—¡Os pillé! —Tamsyn alargó la mano y tomó en brazos a los cachorros que se volvieron para mordisquearle la piel con aire juguetón—. Yo también os quiero, pequeñines. Pero el tío Lucas y su nueva amiga tienen que comer, así que tenéis que quedaros en el suelo. —Los dejó después de abrazarlos.
Los cachorros se metieron debajo de la mesa sin perder tiempo y uno de ellos se acurrucó sobre las botas de piel sintética de Sascha. El peso y el calor de su cuerpo hicieron que las lágrimas acudieran a sus ojos. En un esfuerzo por ocultar su reacción, bajó la vista a la mesa y se concentró en el modo en que Lucas asía aún su trenza.
Deslizaba los dedos por ella, como si le gustara el tacto de los mechones contra las yemas de los dedos. Aquel movimiento fluido y repetitivo resultaba extrañamente excitante… ¿Acariciaría otras partes del cuerpo con un mimo tan exquisito?
Si no se andaba con ojo, pensamientos como aquellos podían hacer que acabara internada en el Centro. Había experimentado más sensaciones en las últimas horas que en el resto de su vida. Aquello le aterraba y, sin embargo, sabía que volvería a por más.
Volvería hasta que alguien lo descubriera.
Y entonces lucharía hasta la muerte. No permitiría que la sometieran a rehabilitación, que convirtiesen su mente en una patética sombra de lo que ella era.
—Aquí tenéis. —Tamsyn colocó un plato delante de cada uno de ellos—. No es nada elaborado, pero os dará fuerzas.
Sascha miró fijamente su plato.
—Pitas.
Conocía el nombre de muchas cosas. Al igual que la mayoría, utilizaba ejercicios mentales para mantener la mente en forma. Uno de los ejercicios era memorizar listas; su placer culpable, elegir las que despertaran sus sentidos. Como la de comida. La otra lista preferida había sido recopilada por el ordenador de un antiguo libro de posturas sexuales.
—Es mi especialidad «Labios picantes». —Tamsyn guiñó un ojo—. Un poco de chile nunca ha hecho daño a nadie.
Lucas tiró de la trenza que aún no había soltado.
—¿Sí?
¿Qué haría él si arrojaba toda precaución por la ventana y comenzaba a tocarle?
Siendo hombre, seguramente pediría más.
—Puede picar demasiado si no se está acostumbrado.
La tozudez siempre había sido el talón de Aquiles de Sascha.
—Sobreviviré. Gracias, Tamsyn.
—No hay de qué. —La mujer acercó una silla—. ¡Comed!
Sascha cogió su pita y le dio un bocado. Casi le estalló la cabeza. Sin embargo, gracias a su adiestramiento, nadie que la viera podría haber adivinado su malestar.
Lucas dejó de juguetear por fin con su cabello y devoró la comida en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Y bien? —preguntó Tamsyn—. ¿De verdad podrías convertir a mis cachorros en ratas?
Sascha pensó que Tamsyn hablaba en serio hasta que vio el brillo de aquellos ojos color caramelo.
—Podría haber hecho que creyeran que eran unas ratas.
—¿De veras? —La morena se inclinó hacia delante—. Creía que los psi tenían graves dificultades para trabajar con la mente de los cambiantes.
Sería más exacto afirmar que los psi tenían graves dificultades para «manipularles» la mente.
—Vuestros patrones de pensamiento son tan inusuales que sí, es difícil trabajar con ellos. Difícil, pero no imposible. Aunque, por lo general, el resultado no está a la altura de la cantidad de energía que se precisa para controlaros. —Al menos eso era lo que ella había escuchado, pues nunca se había encontrado en la tesitura de intentar manejar la mente de un cambiante.
—Menos mal que resulta muy difícil subyugarnos, porque si no los psi gobernarían el planeta —apostilló Lucas en un lánguido tono satisfecho al tiempo que se recostaba estirando un brazo sobre el respaldo de la silla de Sascha. El término «territorial» no alcanzaba a describirle.
