A Lorkin la venda que le tapaba los ojos le producía picor, pero tenía los brazos sujetos por dos Traidoras.
—Vamos a detenernos —dijo una de las mujeres, tirando de él con suavidad para hacerlo parar—. Y ahora, vamos a subir de nuevo.
La otra mujer le soltó el brazo y él aprovechó la oportunidad para rascarse. Se preparó y el estómago le dio un vuelco cuando comenzaron a elevarse. Unos instantes después, volvió a notar la irregularidad del suelo bajo los pies. La mujer le dio un tirón leve para que echara a andar de nuevo.
—Cuidado, aquí el suelo hace pendiente. Agacha la cabeza.
Él sintió un frío repentino y supuso que habían pasado del sol a la sombra. Eso no era todo. Se percibía humedad en el aire, así como un olor tenue a vegetación podrida o moho. Su guía se detuvo.
—Ahora vienen unos escalones que bajan. Cuatro.
Lorkin encontró el borde con la punta del pie y descendió con cautela. Los peldaños eran anchos y bajos, y a juzgar por el eco, había entrado en una cueva o cámara. A pocos pasos se oía el gorgoteo de agua.
—A partir de ahora, todo es llano.
Mientras andaba, él comprobó que esto no era del todo cierto. El suelo era liso, pero era evidente que presentaba una inclinación gradual. Escuchó los pasos del grupo y el correr del agua. Si había curvas, eran demasiado amplias y poco acusadas para que él las percibiera.
De más adelante le llegó el sonido del viento, el susurro de la vegetación y unas voces lejanas. Dio unos pasos más y, por el modo en que el ruido lo rodeaba, supo que ahora estaba al aire libre. Notó el calor del sol en la cara y el frescor de la brisa en la piel. Oyó a alguien pronunciar el nombre de Savara.
Sin previo aviso, le quitaron la venda y él se quedó parpadeando bajo el intenso sol de mediodía. Antes de que se le acostumbrara la vista, la Traidora que lo había guiado tiró de su brazo para indicarle que continuara caminando.
Savara encabezaba la marcha, caminando por un sendero junto a unos tallos altos y oscilantes. Lorkin se percató de que era la orilla de un sembrado, con grandes espigas que asomaban por detrás de las hojas más altas. El camino ascendió abruptamente, y poco después Lorkin estaba contemplando un ancho valle que se extendía a sus pies.
Barrancos de paredes verticales se alzaban a ambos lados y se juntaban al final del valle. Los campos cubrían la superficie, cada uno a una altura diferente, como baldosas disparejas, pero todos llanos. Las baldosas verdes descendían hacia un lago largo y estrecho al fondo del valle. «No hay un solo rincón de tierra desperdiciado —pensó él—. ¿De qué otra manera iban a alimentar a una ciudad entera? Pero ¿dónde están los edificios?»
Un movimiento en lo alto del precipicio más cercano aclaró su duda. Alguien los miraba a través de un agujero en la pared de piedra. Un momento después, Lorkin cayó en la cuenta de que la pared entera estaba salpicada de agujeros, de un extremo del valle a otro.
«Una ciudad excavada en la roca». Sacudió la cabeza, maravillado.
—Ya estaba aquí cuando encontramos el valle —dijo una voz conocida detrás de él.
Lorkin miró a Tyvara, sorprendido. Ella apenas le había dirigido la palabra desde que se habían unido al grupo de Savara.
—La hemos hecho más grande, por supuesto —continuó ella—. Buena parte de la ciudad antigua se derrumbó y hubo que reconstruirla sesenta años después de que las primeras Traidoras se establecieran aquí.
—¿Qué profundidad tiene?
—En general, solo una o dos habitaciones de profundidad. Imagínatela como una ciudad la mitad de grande que Arvice, pero alargada y tumbada de costado. Se producen temblores de tierra de vez en cuando y hay partes que se hunden. Aunque hemos desarrollado técnicas mucho mejores para determinar si la roca es segura antes de excavar habitaciones nuevas y reforzarla con magia, la gente se siente mucho más cómoda si vive cerca del exterior.
—Entiendo que hayan llegado a tener esa preferencia.
Ahora veía que una zona de la base de la pared estaba interrumpida por arcos robustos a través de los que la gente entraba y salía de la ciudad. En otros lados había aberturas más pequeñas y espaciadas. Los arcos parecían ser una entrada formal y pública, por lo que a Lorkin no le sorprendió ver que Savara se dirigía hacia ellos.
