—No tienes esos privilegios.
Riendo entre dientes, Lucas le soltó la trenza dejando que se le deslizara entre los dedos y ella se apartó en cuanto el cabello recogido descansó sobre su espalda. Se había acabado el recreo.
—Elegí esta tierra —dijo respondiendo a la pregunta anterior— por su proximidad a la naturaleza. Aunque la mayoría de los cambiantes lleva una vida civilizada, somos animal y humano en igual medida… llevamos la necesidad de vagar en libertad en la sangre.
—¿Cómo te ves a ti mismo? —preguntó—. ¿Como humano o como animal?
—Soy ambas cosas.
—Una de las dos debe dominar sobre la otra. —Concentrada, frunció el ceño alterando la perfección de su rostro.
¿Un psi frunciendo el ceño? Aquella expresión desapareció al cabo de un segundo, pero él ya la había visto.
—No. Somos un solo ser. Soy pantera y humano en igual medida.
—Creía que eras un leopardo.
—La pantera negra existe en diversas familias felinas. Es el color de nuestro pelaje lo que nos convierte en pantera, no nuestra especie.
No le sorprendía que ella desconociese aquel dato. Para los psi, los cambiantes eran animales, sin distinción alguna. Ese era su error. Un lobo no era lo mismo que un leopardo, del mismo modo que un águila no se parecía en nada a un cisne.
Y una pantera al acecho era una combinación de furia y peligro.
Sascha observó a Lucas cuando regresó al coche para coger su teléfono con intención de llamar a los SnowDancer. Aprovechando que estaba de espaldas a ella se permitió el lujo de apreciar su pura belleza masculina. Era simplemente… exquisito.
Nunca antes había utilizado aquella palabra, nada ni nadie le había parecido digno de ella. Pero, sin la menor duda, Lucas Hunter se ceñía a la definición.
A diferencia de la fría formalidad de los varones psi, él era pícaro y accesible. Y eso hacía que fuera mucho más peligroso. Había llegado a vislumbrar al depredador que acechaba bajo la superficie; quizá Lucas se mostrara educado, pero llegado el momento de morder, se lanzaría a la yugular. Nadie llegaba a ser alfa de una manada de depredadores a tan temprana edad si no ocupaba la cúspide de la cadena alimentaria.
Eso no la asustaba. Tal vez porque había visto lo que era el verdadero terror en el laberinto de la PsiNet, cosas verdaderamente atroces y viles, la naturaleza manifiestamente depredadora de Lucas le resultaba tan grata como un soplo de aire fresco. Puede que hubiera intentado engatusarla, pero en ningún momento había fingido ser otra cosa que lo que era: un verdadero cazador, un depredador por dentro y por fuera, un macho sensual plenamente consciente del efecto que causaba su sexualidad.
Él le hacía sentir deseo, le hacía sentir cosas brutales y salvajes que amenazaban con resquebrajar la máscara de frialdad que se ponía para sobrevivir y que era cada vez más frágil. Debería alejarse de él tan deprisa como se lo permitieran los pies. En vez de eso, se sorprendió saliendo a su encuentro cuando él regresó con un reluciente dispositivo plateado pegado a la oreja, mucho más avanzado que el invento original de Bell.
—Venderán por doce millones. —Se detuvo a un par de pasos de ella y le indicó que tenía a los SnowDancer al teléfono.
—Eso es el doble de lo que vale esta tierra en el mercado libre. —No pensaba consentir que la intimidaran—. Ofrezco seis y medio.
Lucas mantuvo el teléfono contra su oreja y cuando no repitió la oferta que ella había hecho, Sascha se dio cuenta de que el miembro de los SnowDancer que estaba al otro lado de la línea debía de haberla oído. Era un recordatorio de que, a pesar de que su narcisista raza se consideraba el líder supremo del planeta, los cambiantes poseían poderes extraordinarios.
