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Pescador en la Antípoda Oscura

Drizzt se paseó solitario por el laberinto de Menzoberranzan, hasta más allá de los grupos de estalagmitas y por debajo de las grandes lanzas de piedra que colgaban del techo de la caverna. La matrona Malicia había ordenado con toda claridad que toda la familia debía permanecer en la casa como precaución ante un posible intento de asesinato por parte de la casa Hun’ett, pero Drizzt había vivido demasiadas emociones durante el día como para obedecer. Necesitaba pensar y, a la vista de que sus pensamientos podían ser considerados como una blasfemia en una casa llena de sacerdotisas presas de nervios, había optado por dar un paseo.

Estas eran las horas de calma en la ciudad. La luz de Narbondel sólo era una delgada franja en la base, y la mayoría de los drows dormían tranquilamente en sus casas de piedra. Tan pronto como atravesó la verja de adamantita de la casa Do’Urden, Drizzt comprendió la sensatez de la orden de la matrona Malicia. El silencio de la ciudad le parecía igual al de una bestia al acecho, preparada para lanzarse sobre él desde cualquiera de los muchos rincones que había en su camino.

Decidió que no encontraría aquí la paz necesaria para reflexionar con calma en los sucesos del día, en las manifestaciones de Zaknafein. Por lo tanto, rompió con todas las reglas —un comportamiento habitual en los drows—, y dirigió sus pasos hacia las afueras de la ciudad, en busca de los túneles que conocía tan bien después de tantas semanas de servicios con la patrulla.

Una hora más tarde, todavía continuaba su paso, abstraído en sus pensamientos, y sin sentirse amenazado porque no había sobrepasado los límites de la zona vigilada por las patrullas.

Entró en un corredor elevado, de unos tres metros de ancho, con las paredes en ruinas y atravesado por muchos salientes. Tuvo la impresión de que el corredor había sido mucho más ancho en otros tiempos. No se alcanzaba a ver el techo, pero Drizzt había pasado por ahí una docena de veces y no se preocupó por el lugar.

Pensó en el futuro, en los momentos que compartiría con su padre, ahora que no los separaba ningún secreto. Juntos serían imbatibles, una pareja de maestros de armas, unidos por el acero y las emociones. ¿La casa Hun’ett tenía idea de con quién iba a enfrentarse? La sonrisa desapareció de su rostro en cuanto pensó en lo que significaba: Zak y él, juntos, enfrentados a los soldados de la casa Hun’ett, matando a su propia gente.

Drizzt se apoyó en la pared aturdido al comprender en carne propia la frustración que había soportado su padre durante muchos siglos. Él no quería ser como Zaknafein, que vivía sólo para matar, protegido por su propia violencia, pero ¿qué otras opciones se le ofrecían? ¿Abandonar la ciudad?

Zak no había podido darle una respuesta cuando le preguntó por qué no se había marchado.

—¿Adónde iría? —susurró Drizzt como un eco a las palabras de Zak.

Su padre había dicho que estaban atrapados, y pensó que quizá tenía razón.

—¿Adónde iría? —repitió—. ¿Viajaría por la Antípoda Oscura, donde nos odian y en donde un drow solitario sería el blanco de cualquiera que encontrara en mi camino? ¿O a la superficie, donde la bola de fuego en el cielo me quemaría los ojos? Quizás esto sería una bendición. Al menos no vería la llegada de la muerte cuando los elfos de la superficie se lanzaran sobre mí.

La lógica del razonamiento atrapó a Drizzt de la misma manera que había atrapado a Zak. ¿Adónde podía ir un elfo oscuro? En ningún lugar de todos los reinos aceptarían a un elfo de piel oscura.

Entonces ¿la única elección era matar? ¿Matar drows?

Drizzt se frotó contra la pared en un acto inconsciente, pues su mente sólo pensaba en el futuro. Tardó un momento en comprender que su espalda estaba en contacto con algo que no era piedra.

Intentó apartarse, otra vez alerta ante el peligro. Cuando saltó, sus pies se despegaron del suelo, pero al caer volvió a quedar en la posición original. Frenético, sin darse tiempo a considerar la situación, se llevó las manos a la nuca.

Sus dedos se engancharon al cordón transparente que lo sujetaba. En aquel momento descubrió que había actuado como un estúpido y que no había manera de librar las manos del sedal del pescador de la Antípoda Oscura, el pescador cavernícola.

—¡Idiota! —se reprochó a sí mismo al sentir que lo subían.

