10

La mancha de sangre

—¿Zaknafein está fuera de la casa? —preguntó Malicia.

—Lo envié junto con Rizzen a la Academia con un mensaje para Vierna —explicó Briza—. No volverá hasta dentro de muchas horas. La luz de Narbondel comenzará a descender antes de que regrese.

—Muy bien —dijo Malicia—. ¿Habéis entendido vuestros papeles en esta farsa?

Briza y Maya asintieron.

—Nunca había oído hablar de nada parecido —comentó Maya—. ¿Es necesario?

—Fue planeado para otro miembro de esta casa —respondió Briza, que miró a Malicia para que confirmara sus palabras—. Hace casi cuatrocientos años.

—Sí —afirmó Malicia—. Fue pensado para Zaknafein, pero la inesperada muerte de la matrona Vartha, mi madre, hizo fracasar el plan.

—Fue entonces cuando te convertiste en madre matrona —señaló Maya.

—Efectivamente —repuso Malicia—, a pesar de que no había cumplido mi primer centenario y aún era una estudiante en Arach-Tinilith. No fueron buenos tiempos en la historia de la casa Do’Urden.

—Pero sobrevivimos —dijo Briza—. Con la muerte de la matrona Vartha, Nalfein y yo nos convertimos en nobles de la casa.

—Sin embargo, Zaknafein no fue sometido a la prueba —apuntó Maya.

—Había demasiadas cosas más urgentes que atender —contestó Malicia.

—De todos modos, ahora lo intentaremos con Drizzt —dijo Maya.

—El castigo a la casa Teken’duis me convenció de que debemos realizar esta acción —manifestó Malicia.

—Sí —coincidió Briza—. ¿Recordáis su expresión durante el ataque?

—Yo sí —respondió Maya—. Estaba asqueado.

—Algo indigno en un guerrero drow —declaró Malicia—, y en consecuencia es nuestro deber someterlo a la prueba. Drizzt ingresará en la Academia dentro de poco. Debemos manchar sus manos con sangre drow y despojarlo de su inocencia.

—Parecen demasiadas molestias para un hijo varón —protestó Briza—. Si Drizzt no puede adaptarse a nuestro modo de ser, ¿por qué no se lo damos a Lloth?

—No tendré más hijos —replicó Malicia, severa—. Cada miembro de la familia es importante si pretendemos destacar en la ciudad.

Aunque sus hijas no lo sabían, Malicia esperaba ganar algo más con la conversión de su hijo menor en un asesino desalmado. Odiaba a Zaknafein tanto como lo deseaba: si conseguía destruir la inocencia de Drizzt y hacerlo abrazar las reglas de la sociedad drow, el maestro de armas sufriría una decepción tremenda.

—Vamos, acabemos con este asunto —añadió Malicia.

La madre matrona batió palmas y un cofre de grandes dimensiones, sostenido por ocho patas de araña animadas, entró en la habitación, seguido por un esclavo goblin muy nervioso.

—Pasa, Byuchyuch —lo animó Malicia cordialmente.

El esclavo, dispuesto a complacer a su ama, se acercó al trono de la madre matrona y permaneció inmóvil mientras Malicia iniciaba la salmodia de un largo y muy complicado hechizo.

Briza y Maya contemplaron admiradas el arte de su madre. Las facciones del pequeño goblin se hincharon y retorcieron, y su piel se oscureció. Al cabo de unos minutos, el esclavo presentaba el aspecto de un drow adulto. Byuchyuch aceptó el cambio como una bendición, sin comprender que la transformación era sólo el preludio de su muerte.

—Ahora eres un soldado drow —le anunció Maya—, y mi campeón. Sólo tienes que matar a un guerrero de rango inferior para tomar tu puesto como un plebeyo libre de la casa Do’Urden.

Después de diez años de esclavitud en una de las casas más malvadas de los elfos oscuros, el goblin estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por obtener esta recompensa.

Malicia abandonó su trono y se dirigió hacia la salida de la sala.

—Venid —ordenó, y sus dos hijas, el goblin y el cofre animado desfilaron tras ella.

Encontraron a Drizzt en la sala de ejercicios, ocupado en pulir el filo de sus cimitarras. Se levantó de un salto ante la aparición de estos visitantes inesperados y permaneció en silencio.