—Dicen que no están interesados en enriquecer a los psi. No les quita el sueño que no compres. Estarán encantados de vendérsela a tu competidor.
Sascha había hecho los deberes.
—No pueden. El grupo empresarial de la familia Rika-Smythe ya ha invertido todos sus recursos disponibles en un negocio en San Diego.
—Entonces la dejarán tal cual. Doce millones o no hay trato.
La miró de forma penetrante con aquellos increíbles ojos verdes y Sascha se preguntó si estaría tratando de ver su alma. No podía decirle que era un esfuerzo vano.
Era una psi; no tenía alma.
—No podemos permitirnos invertir tanto en el terreno. Nunca recuperaríamos la inversión. Encuéntrame otro —repuso procurando parecer fría y serena a pesar del efecto desestabilizador que producía en ella la presencia de Lucas.
Esta vez él repitió sus palabras al teléfono. Después de escuchar la respuesta, dijo:
—No ceden, pero tienen una contraoferta.
—Escucho.
—Te darán la tierra a cambio del cincuenta por ciento de los beneficios y un acuerdo firmado por el que ninguna de las viviendas le será vendida a los psi. También quieren cláusulas en todos los contratos que garanticen que los futuros propietarios no puedan vender a los psi. —Se encogió de hombros—. La tierra tiene que permanecer en manos de los cambiantes o de los humanos.
Aquello era lo último que se habría esperado, pero los ojos de Lucas expresaban que él estaba al tanto. Y no la había puesto sobre aviso. Eso le hizo desconfiar. ¿Estaba intentando provocar una reacción en ella?
—Concédeme un momento. No estoy autorizada a tomar esta decisión.
Alejándose a cierta distancia, pese a que no era estrictamente necesario, conectó con su madre a través de la PsiNet. Normalmente utilizaban el enlace telepático, pero Sascha no era lo bastante fuerte para transmitir a tanta distancia. Aquel rotundo ejemplo de su debilidad sirvió para recordarle que debía mantenerse en guardia. A diferencia de otros cardinales, ella era prescindible.
Nikita respondió de inmediato.
—¿Qué sucede?
Una parte de su conciencia se encontró cara a cara con parte de la de Sascha en un cuarto mental cerrado dentro de la inmensidad de la PsiNet.
Sascha repitió la oferta.
—Es sin duda una localización de primera desde la perspectiva de las necesidades de los cambiantes —agregó—. Si los SnowDancer aportan la tierra, nuestra inversión se reduce en un cincuenta por ciento, de modo que compartir los beneficios no va a reducir el balance final. Puede que incluso acabemos resultando beneficiados.
Nikita guardó silencio brevemente antes de responder y Sascha supo que estaba realizando una búsqueda de datos.
—Esos lobos tienen la mala costumbre de intentar asumir el mando de todo aquello en lo que participan.
Sascha tenía la sensación de que la mayoría de los cambiantes depredadores acostumbraban a hacerlo. Lucas, sin ir más lejos, había estado intentando dominarla desde el mismo instante en que le había puesto los ojos encima.
—No se les conoce por realizar inversiones inmobiliarias. Creo que esto puede ser una reacción emocional ante la idea de dejar que el control sobre su tierra caiga en manos de los psi.
—Puede que tengas razón. —Otro silencio—. Redacta un acuerdo estableciendo que nosotros tenemos control sobre todo el proceso, desde el diseño hasta la construcción, pasando por la campaña de marketing. Han de ser un socio capitalista. Compartiremos los beneficios, pero nada más.
—¿Y qué hay de su exigencia de vetar la venta de las viviendas a los psi? —A ellos, a los psi. La gente a la que nunca había pertenecido en realidad, pero que era todo lo que tenía—. Es legal según la ley urbanística.
—Tú eres la directora de este proyecto ¿Qué opinas?