Sin embargo, no mucho después, ella se vio obligada a detenerse. Estaba formándose una multitud. Muchas personas lo observaban, unas con evidente curiosidad, otras con recelo. Había algunas con mirada furiosa, pero no solo la dirigían a Lorkin; también Tyvara era objeto de su atención.
—¡Asesina! —gritó alguien, lo que levantó voces de aprobación aquí y allá. Sin embargo, otros arrugaron el entrecejo al oír la acusación, y algunos incluso protestaron.
—Apartaos —ordenó Savara, en tono firme pero no enfadado.
La gente que obstruía el paso obedeció. Lorkin leyó respeto en sus rostros cuando miraron a Savara. «No cabe duda de que es una Traidora a la que me conviene ganarme», pensó, mientras el grupo seguía a su líder hacia los arcos y al interior de la ciudad.
Una sala ancha pero poco profunda con el techo sostenido por varias hileras de columnas se extendía ante ellos.
—Portavoz Savara —llamó una voz—. Me alegra ver que ha regresado sana y salva.
La voz pertenecía a una mujer baja y rolliza que se dirigía hacia ellos desde el fondo de la sala. Había pronunciado estas palabras en un tono altanero. Savara aflojó el paso para encontrarse con ella.
—Portavoz Kalia —respondió Savara—. ¿Se ha reunido la Mesa?
—Sí. Solo faltábamos usted y yo.
Lorkin notó un codazo leve en el brazo. Bajó la vista hacia Tyvara, que movió los labios para decirle sin voz algo que él no logró descifrar, así que la joven se inclinó hacia él.
—Otra facción —susurró—. Líder.
Él asintió en señal de que había entendido y estudió a la mujer. «Así que fue ella quien ordenó que me mataran». Era mayor que Savara, quizá también que su madre, si la redondez de su rostro suavizaba las arrugas que normalmente tendría una mujer de su edad. La severidad de su mirada y la expresión de su boca contrastaban con su actitud comedida. Le conferían un aspecto cruel, decidió Lorkin. Pero tal vez tenía la percepción deformada por la conciencia de que ella lo quería muerto. Quizá otros la encontraban encantadora y maternal.
Kalia paseó la mirada por los otros miembros del grupo de Savara y arrugó la nariz. Lorkin advirtió que el atuendo de esclavo que él y algunos de los demás llevaban ahora parecía fuera de lugar. «Como el disfraz que es». Savara se volvió hacia dos de sus acompañantes.
—Llevad a Tyvara a su habitación y custodiad las puertas.
Ellas asintieron y, cuando miraron a Tyvara, ella se les acercó. Sin volverse hacia él ni decir una palabra, se marchó con paso decidido. Savara miró a otras de sus seguidoras.
—Buscad a Evana y a Nayshia y pedidles que releven a Ishiya y Ralana lo antes posible. —Posó los ojos en las últimas dos mujeres—. Retiraos. Comed algo decente y descansad un poco.
Cuando las mujeres se alejaron, Savara se volvió hacia Lorkin.
—Espero que estés preparado para responder a un montón de preguntas.
Él sonrió.
—Lo estoy.
Pero cuando ella y Kalia se situaron a su lado y salieron con él de la sala por un pasillo amplio, se dio cuenta de que no se sentía preparado. Sabía que allí había una reina, pero de pronto deseó que Tyvara y Chari le hubieran explicado cómo se distribuía el poder por debajo del nivel de la realeza. Sabía que las mujeres que lo flanqueaban eran portavoces, pero no tenía idea de cómo encajaban en la jerarquía, y se sentía como un necio por no preguntar.
«Savara ha preguntado si se había reunido una Mesa. Supongo que no se refieren a un mueble. Ambas forman parte de ella, así que me imagino que se trata de un tipo de grupo, como el de los magos superiores, con alguien que preside las formalidades y las ceremonias, como el administrador Osen en las reuniones del Gremio».
La luz del pasillo era tenue, pero bastaba para iluminar el camino. Estaba teñida de color, un color que cambiaba sin cesar. Miró en torno a sí, buscando la fuente, y descubrió que procedía de unos objetos resplandecientes engastados en el techo.
«¡Gemas! ¡Gemas mágicas!» Intentó distinguir su forma al pasar, pero eran demasiado brillantes para mirarlas directamente. Le hacían ver chispas delante de sus ojos, así que se obligó a apartar la mirada.
