No quiero explicarles, oh hermanos, qué otras horribles vesches me obligaron a videar esa tarde. Las mentes de este doctor Brodsky y el doctor Branom y los otros de chaquetas blancas, y recuerden que estaba esta débochca manejando las llaves y mirando los medidores, deben haber sido más calosas y sucias que cualquier prestúpnico de la propia staja. Porque no me parece posible que a un veco se le ocurriese siquiera hacer películas con lo que me obligaban a videar, atado al sillón y los glasos abiertos a la fuerza. Lo único que yo podía hacer era crichar muy gronco que pararan, que pararan, y así en parte ahogaba el ruido de los que dratsaban y peleaban, y también de la música que acompañaba todo. Ya se imaginan qué alivio fue cuando vi la última película y este doctor Brodsky dijo, con una golosa aburrida y somnolienta: —Creo que es suficiente para el Día Uno, ¿no le parece, Branom? —Y se encendieron las luces, y la golová me palpitaba como un motor bolche y grande que fabrica dolores, y tenía la rota toda seca y calosa, y la sensación de que podía vomitar hasta el último pedazo de pischa que había comido, oh hermanos míos, desde el día que me destetaron—. Muy bien —dijo este doctor Brodsky—, pueden llevarlo a la cama. —Me dio unos golpecitos en el plecho y dijo: —Bien, bien. Un comienzo muy promisorio —sonriendo con todo el litso, y se alejó seguido por el doctor Branom; pero antes de irse el doctor Branom me echó una sonrisa muy druga y simpática, como si él no tuviese nada que ver con esta vesche, y lo hiciese obligado como yo.
En fin, me soltaron el ploto atado al sillón y la piel encima de los glasos, así que pude abrirlos y cerrarlos de nuevo, y bien que los cerré, oh hermanos míos, por el dolor y los latidos de la golová, y luego me pusieron en la vieja silla de ruedas, y sentí que me llevaban a mi malenco dormitorio, y el subveco que empujaba el carrito canturreaba una podrida canción pop, de modo que casi rugí: —Cállate de una vez —pero se limitó a smecar y dijo: —No te preocupes, amigo —y siguió cantando más fuerte. Me pusieron en la cama, pero yo seguía bolnoyo y no podía dormir, aunque pronto empecé a sentirme un malenco mejor, y ahí nomás me trajeron un chai caliente con mucho moloco y sacarro, y al pitearlo comprendí que la horrible pesadilla era cosa pasada y concluida. En eso entró el doctor Branom, todo simpatía y sonrisas, y me dijo:
—Bien, según mis cuentas ahora comienzas a sentirte mejor, ¿no es así?
—Señor —respondí con voz cansada. No entendí muy bien de qué goboraba con ese asunto de las cuentas, porque sentirse mejor después de estar bolnoyo es asunto de uno, y nada tiene que ver con cuentas. El doctor Branom se sentó, muy amable y drugo, en el borde de la cama, y me dijo:
—El doctor Brodsky está muy contento contigo. Tuviste una reacción muy positiva. Por supuesto, mañana habrá dos sesiones, por la mañana y por la tarde, y supongo que luego te sentirás un poco decaído. Pero si queremos curarte tenemos que ser duros.
—¿Quiere decir que tendré que aguantar…? Es decir, ¿otra vez esas…? Oh, no —dije—. Fue horrible.
—Por supuesto que fue horrible —sonrió el doctor Branom—. La violencia es algo muy horrible. Eso precisamente es lo que estás aprendiendo ahora. Tu cuerpo lo está aprendiendo.
—Pero —dije— no entiendo nada. No entiendo por qué me sentí tan enfermo. Antes no me enfermaba nunca. Todo lo contrario. Quiero decir, que si lo hacía o miraba, me sentía realmente joroschó. No veo ahora por qué o cómo o qué…
—La vida es algo maravilloso —observó el doctor Branom con una golosa muy solemne—. ¿Quién conoce realmente esos milagros que son los procesos de la vida, la estructura del organismo humano? Por supuesto, el doctor Brodsky es un hombre notable. Lo que ahora te ocurre es lo que debiera ocurrirle a cualquier organismo humano normal y sano que observa las fuerzas del mal, el trabajo del principio de destrucción. Estamos curándote, te estamos devolviendo la salud.
—No me parece —dije—, y no entiendo nada. Lo que ustedes consiguieron es que me sienta muy enfermo.
—¿Te sientes enfermo ahora? —preguntó, siempre con la vieja sonrisa druga en el litso—. Estás bebiendo té, descansando, charlando tranquilamente con un amigo… ¿no es cierto que te sientes bien?
Busqué como escuchando y tanteando dolores y malestares en la golová y el ploto, claro que con algún temor, pero era cierto, hermanos; me sentía realmente joroschó, y hasta tenía ganas de comer. —No sé —dije—. Seguro que hacen algo para que me sienta enfermo. —Y fruncí el ceño, tratando de recordar.