—Nosotros gobernamos el mundo.
—Tal vez destaquéis en la política y las finanzas, pero el mundo no se reduce solo a eso.
Sascha tomó otro bocado de pita, pues había descubierto que le agradaba mucho la sensación de que fuera a explotarle la cabeza.
—No —convino después de tragar.
En aquel preciso instante, se percató de que uno de los bebés leopardo le estaba mordisqueando la puntera de la bota.
Sascha sabía que debía apartar al cachorro, pero no deseaba hacerlo. Ahogarse en sensaciones era preferible a estar condicionada a no sentir nada. Una discreta melodía interrumpió sus pensamientos.
Tardó un segundo en darse cuenta de que se trataba de su agenda electrónica.
Introdujo la mano dentro del bolsillo interior de la chaqueta, comprobó la identidad de quien llamaba y luego se enlazó con el otro psi, que se encontraba lo bastante cerca para establecer un sencillo contacto telepático.
—¿No vas a responder? —preguntó Tamsyn al ver que se guardaba de nuevo la agenda en el bolsillo.
—Estoy en ello.
Responder de ese modo requería menos del diez por ciento de su concentración.
Si hubiera sido un verdadero cardinal, le habría costado menos de una décima parte.
—No lo entiendo. —Tamsyn frunció el ceño—. Si puedes comunicarte mentalmente, ¿para qué llamar?
—Límites. —Se terminó la comida del plato—. Es como llamar a la puerta antes de entrar en una casa. Solo ciertas personas tienen derecho a iniciar contacto mental conmigo.
—Personas como su madre y el Consejo.
Lucas la tocó en el hombro con los dedos de la mano que descansaba sobre el respaldo de la silla.
—Creía que la PsiNet suponía que estabais todos en constante contacto.
La PsiNet no era ningún secreto, pero tampoco algo de lo que se hablara en detalle.
Parte de su condicionamiento había fallado, pero esa otra parte se mantenía.
—Quizá deberíamos salir para la reunión —fue su respuesta.
Sintió que el cuerpo de Lucas se quedaba completamente inmóvil, como si se hubiera convertido en la mortífera bestia que moraba en su interior. Lucas Hunter no estaba acostumbrado a que le dijeran que no.
—Por supuesto.
Debería temer aquel aspecto de su naturaleza, pero descubrió que le fascinaba.
—Gracias por el almuerzo —le dijo a Tamsyn, meneando el pie para que el cachorro lo soltara. No deseaba hacerle daño ni meterle en un lío, pero el pequeño continuó aferrado a la bota.
Lucas retiró la silla de la mesa y se levantó.
—Saluda a Nate de mi parte.
Tamsyn se dispuso a ponerse en pie. Consciente de que no podía continuar sentada, Sascha decidió correr el riesgo. Envió una débil transmisión telepática y le habló al cachorro. Suelta, pequeño, o te meterás en un lío. Había esperado tener dificultades para contactar con él, pero estableció conexión en un instante, como si estuviera hablándole a un niño psi. Debería de informar sobre semejante descubrimiento a la PsiNet, pero no lo hizo, porque hacerlo le parecía una traición.
El cachorro, Julian, no podía responderle, pero la soltó. Se sentía contento con que no le hubiera delatado, ya que se suponía que no debía mordisquear los zapatos de nadie.
Era un chico grande. Sascha se levantó aguantándose la sonrisa. Fue difícil ocultar la bota a la vista de los demás mientras iba de camino hacia la puerta, pero se las apañó para que la alta figura de Lucas se interpusiera entre Tamsyn y ella.
—Vuelve cuando quieras —dijo Tamsyn. Luego asió a Sascha por los brazos y la besó en la mejilla.
