Sonea se retrepó en su asiento y esperó a que los magos superiores dejaran de remolonear.
Había intentado evitar que Cery tuviera que comparecer en el Gremio, pero en cuanto salió a la luz que Regin y ella habían recibido ayuda externa para encontrar a las renegadas, la costumbre del Gremio de investigar todos los aspectos de la situación lo había hecho inevitable. Ella les había dicho que Cery era un viejo amigo, pero no que era un ladrón. Algunos tal vez se acordarían de que un ladrón llamado Cery había colaborado con Akkarin y ella durante la Invasión ichani, pero la mayoría sin duda había olvidado este detalle de la historia. Quienes preferían minimizar el papel que Sonea había desempeñado en la derrota de los invasores no habrían prestado atención a los nombres de sus compañeros, y los demás comprenderían, o eso esperaba ella, por qué quería evitar atraer demasiada atención hacia su viejo amigo.
Kallen, que la vigilaba muy de cerca ya desde antes, era el único que podía atar cabos y hablar de ello. Pero ante todo era un hombre discreto. No anunciaría su descubrimiento al Gremio entero. Consultaría a los otros magos superiores.
Lo que irritaba a Sonea era que la comparecencia de Cery no había demostrado nada que no supieran ya. No cabía duda de que la mujer era una renegada. Había utilizado la magia delante de cientos de personas, entre ellas el alquimista y la sanadora que habían ayudado a Sonea a capturarla. También la había usado en vano para intentar resistir a los magos que la habían encerrado provisionalmente en la Cúpula.
Pero al Gremio, y seguramente también al rey, les preocupaba ofender a un país extranjero, sobre todo porque no estaban seguros de qué país extranjero podían estar ofendiendo.
En un momento anterior de la reunión, un consejero del rey había mostrado unos mapas y descrito algunas de las tierras lejanas que aparecían en ellos. La mujer había permanecido callada, negándose a responder cuando le preguntaban de dónde era. El consejero había hecho algunas conjeturas basándose en su aspecto. Si acertó, ella no dio señales de ello.
—No veo otra alternativa —dijo el Gran Lord Balkan en un tono tajante—. Tenemos que leerle la mente.
El administrador Osen asintió.
—Entonces llamo al Mago Negro Kallen y a la Maga Negra Sonea a descender de las gradas. El Mago Negro Kallen leerá la mente de la renegada no identificada, y la Maga Negra Sonea leerá la de Forlie.
Aunque era algo con lo que ya contaba, Sonea se sintió desilusionada por un momento. Había muchas respuestas que le habría gustado obtener de la extranjera pero que no podía pedir a Kallen que buscara en su mente. Por ejemplo, si había matado a la familia de Cery.
—Se lo diré todo —balbució Forlie—. No tienen que leerme la mente.
—Estúpida —dijo una voz de acento extraño—. ¿No sabes que no pueden leerte la mente si tú no quieres?
Sonea volvió la mirada hacia la extranjera y se percató de que todos los magos habían hecho lo mismo. La mujer pasó la vista de un rostro a otro, y su semblante cambió al ver sus expresiones de burla y compasión. La duda y luego el miedo asomaron a sus ojos cuando Kallen se detuvo frente a ella.
Él extendió las manos hacia ella, pero esta apartó bruscamente sus brazos con magia.
Sonea no quería ver el forcejeo, así que devolvió su atención a Forlie, que se estremeció.
—No soy maga —dijo, mirando a Sonea y luego a los magos superiores—. Me obligaron a mentir. Amenazaron… amenazaron con matar a mi hija y mis nietos si se lo contaba a ustedes. —Inspiró entrecortadamente y prorrumpió en llanto.
Sonea le posó una mano en el hombro.
—¿Sabes dónde están?
—Creo… creo que sí.
—Todavía no saben que no nos has dicho nada. Iremos a buscar a tu hija y tus nietos antes de que se enteren.
—G-gracias.
—Me temo que tengo que comprobar que estás diciendo la verdad. La lectura de la mente no duele, te lo aseguro. De hecho, no sentirás nada. Ni siquiera notarás que estoy allí. Y lo haré lo más rápidamente posible.
Forlie fijó la vista en Sonea y asintió.
Sonea tocó con delicadeza las sienes de la mujer y proyectó su mente. El miedo y la ansiedad la inundaron cuando entró en contacto con su mente. Se dejó llevar por el flujo de los pensamientos de Forlie, todos ellos relacionados con su hija y sus dos nietos, así como con los hombres que se los habían llevado. Sonea reconoció al que había chantajeado a Forlie; era el vendedor de craña que se encontraba con ella cuando la habían apresado.
Al recordar aquel momento, Sonea pensó en la fuerza mágica que había percibido y que parecía emanar de Forlie. Sin duda alguien más la había percibido, tal vez la auténtica renegada, que los espiaba por las ventanas.
¿Quién usó la magia cuando te encontramos?
No lo sé.
¿Dónde están ahora tu hija y tus nietos?
Un laberinto de callejuelas y barracas apareció en la mente de Sonea, que luego se centró en una casa en concreto. La familia de Forlie se hallaba en una de las zonas pobres que quedaban en la ciudad.
Los encontraremos, Forlie. Castigaremos a quienes han hecho esto.