Tendría que haber pensado en esta posibilidad al arriesgarse a solas por las cavernas. Pero no tenía perdón el haber actuado a mano limpia. Miró las cimitarras, inútiles en las vainas.

El pescador cavernícola recogió el sedal y fue subiéndolo, pegado al muro, hacia su hambrienta boca.

Masoj Hun’ett observó complacido la marcha de Drizzt. Se acababa el tiempo, y la matrona SiNafay no le perdonaría si fracasaba otra vez en la misión de matar al segundo hijo de la casa Do’Urden. Ahora la paciencia de Masoj había dado sus frutos. ¡Drizzt había abandonado la ciudad a solas! No había testigos a la vista. Al final resultaría demasiado fácil.

El mago se apresuró a sacar la estatuilla de ónice de su bolsa y la arrojó al suelo.

—¡Guenhwyvar! —llamó sin atreverse a levantar demasiado la voz, al tiempo que miraba en dirección a la casa más próxima para asegurarse de que no lo espiaban.

Apareció el humo oscuro y un momento más tarde se convirtió en la pantera mágica. Masoj se frotó las manos, convencido de que era un genio por haber planeado un final tan retorcido e irónico para acabar con las heroicidades de Drizzt Do’Urden.

—Tengo un trabajo para ti —le dijo al felino—, algo que no te gustará.

Guenhwyvar se estiró en el suelo y bostezó como si las palabras del mago no fuesen ninguna novedad.

—Tu compañero en la vanguardia de la patrulla —le explicó mientras señalaba el túnel— se ha marchado solo. Es muy peligroso.

La pantera se sentó, de pronto muy interesada.

—Drizzt no tendría que haber cometido semejante imprudencia —añadió Masoj—. Podrían matarlo.

El tono malvado de la voz informó a la pantera de sus intenciones antes de que llegara a pronunciar las palabras.

—Ve a buscarlo, Guenhwyvar —susurró Masoj—. Búscalo en la oscuridad y mátalo.

El mago estudió la reacción de la pantera, comprobó el horror que le producía la misión. Guenhwyvar permaneció rígida, tan inmóvil como la estatuilla utilizada para llamarla.

—Ve —ordenó Masoj—. ¡No puedes negarte a cumplir las órdenes de tu amo! ¡Yo soy tu amo, bestia ignorante! ¡Pareces olvidar este hecho con demasiada frecuencia!

Guenhwyvar resistió durante un buen rato, un acto heroico en sí mismo, pero los impulsos mágicos, la fuerza de las órdenes del amo, pudieron más que los sentimientos que la gran pantera pudiera tener. Poco a poco, llevada por los instintos primitivos de cazadora, Guenhwyvar dejó atrás las estatuas mágicas que vigilaban la entrada del túnel y echó a correr en cuanto encontró el rastro de Drizzt.

Alton DeVir volvió a esconderse detrás de una estalagmita, desilusionado con las tácticas de Masoj. El mago dejaría que la pantera hiciera el trabajo por él. ¡Alton no tendría ocasión de presenciar la muerte de Drizzt Do’Urden!

El Sin Rostro jugó con la poderosa varita que le había dado la matrona SiNafay antes de salir a perseguir a Masoj. Al parecer, el objeto no sería utilizado en el asesinato de Drizzt.

De todos modos, se consoló pensando que tendría muchas oportunidades para emplearlo contra los demás miembros de la casa Do’Urden.

Drizzt luchó durante la primera mitad de la subida. Lanzó puntapiés y giró sobre sí mismo para enganchar los hombros en los salientes de piedra, en un esfuerzo inútil para evitar que el pescador cavernícola lo izara hasta su posición. Sin embargo, era una resistencia instintiva porque sabía que no podía impedirlo.

A medio camino, con un hombro ensangrentado y el otro lleno de cardenales, y a unos diez metros de altura, Drizzt se resignó a su destino. Si en realidad había una oportunidad para librarse del sedal del cangrejo gigante, la encontraría en el último instante de la subida. Por ahora no podía hacer otra cosa que esperar.

Quizá la muerte no era una alternativa tan mala en comparación con la vida que le esperaba entre los drows, atrapado en la maldad de su raza. Incluso Zaknafein, tan fuerte, poderoso y sabio, no había podido resignarse a su existencia en Menzoberranzan. Entonces ¿cómo podía creer que él tendría otra salida?

