15

En el lado oscuro

—Soy Drizzt.

—Ya sé quién eres —contestó el estudiante de mago, designado como tutor de Drizzt en Sorcere—. Tu reputación te precede. Casi todo el mundo en la Academia ha escuchado hablar de ti y de tu habilidad con las armas.

Drizzt hizo una reverencia, un tanto avergonzado.

—De todos modos, dicha habilidad te servirá aquí de muy poco —añadió el mago—. Yo seré el encargado de enseñarte las artes de la hechicería, el lado oscuro de la magia, como las llamamos nosotros. Esta es una prueba para tu mente y tu valor. Las vulgares armas de metal no tienen nada que hacer aquí. ¡La magia es el auténtico poder de nuestra gente!

Drizzt aceptó la regañina en silencio. Sabía que los rasgos de los que se vanagloriaba el joven mago también eran cualidades necesarias en un guerrero de verdad. Los atributos físicos sólo tenían un papel menor en el estilo de combate de Drizzt. La fuerza de voluntad y las maniobras aprendidas hasta poder ejecutarlas a ciegas —precisamente aquello que el mago consideraba como propiedad exclusiva de los hechiceros— eran las armas que ganaban los duelos de Drizzt.

—A lo largo de los próximos meses te enseñaré muchas maravillas —añadió el mago—, artefactos que ni siquiera podrías imaginar y hechizos de un poder como el que nunca has conocido.

—¿Puedo saber tu nombre? —preguntó Drizzt, en un tono que pretendía ser de respeto ante el cúmulo de virtudes que el estudiante se asignaba a sí mismo.

Drizzt ya había aprendido muchas cosas de la hechicería a través de Zaknafein, en particular las debilidades inherentes a sus practicantes. Debido a la utilidad de la magia en otras instancias aparte de la guerra, los magos drows gozaban de una elevada posición en la sociedad, sólo por debajo de las sacerdotisas de Lloth. Después de todo, era un mago el encargado de encender el brillante Narbondel, que marcaba las horas de la ciudad, y eran magos los que encendían los fuegos fatuos en las esculturas de las casas.

Zaknafein tenía muy poco respeto por los hechiceros. Le había advertido a su joven alumno que ellos podían matar deprisa y a distancia, pero que, si uno conseguía acercarse, se encontraban indefensos ante el poder de la espada.

—Masoj —contestó el mago—. Masoj Hun’ett de la casa Hun’ett, en su trigésimo y último año de estudios. Muy pronto seré reconocido como mago de Menzoberranzan y disfrutaré de todos los privilegios correspondientes a mi posición.

—Mis respetos, Masoj Hun’ett —dijo Drizzt—. Yo también encaro mi último año en la Academia, ya que los guerreros sólo pasamos aquí diez años.

—Muy acorde para un talento menor —se apresuró a comentar Masoj—. Los magos deben estudiar durante treinta años antes de que se los considere con la capacidad suficiente para dejar Sorcere y practicar sus artes.

Una vez más Drizzt aceptó el insulto sin ofenderse. Quería acabar cuanto antes con esta parte de su preparación, acabar el año y marcharse para siempre de la Academia.

Drizzt encontró que los seis meses pasados bajo la tutela de Masoj acabaron por ser los mejores de toda su estancia en la Academia. No es que llegara a coger aprecio a Masoj, pues el estudiante de mago buscaba siempre la manera de recordarle la inferioridad de los guerreros. Drizzt notaba que había una competencia entre él y Masoj, casi como si el mago quisiera prepararse para un conflicto futuro. De todos modos, soportó las pullas y siguió adelante, como había hecho siempre, dispuesto a sacar el máximo beneficio de las clases.

Drizzt descubrió que tenía buenas aptitudes para las artes mágicas. Todos los drows, incluidos los guerreros, poseían un cierto talento mágico y algunas cualidades innatas para este quehacer. Hasta los niños drows podían lanzar globos de oscuridad o delinear las siluetas de sus oponentes por medio de una pantalla de llamas de colores inofensivas. Drizzt no tuvo ninguna dificultad con estas cosas, y al cabo de pocas semanas era capaz de realizar algunos hechizos sencillos.

Los poderes innatos de los elfos oscuros se complementaban con una resistencia a los ataques mágicos, y era aquí donde Zaknafein había encontrado la debilidad principal de los magos. Un mago podía realizar su más poderoso hechizo a la perfección, pero si la presunta víctima era un elfo oscuro, el practicante se llevaba un chasco en la mayoría de los casos. La seguridad que ofrecía una estocada bien dirigida siempre había impresionado a Zak, y Drizzt, después de observar los defectos de la magia drow durante sus primeras semanas con Masoj, comenzó a apreciar las virtudes de la preparación que le había dado el maestro de armas.