Sonea abrió los ojos y retiró los dedos. Ahora Forlie tenía una expresión esperanzada y resuelta.
—Gracias —susurró.
Tras volverse hacia los magos superiores, Sonea les expuso lo que acababa de averiguar.
—Recomiendo que uno o varios de nosotros acompañe a Forlie para liberar a su familia lo antes posible.
Varios asintieron con la cabeza. Un sonido leve atrajo la atención de los presentes hacia la extranjera. Su rostro, sujeto entre las manos de Kallen, expresaba una mezcla de sorpresa y desaliento.
Todos observaron en silencio, y cuando Kallen la soltó al fin, Sonea oyó un suspiro de alivio colectivo. Kallen se apartó y se colocó de cara a los magos superiores.
—Se llama Lorandra —anunció—. Es de Igra, la tierra que está más allá del desierto del norte. Es un lugar extraño, donde todas las formas de magia son tabú y están penadas con la muerte. Sin embargo, quienes vigilan y castigan a quienes hacen magia son magos a su vez. Se apropian de los hijos de los ejecutados para incorporarlos a su grupo. —Sacudió la cabeza, asombrado ante semejante hipocresía y crueldad—. Lorandra aprendió magia de joven y tuvo que huir de su país con su hijo recién nacido. Consiguieron atravesar el desierto hasta Lonmar y luego cruzaron Elyne hasta Kyralia. Un ladrón los tomó bajo su cuidado y les ofreció su protección a cambio de favores mágicos. Con el tiempo, el ladrón adoptó al muchacho y lo nombró su heredero. Inició al chico en la delincuencia, mientras su madre lo iniciaba en la magia.
Kallen miró a Sonea con el entrecejo fruncido.
—El hijo se llama Skellin y es uno de los ladrones que supuestamente iban a ayudar a la Maga Negra Sonea y lord Regin a localizar a la renegada. Naturalmente, él no quería que encontraran a su madre, así que concibió un ardid para que capturaran a Forlie en su lugar. Incluso utilizó su propia magia de modo que pareciera que ella los había atacado. —Miró de nuevo a los magos superiores—. Skellin ha enviado a su madre a eliminar a los ladrones rivales desde que accedió al poder. Pretendía convertirse en el rey de los bajos fondos por medio de asesinatos y alianzas.
A Sonea el corazón le dio un vuelco.
«¿Esta mujer es el Cazaladrones?»
Kallen hizo una pausa, y la arruga entre sus cejas se hizo más profunda.
—Además, importaba craña para que la gente dependiera de él, no solo los pobres, también los ricos. Y los magos. Al parecer, pensaba que podría manipularnos fácilmente en cuanto todos hubiésemos probado la droga.
Se levantó un murmullo cuando los magos empezaron a discutir lo que acababan de oír. Sonea captó comentarios que restaban importancia a los delirios de grandeza de Skellin, pero un escalofrío le había bajado por la espalda cuando Kallen había mencionado la craña. Se acordó del cantero Berrin, cuya adicción había intentado curar en vano por medio de la sanación. Si la adicción a la craña no podía tratarse con magia, y Skellin lo sabía, tal vez su ambicioso plan habría triunfado.
—¿Qué clase de mago eres? —dijo la extranjera, con la vista clavada en Kallen. Sus ojos se deslizaron hacia Sonea—. ¿Y tú?
Sonea respondió a la pregunta con una ligera sonrisa. Skellin y su madre eran magos, pero claramente no eran magos negros. «Hay algo por lo que debemos estar agradecidos. Cabe suponer que Igra no es también una tierra de magos negros. Lo último que necesitamos es otra Sachaka de la que preocuparnos».
El administrador Osen se volvió hacia el público y alzó los brazos. Las voces se apagaron hasta que se impuso un silencio casi absoluto.
—Ahora conocemos la verdad. Una de nuestras prisioneras es inocente; la otra es una asesina y una renegada. Hay otro renegado en la ciudad del que debemos encargarnos, cuando lo encontremos. Lorandra será encarcelada. Forlie puede marcharse. Hay que tomar ciertas medidas de inmediato, por lo que tengo que dar por finalizada esta reunión.
El salón retumbó con los sonidos de cientos de magos que se ponían de pie y rompían a hablar entre sí. Osen se acercó a Sonea con grandes zancadas.
—Llévese a Forlie y encuentre a su familia cuanto antes —le ordenó en voz baja—, antes de que Lorandra decida informar a Skellin de su traición.
Sonea lo miró con extrañeza y luego asintió. «Claro. A ella le bastaría con comunicarse mentalmente con él para contarle lo sucedido aquí».
—Me llevaré a lord Regin como refuerzo, si le parece aceptable.
Él movió la cabeza afirmativamente.
—Enviaré a Kallen a buscar a Skellin en cuanto estén a salvo.
Sonea se sintió reconfortada y agradecida. Aunque Osen la trataba con frialdad, no carecía de compasión hacia los demás. Mientras él se alejaba, ella recorrió la sala con la mirada y vio a Regin de pie junto a una de las escaleras, observándola. Ella le hizo señas para que se acercara.
—¿Le parece apropiado?
Oyó la voz de Kallen por encima del parloteo y los pasos de los magos superiores. Se volvió hacia él y advirtió que miraba a Osen con el ceño fruncido.
