del centinela.
Prácticamente podría ver la rabia abriéndose paso tras aquellos ojos azules de surfero, dispuesta a mutilar, torturar y matar.
—Secuestrar a un psi no nos servirá de nada. Ellos no son como nosotros, ignorarán a la familia sin pensarlo dos veces.
Lucas se encaminó hacia Dorian y se detuvo frente a él, interponiéndose entre la salida y el centinela.
De pronto Dorian levantó la cabeza para centrarse en algo que se encontraba detrás del alfa.
—¡Ella es parte de la maldita mente colectiva! ¡Oblígala a que nos diga dónde está la chica de SnowDancer antes de que sea jodidamente tarde! —Su voz vibraba de cólera, pero no había perdido el control por completo… todavía.
Lucas no tuvo que volverse para saber que Sascha estaba en la entrada; podía olerla.
—Márchate, Sascha.
La pantera deseaba aferrarle la nuca y ponerla a salvo.
—No. —Dorian le empujó en el pecho con la fuerza suficiente como para haberle roto las costillas a un humano. Ser latente le había privado de la capacidad para transformarse, pero de nada más—. Cuéntale lo que este monstruo ha estado haciendo. Cuéntale lo que su querido Consejo le está ocultando.
Sascha entró y cerró la puerta.
—¿De qué está hablando?
Aquella voz gélida destilaba firmeza, y la forma en que se acercó hasta detenerse a menos de treinta centímetros de distancia denotaba determinación. No se observaba miedo en sus oscuros ojos estrellados.
Lucas se mantuvo entre Dorian y ella.
—Hay un asesino en serie que lleva varios años ensañándose con mujeres cambiantes.
Se había terminado el tiempo para andarse con subterfugios; había una vida en juego.
La expresión de Sascha permaneció inalterable.
—No existen asesinos en serie entre nuestra población.
—¡Gilipolleces! —espetó Dorian—. El asesino es psi y tu Consejo lo sabe. ¡Sois una raza de psicópatas!
—No es cierto.
—¡Sin conciencia, sin corazón, sin sentimientos! ¿De qué otro modo defines tú a un psicópata?
—¿Cómo sabes que es uno de los nuestros?
Intentó salir de detrás de Lucas, pero él la hizo retroceder con una sola mano.
—No te acerques tanto. Ahora mismo, Dorian se conformaría con desgarrarte la garganta a ti en lugar de al asesino. Su hermana fue una de las víctimas. —Se aseguró de que ella viera la verdad en su expresión.
Después de un breve silencio, Sascha dio un paso atrás y permitió que él mantuviera a Dorian a raya.
—¿Cómo sabes que es un psi? —repitió.
—Detectamos el olor de un psi en el escenario del asesinato de Kylie. —Lucas recordaría la maldad que impregnaba aquel olor hasta el día de su muerte—. Para nosotros, tenéis un olor muy característico. A diferencia de los humanos o los cambiantes, desprendéis únicamente frialdad, un hedor metálico que resulta repelente.
Ese era el motivo por el que muchos cambiantes se negaban a trabajar con los psi o a vivir en edificios construidos por ellos. Algunos sentían que aquella contaminación jamás podría erradicarse.
Lucas creyó entrever que una expresión herida asomaba fugazmente al rostro de Sascha cuando habló, pero su voz continuaba siendo serena:
—Si se trata de un asesino en serie, ¿por qué no se ha informado en la prensa? No he oído nada en la red ni en los medios de comunicación de humanos y cambiantes.
Dorian se volvió para aplastar las palmas de las manos contra la ventana. El cristal se agrietó.
—Vuestro Consejo impidió la divulgación de los informes igual que archivó las investigaciones. Los cambiantes y un par de humanos hemos intentado que los casos sean considerados como obra de un asesino en serie, pero nos hemos visto obstaculizados una y otra vez.
Lucas se enfrentó a la penetrante mirada de Sascha y decidió dar un paso que podría ser un error. No disponía de más tiempo para ir despacio. O su instinto era certero, o nunca había tenido la más mínima posibilidad.
—Hay detectives trabajando de forma encubierta en su tiempo libre y los clanes cambiantes comparten información en las zonas afectadas. Con el tiempo, atraparemos al asesino.