El pasillo no era largo, y Savara y Kalia lo escoltaron a través de una puerta ancha hacia una sala espaciosa. Una mesa de piedra curva estaba colocada en un lado. Había cuatro mujeres sentadas a lo largo de ella, y dos asientos desocupados. En el extremo más alejado de la mesa se encontraba una mujer de cabello cano con el mismo aspecto cansado que Osen siempre parecía tener.
«Apuesto a que es la versión Traidora del administrador».
En el extremo más próximo había otra silla, más grande, incrustada de gemas y vacía. El resto de la sala tenía la forma de una cuña grande que se abría en abanico a partir de la mesa. En el suelo había unas gradas talladas y, sobre ellas, varios cojines situados a intervalos regulares. «Para el público, aunque hoy no hay nadie aquí».
Savara, tras indicarle que se quedara de pie frente a la mesa, ocupó su asiento, al igual que Kalia.
—Bienvenido, Lorkin del Gremio de Magos de Kyralia —dijo la mujer cansada—. Soy Riaya, presidenta de la Mesa. Ellas son Yvali, Shaiya, Kalia, Lanna, Halana y Savara, portavoces de los Traidores.
—Gracias por permitirme entrar en su ciudad —respondió él, dedicando a todas una ligera reverencia.
—Tengo entendido que has venido a Refugio por tu propia voluntad —dijo Riaya.
—Así es.
—¿Por qué?
—En primer lugar, para hablar en defensa de Tyvara cuando la juzguen.
—¿Y en segundo lugar?
Lorkin se quedó callado por un momento, pensando cómo empezar.
—Según me han contado, mi padre hizo a su pueblo una promesa que no debería haber hecho. Si está en mi mano, me gustaría resolver ese asunto.
Las portavoces intercambiaron miradas, algunas de escepticismo, otras de esperanza.
—¿Es ese el único otro motivo?
Lorkin negó con la cabeza.
—Aunque yo solo era el ayudante del embajador del Gremio en Sachaka, sé que parte del trabajo, parte de la razón de ser de los embajadores, consiste en intentar entablar y mantener relaciones pacíficas con otros pueblos. Los Traidores pertenecen a Sachaka, así que si no intentamos entablar relaciones con ellos, estaremos descuidando a un sector importante del país. Lo poco que sé sobre los Traidores me dice que sus valores son más compatibles con los de las Tierras Aliadas. Ustedes rechazan la esclavitud, por ejemplo. —Respiró hondo—. Si existe una posibilidad de establecer un vínculo beneficioso entre nosotros, me siento obligado a explorarla.
—¿Qué beneficio podría tener para nosotros esa alianza? —preguntó Kalia en un tono lleno de incredulidad.
—El comercio —dijo Lorkin con una sonrisa.
Kalia soltó una risotada seca y sarcástica.
—Ya hemos intentado cerrar tratos con tu gente, y lo hemos lamentado.
—Se refiere usted a mi padre, por supuesto —dijo él—. He oído que los Traidores accedieron a enseñarle magia negra a cambio de que él los iniciara en la magia sanadora. ¿Es eso cierto?
Las siete mujeres fruncieron el ceño.
—¿Magia negra? —repitió Riaya.
—Magia superior —aclaró Lorkin.
—Entonces es cierto.
Lorkin sacudió la cabeza.
—Solo los magos superiores del Gremio, con la autorización de los líderes de las Tierras Aliadas, habrían podido tomar esa decisión. Mi padre no tenía derecho a ofrecerles dicho conocimiento.
Las mujeres comenzaron a hablar acaloradamente a la vez, y aunque Lorkin no entendía lo que decían, la opinión general le quedó clara. Estaban indignadas, pero también perplejas.
—Entonces, ¿por qué hizo esa promesa? ¿Tenía desde un principio la intención de faltar a su palabra?
—Es evidente por qué hizo lo que hizo —dijo Lorkin—. Estaba…
Pero Kalia y la mujer sentada a su lado seguían hablando y, a juzgar por las frases sueltas que él captó, estaban de acuerdo en que los kyralianos no eran de fiar.
—Déjenlo hablar —dijo Riaya, elevando la voz por encima de las de ellas. Las dos mujeres callaron. Kalia cruzó los brazos y lo miró con una mezcla de expectación y altivez.