Al advertir que cambiaba el ángulo de ascenso y podía ver el borde del último saliente, Drizzt dejó de compadecerse de sí mismo y volvió a dominarlo su espíritu guerrero. El pescador cavernícola podría vencerlo, pero estaba dispuesto a hacerlo sufrir por su comida.

Alcanzaba a oír el golpeteo de las ocho patas del monstruo. Drizzt había tenido ocasión de ver a un pescador cavernícola, aunque la criatura se había escapado antes de que él y el resto de la patrulla pudieran darle caza. Había imaginado entonces, al igual que ahora, la capacidad combativa del monstruo. Dos de sus patas acababan en unas pinzas enormes con las que sujetaba a la presa y la introducía en la boca.

El guerrero giró una vez más para ponerse de cara al acantilado y así poder ver a la criatura tan pronto como tuviese la cabeza por encima del borde. El golpeteo de las patas se confundió con los latidos de su corazón. Un segundo más tarde llegó al borde.

Drizzt se encontró a apenas medio metro de las patas delanteras y de las grandes mandíbulas. Las pinzas se acercaron para sujetarlo antes de que pudiese poner pie en la cornisa. Ni siquiera tendría la ocasión de descargar un par de puntapiés contra los ojos de la criatura.

Cerró los ojos, confiado en que la muerte sería preferible a la vida en Menzoberranzan.

Un rugido lo arrancó de sus pensamientos.

Tras una desesperada carrera de saltos de cornisa en cornisa, Guenhwyvar había llegado a la vista del pescador cavernícola y de Drizzt antes de que el monstruo acabara de izar al drow. Este era un momento de vida o muerte tanto para la pantera como para Drizzt. Guenhwyvar había venido hasta aquí por una orden directa de Masoj, sin pensar en su misión y llevada sólo por sus instintos de acuerdo con la magia que la dominaba. El animal nunca había podido oponerse a las órdenes de su amo, a la premisa que gobernaba su existencia… hasta ahora.

La escena que tenía lugar ante la pantera, con Drizzt a sólo un paso de la muerte, dio a Guenhwyvar una fuerza desconocida y no prevista por el creador de la estatuilla mágica. Aquel instante de terror proporcionó un nuevo sentido a la vida del animal más allá del alcance de la magia.

Cuando Drizzt abrió los ojos, la batalla estaba en su apogeo Guenhwyvar saltó sobre el pescador cavernícola y a punto estuvo de seguir de largo, porque las seis patas restantes del monstruo permanecían sujetas a la piedra por el mismo líquido pegajoso que formaba el filamento que aprisionaba a Drizzt. Sin desanimarse, el felino arañó y mordió con saña feroz el caparazón del cangrejo para abrir una brecha.

La criatura contraatacó con sus pinzas; las movió hacia atrás con gran velocidad, y una de ellas mordió una de las patas de Guenhwyvar.

Drizzt quedó colgado en el aire. El monstruo tenía asuntos más urgentes que atender.

La pinza cortó la carne de la pantera, pero la sangre del felino no era el único líquido oscuro que manchaba el caparazón del pescador cavernícola. Las poderosas garras de Guenhwyvar habían arrancado un trozo de la cascara ósea, y sus dientes se hundieron en las entrañas de la criatura. Mientras la sangre del pescador cavernícola se derramaba sobre la piedra, sus patas comenzaron a resbalar.

Al ver que el mucílago debajo de las patas del cangrejo se disolvía con el contacto de la sangre, Drizzt comprendió lo que ocurriría si el líquido alcanzaba el filamento. Tenía que estar preparado para el momento en que surgiese la oportunidad de ayudar a Guenhwyvar.

El pescador cayó de lado al tiempo que se sacudía de encima a la pantera, y Drizzt se vio lanzado de bruces contra la pared.

La sangre alcanzó al fin el filamento, y Drizzt pudo librar una mano casi al instante.

Por su parte, Guenhwyvar estaba otra vez en posición de ataque y buscaba la manera de lanzarse entre las pinzas del monstruo.

Con la mano libre, Drizzt empuñó una de las cimitarras y lanzo una estocada que se hundió en el costado del pescador cavernícola. El monstruo se volvió y, gracias a la sacudida y a la sangre, Drizzt se vio totalmente libre del filamento. Con gran agilidad el drow consiguió sujetarse a un saliente y detener la caída, aunque perdió la cimitarra.