—Ningún psi querrá vivir aquí. —Tanto espacio abierto asustaba a la mayoría de los de su raza, que preferían vivir en bonitos cubículos cuadrados con límites determinados—. No merece la pena luchar y no tenemos que pagar a Lucas su millón si no vende todas las unidades.
—Asegúrate de que le quede claro.
—Lo haré.
El instinto le decía que la pantera les había tomado la delantera. Lucas no le parecía en absoluto estúpido.
—Llámame si tienes algún problema.
La presencia de Nikita desapareció de inmediato. Cuando Sascha regresó junto a Lucas, le encontró frotándose la nuca como si algo le hubiera irritado la piel. Siguió el movimiento de su brazo con la mirada, fascinada por los esbeltos contornos de músculos visibles incluso cubiertos por la chaqueta de cuero sintético. Cada movimiento era fluido, grácil, como el de un gran felino al acecho.
No se percató de que se le había quedado mirando hasta que él enarcó una ceja.
—Aceptamos sus demandas si ellos aceptan ser un socio capitalista —dijo esforzándose por no sonrojarse—. Y eso significa que no se sepa nada de ellos.
Lucas retiró la mano de la nuca y se llevó el teléfono a la oreja.
—Aceptan… Haré un borrador del contrato. —Cerró el pequeño comunicador plano.
—No pensamos olvidar que tienes que vender todas las viviendas para recibir ese último millón.
Había algo claramente petulante en la sonrisa perezosa que se dibujó en los labios de él.
—No hay problema, encanto.
Cuando se disponían a montar de nuevo en el coche, Sascha se percató de que era el primer acuerdo comercial entre cambiantes y psi al cincuenta por ciento del que tenía conocimiento. Eso no le molestaba, el instinto le decía que iban a salir muy bien parados.
La lástima era que mencionar la palabra «instinto» la haría beneficiaría de una lobotomía química.
Lucas se sentía totalmente frustrado. Sascha no solo se negaba a revelarle algo útil, sino que continuaba captando pequeñas peculiaridades de los cambiantes que ningún psi debería ser capaz de percibir. Peor aún, estaba teniendo que combatir el impulso de informarla en vez de estar interrogándola sutilmente para obtener respuestas.
—¿Qué te parece esto? —Lucas le mostró otro párrafo del contrato propuesto.
Se encontraban sentados en su despacho en el último piso del edificio de oficinas de los DarkRiver. Le había buscado a Sascha un despacho justo al lado del suyo. Era la situación perfecta… si conseguía que hablase.
Ella examinó el documento y lo deslizó de nuevo hacia él sobre la oscura madera de la mesa.
—Si cambias ese «a» por un «en», me parece perfecto.
Lucas reflexionó sobre el cambio.
—De acuerdo. Los SnowDancer no van a discutir contigo por esto.
—¿Pero lucharán conmigo?
—No si el contrato es justo. —Se preguntó si un psi entendía siquiera el significado de «integridad»—. Ellos confían en mí y yo les diré la verdad. De modo que, siempre que no intentes nada turbio, mantendrán su palabra.
—¿Se puede confiar en la palabra de un cambiante?
—Seguramente más que en la de un psi.
Apretó los dientes solo de pensar en que los psi, que se creían superiores a nivel moral, aseveraban no sentir ira ni violencia, cuando cada vez estaba más claro que era falso.
—Tienes razón. En mi mundo el engaño sutil está considerado una eficaz herramienta para negociar.
Lucas se quedó muy sorprendido al ver que ella reconocía su argumento.
—¿Solo cuando es sutil?
—Quizá algunos lo lleven demasiado lejos.
La serenidad de aquella mujer hacía que desease poner fin al espacio que los separaba y acariciar su cuerpo. Tal vez el contacto físico lograra lo que no conseguían las palabras.
—¿Quién se encarga de castigar a aquellos que se extralimitan?
—El Consejo. —Su respuesta fue rotunda.
—¿Y si el Consejo se equivoca?