—Mi padre estaba desesperado —les recordó Lorkin—. Había sido un esclavo desde hacía muchos años. Sabía que su país estaba en peligro. Seguramente pensó que su honor personal no tenía importancia en comparación con la seguridad de su patria. Y después de años de… esclavitud, ¿qué dignidad podía quedarle? —Se interrumpió al percatarse de que estaba dejando que la emoción impregnara sus palabras—. Tengo una pregunta para ustedes —añadió.
—No te corresponde a ti hacernos preguntas —repuso Kalia con desdén—. Tienes que esperar hasta que…
—Me gustaría oír su pregunta —la cortó Savara—. ¿Alguien más quiere oírla?
Las demás mujeres reflexionaron por un momento y luego asintieron.
—Adelante, Lorkin —lo apremió Riaya.
—Me contaron que cuando los Traidores le propusieron el trato a mi padre ya sabían desde hacía un tiempo que era un esclavo. ¿Por qué esperaron a poder obtener un provecho para ofrecerle esa ayuda? ¿Por qué, si salvan a su propia gente de la tiranía continuamente, le exigieron a él que pagara un precio tan alto?
Sus últimas palabras quedaron ahogadas en un mar de protestas.
—¿Cómo te atreves a poner en duda nuestra generosidad? —gritó Kalia.
—¡Era hombre, y además extranjero! —exclamó otra.
—¡La única hija de la reina murió por culpa suya!
—Y cientos más se habrían salvado si él hubiera cumplido su palabra.
Él recorrió sus rostros airados con la mirada y de pronto se arrepintió de haber expresado su punto de vista. Necesitaba cautivar y conquistar a aquellas mujeres, no hacerlas enfadar. Pero entonces posó los ojos en los de Savara. Vio que asentía en señal de aprobación.
—¿Nos darás lo que tu padre nos prometió? —quiso saber Kalia.
Al instante, todas las mujeres guardaron silencio. Lo miraron atentamente. «Están ansiosas por aprender a sanar con magia —pensó él—. No me extraña. El deseo de protegerse de las heridas, las enfermedades y la muerte es muy fuerte. Pero no son conscientes de que dicho conocimiento es también un arma poderosa, de que supone una ventaja sobre el enemigo, de que puede usarse para hacer daño y no solo para curar».
—No estoy autorizado para ello —contestó—, pero estoy dispuesto a ayudarles a obtenerlo, negociando un intercambio con el Gremio y las Tierras Aliadas.
—¿Un intercambio? —Riaya arrugó el entrecejo—. ¿Qué tendríamos que darles nosotros?
—Algo de un valor equivalente.
—¡Os dimos la magia superior! —saltó Kalia.
—Sí, le dieron a mi padre la magia negra —señaló Lorkin—. No era un conocimiento nuevo para el Gremio, que tampoco lo consideraría tan valioso como la sanación.
Lorkin había creído que esto suscitaría más protestas, pero las mujeres se habían sumido en un silencio reflexivo. Savara lo observaba con los ojos entornados. Lorkin se preguntó si era suspicacia lo que percibía en ellos.
—¿Qué tenemos nosotros que pueda considerarse de valor equivalente? —preguntó Riaya.
Él se encogió de hombros.
—Aún no lo sé. Acabo de llegar.
Kalia exhaló un sonoro suspiro.
—No tiene sentido desperdiciar tiempo y energía fantaseando sobre intercambios y alianzas. La ubicación de Refugio es secreta. No podemos permitir que los extranjeros entren y salgan a su antojo, ni con fines comerciales ni de ningún otro tipo.
Riaya asintió. Miró a las mujeres y luego a Lorkin.
—Todavía no estamos en posición de plantearnos cuestiones como el comercio con el Gremio. ¿Te advirtió Savara que no se te permitiría marcharte si venías a Refugio?
—Sí.
Riaya se volvió hacia las portavoces.
—¿Alguna de ustedes ve algún motivo para no aplicar esta ley a Lorkin?
Todas negaron con la cabeza, incluso Savara. Lorkin notó que se le hacía un nudo en el estómago.
—¿Lo aceptas? —le preguntó Riaya.
Él asintió.
—Sí.
—Entonces quedas sujeto a las leyes de Refugio. Te recomiendo que las aprendas y las respetes como merecen. Doy por finalizada la reunión. —Riaya se volvió hacia Savara—. Puesto que usted lo trajo, es su responsabilidad asegurarse de que sea obediente y útil.