Sascha se quedó paralizada en cuanto Tamsyn la tocó, incapaz de hacer nada más al sentir la aplastante bondad que transmitía la mujer. Siempre había imaginado que podía leer las emociones de los demás, pero sus delirios nunca habían sido tan graves… en el mundo psi no existía material que alimentase las fantasías de su mente fragmentada.
—Gracias.
Retrocedió en cuanto Tamsyn la soltó y salió por la puerta en dirección al vehículo estacionado fuera. Le resultaba difícil estar en aquella habitación llena de risas y de calor humano, calidez y tentación, sin desear más… sin desearlo todo.
—¡Vaya! —exclamó Tamsyn viendo marchar a Sascha—. No debería haberla tocado.
Lucas le dio un abrazo.
—Por supuesto que sí. Que ella sea una psi no significa que nosotros lo seamos.
Tamsyn se echó a reír.
—¿Has visto su bota?
—Sí.
Lucas era el alfa de los DarkRiver; en todo momento había sido consciente de lo que estaba pasando con Julian. Lo que no podía entender era por qué Sascha había dejado que sucediera.
Y luego, durante un momento, había habido un considerable aumento de energía psi en el ambiente. Quizá la llamada telepática había subido de tono o bien Sascha había estado haciendo otra cosa… como hablar con un cachorro.
—No esperaba que a un psi los niños se le dieran tan bien. —Tamsyn apoyó la cabeza en el pecho de Lucas.
—Tampoco yo. —Sencillamente, no debería haberlo sido. Un psi jamás permitiría que un niño le mordisqueara los zapatos. No había motivo para ello, ningún provecho. Pero esa psi lo había hecho—. Avísame si los cachorros cuentan algo interesante.
La sanadora de los DarkRiver no era estúpida.
—¿Todavía nada?
—Aún no.
Tras depositar un beso en su cabello, le dijo adiós y se marchó. Sascha ya se encontraba en el vehículo cuando él ocupó el asiento del conductor.
—¿Ha sido tu primera experiencia con niños cambiantes?
—Sí. —Metió la puntera mordisqueada del zapato detrás de la otra pierna y, en ese preciso instante, Lucas supo que tenía problemas—. ¿Siempre adoptáis forma animal cuando sois niños?
—No. —Saliendo marcha atrás del largo camino de entrada de casa de Tamsyn, se incorporó a la calle, el aire transitó de forma fluida y veloz bajo el vehículo—. La habilidad de cambiar se desarrolla más o menos al año de nacer. Para nosotros es algo tan natural como respirar.
Sascha guardó silencio durante el siguiente tramo de carretera, como si estuviera dándole vueltas a lo que él había dicho.
—¿Y la ropa? ¿Qué le sucede cuando cambiáis?
—Se desintegra. Preferimos transformarnos estando desnudos.
Lucas observó con gran atención la energía que impregnaba el aire mientras hablaba y detectó un abrupto aumento; Sascha Duncan reaccionaba ante la imagen de él desnudo.
A ambas partes de su naturaleza les gustaba la idea de perturbar a aquella fascinante mujer a un nivel sensual pero, como alfa que era, tenía que considerar las repercusiones más profundas de lo que había averiguado… y cómo podía utilizarlo en contra de ella.
—Tamsyn… ¿cuál es su papel dentro del clan? —dijo, aquel brusco cambio de tema le indicó que no se había equivocado en sus conclusiones—. Sé que sois una sociedad jerárquica.
—Exactamente igual que los psi. Háblame de la tuya y yo te hablaré de la mía.
Si ella rechazaba una propuesta tan simple tendría que replantearse su estrategia.
Necesitaba acceder al interior de una mente psi para entrar en la PsiNet. No había otro modo de rastrear al asesino, no si el Consejo de los Psi le estaba encubriendo.
—Nuestro líder supremo es el Consejo.
Lucas procuró no delatar su alegría.
—Nosotros no tenemos un líder supremo. Cada clan es autónomo.
—Dentro de la estructura global estamos organizados en grupos familiares.