En cualquier caso disfrutaba mucho con la mayoría de las cosas que le mostraba Masoj, en particular con los objetos encantados que se guardaban en la torre de Sorcere. Drizzt empuñaba varitas y bastones de increíble poder y practicaba algunos lances de esgrima con una espada cargada con tanta energía mágica que le cosquilleaban las manos con sólo tocarla.

Por su parte, Masoj no dejaba de observar al joven guerrero. Estudiaba cada uno de sus movimientos en busca de alguna debilidad que pudiese servir si algún día llegaba el enfrentamiento entre la casa Hun’ett y la casa Do’Urden. En varias ocasiones, Masoj tuvo la oportunidad de eliminar a Drizzt, y en el fondo de su corazón pensó que habría sido una medida de prudencia aprovecharlas. Pero las órdenes de la matrona SiNafay al respecto habían sido explícitas e inflexibles.

La madre de Masoj se había encargado en secreto de convertirlo en tutor de Drizzt. Esto no tenía nada de particular, ya que la enseñanza de los guerreros durante sus seis meses de permanencia en Sorcere siempre era asignada a los estudiantes del último curso. Cuando la matrona informó a Masoj de los arreglos, se apresuró a recordarle que sus clases con el joven Do’Urden sólo eran una toma de contacto. No podía ofrecer ninguna pista del futuro conflicto entre las dos casas, y Masoj no era tan tonto como para desobedecer.

Sin embargo, había otro hechicero que acechaba en la sombra. Uno tan desesperado que ni siquiera las advertencias de la madre matrona podían detener.

—Mi estudiante, Masoj, me ha informado que has hecho grandes progresos —le comentó Alton DeVir a Drizzt en una ocasión.

—Muchas gracias, maestro Sin Rostro —respondió Drizzt con todo respeto, y bastante intimidado por la invitación de un maestro de Sorcere a una audiencia privada.

—¿Qué opinas de la magia, joven guerrero? —preguntó Alton—. ¿Masoj te ha impresionado?

Drizzt no supo qué responder. A fuer de ser sincero, la magia no lo atraía como profesión, pero no quería ofender al maestro.

—Encuentro que el arte de la magia está más allá de mis posibilidades —manifestó, con mucho tacto—. Para algunos puede ser su meta, pero considero que mis talentos están más próximos a la espada.

—¿Podrían tus armas derrotar a otra de poder mágico? —inquirió Alton con un tono de provocación que lamentó en el acto porque no quería descubrir sus intenciones.

—Cada una tiene su lugar en la batalla —contestó Drizzt—. ¿Quién puede decir cuál es más poderosa? Al igual que en cada combate, depende de los participantes.

—¿Y qué me dices de ti mismo? —se burló Alton—. Según me han dicho has sido el primero de tu clase durante todos estos años. Los maestros de Melee-Magthere dicen maravillas de tus aptitudes.

Una vez más Drizzt se sintió avergonzado. Aun así, le picaba la curiosidad el hecho de que un maestro y un estudiante de Sorcere parecieran saber tantas cosas de su persona.

—¿Podrías hacerle frente a alguien dotado de poderes mágicos? —lo interrogó Alton—. ¿Contra un maestro de Sorcere, quizá?

—No… —comenzó Drizzt, pero Alton ya estaba demasiado sumergido en sus propias divagaciones como para escucharlo.

—¡Veamos si es verdad! —gritó el Sin Rostro, que empuñó una varita larga y descargó un rayo contra Drizzt sin previo aviso.

Drizzt se zambulló antes de que la varita descargara su energía, y el rayo pasó por encima de su cabeza, perforó la puerta, destrozó diversos objetos en la habitación vecina y acabó por estrellarse contra una pared que quedó chamuscada.

El joven drow se incorporó de un salto con las cimitarras listas para entrar en acción. Todavía no tenía muy claro cuáles eran las intenciones del maestro.

—¿Cuántos más podrás esquivar? —se mofó Alton, moviendo la varita de un lado a otro—. ¿Sabes cuántos hechizos más puedes utilizar? ¿Hechizos que atacan la mente y no el cuerpo?

Drizzt intentó comprender el significado de esta lección y el papel que debía interpretar. ¿Acaso tenía que atacar al maestro?

—Estas no son armas de ejercicio —le advirtió mientras levantaba sus cimitarras para mostrárselas a Alton.

Se escuchó el rugido de otra descarga, y Drizzt se apresuró a recuperar su posición original.

—¿Crees que este es un ejercicio, estúpido Do’Urden? —gruñó Alton—. ¿Sabes quién soy?