—Esta tarde te sentiste mal —dijo el doctor Branom— porque estás mejorando. El hombre sano siente náusea y miedo cuando se encuentra con cosas odiosas. Te estás curando, eso es todo. Y mañana a la misma hora te sentirás mejor todavía. —El doctor Branom me dio una palmadita en la noga y salió de la habitación, y yo traté de descifrar lo mejor posible toda la vesche. Pensé que tal vez eran los cables y las otras vesches que me habían puesto en el ploto los que me provocaban esos malestares, y que en realidad todo era un truco. Seguía pensando en el asunto y preguntándome si valdría la pena resistirse al día siguiente, cuando me quisieran atar al sillón, armando una buena dratsada con todos, porque yo tenía mis derechos, cuando vino a verme otro cheloveco. Era un veco starrio y sonriente, Encargado de Egresos según dijo, y traía un montón de papelitos.
—¿Adónde irás cuando salgas de aquí? —En realidad, no había pensado en esa clase de vesche, y sólo ahora comenzaba a entender que muy pronto sería un málchico suelto y libre; y entonces vi que eso ocurriría sólo si yo aceptaba todo, y no empezaba a dratsar, crichar, y rehusarme, y esas cosas.
—Oh, iré a casa —dije—. De vuelta con pe y eme.
—¿Con quién? —Claro, el veco no conocía la jerga nadsat, así que le aclaré:
—Con mis padres, en la vieja y querida casa de vecindad.
—Comprendo —dijo—. ¿Cuándo fue la última vez que te visitaron?
—Un mes —contesté— más o menos. Suspendieron un tiempo las visitas porque una ptitsa le pasó un poco de pólvora a un prestúpnico, y castigaron también a los inocentes, lo cual fue una jugada calosa. Así que desde hace un mes no tengo visitas.
—Comprendo —dijo el veco—. ¿Y saben tus padres de tu traslado y tu próxima libertad? —Ese slovo libertad tenía un svuco realmente hermoso.
—No —contesté, y luego—: Será toda una sorpresa para los dos, ¿verdad? Yo entro por la puerta y digo: «Aquí estoy, otra vez un veco libre». Sí, realmente joroschó.
—Bien —dijo el Encargado de Egresos—, lo dejaremos así. Lo importante es que tengas dónde vivir. Bueno, está también el problema del trabajo ¿no? —y me mostró una larga lista de empleos posibles, pero yo pensé que para eso había tiempo de sobra. Primero un lindo y malenco descanso. Podía buscarme una crastada apenas saliera y llenarme así los carmanos, pero tendría que hacerlo con mucho cuidado y completamente odinoco. Ya no confiaba en los supuestos drugos. Así que le dije a este veco que dejáramos estar un poco la cosa, y que ya volveríamos a goborarla. El veco dijo bien bien bien y se preparó para salir. Descubrí que era un tipo muy raro de veco, pues en ese momento soltó una risita y luego dijo: —¿Te gustaría darme un puñetazo en la cara, antes que me vaya? —Me pareció que yo no había slusado bien, y le pregunté:
—¿Qué?
—¿No te gustaría —aquí otra risita— darme un puñetazo en la cara? —Lo miré con el ceño fruncido, muy asombrado, y pregunté:
—¿Por qué?
—Oh —dijo—, sólo para ver cómo andas. —Y me acercó mucho el litso, con una sonrisa satisfecha en toda la rota. Así que levanté el puño y se lo descargué sobre el litso, pero el veco se apartó realmente scorro, siempre sonriendo, y mi ruca pegó al aire. Me pareció muy extraño, y fruncí el ceño mientras él se alejaba, smecando a todo trapo. Y entonces, hermanos míos, me sentí otra vez realmente enfermo, lo mismo que durante la tarde, aunque sólo un par de minutos. Se me pasó scorro, y cuando trajeron la cena descubrí que tenía buen apetito, y que estaba dispuesto a devorarme el pollo asado. Pero era curioso que el cheloveco starrio me hubiese pedido un tolchoco en el litso. Y más raro todavía que yo hubiese sentido ese malestar.
Pero lo peor de todo fue que esa noche, cuando me quedé dormido, oh hermanos, tuve una pesadilla, y como todos se imaginarán soñé con una de esas escenas de película que yo había visto a la tarde. Un sueño o una pesadilla es en realidad una película dentro de la golová, excepto que entonces parece que uno puede caminar y participar en todo. Y eso es lo que me ocurrió. Era la pesadilla de una de las películas que me habían mostrado al final de la tarde, acerca de los málchicos smecantes que le hacían la ultraviolencia a una joven ptitsa, y la ptitsa crichaba mientras le salía el crobo rojo rojo, con todos los platis rasreceados realmente joroschó. Yo participaba de la vesche, smecando y siendo el líder de todo, vestido a la última moda nadsat. Pero en lo mejor de la dratsada y los tolchocos me sentí como paralizado y quise vomitar, y todos los demás málchicos smecaron realmente gronco. De modo que dratsé para volver a despertar, chapoteando en mi propio crobo, y había litros y galones, y al final me encontré en este dormitorio, en la cama. Quería vomitar, así que me levanté temblando para salir al corredor donde estaba el viejo WC. Pero ¿saben?, hermanos, habían cerrado la puerta del dormitorio con llave. Y al volverme videé por primera vez que había barrotes en la ventana. Y entonces, cuando extendí la ruca para retirar la bacinilla guardada en la malenca mesa de noche, al lado de la cama, videé que no tenía modo de escapar de todo esto. Pero todavía no me atrevía a meterme de nuevo en la golová dormida. Pronto descubrí que, después de todo, no deseaba vomitar, pero me sentía puglio ante la idea de acostarme de nuevo en la cama. En fin, poco después me dormí, y ya no volví a soñar.