Eso era algo que no habían sabido a ciencia cierta porque, para el resto del mundo, el concepto psi de familia se parecía a cualquier otra relación comercial.
—Los lazos familiares existen dentro del clan, pero la lealtad es para con el propio clan.
—¿Y las parejas? —preguntó Sascha haciendo gala de un entendimiento tan grande de la mente de un cambiante que le sobresaltó—. Seguramente la lealtad mutua es lo primero.
—Esa es la única salvedad. Los leopardos se emparejan de por vida, de modo que no existe otra alternativa viable. —Se preguntó qué pensaría de eso aquella mujer que había sido creada por la medicina y no por la pasión—. ¿Y los psi? ¿A qué le sois leales?
—Al bienestar de nuestra gente —respondió—. Nos está permitido competir con otras familias en el ámbito de los negocios, pero eso es entre nosotros. Con respecto a los extraños, solo somos leales a una cosa.
—A asegurar la supervivencia de la raza psi.
—Sí. —Removiéndose en su asiento, formuló otra pregunta que él no esperaba—: ¿Emparejarse de por vida? ¿Es una opción parecida al matrimonio humano?
—En realidad, cambiantes y humanos pueden emparejarse entre sí. Varios miembros de mi clan están unidos a humanos. Los niños fruto de tales uniones siempre poseen la habilidad de transformarse.
—He oído decir que en el pasado se dieron uniones entre psi y cambiantes.
—Mi tatarabuela era psi. —Lucas le echó una mirada—. ¿Crees que yo habría sido un buen psi?
Ella clavó los ojos en él durante un segundo antes de responder:
—Tal vez deberías fijar la vista en la carretera.
Fría, práctica y sin sentimientos. Salvo por el hecho de que la puntera de su bota había sido mordisqueada por los dientes de un bebé leopardo.
Lucas obedeció de inmediato.
—Respondiendo a tu pregunta, no, no es una opción similar al matrimonio… al menos no para los leopardos. Una vez que encontramos a nuestra pareja, la única elección que tenemos es decidir si damos o no el paso final. Una vez que se da no hay vuelta atrás.
—¿Cuál es el paso final?
—Háblame de la PsiNet.
Sascha guardó silencio.
—¿Es un secreto? —insistió.
—Es algo privado.
—¿Cómo encontráis a vuestra pareja? ¿Cómo sabéis que él o ella es el elegido o elegida? —Su voz no denotaba inflexión alguna, pero en su pregunta se insinuaba una profunda curiosidad.
Lucas se preguntó si sería igual de inquisitiva en todos los ámbitos de la vida. Una amante curiosa era el aliciente definitivo para su alma de pantera.
—A eso no puedo responderte… no estoy emparejado.
Había visto que el corazón de su padre se hacía pedazos con la muerte de su madre.
Una parte de él no deseaba ser así de vulnerable ante nadie. Esa era una de las razones por las que nunca había mantenido una relación larga con ninguna mujer, humana o cambiante.
Emparejarse no era algo fácil de provocar, pero se había empleado a fondo para limitar las posibilidades de que su compañera lo encontrase.
Si a pesar de todo ella lograba darle caza, entonces la aceptaría y jamás la perdería de vista. Al cuerno con la libertad, su compañera iba a estar protegida en todo momento de su vida. Deteniéndose en el aparcamiento del edificio de oficinas de los DarkRiver, apagó el motor y deslizó hacia arriba la puerta del coche.
—¿Te gustaría estarlo?
La pregunta le hizo volverse para enfrentarse a aquellos estrellados ojos negros.
Ningún psi debería haberla formulado jamás. Ningún psi debería haber percibido nunca la ambigüedad reflejada en su voz.
—¿Y a ti?
—¿Es un asunto privado? —Sascha ladeó ligeramente la cabeza. Fue algo casi imperceptible, pero del todo ajeno a la naturaleza de su raza.
Lucas alargó la mano y le acarició el rostro con un dedo deseando ver qué hacía ella.