Para DeVir había llegado el momento de la venganza. ¡Al demonio con las órdenes de la matrona SiNafay!

En el momento en que Alton se disponía a revelar la verdad a Drizzt, una forma oscura golpeó contra la espalda del maestro y lo tumbó al suelo. Intentó apartarse, pero se encontró indefenso entre las zarpas de una enorme pantera negra.

Drizzt bajó sus espadas; no entendía nada de lo que sucedía.

—¡Basta, Guenhwyvar! —ordenó una voz detrás de Alton.

Drizzt miró más allá del maestro caído y la pantera, y vio a Masoj entrar en la habitación.

La pantera se apartó de un salto de su víctima y volvió junto a su amo, aunque hizo una pausa para observar a Drizzt, que se mantenía alerta en el centro de la habitación.

Tan encantado estaba Drizzt con la pantera, con la fluidez de movimientos de sus músculos y la inteligencia en sus grandes ojos, que casi no prestó atención al maestro que acababa de atacarlo, si bien Alton, ileso, se había levantado y parecía bastante irritado.

—Mi mascota —explicó Masoj.

Drizzt observó asombrado cómo Masoj devolvía al felino a su propio plano de existencia mediante una estatuilla mágica de ónice que sostenía en una mano y que absorbió el cuerpo material de la bestia.

—¿Cómo has conseguido un compañero tan fantástico? —preguntó el joven guerrero.

—Nunca subestimes los poderes de la magia —respondió Masoj, que guardó la figura de ónice en uno de los bolsillos de su túnica.

Su amplia sonrisa se transformó en un gesto agrio cuando miró a Alton.

También Drizzt miró al maestro sin rostro. El hecho de que un estudiante se hubiera atrevido a atacar a un maestro le parecía un acto imposible. La situación se hacía cada vez más desconcertante. Alton sabía que se había excedido de los límites, y que le tocaría pagar un precio muy alto por su estupidez si no encontraba al punto una excusa para salir del atolladero.

—¿Has aprovechado la lección de hoy? —le preguntó Masoj a Drizzt, aunque Alton comprendió que la pregunta también valía para él.

—No estoy muy seguro del sentido de todo esto —respondió Drizzt con toda sinceridad.

—Una exhibición de la debilidad de la magia —explicó Masoj, con la intención de disimular el verdadero motivo del episodio—, para que vieras la desventaja que representa la concentración necesaria para practicar un hechizo, la vulnerabilidad de un mago obsesionado —el estudiante miró directamente a Alton— con los hechizos. La vulnerabilidad total cuando la presa se convierte para el mago en su único punto de interés.

Drizzt comprendió que se trataba de una mentira, pero seguía sin entender qué había detrás de todos estos hechos. ¿Qué motivos podía tener un maestro de Sorcere para atacarlo? ¿Por qué Masoj, que sólo era un estudiante, había arriesgado tanto para defenderlo?

—No molestemos más al maestro —añadió Masoj, para poner fin a la curiosidad de Drizzt—. Acompáñame a nuestra sala de prácticas. Te enseñaré algunas cosas más de Guenhwyvar, mi mascota mágica.

Drizzt miró a Alton, y se preguntó cuál sería el próximo paso del imprevisible maestro.

—Acompáñalo —dijo Alton, muy tranquilo, consciente de que la excusa ofrecida por Masoj era la única manera de evitar la furia de su madre matrona adoptiva—. No me cabe ninguna duda de que has aprendido la lección de hoy —agregó, con la mirada puesta en Masoj.

Drizzt miró a Masoj, y después otra vez a Alton, pero no hizo ningún comentario. Quería saber más cosas de Guenhwyvar.

Cuando Masoj se encontró con Drizzt a solas en su propio cuarto, sacó del bolsillo la figurilla de ónice con forma de pantera y llamó otra vez a Guenhwyvar. El mago respiró más tranquilo después de presentar al joven el felino, porque Drizzt no volvió a mencionar el incidente con Alton.

Drizzt nunca había conocido una criatura mágica tan maravillosa. Notaba un poder en Guenhwyvar, una dignidad que desmentía la naturaleza mágica de la bestia. En realidad, la musculatura del felino y sus gráciles movimientos representaban el ideal de las cualidades cazadoras que tanto deseaban los elfos oscuros. Drizzt pensó que sólo con mirar los movimientos de Guenhwyvar podía mejorar sus propias técnicas.

Masoj los dejó jugar durante horas, agradecido porque Guenhwyvar ayudara a reparar el error cometido por el estúpido de Alton.

Por su parte, Drizzt ya ni recordaba el episodio con el maestro sin rostro.

—La matrona SiNafay no lo entenderá —le advirtió Masoj a DeVir cuando se volvieron a reunir al final del día.