Savara movió la cabeza afirmativamente, se puso de pie y agitó la mano para indicar a Lorkin que la siguiera. Cuando salieron de la sala, el joven sintió que el pesimismo se apoderaba de él. Sabía que acompañar a Tyvara a Refugio tendría un precio. Aunque estaba preparado para asumirlo, una parte de él seguía resistiéndose.
De pronto recordó lo que había dicho Riaya. «Todavía no estamos en posición de plantearnos esas cuestiones…». Todavía. Eso no significaba «nunca». Quizá tardarían años en reunir las fuerzas y el valor para aventurarse más allá de sus montañas, pero tendrían que hacerlo si querían lo que las Tierras Aliadas podían ofrecerles.
«Aunque, si de verdad robaron la magia de las gemas a las tribus dúneas —pensó sin poder evitarlo—, más vale que tenga cuidado para que no me hagan algo parecido a mí».
Anyi extendió la mano para acariciar la fina piel del asiento del carruaje y luego el oro incrustado en el borde de la base de madera. Al bajar la vista, Cery se percató, divertido, de que el símbolo del Gremio —una Y inscrita en un rombo— estaba hecho con una taracea de maderas diferentes, todas ellas tan bien pulidas que presentaban un lustre cálido.
—Ya estamos aquí —dijo Gol, con la voz ronca de asombro.
Cery miró por la ventana. Las puertas del Gremio estaban abriéndose. El carruaje redujo la velocidad al pasar entre ellas y aceleró de nuevo en dirección a la fachada principal de la universidad. Se detuvo frente a los escalones, y el cochero bajó de un salto para abrirles la portezuela. Cuando Cery se apeó, una figura con una túnica negra salió del edificio.
—Cery de Ladonorte —dijo Sonea, dedicándole una gran sonrisa.
—Maga Negra Sonea —respondió él, doblándose en una reverencia exagerada. Ella entornó los ojos, risueña—. Esta es Anyi —dijo Cery—. Y a Gol ya lo conoces.
Sonea la saludó con un gesto de la cabeza.
—No me había dado cuenta de que eras esa Anyi —murmuró—. Claro que no te había visto desde que me llegabas a la rodilla.
Anyi se inclinó ante ella.
—Que eso no salga de aquí —dijo—. Soy la guardaespaldas de Cery y nada más.
—Y eso es lo único que sabrá el Gremio —les aseguró Sonea. Alzó la vista hacia Gol—. Me alegra ver que no has crecido desde el otro día.
El hombre hizo una reverencia rápida. Abrió la boca pero la cerró de nuevo, demasiado apabullado por el lugar en que se encontraba para pensar una respuesta ingeniosa.
—Entrad. —Sonea les hizo señas y comenzó a subir los escalones—. Todos están deseando escuchar vuestras historias.
Al percibir la sequedad de su tono, Cery le escrutó el rostro. Su petición de que acudiera al Gremio a identificar a la renegada lo había consternado tanto como lo había complacido, pero ella le había asegurado que solo se había referido a él como un viejo amigo. Existía la posibilidad de que algunos de los magos más veteranos lo recordaran de veinte años atrás y estuvieran al tanto de que se había convertido en un ladrón, pero era muy pequeña. Además, valía la pena correr el riesgo si con ello encontraba al asesino de su familia.
Cery suponía también que a Sonea le preocupaba que el Gremio limitara aún más su libertad ahora que sabía que se había movido por la ciudad sin permiso. El hecho de que hubiera estado relacionándose con un ladrón tampoco le facilitaría las cosas, pese a que las normas del Gremio ya no lo prohibían.
Aunque la búsqueda de la renegada había concluido, el asunto distaba mucho de estar zanjado por lo que concernía al Gremio.
—¿Cómo va la reunión hasta ahora? —preguntó él.
—Ha habido muchas discusiones —empezó a explicar ella.
—Como era previsible.
—Ha sido peor que de costumbre. Siempre sospeché que si un mago de fuera de las Tierras Aliadas decidía vivir en uno de nuestros países, nuestras leyes acabarían poniéndose en entredicho. Pero suponía que sería un mago sachakano.
—¿Os ha dicho la renegada algo respecto a su procedencia?
—No. Se niega a hablar. Forlie también, aunque creo que en su caso es más por miedo que por terquedad.