—Te responderé a eso una vez tengas privilegios de piel.
Se quedó paralizada al sentir su contacto y se apartó bruscamente para apearse del vehículo. Cuando se reunió con ella en el otro lado, Sascha mantuvo al menos treinta centímetros de distancia entre los dos. Lucas deseaba poner fin al espacio que los separaba con una desesperación tal que le asustó. El enemigo comenzaba a parecerle demasiado tentador. El tacto de su piel había supuesto un golpe para sus sentidos; miel oscura, como oro cálido acariciando terciopelo, sensual y exquisita.
La pantera ansiaba más, en tanto que el hombre… el hombre comenzaba a pensar que Sascha Duncan era única, una psi diferente a los demás. Estaba por ver si eso la hacía más o menos peligrosa. Lo que sí estaba claro era que tanto la pantera como el hombre estaban cautivados por ella.
Kit estaba esperándoles en la sala de juntas.
—Hola, Lucas.
El muchacho era alto, con una estatura que superaba en unos centímetros el metro ochenta, aunque no había completado su desarrollo. Lo que a su edad no importaba. Su cabello, de un intenso color caoba, y sus ojos azul oscuro hacían que nunca le faltase compañía femenina. Pero Lucas sabía que Kit era mucho más que un joven guapo: tenía el olor de un futuro alfa.
—Sascha Duncan, te presento a Kit Monaghan.
Kit esbozó aquella sonrisa que, como bien sabía, lograba que la mayoría de las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Una sonrisa lánguida y ardiente, colmada con la promesa de futuros placeres.
—Encantado.
Sascha inclinó la cabeza.
—¿Tiene los planos?
Lucas sintió ganas de echarse a reír al ver la expresión alicaída que se reflejaba en el rostro del muchacho.
—Kit trabaja a tiempo parcial como ayudante. Zara es la arquitecta que está realizando el diseño —dijo despojándose de la chaqueta.
Justo cuando pronunció su nombre, una mujer de baja estatura, con piel color moca y ojos grises, entró por la puerta situada detrás de ellos. Sascha se movió de inmediato para evitar el contacto, pero lo hizo de forma muy discreta, por lo que ni Zara ni Kit repararon en ello.
—Siento llegar tarde —repuso Zara—. La fotocopiadora se ha atascado.
Llevaba varias copias enrolladas de los planos en los brazos. Lucas la ayudó a colocarlas sobre la mesa circular y, acto seguido, indicó a todos que tomaran asiento.
Sascha se sentó a la izquierda de Lucas, con Zara a su derecha y Kit al otro lado de la arquitecta. Lucas se había percatado de que Sascha había mirado en varias ocasiones a la morena desde que esta entrara en la sala y, al parecer, también Zara se había dado cuenta.
—Si trabajar conmigo le supone algún problema, dígamelo ahora. —La arquitecta no era de las que se andaba por las ramas.
Sascha no reaccionó a nivel físico, pero Lucas estaba seguro de olfatear su confusión.
—¿Por qué iba a suponerme algún problema trabajar con usted? ¿Acaso es incapaz de hacer su trabajo?
—Puedo desempeñar mi trabajo perfectamente —masculló Zara—. A algunas personas no les gusta que mi piel sea más oscura.
—Esa reacción se basa solo en las emociones humanas. Yo no soy humana. —Sascha se levantó la manga de la chaqueta—. Si eso la tranquiliza, compruebe que yo también tengo la piel… oscura.
El hermoso e intenso tono miel de su piel parecía resplandecer con la luz artificial.
Lucas sintió que la bestia que moraba en Kit se revolvía, y no podía culpar al muchacho por desear tocarla. La piel de Sascha era una invitación para los sentidos, y ahora que ya la había acariciado, se dio cuenta de que se moría de ganas por hacerlo otra vez.
Zara se echó a reír.
—Si no le molesta mi color de piel, ¿por qué no deja de mirarme?