Ella se enfrentó a su mirada, impertérrita y extrañamente hermosa.
—Sabe todo cuanto sucede en la PsiNet. ¿Cómo podría equivocarse?
Lo cual, dedujo Lucas, significaba que no todos estaban al tanto de los secretos de la red.
—Pero si nadie más tiene acceso a toda la información, ¿cómo pueden rendir cuentas?
—¿A quién rindes cuentas tú? —preguntó en lugar de responder—. ¿Quién castiga al alfa?
Lucas deseó encontrarse en el otro lado de la mesa para poder tocarla y descubrir si estaba combatiendo el fuego con el fuego o, sencillamente, estaba siendo práctica.
—Si violase las leyes del clan, los centinelas me depondrían. ¿Quién depone al Consejo?
Ya creía que ella no iba a responderle cuando le dijo:
—Es el Consejo. Está por encima de la ley.
Lucas se preguntó si ella era consciente de lo que acababa de reconocer. Más que eso, deseó saber si le importaba. Aquello era una locura, porque lo único que les preocupaba a los psi era la fría esterilidad de sus vidas. Aunque el instinto le decía que Sascha era diferente.
Tenía que descubrir la verdad acerca de ella antes de hacer algo que pudiera lamentar. Y el mejor modo de quebrar aquel impenetrable caparazón psi podría ser sacarla por la fuerza de la seguridad del mundo que ella conocía y arrojarla al fuego.
—¿Qué te parece ir a almorzar?
—Podemos reunimos de nuevo aquí mismo dentro de una hora —dijo.
—Era una invitación, encanto. —Agregó aquel apelativo cariñoso a modo de provocación. La última vez ella había reaccionado, y Lucas deseaba ver si volvía a tener un desliz—. ¿O acaso tienes una cita?
—Nosotros no tenemos citas. Acepto tu invitación. —No hubo una reacción obvia, pero percibió un golpe de genio en ella.
Lucas se puso en pie, sintiéndose sumamente satisfecho de que la trampa hubiera funcionado.
—Vayamos a saciar el apetito.
Aquellos ojos ligeramente rasgados parecieron abrirse a causa de la sorpresa, pero entonces ella parpadeó y desapareció toda expresión. ¿Se estaba engañando a sí mismo al imaginar que Sascha, uno de los implacables psi, era vulnerable a las emociones solo porque se sentía atraído hacia ella? Dormir con el enemigo no formaba parte del plan. Por desgracia, su mitad pantera se las arreglaba para desbaratar hasta los planes mejor trazados una vez que le entraban ganas de probar algo… o a alguien.
Casi cuarenta minutos más tarde, Sascha se apeó del coche de Lucas delante de lo que, según él le había dicho, era el hogar de un miembro de su clan. La casa, ubicada en la amplia zona donde las viviendas urbanas dejaban paso de forma gradual a los lindes de la naturaleza, era la única que se alzaba al fondo de un largo camino y tras ella parecía extenderse el bosque.
Se sentía insegura y fuera de lugar. Nadie le había enseñado a bregar con la situación en que se encontraba… porque los psi no solían ser invitados a la casa de un cambiante.
—¿Estás seguro de que no le importará?
—A Tamsyn le encantará la compañía —le aseguró Lucas, que entró sin vacilar cuando su rápida llamada a la puerta fue respondida por una voz desde el interior de la casa.
Sascha le siguió por el vestíbulo y se encontró en la entrada de una amplia habitación que parecía ser una mezcla de cocina y comedor. A su derecha había una mesa rectangular de madera con seis sillas alrededor. Tenía una serie de arañazos, que imaginó que podrían deberse a las marcas involuntarias de unas garras. Las gruesas patas presentaban señales similares.