Cuando llegaron a lo alto de los escalones, ella los guió a través del vestíbulo repleto de escaleras de caracol de una delicadeza increíble que Cery recordaba haber visto en su última visita, hacía unos veinte años. Gol y Anyi miraban en torno a sí boquiabiertos, y Cery tuvo que reprimir una risita. Sonea, sin vacilar por un instante, los condujo a un pasillo ancho. Este desembocaba en el gigantesco Gran Salón en cuyo interior se alzaba el viejo edificio del Salón Gremial. Una construcción dentro de otra. A Cery le pareció que ni Gol ni Anyi habrían podido abrir más la boca.
—¿Le leeréis la mente? —le preguntó a Sonea.
—Supongo que al final, sí. Es una de las cuestiones sobre las que se ha discutido. Como no sabemos nada del lugar del que proviene, ignoramos si leerle la mente sin su permiso se consideraría un abuso intolerable.
—Pero no podéis averiguar de dónde proviene sin leerle la mente —argumentó Anyi.
—No.
—Así que por eso estamos aquí. Necesitas pruebas de que ella hizo algo ilegal.
Sonea había llegado a las puertas del Salón Gremial, que empezaban a abrirse lentamente. Miró a Anyi con una sonrisa torcida.
—Sí. Algo más que utilizar la magia en defensa propia.
Una vez que las puertas se abrieron de par en par, Cery contuvo la respiración. La sala estaba atestada de magos. Era un espectáculo que suponía que pocos no-magos podían presenciar sin sentirse sobrecogidos e intimidados, sobre todo teniendo en cuenta todo el poder mágico que poseían aquellos magos.
«Parece que están recuperándose con creces de las bajas que sufrieron durante la Invasión ichani —pensó. Los asientos escalonados de ambos lados estaban llenos, pero las filas de sillas en el centro del salón estaban vacías—. Son para los aprendices —recordó—. Menos mal. Es más probable que entre ellos haya personas de los barrios bajos de la ciudad que podrían reconocerme».
Sonea se dirigió al frente con paso resuelto y la túnica ondeando. Cery, que iba detrás de ella, echó un vistazo a Gol y Anyi, que lo flanqueaban. Ambos rehuían la mirada vigilante de los magos y mantenían la vista fija ante sí.
Un mago vestido con una túnica azul aguardaba al final de la sala. «El administrador». No era el mismo hombre que Cery había visto con esa túnica hacía mucho tiempo, antes de la Invasión ichani. Era mucho más viejo.
Detrás del administrador había más gradas. «Los magos superiores». Cery examinó sus caras. Unas le resultaban familiares, otras no. Reconoció a Rothen, el mago que había orientado a Sonea durante sus primeros años en la universidad. El anciano le devolvió la mirada y asintió.
Había dos mujeres de pie ante los magos superiores. Cery reconoció a Forlie, que parecía muerta de miedo. La otra mujer se volvió para ver quién se acercaba, y Cery sintió que el corazón le daba un vuelco.
«Sí, es ella».
Cuando ella lo miró con odio, a Cery se le heló la sangre. La penumbra que reinaba en el desván de la casa de empeños no le había permitido verla con demasiada claridad, pero sí con la suficiente para reconocerla más adelante. Y cuando la había avistado en la calle, frente a la tienda, se encontraba bastante lejos. Sin embargo allí, bajo el resplandor intenso de numerosos globos de luz, advirtió algo que no había tenido ocasión de ver antes.
Tenía unos ojos extraños muy similares a los de Skellin. Pertenecían a la misma raza.
«No es algo que el Gremio necesite saber —decidió—. A Skellin no le haría gracia que atrajera la atención del Gremio hacia él. Pero dudo que Sonea haya pasado por alto la similitud. Seguramente no se lo ha comentado a nadie porque eso implicaría confesar que contó con la ayuda de un ladrón…».
Cuando Sonea se detuvo ante los magos superiores, Cery, Anyi y Gol ejecutaron una reverencia. Tras presentarlos a él y a sus guardaespaldas, explicó que Cery era el amigo del que les había hablado, el que había visto a la renegada primero y la había informado al respecto. Cuando terminó, el administrador miró a Cery.
—En primer lugar, el Gremio le agradece su colaboración en la captura de estas dos magas renegadas —dijo—. En segundo, le damos las gracias por la ayuda que nos presta hoy. —Señaló a las dos mujeres—. ¿Reconoce a alguna de ellas?