—Si durante los próximos minutos consigue el apoyo de la mayoría de los magos superiores para impedir que ella se vaya, me plantearé la posibilidad de enviar a otra persona.
Kallen contempló a los magos que salían en fila del edificio y luego a Sonea, con los labios apretados.
—La decisión es suya —dijo—, no mía.
Cuando Regin llegó junto a ella, Sonea sonrió para sí, disfrutando aquel momento de triunfo. Si Osen confiaba en ella lo suficiente para mandarla a la ciudad, tal vez el resto del Gremio la perdonaría por haber infringido las normas tantas veces en las últimas semanas.
—¿Le gustaría ayudarme en mi siguiente misión? —le preguntó a Regin.
Él arqueó las cejas, a punto de sonreír.
—Siempre.
Ella tomó a Forlie del brazo.
—Y ahora, vamos a encontrar a tu familia.
Lorkin no estaba muy seguro de cuánto tiempo había transcurrido desde que lo habían encerrado en la habitación. Como no tenía ventanas, no podía calcular la hora a partir de la luz del sol. Había pasado de dormir de día cuando viajaba con Tyvara a dormir de noche cuando viajaba con Chari, así que no podía determinar lo tarde que era en función del sueño que tenía. Tampoco en función del hambre, ya que no había estado comiendo a horas regulares, sino cada vez que se presentaba la oportunidad.
Como las comidas que le llevaban parecían seguir una pauta, se basaba en ellas para contar los días. Unas horas después de un plato sencillo de gachas granulosas con fruta, venía un guiso más elaborado de carne y verduras. Después de otro intervalo, le servían una comida ligera compuesta por pan y una taza de leche tibia. Eran alimentos básicos, pero le sabían a gloria después de los restos con los que se había sustentado durante las semanas en las que había viajado con Tyvara.
Le habían dicho que tenía que permanecer allí hasta que juzgaran a Tyvara. Habían pasado dos días y medio, según sus cálculos. Se había entretenido leyendo su libreta y anotando observaciones sobre todo lo que había aprendido sobre los Traidores. También elaboró una lista de preguntas cuya respuesta intentaría averiguar cuando se lo permitieran. Cada vez que le llevaban comida, Lorkin alcanzaba a entrever a la Traidora que montaba guardia frente a su puerta. Siempre era una mujer, pero no siempre la misma. ¿No había magos hombres, o ninguno de ellos estaba dispuesto a custodiarlo? ¿O tal vez eran ellas quienes no se fiaban de que vigilaran a otro hombre?
Lorkin también había pasado mucho tiempo durmiendo. Aunque habría podido emplear la sanación mágica para aliviar el dolor y el cansancio, siempre era mejor dejar que el organismo recuperara la energía y la salud por medios naturales.
La luz procedía de una gema engastada en el techo. Él se subió a la cama para examinarla más de cerca. Despedía un brillo demasiado intenso para mirarla durante mucho rato. Cuando había alzado los brazos para tocarla, había descubierto que no irradiaba calor. Estaba facetada, como las piedras preciosas que se usaban en joyería.
¿Había adquirido esa forma de manera natural, o la había tallado alguien? ¿Su resplandor duraría para siempre, o acabaría por extinguirse?
Las preguntas sin respuesta empezaban a acumularse en su mente y en su libreta.
Se preguntó cómo se suponía que debía informarse sobre las leyes de Refugio, como Riaya le había sugerido. ¿Debía solicitarle a alguien que se las enseñara? ¿Qué ocurriría si golpeaba la puerta para llamar la atención de la celadora con el fin de pedirle que le llevara a un profesor?
Reflexionó sobre ello durante un rato. Antes de que pudiera armarse de valor para intentarlo, oyó unas voces fuera. Se incorporó y se volvió hacia la puerta, que se abrió en ese momento.
Una mujer a la que nunca había visto lo miró de arriba abajo.
—Lord Lorkin —dijo—. Debes venir conmigo.
Lorkin advirtió que el ambiente de la ciudad había cambiado. Había más personas en el exterior, muchas de ellas de pie, inmóviles, como si aguardasen algo. Cuando repararon en él lo miraron con curiosidad, aunque claramente no era el objeto de la expectación que se palpaba en el aire.
«¿Es por el juicio de Tyvara? —se preguntó Lorkin—. Bueno, ¿por qué si no han ido a sacarme de la celda?»
Confirmó su suposición cuando llegaron a la misma sala en que la que había comparecido ante la Mesa de Portavoces. Las mismas siete mujeres estaban sentadas frente a la mesa curva, pero esta vez la silla incrustada de gemas estaba ocupada. Sentada en ella, una anciana que lo observaba con aire meditabundo. Las gradas estaban repletas, y había también muchos hombres y mujeres de pie a lo largo de las paredes. Al fondo, Lorkin vio una puerta más pequeña en la que no se había fijado el otro día. En el vano estaban Tyvara y otras dos mujeres. La atmósfera que reinaba en la sala parecía indicar que la reunión había comenzado hacía ya un rato. Le habría gustado saber cómo iba hasta ese momento.
—No te inclines ante la reina Zarala —le murmuró su guía al oído—. Ponte la mano en el pecho y mírala hasta que asienta con la cabeza. Ahora, colócate frente a la Mesa y responde a las preguntas que te hagan.