La mesa y las sillas descansaban sobre un reluciente suelo de madera cubierto por una vistosa alfombra que, aun así, no podía tapar los numerosos arañazos del parquet. En su mayor parte, eran finos y poco espaciados, demasiado angostos para haber sido hechos por las garras de un leopardo. Representaban todo un enigma para su mente analítica.
—¡Lucas! —exclamó una hermosa mujer de brillante cabello castaño que salió de detrás de una encimera.
Lucas se encontró con ella en el centro de la estancia.
—Tammy.
Inclinándose, Lucas rozó con sus labios los de la mujer, que se abrazó a él durante un segundo antes de retroceder.
Sascha se sorprendió cuando notó que se le encogía el estómago al presenciar aquel gesto desenvuelto e íntimo. Adiestrada para reconocer las emociones a fin de destruirlas, identificó aquella como celos. Se caracterizaba por una sensación posesiva, iracunda, y hacía extremadamente vulnerables a las personas. El propósito de su adiestramiento había sido enseñarla a explotar las debilidades de los cambiantes y los humanos, pero ella había utilizado dicha información para enmascarar su propia imperfección.
—¿A quién has traído de visita? —La morena se acercó a ella—. Hola, soy Tamsyn, pero suelen llamarme Tammy.
Ella se dispuso a tenderle la mano, pero enseguida la dejó caer, como si hubiera recordado que los psi detestaban el contacto físico.
—Soy Sascha Duncan.
Dirigió la vista por encima del hombro de Tamsyn y la clavó en los ojos de Lucas.
La estaba mirando de un modo que la inquietó por su franqueza. Tuvo que esforzarse por concentrar de nuevo la atención en la mujer.
—Vamos —dijo Tamsyn—. Acabo de preparar unas galletas de chocolate que están de muerte. Podéis probarlas antes de que el resto del clan las olfatee. Os juro que Kit y los demás jóvenes siempre saben cuándo estoy horneando galletas.
Retornó al otro lado de la encimera. Cuando pasó junto a Lucas, este le acarició la mejilla con los nudillos y ella se frotó suavemente contra él.
Privilegios de piel.
Parejas, amantes y miembros del clan.
—¿Es tu pareja? —Sascha se detuvo junto a Lucas tratando de no rechinar los dientes para controlar los celos que bullían en su interior.
Tamsyn rompió a reír, sobresaltando a Sascha. Había olvidado que los cambiantes poseían un oído más agudo que el de los psi.
—Por Dios, no. No se te ocurra decir eso delante de Nate… podría darle por desafiar a Lucas a un duelo o algo igualmente arcaico provocado por la testosterona.
—Te pido perdón —le dijo a Tamsyn plenamente consciente del agudo interés que expresaban los ojos de Lucas—. He malinterpretado las cosas.
La mujer frunció el ceño.
—¿Qué cosas?
—Nos hemos dado un beso y nos hemos tocado —respondió Lucas.
—¡Ah, eso! —Tamsyn cogió un plato con galletas de detrás de la encimera y lo colocó sobre la misma—. Solo ha sido un saludo a un compañero del clan.
Sascha se preguntó si sabían lo afortunados que eran. Podían mostrar emociones extremas sin temor a que los encerraran y sometieran a rehabilitación. Una parte de sí misma deseaba contarles que también ella ansiaba que la tocaran, que su anhelo era tan intenso que estaba famélica. Pero sabía que era la locura la que hablaba. Los cambiantes despreciaban a los psi. Aunque simpatizaran de algún modo, ¿qué podían hacer? Nada.
Nadie había conseguido oponerse jamás al poder de la PsiNet, el único modo de abandonarla era la muerte.
—Vamos. —Tamsyn le hizo señas para que se acercara—. Son absolutamente decadentes.
Sascha nunca había pensado en la comida en esos términos. Espoleada por la curiosidad, se acercó para coger una galleta todavía caliente. El chocolate era una sustancia dulce codiciada por los humanos y los cambiantes. No estaba incluida en la dieta de los psi, pues su valor nutricional podía ser cubierto por otros alimentos más convenientes.