—No estoy segura, pero no parece ser un leopardo.
Lucas se quedó paralizado. Era completamente imposible que un psi hubiera percibido eso. Ni hablar. Olfatear a otro animal era un rasgo propio de los cambiantes.
¿Qué clase de psi era Sascha? ¿Había introducido a una espía en su mundo mientras trataba de infiltrarse en el de ella?
Zara no respondió hasta que el alfa no le dio permiso con una sutil inclinación de la cabeza.
—No lo soy. Soy una prima lejana… una gata montesa.
—Entonces, ¿por qué trabaja en una empresa de leopardos?
—Porque es la mejor —respondió Lucas atrayendo la atención de Sascha de nuevo sobre su persona.
En parte porque la creía demasiado peligrosa como para dejar que otro lidiara con ella, pero también porque no le gustaba que nadie que no fuera él despertara su fascinación.
Dada su naturaleza posesiva, aquello podía resultar un problema. Y de los grandes.
—¿Necesitó tu permiso para trabajar aquí?
Había un motivo por el que los cambiantes no revelaban información a los psi: la supervivencia. No obstante, ese detalle era de dominio público.
—En cuanto la convencí para que se uniera a nosotros, tuve que garantizar su seguridad.
Para ello había tenido que «adoptarla» en el clan de los DarkRiver durante el tiempo que se alargase su estancia. Estaba marcada con su olor y el de sus centinelas para que enemigos y amigos por igual supieran a quién pertenecía.
Si no hubiera sido así… Los cambiantes tenían sus motivos para andarse con mucho cuidado de no adentrarse en áreas controladas por otros depredadores. Los agentes de la ley no tenían jurisdicción en las disputas internas entre cambiantes, y la forma en que estos solventaban sus diferencias podía ser salvaje.
En ocasiones, eso les colocaba en una posición de desventaja en términos financieros, pues los psi podían actuar con mucha mayor celeridad. Pero las cosas quedaban equilibradas al final; a diferencia de los psi, ellos tenían claro quién era su enemigo. No había puñaladas por la espalda. Su raza prefería lanzarse directamente a la yugular.
—Veamos los diseños, Zara —dijo con el deseo de desviar a Sascha del tema.
Casi toda su raza creía que los cambiantes eran seres inferiores que, de algún modo, se habían abierto paso con uñas y dientes hasta conseguir poder suficiente para contener a los psi. Lucas no había conocido a ninguno que pareciera respetar sus costumbres lo bastante como para desear aprenderlas. ¿Era simplemente curiosa por naturaleza o era la vanguardia de una invasión sutil que se dedicaba a subir a la PsiNet cuanto averiguaba?
Zara desplegó uno de los planos.
—Este es el diseño de la primera vivienda.
—¿La primera? —preguntó Sascha—. ¿No van a ser todas iguales?
Kit la miró fijamente.
—Por supuesto que no. ¿Quién querría vivir en un lugar tan aséptico? Sería igual que un montón de esos cuchitriles en los que viven los psi… —Se puso como un tomate cuando de pronto pareció darse cuenta de con quién estaba hablando.
—Saca la pata de donde la has metido —le dijo Lucas procurando no sonreír—. Los cambiantes son diferentes de los psi, Sascha. A nosotros nos gusta que las cosas sean solo nuestras, que sean únicas. —Se enfrentó a sus centelleantes ojos oscuros y se preguntó si ella sentía lo mismo que él. Era como si estuvieran conectados por un fino cable que vibraba porque ambos eran muy conscientes de la presencia física del otro, algo que ninguno de los dos deseaba reconocer—. No nos gusta compartir.
Y a Lucas menos que a nadie. Lo que era suyo, era suyo.
—Entiendo. —Guardó silencio durante un instante— ¿Retrasará esto el plazo de finalización del proyecto?
—No. Hemos tenido eso en cuenta.
Lucas indicó a Zara que prosiguiera.