Lorkin obedeció. La reina sonrió e inclinó la cabeza cuando él hizo el gesto de la mano sobre el corazón. Después, dirigió su atención a Riaya.
—Lord Lorkin, ex ayudante de Dannyl, embajador del Gremio en Sachaka —dijo la presidenta, inundando toda la sala con su voz—. Viniste a Refugio para testificar en defensa de Tyvara en este juicio. Ha llegado el momento. Dinos cómo la conociste.
—Era una esclava en la Casa del Gremio.
—Donde sin duda conociste también a Riva.
—No conocí a Riva hasta la noche de su muerte.
Riaya asintió.
—¿Cómo llegó Riva a introducirse en tu habitación esa noche?
Lorkin se mordió el labio.
—Entró sin hacer ruido mientras yo dormía.
—¿Y qué hizo?
—Me despertó. —Dejó a un lado sus reparos para describir cómo—. Metiéndose en mi cama y… esto… mostrándose más cariñosa conmigo de lo que era necesario.
Una tenue sonrisa se dibujó en los labios de Riaya.
—¿O sea que no tienes por costumbre acostarte con esclavas?
—No.
—Pero no le ordenaste que se marchara.
—No.
—¿Qué ocurrió entonces?
—La habitación se iluminó. Vi que Tyvara había apuñalado a Riva.
—¿Y luego?
—Tyvara me explicó que Riva pretendía matarme. —Notó que le ardía el rostro—. Con un tipo de magia del que nunca había oído hablar. Dijo que si me quedaba en la Casa del Gremio, otras personas intentarían asesinarme.
—¿La creíste?
—Sí.
—¿Por qué?
—La otra esclava, Riva, dijo algo. —Hizo memoria—. Dijo: «Él debe morir». Era evidente que se refería a mí.
Riaya arqueó las cejas. Miró a las seis mujeres y a la reina antes de volverse de nuevo hacia Lorkin.
—¿Qué pasó después?
—Huimos y nos alojamos en una finca, en las habitaciones de los esclavos. Ellos nos ayudaron, pero en la finca a la que fuimos después, nos tendieron una trampa. Intentaron drogarnos. Después de eso, no nos fiábamos de nadie… hasta que nos encontramos con Chari.
Riaya asintió y se dirigió a la Mesa.
—¿Alguna pregunta para lord Lorkin?
La primera mujer asintió. Lorkin recordó sus nombres de la reunión anterior. «Yvali, creo». Ella miró a Lorkin fijamente.
—¿Te has acostado alguna vez con Tyvara?
—No.
Un murmullo recorrió al público. Lorkin se percató de que sonaba como una protesta. Yvali abrió la boca para hacerle otra pregunta, pero cambió de idea. Miró a las demás.
—¿Mató Tyvara a alguien más mientras viajabais juntos? —inquirió Lanna.
—Hasta donde yo sé, no.
—¿Por qué no os encaminasteis hacia Kyralia? —quiso saber Shaiya.
—Tyvara dijo que era la decisión más obvia que podíamos tomar, así que habría asesinas esperándonos.
—¿Qué le diste al embajador Dannyl después de convencerlo de que dejara de seguirnos? —preguntó Savara.
Lorkin la miró, sorprendido, pero no por el repentino cambio de tema. Si ella lo había visto con Dannyl, ¿por qué no lo había interrogado antes? Su expresión era inescrutable. Él decidió que lo mejor sería decir la verdad.
—El anillo de sangre de mi madre. Sabía que era probable que me lo quitaran cuando llegara aquí, y dudo que a ella le hubiera gustado que cayera en manos extrañas.
Un rumor bajo llenó la sala, pero se apagó enseguida.
—¿Lo usaste alguna vez después de que Tyvara matara a Riva?
—No. Tyvara no sabía que yo lo tenía…, o eso creo. —Se resistió a mirarla a los ojos.
—¿Tienes algún otro anillo de sangre?
—No.
Savara asintió en señal de que no tenía más preguntas.
—¿Te someterías voluntariamente a una lectura de mente para confirmar la veracidad de tus palabras? —preguntó Kalia.
Se hizo un silencio absoluto en la sala.
—No —contestó Lorkin.
Esto levantó un coro de refunfuños y exhalaciones. Él posó la vista en Kalia y le sostuvo la mirada. «¿Me toma por idiota? Si dejo que me lean la mente, buscarán en ella el secreto de la sanación mágica, y entonces tendré que decir adiós a mis posibilidades de marcharme de aquí».
No le hicieron más preguntas. Riaya miró a todas las mujeres sentadas a la mesa, una tras otra, y luego a Lorkin.
—Gracias, lord Lorkin, por tu colaboración. Por favor, quédate de pie junto a la entrada.
Él inclinó la cabeza respetuosamente hacia ella, por costumbre, y luego hacia las seis mujeres y la reina para que no interpretaran su gesto como una muestra de favoritismo inapropiado hacia la presidenta. Cerca de la puerta, avistó a la guía que lo había conducido a la sala y caminó hacia ella para quedarse de pie a su lado.
Ella lo observó, pensativa, y luego asintió.
—Lo has hecho bien —murmuró.