Pero el ataque de Drizzt había abierto las defensas del monstruo, y Guenhwyvar no vaciló. Se lanzó sobre la criatura, y sus dientes se hundieron en el mismo lugar de antes. Esta vez alcanzó los órganos vitales mientras con las garras mantenía apartadas las pinzas.

Cuando Drizzt llegó al nivel de la cornisa, el pescador cavernícola agonizaba. El joven trepó el último metro y corrió a reunirse con su amiga.

Guenhwyvar retrocedió poco a poco, con las orejas pegadas al cráneo y los dientes descubiertos.

Por un momento, Drizzt pensó que el dolor de la herida cegaba al felino, pero comprendió que no podía ser. Sólo había recibido un corte en una pata y no era muy profundo. La había visto soportar lesiones mucho más graves.

La pantera continuó su retirada sin dejar de gruñir, impulsada por la orden de Masoj, que volvía a imponerse tras el momento de terror. Guenhwyvar intentaba oponerse a los impulsos, quería ver al joven como un amigo y no una presa, pero la orden…

—¿Qué pasa, amiga mía? —preguntó Drizzt suavemente, al tiempo que él también hacía un esfuerzo por no desenvainar la otra cimitarra. Hincó una rodilla en tierra—. ¿No me reconoces? Hemos combatido juntos un sinfín de veces.

Guenhwyvar se agazapó, bien apoyada en sus patas traseras, y Drizzt comprendió que se disponía a saltar. Aun así, no empuñó el arma ni hizo nada por amenazar al felino. Tenía que confiar en Guenhwyvar, creer que la pantera era su amiga. ¿A qué podía atribuir esta extraña reacción? ¿Por qué había aparecido en un momento tan inesperado?

Drizzt encontró las respuestas al recordar las advertencias de la matrona Malicia para que nadie saliera de la casa Do’Urden.

—¡Masoj te ha enviado para que me mates! —afirmó, con gran decisión. Su tono desconcertó al felino, que aflojó un poco los músculos—. En cambio me has salvado, Guenhwyvar. No has cumplido la orden.

El gruñido de la pantera sonó a protesta.

—Podrías haber dejado que el pescador cavernícola me destrozara —continuó Drizzt—, pero no lo hiciste. ¡Me salvaste la vida aun a riesgo de perder la tuya! ¡Lucha contra el impulso, Guenhwyvar! ¡Recuerda que soy tu amigo, mucho mejor compañero que el malvado Masoj Hun’ett!

La pantera retrocedió otro paso, atrapada en un dilema que todavía no había resuelto. Drizzt observó cómo el felino levantaba las orejas y supo que estaba a punto de convencerla.

—Masoj proclama ser tu dueño —añadió, seguro de que el felino era capaz de entender el significado de sus palabras—. Yo proclamo ser tu amigo. Soy tu amigo, Guenhwyvar, y no pelearé contra ti. —Se levantó y abrió los brazos para ofrecer el pecho desnudo a las fauces de la bestia—. ¡Aunque me cueste la vida!

Guenhwyvar no atacó. Las emociones la retenían con más fuerza que cualquier hechizo, las mismas emociones que la habían llevado a actuar cuando vio a Drizzt sujeto por las pinzas del pescador cavernícola.

De pronto la pantera voló por los aires, chocó contra el pecho de Drizzt, y lo hizo caer de espaldas. Después comenzó a lamerle el rostro y empujarlo con las patas como si se tratase de un gatito.

Los dos amigos habían vuelto a ganar. Habían derrotado a dos temibles enemigos.

Pero al cabo de unos minutos Drizzt se tomó un respiro para reflexionar sobre los acontecimientos, y comprendió que una de las victorias sólo era parcial. Guenhwyvar era suya en espíritu, pero todavía era propiedad de alguien indigno de tenerla, alguien que la esclavizaba a una vida que Drizzt no podía tolerar.

La confusión que había guiado los pasos de Drizzt Do’Urden fuera de Menzoberranzan ya no existía. Por primera vez en su vida, veía con toda claridad el camino que debía seguir, la senda hacia la libertad.

Recordó las advertencias de Zaknafein, y las alternativas que había analizado sin llegar a ninguna conclusión.

¿Adónde podía ir un elfo oscuro?

—Es peor vivir atrapado en una mentira —susurró distraído.

La pantera ladeó la cabeza al presentir que las palabras de Drizzt eran muy importantes. El joven devolvió la mirada de la pantera con una expresión muy seria.

—Llévame a tu amo —pidió—, a tu falso amo.