—Salud, hijo mío —dijo Malicia, con un tono de afecto que Drizzt no le conocía—. Hemos preparado una prueba para ti, algo muy sencillo pero necesario para tu ingreso en Melee-Magthere.

Drizzt la miró desconcertado. No estaba enterado de que existiera ninguna prueba de ingreso. Maya llamó al cofre y abrió la tapa con un gesto reverente.

—Hasta ahora has tenido tus armas y tu piwafwi —le explicó a su hermano—. Ha llegado el momento de recibir tu equipo completo como corresponde a un noble de la casa Do’Urden.

Del interior del cofre sacó un par de botas negras de caña alta y se las alcanzó a Drizzt.

El joven se quitó sus botas a toda prisa y se calzó las nuevas. Eran suaves como la seda, y se ajustaron solas hasta adaptarse perfectamente a sus pies. Drizzt sabía que estaban dotadas de la magia que le permitiría moverse en el más absoluto silencio. Todavía no había acabado de admirarlas, cuando Maya le entregó el siguiente regalo, que era todavía más impresionante.

Drizzt dejó caer al suelo su piwafwi y cogió la cota de malla plateada. En todos los Reinos no existía una armadura más flexible y mejor hecha que la cota de malla drow. No pesaba más que una camisa de tela gruesa y se podía doblar con tanta facilidad como un trozo de seda; sin embargo, podía soportar la punta de una lanza con tanta eficacia como las corazas de acero fabricadas por los enanos.

—Peleas con dos armas —dijo Maya—, y por lo tanto no necesitas un escudo. Pero pon tus cimitarras en esto: es más adecuado para un noble drow.

La sacerdotisa entregó a Drizzt un cinturón de cuero negro, con una esmeralda enorme en la hebilla y dos vainas recamadas con piedras preciosas.

—Prepárate —le advirtió Malicia a Drizzt—. Tienes que ganarte los regalos.

Mientras Drizzt se colocaba el equipo, Malicia se acercó al goblin transformado, que se mostraba cada vez más inquieto al ver que este combate no sería tarea fácil.

—Cuando lo mates, los objetos serán tuyos —prometió Malicia.

El rostro del goblin se iluminó con una sonrisa. La codicia le impidió comprender que no tenía ninguna posibilidad de vencer a Drizzt.

Mientras Drizzt se ocupaba de abrochar el piwafwi, Maya le presentó al falso soldado drow.

—Este es Byuchyuch —dijo—, mi campeón. Tendrás que derrotarlo para conseguir los regalos… y el lugar que te corresponde en la familia.

Sin dudar de su capacidad, y convencido de que el duelo sólo sería otra sesión de entrenamiento, Drizzt aceptó de inmediato el desafío.

—Entonces, en guardia —anunció, al tiempo que desenfundaba sus cimitarras de las lujosas vainas.

Malicia dirigió a Byuchyuch una sonrisa de aliento, y el goblin empuñó la espada y el escudo que le había dado Maya y avanzó hacia Drizzt.

El joven se movió sin prisa, dispuesto a calibrar a su oponente antes de atreverse a cualquier golpe ofensivo. Sólo tardó unos segundos en advertir lo mal que Byuchyuch manejaba la espada y el escudo. Como desconocía la verdadera identidad de la criatura, le pareció increíble que un drow pudiese demostrar tanta ineptitud con las armas. Pensó si no sería una celada de su rival, y en consecuencia mantuvo su actitud de cautela.

De todos modos, después de unas cuantas estocadas lanzadas sin ningún tino por su rival, Drizzt se sintió obligado a tomar la iniciativa. Descargó un golpe con la cimitarra de plano contra el escudo de Byuchyuch. El falso drow respondió con una torpe estocada, y Drizzt le arrancó la espada de la mano con un sencillo molinete; un giro de muñeca fue suficiente para llevar la punta de su cimitarra hasta la boca del estómago de Byuchyuch.

—Demasiado fácil —murmuró Drizzt.

Pero la auténtica prueba sólo acababa de comenzar.

De acuerdo con el plan, Briza lanzó un hechizo paralizante sobre el goblin, que dominado por el pánico intentaba escapar de la cimitarra.