—Gracias —respondió él. Miró a Tyvara, que estaba en el otro extremo de la sala. Tenía el entrecejo fruncido, pero cuando sus miradas se encontraron, le dedicó una sonrisa tensa.
—Procederemos a deliberar —anunció Riaya.
Mientras las ocho mujeres que rodeaban la mesa empezaron a hablar, el público se enfrascó en un parloteo ruidoso. Lorkin intentó seguir el hilo de las conversaciones, pero solo consiguió entender frases sueltas. Resultaba evidente que las líderes de la mesa se habían envuelto en una barrera para aislarse del ruido. Así pues, en vez de escuchar, Lorkin examinó a las personas de la sala con la esperanza de absorber el máximo de información posible antes de que lo encerraran de nuevo en la celda sin ventanas.
Advirtió que entre las personas sentadas en las gradas había muchas parejas, pero todas las demás eran mujeres. En cambio, la mayoría de quienes se encontraban de pie junto a las paredes eran hombres. Todos iban vestidos de forma sencilla. Algunos de los Traidores lucían pantalones y jubones prácticos, mientras que otros llevaban túnicas largas de tela más fina ceñidas con un cinturón. Le sorprendió ver que tanto hombres como mujeres usaban esta prenda.
Había telas sin teñir y otras de colores intensos, pero no demasiado vivos ni chillones. Lorkin supuso que no les resultaba fácil conseguir tintes fuera de la ciudad y, como el espacio para los cultivos era limitado, daban prioridad a las plantas que les proporcionaban alimento.
Aunque intentaba mantener su atención centrada en el público, no podía evitar echar alguna mirada que otra a Tyvara. Cada vez que lo hacía, descubría que ella estaba observándolo. Sin embargo, la joven no sonrió de nuevo. Parecía absorta en sus pensamientos. Y preocupada.
Al fin, la voz de Riaya se elevó por encima del ruido de la sala.
—Hemos finalizado las deliberaciones.
Los concurrentes callaron. Riaya miró a la otra mujer que estaba ante la mesa y luego se volvió hacia Tyvara.
—Te has ofrecido a permitir que la portavoz Halana te lea la mente. Hemos explorado las otras posibilidades que establece la ley, pero no veo otra manera de confirmar tus afirmaciones. Por favor, pasa al frente y retira el bloqueo mental.
Se oyeron voces apagadas y susurros entre el público. Lorkin recordó un diálogo que habían mantenido Chari y Tyvara durante el viaje a las montañas. Tyvara había dicho que dejaría que los Traidores le leyeran la mente, lo que había conmocionado a Chari. «No puedes —había siseado—. Prometiste…».
«¿Qué prometió? ¿A quién?» Lorkin contempló a la mujer que le había salvado la vida mientras caminaba con la cabeza erguida en dirección a sus líderes. Notó que se le alegraba el corazón con una oleada repentina y embriagadora de afecto. «Es tan orgullosa, tan bella… —Entonces una duda y una irritación que le eran familiares estropearon el momento—. Ojalá supiera si Chari está o no en lo cierto respecto a lo que Tyvara siente por mí. Si se equivoca, no quiero hacer el ridículo intentando conquistarla. Pero si tiene razón…, si le gusto a Tyvara… y ella acostumbra a apartar de su lado a quienes la admiran…, ¿poseo la determinación necesaria para cortejarla?»
Todas las fibras de su ser estaban convencidas de que sí.
Tyvara se detuvo frente a la mesa y tendió la mano izquierda. Se quedó inmóvil por un instante y luego crispó el rostro. Lorkin parpadeó, sorprendido y horrorizado, cuando empezó a gotearle sangre de la palma. Ella se frotó la base del pulgar y sostuvo en alto algo demasiado pequeño para que él alcanzara a distinguirlo. Lo dejó caer sobre la mesa.
«No iba errado —pensó él—. El bloqueo mental es un objeto similar a una gema de sangre».
Las líderes la miraban con expresiones de conmiseración sombría. Él vio que Halana se ponía de pie y extendía los brazos hacia Tyvara, que se inclinó ligeramente hacia delante. La mujer mayor sujetó la cabeza de Tyvara y cerró los ojos.
Siguió un largo silencio durante el cual todos las observaban con expectación. Cuando Halana retiró al fin las manos, no dijo nada. Se sentó. Tyvara recogió el bloqueo mental y se alejó de la mesa.
—¿Qué ha averiguado? —preguntó Riaya.
—Todo lo que Tyvara nos ha contado es cierto —sentenció Halana.
Un suspiro colectivo recorrió la sala. Riaya posó las manos sobre la mesa.
—Entonces es hora de que votemos. —Volvió la vista hacia Tyvara y luego hacia el público—. Hemos llegado a la conclusión de que Tyvara no tenía necesidad de matar a Riva. Debería haberla apartado de Lorkin de un empujón, o haberlos separado de alguna otra manera. Pero también reconocemos que, al descubrir el crimen que estaba a punto de cometerse, ella no disponía de tiempo para deliberar. Tyvara intervino para asegurarse de que los deseos de la reina se respetaran, así como para evitar una situación que podría conllevar una amenaza para Refugio y un peligro creciente para nuestra gente en Sachaka. —Hizo una pausa y miró a las portavoces—. ¿Debe ser ejecutada Tyvara por el asesinato de Riva?