Cery posó la vista en Forlie.
—A Forlie no la había visto hasta hace unos días, cuando la atraparon. —Hizo un gesto en dirección a la otra mujer—. A esa la vi hace unos meses. Gol y yo buscábamos a un asesino, y las pistas que teníamos nos llevaron a espiar al dueño de una tienda y su cliente, esta mujer. La vimos emplear la magia para abrir una caja de seguridad.
La renegada no le quitaba los ojos de encima, y cuando Cery dirigió la mirada hacia ella, entornó los párpados.
—¿Cree que esta mujer es la asesina que buscaba?
Cery se encogió de hombros.
—No lo sé. Se utilizó magia para el asesinato. Ella tiene poderes mágicos. Pero no poseo pruebas de que fuera ella.
El administrador centró su atención en Gol.
—Usted estaba presente la noche que su patrón espió a esta mujer.
Gol asintió.
—Así es.
—¿Las cosas ocurrieron como él las ha descrito? ¿Se fijó usted en algún detalle que se le haya escapado a él?
—Lo ha clavado todo —afirmó el hombretón.
El administrador miró entonces a Anyi.
—¿Estaba usted allí también?
—No —respondió ella.
—¿Ha visto a esta mujer hacer magia?
—Sí. La vi por primera vez cerca de una hora antes de que S… de que la Maga Negra Sonea la capturara. Estaba observando cómo apresaban a Forlie. Me pareció un poco extraño. Entonces la vi usar la magia para matar unos pájaros que estaban peleándose y armando tanto jaleo que habrían podido ocasionar que la descubrieran. Supe que tenía que ser una renegada también, así que fui en busca de la Maga Negra Sonea.
El administrador se quedó pensativo y miró sucesivamente a Cery, Anyi y Gol.
—¿Hay algo más que puedan decirnos acerca de alguna de estas mujeres?
—No —contestó Cery. Se fijó en su hija y en su guardaespaldas. Estaban negando con la cabeza.
El administrador se volvió hacia los magos superiores.
—¿Alguna pregunta?
—Yo tengo una —dijo el mago de túnica blanca. Por lo que recordaba Cery, debía de ser el Gran Lord. Sonea le había dicho que habían cambiado el color de la túnica del Gran Lord a blanco después de que se llegara a la conclusión lógica de que eran los magos negros quienes debían vestir de negro—. ¿Han visto alguna vez a alguien con características físicas parecidas a las de esta mujer? —El hombre gesticuló hacia la renegada—. Y no me refiero a las particularidades de su sexo, por supuesto.
—Quizá una o dos veces —respondió Cery.
—¿Sabe de dónde provienen esas personas?
Cery sacudió la cabeza.
—No.
El mago asintió e hizo un gesto con la mano para indicar al administrador que no tenía más preguntas. Aliviado, Cery cayó en la cuenta de que estaba ansioso por marcharse de allí. Si bien era un hombre poderoso en los bajos fondos de la ciudad, no estaba acostumbrado a que lo observara tanta gente. «Los ladrones preferimos pasar inadvertidos. Es mejor que nos conozcan por nuestra reputación que por ser el centro de atención».
—Gracias por su ayuda, Cery de Ladonorte, Anyi y Gol —dijo el administrador—. Pueden retirarse.
Sonea los acompañó al exterior. Cuando las puertas del Salón Gremial se cerraron, Cery exhaló un suspiro de alivio.
—¿Ha servido de algo esto? —preguntó Anyi.
Sonea asintió.
—Creo que servirá. Ahora tienen declaraciones de testigos que vieron a la mujer infringir la ley. Sin ellas, podía alegarse que la única ocasión en que se valió de la magia en presencia de otros magos fue en defensa propia, cuando la capturé y la traje al Gremio.
—Entonces, si ha infringido la ley, ¿es justificable leerle la mente?
—Ya era justificable. —Sonea esbozó una sonrisa triste—. Pero ahora no se sentirán tan culpables por ello.
—¿Lo harás tú?
La sonrisa se desvaneció.
—Lo haremos Kallen o yo. Me imagino que se decantarán por Kallen, que está mucho menos implicado que yo en la búsqueda y no ha desobedecido las normas.
Cery frunció el ceño.
—¿Tendrás que rendir cuentas por ello?