—Lo estás mirando como si nunca hubieras probado el chocolate.
Lucas se apoyó contra la encimera, a su lado. La diversión que se reflejaba en su rostro era inconfundible, y Sascha sintió que le ardían los dedos por el deseo de recorrer aquellas marcas, de averiguar si eran suaves o duras, sensibles o no.
—No lo he probado.
Se concentró en la galleta en lugar de en el calor que emanaba de la piel de Lucas. Ahora que se había despojado de la chaqueta, podía ver demasiada de aquella dorada carne masculina.
Tamsyn abrió los ojos desmesuradamente.
—Pobrecita. De cuántas cosas te han privado.
—He recibido una nutrición equilibrada durante toda mi vida. —Se sintió obligada a defender a los suyos, aunque sabía que estos no dudarían en deshacerse de ella en cuanto descubrieran su defecto.
—¿Nutrición? —Lucas sacudió la cabeza haciendo que el cabello negro se le deslizara por los musculosos hombros—. ¿Solo comes para poder subsistir? —Devoró la galleta de dos bocados—. Encanto, eso no es vida.
En sus ojos burbujeaba la risa, pero también algo ardiente, algo que susurraba que él podría enseñarle a vivir de verdad.
Sascha tragó saliva para reprimir la oleada de deseo que amenazaba con hacer pedazos su control. Lucas Hunter era como una bebida potente, y una parte loca de sí misma deseaba tomar un sorbo y comprobar si sabía tan bien como parecía.
—Adelante —la animó Tamsyn haciéndola regresar a la realidad, afortunadamente—. Prueba una antes de que Lucas se las zampe todas. No voy a envenenarte.
Sascha tomó un bocado con cautela… y se sintió invadida por las sensaciones.
Hizo todo cuanto estuvo en su mano para no sollozar. No era de extrañar que, en otra época, la Iglesia hubiera calificado el chocolate como una tentación del demonio. Se lo tomó con calma, pese a que deseaba tragárselo y arramplar con todo el plato, y se la terminó despacio.
—Tiene un sabor poco usual.
—Pero ¿te gusta? —preguntó Tamsyn.
—Los psi no hacen distinciones, ¿verdad, Sascha? —respondió Lucas antes de que ella pudiera hacerlo.
—No. —No lo hacían si eran normales. Se preguntó si alguien lo notaría si tomaba otra galleta—. Algo es útil o no lo es. El gusto no tiene nada que ver.
—Toma. —Lucas le acercó otra galleta a los labios—. Quizá el chocolate te haga cambiar de opinión.
La tentación moraba aún en la pícara sonrisa de los labios de Hunter. Sascha no fue lo bastante fuerte como para resistirse.
—Puesto que todavía no hemos almorzado, esto me proporcionará las calorías necesarias.
—¡Lucas! ¿Has estado trabajando durante la hora del almuerzo otra vez? ¡Sentaos los dos! —Tamsyn señaló hacia la mesa—. Nadie se marcha de mi cocina con hambre.
Sascha estaba confusa por la jerarquía que imperaba en la habitación.
—Creía que Lucas era tu alfa.
Lucas rió entre dientes.
—Así es, pero esta es la cocina de Tamsyn. Deberíamos sentarnos antes de que nos arroje una olla a la cabeza. —Se encaminó hacia la mesa—. Tammy, lo confieso. He venido para que me des de comer. No hay nadie que cocine como tú.
—Déjate de zalamerías, Lucas Hunter. —A pesar de las cortantes palabras, la morena sonreía.
Sascha procuró terminarse la galleta a pequeños bocados en lugar de devorarla.
Iba a tener que pasar de contrabando algo de chocolate a su apartamento. Por primera vez había encontrado algo relativamente seguro con que satisfacer sus sentidos. Un pecado más no cambiaría nada en una vida que había vivido en secreto desde que podía recordar.