De las seis mujeres que estaban sentadas tras la mesa, dos levantaron la mano. Las demás extendieron los brazos con la palma hacia abajo. Lorkin supuso que, como Kalia tenía la mano alzada, aquella era la señal para votar afirmativamente.
—Cuatro en contra, dos a favor —dijo Riaya. Dirigió la mirada hacia el público. Para sorpresa de Lorkin, cada uno de sus integrantes estaba haciendo uno de los gestos—. La mayoría, en contra —declaró Riaya. Posó los ojos en la reina, que tendió la mano con la palma hacia abajo—. La respuesta es no.
Todos bajaron las manos. Lorkin reparó en que Riaya parecía satisfecha.
—El asesinato de una compañera Traidora es un asunto serio —prosiguió—. Y, sea cual sea la causa, debe ser castigado. Tyvara debe permanecer los siguientes tres años en Refugio, al término de los cuales podrá ocupar un puesto de exploradora o espía y trabajar para recuperar las responsabilidades que ejercía antes. Durante dichos tres años, debe dedicar un día de cada seis a ayudar a la familia de Riva. —Se volvió de nuevo hacia Tyvara—. ¿Aceptas esta sentencia?
—Sí.
—Entonces, queda decidido. Puedes marcharte. El juicio ha concluido, y se ha hecho respetar la ley de Refugio. Que las piedras sigan cantando.
—Que las piedras sigan cantando —coreó el público.
La sala se llenó de movimiento cuando todos se pusieron de pie. Lorkin observó a Tyvara. Tenía los ojos fijos en el suelo. Sacudió ligeramente la cabeza y alzó la mirada hacia Savara. La mujer mayor sonrió con aprobación. Acto seguido, enarcó una ceja con un gesto inquisitivo y miró a Lorkin. Este pestañeó, y vio que Tyvara ponía una cara de exasperación, daba media vuelta y se encaminaba hacia la puerta del fondo con paso decidido. Cayó en la cuenta de que Chari estaba allí, de pie, con una sonrisa de oreja a oreja. Dirigió la mirada a Lorkin y guiñó un ojo.
Alguien le tiró con suavidad de la manga. La guía sonrió.
—Ahora debo llevarte a tus aposentos. —Su sonrisa se ensanchó—. Tus aposentos nuevos.
Él notó que, dentro de su desánimo, esta noticia le levantaba un poco la moral.
—No tendrán por casualidad una ventana, ¿verdad?
Ella le indicó con una seña que la siguiera.
—No, pero tendrás compañía, y podrás entrar y salir a tu antojo, siempre y cuando no te vayas de Refugio, claro está. Por cierto, me llamo Vytra.
—Encantado de conocerte, Vytra.
Ella soltó una risita.
—Los kyralianos tenéis unos modales graciosos —comentó ella—. Sois tan corteses.
—Puedo ser grosero, si quieres.
Ella se rió de nuevo.
—Sería una lástima. Ahora, por el camino te daré algunos consejos para que te lleves bien con la gente de aquí.
Escuchando con atención, Lorkin salió del edificio siguiendo a la mujer y juntos se internaron en la ciudad.
Cery contempló a su hija con aire pensativo. Su habilidad estaba dejando mucho que desear en la clase de aquel día, pero Gol también había cometido algunos errores impropios de él. Ambos seguían demasiado nerviosos por la visita de aquella mañana al Gremio para concentrarse por completo en la sesión de entrenamiento.
«No deberían permitir que eso afectara a su concentración —pensó él—. Supongo que tendré que arreglármelas para protegerme solo si mis guardaespaldas vuelven a ser testigos durante un rato de cómo viven los ricos y poderosos».
Unos golpes en la puerta atrajeron la atención de todos. Se encontraban de nuevo en la casa de bol La Muela, y Cery había enviado a sus hombres a avisar a quienes habían solicitado reunirse con él que los recibiría en ese momento.
A una señal de Cery, Gol se dirigió a grandes zancadas a la puerta y la entreabrió por un instante antes de abrirla del todo. El hombre que estaba al otro lado, en el pasillo, tenía la misma mirada de asombro que Anyi y Gol habían mantenido durante horas después de su visita al Gremio.
—La Maga Negra Sonea, lord Regin, dos mujeres y dos niños han venido a verte —anunció.
—Que suban.
El hombre asintió y se alejó a toda prisa. Anyi y Gol se quedaron de pie e intercambiaron una sonrisa.
—Bueno, venga. A vuestros puestos —ordenó Cery.
Se apresuraron a apostarse de pie detrás de su sillón. Gol adoptó una postura que resultaba más ridícula que amedrentadora. Anyi comenzó a flexionar los dedos como solía hacer cuando estaba nerviosa. Cery sacudió la cabeza, suspiró y esperó.
El sonido de unos pasos se hizo más fuerte, y luego la habitación pareció llenarse de túnicas de magos. Primero la negra de Sonea, luego la roja de Regin. Después, con un aspecto sencillo y dócil, aparecieron Forlie y una mujer más joven. Esta última sostenía a una niña pequeña en un brazo, y un niño un poco mayor se aferraba a su otra mano.
Anyi y Gol hicieron una reverencia torpe pero entusiasta.