—Dado que esta área está controlada por los leopardos y los lobos, he diseñado las casas pensando en ellos principalmente. —Zara señaló los amplios espacios habitables y los fáciles accesos tanto estando en forma humana como en forma animal—. Pero tengo algunos planos para especies no depredadoras.
—¿Qué posibilidades hay de que quieran instalarse con los felinos y los lobos?
Una vez más, su pregunta denotaba una perturbadora comprensión de la situación.
—Esa es la cuestión —repuso Zara—. Son muy escasas. Es decir, nosotros no atacamos a los cambiantes no pertenecientes a especies depredadoras sin que medie provocación alguna, pero si eres un ciervo, ¿te gustaría tener como vecino a un leopardo al que una noche podría entrarle hambre?
Aquello era típico humor negro cambiante. Kit esbozó una amplia sonrisa.
—Ñam, ñam. Me encantan las brochetas de ciervo.
Sascha le miró como si fuera un bicho raro. El joven no se inmutó, cosa que le honraba, e incluso trató de sonreír de nuevo. La respuesta de Sascha fue cerrar los ojos durante tres segundos. Cuando los abrió de nuevo, dijo:
—Me han otorgado autoridad para vetar o aprobar los diseños. Por favor, enséñeme los que crea que puedan funcionar mejor. —Y antes de que Zara pudiera hablar, formuló otra pregunta—: ¿Qué probabilidades hay de que los lobos y los leopardos convivan pacíficamente? No quiero malgastar dinero construyendo para los lobos si no van a acercarse a los leopardos y viceversa.
Aquello era realmente atípico. Lucas sabía que debía empezar a tener cuidado con aquella esbelta psi que pensaba de un modo alarmantemente demasiado parecido al de un cambiante.
—Hemos establecido una tregua que nos permite convivir sin que haya derramamiento de sangre —intervino él—. El grueso de los residentes será leopardos, pero habrá una cifra de lobos lo bastante numerosa como para que valga la pena tenerlos en cuenta a la hora de hacer los diseños. Hay escasez de viviendas para ambas especies.
El motivo era que los psi poseían gran cantidad de promotoras inmobiliarias y que estas construían los cuchitriles a los que había aludido Kit: viviendas pequeñas y compactas en las que ningún depredador que se preciase querría vivir. La familia Duncan había sido pionera en comprender la necesidad de la participación de los cambiantes en las fases iniciales de un proyecto. Para atraer a los cazadores, a los animales de presa, había que pensar como ellos.
Zara eligió aquel momento para hablar:
—Este es el diseño que me gusta para los felinos y este otro para los lobos. —Colocó dos planos muy básicos sobre la mesa—. A partir de estos esbozos, voy a realizarlos teniendo en cuenta el terreno, las vistas y las tendencias. Para algunas casas, comenzaré desde cero a fin de adaptarme a la personalidad del cliente.
Sascha estudió los diseños.
—Para hacer eso tendrías que saber quién va a ser el comprador.
—Ya tenemos una lista de espera de posibles compradores. Su dinero está depositado en nuestra cuenta consignataria. —Lucas observó los ojos de Sascha cuando esta levantó la vista y captó un fugaz centelleo en las estrellas que los iluminaban.
Tenía ganas de decir «Sorpresa, sorpresa, nena».
—¿Qué?
—Es el primer proyecto urbanístico que está siendo diseñado y construido por cambiantes. —Lucas se encogió de hombros, plenamente consciente de que eso hacía que la musculatura se le marcase bajo la camiseta. Como a cualquier felino, le gustaba que le admirasen, pero esta vez fue un intento deliberado por hacer que Sascha reaccionara.
Ella apartó la vista.
—Así que ya sabías que cumplirías tu parte del trato cuando negociamos la gratificación.
—Por supuesto.
—Me considero vencida. —Pero cuando la miró, Lucas vio de todo en sus ojos salvo sumisa aceptación.
Menos mal que nunca le habían gustado las presas fáciles.