Acababan de ocupar sus asientos cuando dos pequeños cachorros de leopardo irrumpieron en la habitación. Con los ojos como platos, Sascha observó que el par se deslizaba por el suelo de madera pulida antes de que la alfombra los frenase. Dejaron tras de sí una estela de varios arañazos largos y finos.
—¡Roman! ¡Julian! —Tamsyn salió de detrás de la encimera y cogió a ambos cachorros del pellejo del cuello— ¿Qué creéis que estáis haciendo?
Dos avergonzadas caritas peludas se volvieron para mirarla. Sascha se quedó fascinada por los maullidos gatunos que surgían de sus gargantas.
Tamsyn rompió a reír.
—Sois un par de tunantes. Sabéis que no debéis correr por la casa. Ya he perdido dos jarrones esta semana.
Los cachorros se revolvieron.
—Vamos. —Tamsyn se aproximó y los dejó sobre la mesa—. Dadle una explicación al tío Lucas.
Los cachorros apoyaron la cabeza sobre las patas y levantaron la vista hacia Lucas, como si esperasen a ser juzgados. Sascha se moría de ganas de acariciar el pelaje suave como la seda del pequeño que tenía más cerca. Eran tan hermosos, con aquellos vivarachos ojos verde dorado, que estaba embelesada.
Casi brincó de la silla cuando Lucas rugió, un grave gruñido surgido de una garganta humana, pero que sonó completamente feroz. Los cachorros se levantaron de un salto y respondieron de igual modo. Lucas se echó a reír.
—Dan miedo, ¿verdad? —Sus ojos la invitaron a unirse a la diversión.
Sascha no pudo resistirse.
—Son feroces.
Uno de los cachorros se deslizó de repente hasta pararse delante de ella, tan cerca que casi estaban pegados nariz con nariz. Sascha miró fascinada aquellos ojos.
Entonces el pequeño abrió las fauces y le lanzó un gruñidito. La risa burbujeaba en la garganta de Sascha. ¿Cómo podía alguien quedarse impasible ante semejante picardía?
Pero ella era psi y no le estaba permitido reír. Sin embargo, de ningún modo iba a reprimirse de darse otro capricho. Tal vez nunca volviera a tener otra oportunidad.
Alargó la mano y levantó al cachorro asiéndolo por el pellejo del cuello, tal como había hecho Tamsyn. Su pelaje era suave y su cuerpo cálido. El pequeño se revolvió y gruñó al tiempo que agitaba las patas con las uñas escondidas, y Sascha se dio cuenta de que estaba jugando con ella. En ese momento, el otro cachorro aterrizó de un salto sobre su regazo y comenzó a trepar por su cuerpo.
Sin saber qué hacer, se volvió hacia Lucas, cuya diversión era manifiesta.
—A mí no me mires, encanto.
Sascha dirigió la vista hacia los dos pequeños juguetones con los ojos entornados.
—Soy psi. Puedo convertiros en ratas. —Los cachorros dejaron de retorcerse.
Cogió al que tenía en el regazo, colocó a ambos sobre la mesa delante de ella y se agachó para quedar a su altura—. Tened mucho cuidado con gente como yo. —Era un consejo suave y sincero—. No sabemos portarnos bien.
Gateando velozmente sobre sus patitas, uno de los cachorros le lamió la punta de la nariz con un rápido lengüetazo. Sascha se quedó totalmente sorprendida.
—¿Qué significa eso? —barbotó.
—Significa que le gustas. —Lucas le tiró de la trenza—. Pero eso te da igual ¿verdad?
—Sí.
Sascha deseaba que dejara de tocarla. No porque no le gustara, sino porque le gustaba demasiado. Le hacía ansiar cosas que jamás podrían ser suyas. Y si alguien pasaba hambre durante demasiado tiempo, comenzaba a morir de inanición.
Comenzaba a dolerle.