—Cery —dijo Sonea, y acto seguido señaló con un movimiento de la cabeza a su hija y a su amigo—. Anyi y Gol. Gracias por ir al Gremio. Intenté evitarlo, pero cuando el Gremio investiga algo tan grave como la existencia de un mago renegado, tiende a ser demasiado meticuloso.
—No pasa nada —aseguró Cery y se volvió hacia Gol—. Tráeles unas sillas.
Habían colocado a un lado las sillas viejas y macizas que normalmente estaban en el centro de la habitación, a fin de hacer espacio para las sesiones de entrenamiento. Gol dio un paso hacia ellas, pero Sonea alzó una mano para detenerlo.
—Yo me encargo.
Anyi, Forlie y la otra mujer se quedaron boquiabiertas cuando las pesadas sillas se elevaron, flotaron hacia el centro de la sala y se dispusieron en un cuadrado que incluía el asiento de Cery. Gol se limitó a sonreír con la satisfacción de un conocedor. Había visto muchos actos de magia en la época en que Cery trabajaba para el Gran Lord anterior.
—Hemos venido a comunicarte los resultados de nuestra investigación —dijo Sonea mientras se sentaba—. Y también a pedirte un favor.
—¿Un favor? —Cery puso los ojos en blanco con exasperación fingida—. Ya estamos otra vez.
Ella sonrió.
—Sí. ¿Puedes buscarles a Forlie, su hija y sus nietos un lugar seguro donde esconderse?
Cery miró a las mujeres, que le dedicaron una sonrisa tímida. La más joven no había soltado a ninguno de sus hijos. Tenía a la niña en el regazo, y el niño estaba sentado en el brazo de la silla.
—¿Corren peligro?
—Sí. Le tendieron una trampa para que la tomáramos por Lorandra, la renegada auténtica.
—Pero habéis apresado a la renegada auténtica…, ¿no?
—Así es. Pero hay un problema. —Sonea hizo una pausa y lo miró por un momento—. Lorandra es la madre de Skellin.
Cery sintió que un escalofrío surgía de pronto de detrás de su sillón y recorría todo su cuerpo. El corazón comenzó a golpearle con fuerza en el pecho. «La madre de Skellin. Por eso él se disgustó cuando se enteró de que yo había visto a la renegada con bastante claridad y no se lo había dicho. Si se lo hubiera notificado, habría comprendido que su estratagema para incriminar a Forlie no daría resultado. Bueno, habría fracasado de todos modos porque él ignoraba que algunos de los magos del Gremio saben leer la mente».
—Me imagino que no es el hombre más feliz del mundo en este momento —comentó Cery con ironía.
Regin rió entre dientes.
—No. Por desgracia para todos, ha burlado a los magos que han enviado para capturarlo, así que ahora ronda por ahí un renegado suelto que sabe que lo perseguimos.
Cery clavó los ojos en él.
—¿Skellin es mago?
Sonea asintió.
—Por eso necesitamos que ayudes a Forlie. Él secuestró a su hija y sus nietos, y la amenazó con matarlos si no cedía a su chantaje. Esperamos que esté demasiado ocupado escondiéndose de nosotros para pensar en vengarse de ella, pero preferimos no correr el riesgo.
Cery miró a Forlie y se encogió de hombros.
—Claro que la ayudaré.
—No estaría de más que tú también tomaras precauciones adicionales —añadió Regin.
Cery sonrió ante esta forma tan suave de expresarlo. «Es mucho más probable que Skellin intente tomar represalias por la captura de su madre conmigo que con Forlie. Tal vez debería pedir a otro ladrón que se ocupe de ella en mi lugar. Alguien a quien no le caiga bien Skellin…».
—Hay algo más —agregó Sonea—. Lorandra es… era… la Cazaladrones. Skellin la mandaba a matar a sus rivales. Tenía grandes planes para el futuro. Quería convertirse en rey de los bajos fondos. Iba a utilizar la craña para someter a todo el mundo, incluido el Gremio.
Cuando Cery pensó en el poder que Skellin había conseguido ya, este objetivo no le pareció del todo imposible. «¿A cuántas personas controla ya? A partir de ahora tendré que andarme con mucho cuidado a la hora de elegir con quién hacer negocios».
—¿Sabéis si Lorandra mató a la familia de Cery? —preguntó Anyi.
A Cery se le encogió el corazón. Miró a su hija, agradecido con ella por haberle ahorrado el mal trago de tener que hacer esa pregunta, pero temeroso de la respuesta.
Sonea torció el gesto.
—No lo sé. No fui yo quien le leyó la mente, y tendría que haberle pedido a Kallen en público que lo averiguara.
«Y eso habría sacado a la luz más información sobre mí de la que me conviene».
—Lo investigaré —prometió ella—. Aunque no los haya matado ella, aunque su papel se haya reducido a colarse en tu guarida valiéndose de la magia, tiene que saber quién lo hizo. O quién lo ordenó.
—Probablemente fue Skellin —dijo Regin—, a menos que ella trabajara ocasionalmente para otros clientes.
—Al menos sabemos que Skellin no puede ser el asesino material —señaló Gol—. Estaba hablando con Cery cuando ocurrió.
Anyi soltó un gruñido.