—Completa el golpe —le ordenó Malicia a Drizzt. El joven miró su cimitarra, y después a su madre, incapaz de dar crédito a sus palabras.

—El campeón de Maya debe morir —exclamó Briza.

—No puedo… —comenzó Drizzt.

—¡Mata! —rugió Malicia, y esta vez la palabra llevaba el peso de una orden mágica.

—¡Ataca! —chilló Briza.

Drizzt notó cómo sus palabras lo impulsaban a mover la mano. Profundamente disgustado por la idea de matar a un enemigo indefenso, dedicó toda su energía mental a resistir las órdenes. Pero si bien pudo rechazar las órdenes durante unos segundos, descubrió que no podía apartar el arma.

—¡Mata! —gritó Malicia.

—¡Ataca! —repitió Briza.

El coro se mantuvo durante unos segundos de agonía. El sudor humedecía la frente de Drizzt. Entonces la fuerza de voluntad del joven se quebró. Su cimitarra se deslizó entre las costillas de Byuchyuch y atravesó el corazón de la desgraciada criatura. Briza liberó al goblin de su hechizo paralizante, para que Drizzt pudiese ver el sufrimiento en el rostro del falso drow y escuchar los estertores de Byuchyuch.

Drizzt sintió que se ahogaba al ver su arma manchada de sangre.

Ahora había llegado el turno de Maya. Descargó un golpe de maza sobre el hombro de Drizzt que lo hizo caer al suelo.

—¡Has matado a mi campeón! —gritó—. ¡Ahora tienes que luchar conmigo!

Drizzt rodó sobre sí mismo para apartarse de la enfurecida mujer, y se puso de pie. No tenía intención de luchar, pero antes de que pudiese dejar caer sus armas, Malicia le leyó los pensamientos y le advirtió:

—¡Si no peleas, Maya te matará!

—Esto no tiene sentido —protestó el joven, pero sus palabras se perdieron en el estrépito metálico cuando paró un golpe con una cimitarra.

Le gustase o no, ya estaba metido en el combate. Maya era una guerrera experta —todas las mujeres dedicaban muchas horas a entrenarse con las armas— y era más fuerte que Drizzt. Sin embargo, Drizzt era el hijo de Zak, su mejor alumno, y, cuando aceptó que no tenía otra manera de salir de este apuro, hizo frente a la maza y el escudo de Maya con todas las maniobras que había aprendido.

Las cimitarras subían y bajaban en una danza que impresionó a Briza y a Maya. Malicia apenas si seguía el desarrollo del combate, muy ocupada en preparar otro hechizo muy poderoso. La matrona no dudaba que Drizzt podía derrotar a su hermana, y con mucha astucia añadió este hecho a su plan.

Los movimientos de Drizzt eran exclusivamente defensivos mientras esperaba que su madre recuperara la sensatez y detuviese el combate. Tenía la intención de tumbar a Maya, hacerle perder el equilibrio y acabar el duelo colocándola en una posición donde se viera obligada a rendirse. Drizzt confiaba en que Briza y Malicia no lo forzarían a matar a Maya como habían hecho con Byuchyuch.

Por fin, Maya resbaló. Levantó el escudo para desviar la trayectoria de una de las cimitarras pero perdió el equilibrio en la parada y abrió los brazos. La otra cimitarra de Drizzt lanzó una estocada, sólo para rozar el pecho de Maya y obligarla a caer.

El hechizo de Malicia alcanzó el arma en plena estocada.

La hoja de adamantita manchada de sangre cobró vida, y Drizzt se encontró sujetando la cola de una serpiente: ¡un ofidio que se retorció en el aire para lanzarse contra él!

La serpiente mágica escupió su veneno en los ojos de Drizzt, que ya no pudo ver nada más. Entonces sintió el dolor del látigo de Briza. Las seis cabezas de serpiente del arma mordieron la espalda de Drizzt, destrozaron su cota de malla y lo hundieron en el terror de un suplicio inaguantable. Cayó al suelo en posición fetal, incapaz de defenderse, mientras Briza lo azotaba sin piedad.

—¡Nunca ataques a una mujer drow! —le gritó al tiempo que con un último latigazo le hacía perder el conocimiento.