—Tú se lo dirás —manifestó Alton.

Se sentía tan frustrado por no haber podido matar a Drizzt que casi no le importaba su propio destino.

—No tiene por qué saberlo —respondió Masoj. Al escuchar estas palabras del estudiante, una sonrisa de sospecha apareció en las desfiguradas facciones de Alton.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó desconfiado—. Tu estancia aquí está a punto de acabar. ¿Qué más puede hacer un maestro por ti?

—Nada —replicó Masoj—. No quiero tener favores pendientes. ¡Este episodio tiene que quedar acabado aquí y ahora!

—Ya lo está —afirmó Alton, aunque Masoj no pareció creerle.

—¿Qué ganaría con contarle a la matrona SiNafay la estupidez de tus acciones? —razonó Masoj—. Con toda seguridad te mataría, y entonces no tendría motivo la guerra contra la casa Do’Urden. Tú eres el vínculo que necesitamos para justificar el ataque. Anhelo esta batalla, y no pienso perderla por el poco placer que me puede deparar ver cómo te torturan hasta la muerte.

—Me comporté como un imbécil —admitió Alton, sombrío—. No tenía la intención de matar a Drizzt cuando lo invité a venir aquí.

Sólo deseaba observarlo y aprender algo más de él, para así poder saborear mejor el momento de su muerte. Pero al tenerlo ante mi vista, al ver a uno de los malditos Do’Urden desprotegido y a mi alcance…

—Te comprendo —dijo Masoj de todo corazón—. He tenido los mismos sentimientos cada vez que lo veo.

—Pero tú no tienes ninguna cuenta pendiente con la casa Do’Urden.

—¡No con la casa sino con él! —explicó Masoj—. Lo he observado durante casi una década, he estudiado sus movimientos y sus actitudes.

—¿No te gusta lo que has visto? —preguntó Alton, con un leve tono de esperanza en su voz.

—No encaja —contestó Masoj, muy serio—. Después de seis meses a su lado, tengo la sensación de que lo conozco menos que nunca. No muestra ninguna ambición y sin embargo ha sido el vencedor del gran duelo de su clase durante nueve años consecutivos. ¡Es algo sin precedentes! Su comprensión de la magia es muy grande. Podría haber sido mago, un mago muy poderoso, si hubiese escogido estos estudios.

Masoj apretó los puños mientras pensaba en las palabras más precisas para manifestar sus auténticas emociones respecto a Drizzt.

—Todo es demasiado fácil para él —gruñó—. No hay sacrificio en las acciones de Drizzt. Los grandes logros que ha conseguido en su profesión no lo han marcado.

—Tiene un don —comentó Alton—, pero según me han dicho se entrena más que nadie.

—Ese no es el problema —gruñó Masoj, molesto.

Había algo menos tangible en el carácter de Drizzt Do’Urden que irritaba al joven Hun’ett. No podía definir qué era, porque se trataba de algo que nunca había visto en ningún otro elfo oscuro, y también porque era algo muy ajeno a su propio carácter. Lo que preocupaba a Masoj —como a muchos otros estudiantes y maestros— era el hecho de que Drizzt sobresalía en todas las artes del combate que más apreciaban los elfos oscuros sin dar nada a cambio. Drizzt no había pagado el precio que el resto de los niños drows habían pagado incluso antes de ingresar en la Academia.

—No tiene importancia —manifestó Masoj después de unos cuantos minutos de silencio—. Ya sabré más cosas del joven Do’Urden cuando sea el momento.

—Pensaba que tu tutelaje había concluido —dijo Alton—. Ahora le quedan los seis meses en Arach-Tinilith, un lugar inaccesible para ti.

—Los dos nos graduaremos dentro de seis meses —explicó Masoj—. Compartiremos nuestro tiempo de servicio en las patrullas.

—Muchos más compartirán el mismo tiempo —le recordó Alton—. Docenas de grupos vigilarán los corredores de la región. Quizá nunca tengas la oportunidad de ver a Drizzt en todos los años de servicio.

—Ya me he ocupado de que sirvamos en el mismo grupo —contestó Masoj.

Metió una mano en el bolsillo y sacó la figurilla de la pantera mágica.

—Un acuerdo mutuo entre tú y el joven Do’Urden —dijo Alton, que sonrió complacido.

—Al parecer Drizzt le ha cogido mucho cariño a mi mascota —comentó Masoj con una carcajada.

—¿Mucho cariño? Ve con cuidado —le advirtió Alton—. No vaya a ser que acabes ensartado por una cimitarra.

—Quizá nuestro amigo Do’Urden es quien deba estar atento a las garras de una pantera a su espalda —replicó Masoj.