De eso no tenía la menor duda. Todos los cambiantes depredadores tenían una cosa en común: si uno de los suyos era herido, seguían la pista al responsable con férrea determinación aunque les llevara años.
—¿Qué ha cambiado? ¿Por qué estás tan furioso? —preguntó Sascha a Dorian, y en su voz se apreciaba algo semejante al dolor.
El centinela no respondió, sino que continuó con la cabeza gacha y las manos apretadas contra el cristal. Lucas sabía que, en lugar de atacar, el centinela se estaba retrayendo dentro de sí mismo, y eso no podía permitirlo. Dorian era del clan. No dejarían que sufriera solo.
Le puso una mano en el hombro, gesto que bastó para hacer que se mantuviera leal a los vínculos de la manada hasta que llegara Tamsyn.
—Los SnowDancer han perdido a una mujer hace dos horas. Si no la encontramos en los próximos siete días, hallarán su cuerpo mutilado de tal forma que incluso haría vomitar a un psi.
Hubo un revuelo junto a la puerta y Tamsyn entró corriendo en la estancia seguida por Kit y la hermana mayor de este, Rina, una muchacha voluptuosa y sensual, que ostentaba el rango de soldado. Lucas se volvió hacia Sascha.
—Espérame fuera.
Se trataba de un asunto del clan, y por mucho que la deseara, seguía siendo una extraña.
Sascha miró a Dorian durante largo rato, luego dio media vuelta en silencio y se marchó. Rina cerró la puerta, dejándola fuera.
Sascha se dirigió a la sala de espera en la planta baja del edificio, profundamente afectada por la angustia de Dorian. Nunca había sentido una agonía tan atroz, y precisó de todas sus fuerzas para no gritar al unísono con él. Parecía estar atrayendo el dolor, estar absorbiéndolo en su interior, donde podría mezclarse con su propio e insoportable sufrimiento.
«… desprendéis únicamente frialdad, un hedor metálico que resulta repelente…»
No podía olvidar las palabras de Lucas ni el odio del que se había sentido objeto.
Dorian, Kit, aquella hermosa mujer rubia, e incluso Tamsyn. Todos la habían mirado como si fuera la personificación del mal. Tal vez lo fuera. Si tenían razón, pertenecía a una raza que permitía el asesinato a fin de proteger su código del Silencio.
Sintió que una punzada de dolor le atravesaba el corazón. Sascha profirió un grito ahogado e intentó sofocarlo, pero solo fue a peor. Tenía que detenerlo, que encontrar algún modo de ayudar a Dorian antes de que él la matara. Localizar al leopardo fue fácil. La rabia y la cólera vibraban en él, y le rodeaba un aura de pura oscuridad que se agitaba con infinitos ecos de dolor.
Ignoraba lo que estaba haciendo a nivel psíquico, pues nadie la había instruido, y ni siquiera sabía qué era lo que intentaba hacer. Tendió la mano hacia la oscuridad que lo envolvía y tomó su sufrimiento en los brazos. Era tanto que los desbordaba.
Impulsada por la resolución, continuó recogiéndolo hasta que las sombras alrededor del hombre se suavizaron y la agonía que oprimía el corazón de Sascha se volvió más soportable.
La pena rebosaba en sus brazos y en lo único en lo que podía pensar era en hallar un modo de destruirla, una revelación instintiva que procedía de una parte enterrada de su mente. Pero no podía hacerlo allí. Apenas capaz de ver, salió del edificio llevando consigo aquella cosecha incomprensible.
Una vez dentro de su vehículo, programó su destino y puso el coche en conducción automática. Aquel pesar se tornaba cada vez mayor. Tenía que llegar a la seguridad de su apartamento antes de que su mente explotara a causa de la presión. Su imperfección se manifestaba ya en el temblor de sus dedos, en el sordo retumbar de su corazón.
Empleando casi todas las fuerzas que le quedaban, reforzó los escudos mentales que la protegían de la PsiNet. La energía que la mantenía con vida estaba vinculada a dichos escudos. Si fallaban, sería porque había muerto y no quedaba nada que los mantuviera en su sitio. Solo esperaba poder estar dentro de las paredes de su apartamento antes de que la oscuridad fuera demasiado grande, antes de que la destruyera desde dentro.