Drizzt abrió los ojos al cabo de una hora. Se encontraba acostado en su cama, y la matrona Malicia lo vigilaba. La suma sacerdotisa le había curado las heridas, pero el dolor seguía presente como un vivido recuerdo de la lección… aunque no tan vivido como la sangre que todavía manchaba la cimitarra de Drizzt.

—Tendrás una coraza nueva —le dijo Malicia—. Eres un guerrero drow y te la has ganado.

La matrona volvió la espalda a su hijo y abandonó el cuarto, dejando a Drizzt sumergido en su dolor por el castigo y su inocencia perdida.

—No lo envíes —pidió Zak con todo el énfasis que podía permitirse. Miró a la matrona Malicia, muy oronda en su trono de piedra y terciopelo negro. Como siempre, Briza y Maya permanecían junto a su madre.

—Es un guerrero drow —replicó Malicia, sin perder la calma—. Debe ir a la Academia. Son nuestras costumbres.

Zak miró a su alrededor, desesperado. Odiaba este lugar, la antesala de la capilla, con sus esculturas de la reina araña que se burlaban de él desde todos los rincones, y con Malicia instalada —por encima de él— en el sitial del poder.

Zak apartó estos pensamientos de su mente y recuperó su coraje. Esta vez tenía que defender algo muy importante.

—No lo envíes —repitió—. ¡Lo echarán a perder!

Las manos de la matrona Malicia apretaron los brazos de piedra de su trono.

—En estos momentos, Drizzt puede superar a la mitad de los alumnos de la Academia —añadió Zak a toda prisa, antes de que Malicia pudiese dar rienda suelta a su enfado—. Dame otros dos años y lo convertiré en el mejor espadachín de todo Menzoberranzan.

Malicia se reclinó en su asiento. Por lo que había visto de la preparación de Drizzt, no podía negar la veracidad de las afirmaciones de Zak.

—Irá a la Academia —respondió—. Hace falta algo más que la habilidad con las armas para hacer a un guerrero drow. Drizzt tiene otras lecciones que aprender.

—¡Lecciones de traición! —le espetó Zak, demasiado furioso como para pensar en las consecuencias.

Drizzt le había informado de lo que Malicia y sus crueles hijas habían hecho aquel día, y Zak había comprendido el propósito de sus acciones. Su «lección» casi había quebrantado al muchacho, y quizá lo había despojado para siempre de los ideales que tanto estimaba. Tal vez le resultaría más difícil atenerse a sus principios morales al verse despojado de su pedestal de pureza.

—Vigila tu lengua, Zaknafein —le advirtió la matrona Malicia.

—¡Lucho con pasión! —replicó el maestro de armas—. Esta es la razón de mis victorias. También tu hijo lucha con pasión. ¡No permitas que el adiestramiento de la Academia se la arrebate!

—Dejadnos solos —ordenó Malicia a sus hijas.

Maya hizo una reverencia y salió casi a la carrera. En cambio, Briza lo hizo poco a poco tras dirigir una mirada de sospecha al maestro.

Zak no le devolvió la mirada, pero por un momento pensó en lo agradable que sería borrar la sonrisa taimada de Briza con la punta de su espada.

—Zaknafein —dijo Malicia en cuanto estuvieron solos—. He tolerado tus creencias blasfemas durante muchos años por tu maestría con las armas. Has enseñado bien a mis soldados, y tu entusiasmo por matar drows, sobre todo a las sacerdotisas de la reina araña, ha servido al ascenso de la casa Do’Urden. Tampoco soy, ni he sido, ingrata.

»Pero ahora te advierto, y será la última vez, que Drizzt es hijo mío, no de su padre. Irá a la Academia y aprenderá lo que necesita para ocupar su lugar como príncipe de la casa Do’Urden. ¡Si interfieres en lo que se debe hacer, Zaknafein, no pasaré más por alto tus acciones! Tu corazón será entregado a Lloth.

Zak hizo sonar sus tacones y agachó bruscamente la cabeza; después dio media vuelta y salió de la sala, preocupado por descubrir alguna esperanza en este cuadro tan desolador.

Mientras caminaba por el corredor principal, volvió a escuchar en su memoria los gritos de los niños asesinados de la casa DeVir, niños que nunca habían tenido la oportunidad de conocer las crueldades de la Academia drow. Quizás estaban mejor muertos.