—No tiene sentido. ¿Por qué iba a enviar a alguien a matar a la familia de otro ladrón al que al mismo tiempo estaba invitando a convertirse en su aliado?
Todos se quedaron callados durante un rato largo, reflexionando con el ceño fruncido.
—Quizá Lorandra lo sepa —aventuró Gol.
Cery sacudió la cabeza, confundido.
—Bueno, de una cosa estoy seguro. Hay otro renegado al que tenemos que atrapar.
—Si todavía está en Kyralia —dijo Regin.
—Oh, sigue aquí —les aseguró Cery—. No ha invertido todo ese tiempo y esfuerzo en su pequeño imperio para salir corriendo a las primeras de cambio. No, aquí hay personas, ricas y pobres, que harán lo imposible por ayudarlo; algunas porque no tienen más remedio, y otras porque saldrán beneficiadas de ello. Skellin no cuenta con esa clase de ayuda en ningún otro sitio.
Sonea asintió.
—Su influencia sobre la ciudad ya es peligrosamente grande, pero sospecho que si él desaparece su imperio se desmoronará. Tenemos que encontrarlo. —Posó la vista en Cery—. ¿Nos ayudarás de nuevo?
Él movió la cabeza afirmativamente.
—No querría perderme la diversión.
Sonea sonrió y se puso de pie. Regin la imitó.
—Tenemos que regresar al Gremio. Gracias por cuidar de Forlie y su familia.
Cery fijó los ojos en la mujer, que lo observaba con expectación.
—Encontraré un lugar seguro para todos vosotros. ¿Dónde está el padre? —Las dos mujeres lo miraron con tal ferocidad que Cery no pudo evitar reírse—. De acuerdo, dejémoslo correr. —Se volvió de nuevo hacia Sonea y la acompañó a la puerta—. Apuesto a que habéis sido el centro de atención durante el trayecto hacia aquí.
Ella se rió, avergonzada.
—Sí. Y los clientes de abajo hablarán de ello durante meses.
—Tal vez eso no sea tan malo —dijo Regin, cruzando la puerta tras ellos—. Recordará a quienes estén pensando en ayudar a Skellin que tienes amigos poderosos.
—Bueno, tampoco vendría mal que creyeran que seguís aquí. Eso nos daría tiempo para hacer planes antes de marchar. La salida más discreta es por la cocina, a través de la puerta lateral.
—Entonces iremos por allí. Gracias por vuestra ayuda —dijo Sonea—. Y cuidaos.
—Siempre me cuido —respondió él en voz muy alta mientras ellos se alejaban rápidamente por el pasillo hacia las escaleras. Después de cerrar la puerta, se volvió hacia las personas que quedaban en la habitación. Contemplar a los niños le partía el corazón, por lo que apartó de su mente los recuerdos dolorosos—. Gol, llévate a la familia de Forlie abajo y consígueles algo de comer si tienen hambre.
—Entendido —contestó Gol.
Les hizo una señal y ellos salieron de la habitación tras él. Cery volvió a su silla y exhaló un suspiro.
Miró a Anyi. Tenía una expresión ceñuda, no de intranquilidad, sino de desconcierto.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
Ella posó los ojos en su padre y los apartó de nuevo.
—¿Te acuerdas de ese mago del Gremio que iba vestido igual que Sonea?
—Sí, el Mago Negro Kallen.
—Me resultaba familiar. Al principio no lo reconocí por la túnica.
—¿Acaso lo has visto sin túnica?
Ella alzó la vista hacia él y se rió.
—No es lo que te imaginas. Apenas tuve la oportunidad de fijarme en la ropa que llevaba la última vez que lo vi.
—¿Qué estaba haciendo? —inquirió Cery.
Una arruga apareció entre las cejas de Anyi. Luego, su frente se alisó y su boca se abrió formando un círculo de revelación.
—¡Ah! Eso es. Un día fui con mi amigo a comprar carroña. No era para mí, claro está. —Clavó en él la mirada, seria y preocupada—. Cuando estábamos negociando, se acercó un carruaje. El hombre que iba dentro quería carroña y se negaba a esperar. Alcancé a verle la cara.
—¿Era Kallen?
—Sí.
—¿Estás segura?
—Ya lo creo. —Le brillaron los ojos—. Siempre tomo nota mentalmente de las personas que tienen pinta de estar haciendo algo que no deberían.
Cery soltó un resoplido.
—Eso incluye prácticamente a toda la ciudad.
Ella desplegó una gran sonrisa.
—Sobre todo si me da la impresión de que lo que averigüe sobre ellos puede serme útil en algún momento —puntualizó—. ¿Crees que a Sonea le interesaría saberlo? Por lo que he oído, muchos magos consumen carroña.
—Oh, creo que le parecerá un dato interesante —le dijo Cery—. Muy interesante. Será una buena excusa para volver a colarme en su hospital. O tal vez espere a tener algo útil que contarle respecto a Skellin. —Miró a Anyi e hizo una mueca—. Tenemos que saber muy bien en quién podemos confiar. Skellin tiene muchos amigos, y dudo que ahora me cuente entre ellos. Debemos ayudar a encontrarlos sin que nos pillen a nosotros. Las cosas van a ponerse movidas.
Anyi asintió, sonrió y puso los ojos en blanco.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Ya nadie usa palabras como «movidas».