Mientras sujetaba de forma protectora el cuerpo de Dorian contra su pecho, Lucas sintió que el dolor se alejaba del centinela.
—Tamsyn, ¿qué has hecho?
La sanadora pasó las manos sobre el rostro de Dorian.
—Apenas he comenzado. No he sido yo. Dorian, ¿qué has sentido?
—Como si alguien se llevara el dolor y dejara… paz a su paso.
El centinela sacudió la cabeza y se incorporó. No sentía vergüenza por haberse dejado apoyar por el clan. Para eso estaba; si Lucas caía, Dorian haría lo mismo por él.
Rina entrelazó los dedos con los de Dorian.
—Pareces… —Carente de palabras, la soldado se volvió hacia Tamsyn.
—Centrado —repuso la sanadora mientras Lucas se ponía en pie.
Dorian frunció el ceño y se retiró el pelo de la cara.
—Ha sido sorprendente. Sentí como si un calor se extendiera dentro de mí expulsando la rabia. Puedo pensar. Por primera vez desde que se llevaron a Kylie, puedo pensar.
Dejó que Rina le abrazara y apoyara la cabeza sobre su pecho mientras él le acariciaba el brazo. Lucas sabía que estaba buscando serenarse mediante el tacto de la piel, el olor del clan. Aquello no tenía nada que ver con un intercambio entre hombre y mujer, y sí con la terapia de clan.
—Si no has sido tú, entonces, ¿quién?
El corazón de Lucas retumbaba fuertemente. Sus sospechas eran tan descabelladas que apenas podía creérselas. Pero el instinto nunca le había fallado y, además, había sentido el estallido de energía.
—No conozco a nadie que pueda hacer lo que ha descrito Dorian. —Tamsyn guardó silencio brevemente—. He oído rumores, pero no son más que eso… rumores.
Dorian miró a Lucas.
—No importa. Ahora no. Hemos de encontrar a la mujer de los SnowDancer antes de que los lobos pierdan la cabeza. En estos momentos se encuentran en estado de shock, pero eso va a dar paso a la rabia.
—La encontraremos. —Era la promesa de un alfa—. Voy a pedirle a Sascha que nos ayude.
—¿A una psi? —replicó Rina con aspereza—. Si ni siquiera ayudan a sus propios hijos…
—No tenemos otra opción.
No había otro modo de infiltrarse en la PsiNet.
Sascha se había marchado. De acuerdo con la recepcionista de la planta baja, la joven no tenía buen aspecto al abandonar el edificio.
—Se montó en su coche y se marchó. —La mujer se encogió de hombros—. Iba a preguntarle si se encontraba bien pero, ya sabes, es una de ellos, así que supuse que no querría que la molestaran.
—Gracias. —Lucas se metió las manos en los bolsillos.
—¿Crees que ha ido a informar al Consejo? —preguntó Rina, que había bajado con él.
Era una suposición válida, pero algo en Lucas se resistía a aceptarla. Sacó el teléfono móvil, marcó el código de Sascha y esperó. No obtuvo respuesta.
—Supongo que pronto lo sabremos. Diles a los centinelas que alerten al clan.
Si el Consejo descubría que los DarkRiver estaban trabajando para acabar con ellos, lanzarían un ataque preventivo.
Tal vez los psi no fueran capaces de manipular la mente de los cambiantes sin emplear una ingente cantidad de energía, pero podían matar si se lo proponían. Los más vulnerables eran los cachorros, pues todavía no habían terminado de desarrollar los escudos naturales que hacían que fuera más difícil hacer daño a los cambiantes de más edad.
Vio marcharse a Rina mientras marcaba otro código. Al cabo de diez minutos, todo miembro de los DarkRiver sería avisado. Los más débiles se dirigirían a las casas francas, donde los soldados del clan los protegerían. La única ventaja con que contaban los cambiantes era que los psi tenían que acercarse de forma considerable para atacarlos psíquicamente. Ningún psi había matado jamás a un cambiante a distancia.
«Pero hoy alguien ha llegado hasta Dorian desde lejos.»