La Academia

La Academia es la propagación de las mentiras que mantienen unida a la sociedad drow; la concreción final de todas las falsedades, repetidas tantas veces que suenan como ciertas frente a cualquier prueba de lo contrario. Las lecciones que aprenden los jóvenes drows acerca de la verdad y la justicia son refutadas con tanta claridad por la vida de cada día en la malvada Menzoberranzan que resulta difícil comprender cómo nadie puede creerlas. Sin embargo, es así.

Incluso ahora, décadas después de mi alejamiento, el recuerdo de aquel lugar todavía me atemoriza, pero no por un dolor físico ni por la amenaza constante de la muerte —después de todo, he recorrido muchos caminos igual de peligrosos—. La Academia de Menzoberranzan me asusta cuando pienso en los supervivientes, los graduados, que viven —y disfrutan— con las maldades que conforman su mundo.

Viven convencidos de que todo es válido siempre que se pueda salir impune, de que la autogratificación es el aspecto más importante de la existencia, y de que el poder se consigue sólo cuando se es lo suficientemente fuerte y astuto como para poder arrebatárselo de las manos a aquellos que ya no lo merecen. La compasión no tiene cabida en Menzoberranzan, y no obstante es la compasión, no el miedo, lo que crea armonía en la mayoría de las razas, y es la armonía —la unión para conseguir metas compartidas— lo que precede a la grandeza.

Las mentiras sumergen a los drows en el miedo y la desconfianza, refutan la amistad con la punta de una espada bendecida por Lloth. El odio y la ambición alimentados por estos principios amorales son la condena de mi gente, una debilidad que ellos perciben como fuerza. El resultado es una existencia paranoica y paralizante que los obliga a vivir siempre alerta.

No sé cómo conseguí sobrevivir a la Academia, cómo descubrí a tiempo las falsedades para poder contrastarlas con los ideales que gobiernan mi vida, y salir fortalecido del proceso.

Quiero creer que fue gracias a Zaknafein, mi maestro. Fue la vasta experiencia de Zak, que tanto lo amargó y que acabó por costarle tan caro, lo que me enseñó a escuchar los gritos: los gritos de protesta contra la traición asesina; los gritos de rabia de los líderes de la sociedad drow, las grandes sacerdotisas de la reina araña, resonando en los laberintos de mi mente, hasta conseguir un lugar en mi conciencia. Los gritos de los niños moribundos.

DRIZZT DO’URDEN