—Creo que no —dijo ella, arrugando la frente con preocupación—. Kallen no parece muy contento. No ha tenido tiempo de abordar el asunto todavía, pero acabará por hacerlo. Nadie más ha tocado el tema, pero estoy segura de que alguien lo hará. —Suspiró y dio un paso hacia el salón—. Será mejor que regrese. Ya te informaré de lo que ocurra. —Hizo una pausa y sonrió—. Ah, Lorkin se ha comunicado conmigo. Está vivo y coleando. Ya te lo contaré con más detalle en otro momento.
—¡Es una gran noticia! —exclamó Cery—. Nos vemos.
Ella agitó la mano y abrió una puerta apenas lo suficiente para escurrirse a través de ella. Cery pasó la vista de Anyi a Gol.
—Veamos si el carruaje nos espera.
Ellos desplegaron una sonrisa y lo siguieron en dirección a la puerta principal de la universidad.
Cuando Achati, Dannyl, los otros ashakis y Unh llegaron al camino, vieron que los esclavos que habían enviado delante habían preparado el carruaje y los caballos para ellos. Los ashakis se volvieron hacia Dannyl y se despidieron de él.
—Cuenta con nuestra comprensión —dijo uno de ellos—. Debe de ser muy irritante que alguien haya seducido a su ayudante para llevárselo.
—Lo es —respondió Dannyl—, pero al menos sé que se fue voluntariamente y que no pesa ninguna amenaza sobre su vida, o eso cree. Y… les pido disculpas de nuevo por su conducta. Les puso a todos en peligro innecesariamente.
Otro se encogió de hombros.
—Valió la pena, por la oportunidad de hacer algo respecto a ellos, de encontrar su base, aunque no nos haya llevado a nada.
—Pero… seguramente no habrían podido seguir a los Traidores durante mucho más tiempo sin que ellos se vieran obligados a matarles —replicó Dannyl.
Los ashakis intercambiaron una mirada, y de pronto Dannyl comprendió su aparente despreocupación. No querían reconocer que estaban en clara inferioridad numérica o que habían fracasado en su misión, así que fingían que no era así. En realidad, habían estado plenamente conscientes y temerosos del riesgo que habían corrido. Sin embargo, habría sido una desconsideración forzarlos a decirlo en voz alta.
—Pues el ashaki Achati dice que nos hemos adentrado en su territorio más de lo que nadie se había adentrado nunca —comentó, imprimiendo un tono de orgullo y admiración en su voz.
Los ashakis sonrieron y asintieron.
—Si cambia de idea respecto a rescatar a su ayudante, háganoslo saber —le dijo el más parlanchín—. Al rey no le costaría mucho reunir un pequeño ejército a tal efecto. Siempre buscamos alguna excusa para eliminarlos.
—Es bueno saberlo —les aseguró él—. Y se lo agradezco mucho. —Se volvió hacia Unh—. Sé que también conoce buenos rastreadores a los que recurrir.
El dúneo inclinó ligeramente la cabeza, pero se mantuvo inexpresivo. Los sachakanos guardaron silencio hasta que el más callado se aclaró la garganta.
—¿Qué cree que hará ahora el Gremio en relación con lord Lorkin?
Dannyl sacudió la cabeza.
—No lo sé —admitió—, pero tendrán que enviarme a un ayudante nuevo. Espero que tengan más criterio que yo a la hora de elegirlo.
Los sachakanos rieron entre dientes. El ashaki parlanchín se frotó las manos.
—Bien, será mejor que todos nos pongamos en marcha.
Así pues, se despidieron unos de otros y los sachakanos se alejaron a caballo. Unh le dirigió una inclinación de cabeza a Dannyl, lo que por algún motivo le pareció una despedida más sentida que las de los sachakanos. El grupo levantó una nube de polvo al partir. Dannyl y Achati subieron al carruaje y los dos esclavos de Achati ocuparon sus posiciones fuera. El vehículo se puso en movimiento con una sacudida y comenzó a bambolearse con suavidad mientras avanzaba por el otro camino.
—Esto está mejor —dijo Achati—. Comodidad. Privacidad. La promesa de baños frecuentes.
—La verdad es que estoy deseando darme un baño.
—Sospecho que nuestros amigos están igual de ansiosos por volver a casa, a pesar de que no han tenido la ocasión de librar a Sachaka de unos cuantos Traidores.
Dannyl hizo un gesto de dolor.
—Le pido disculpas otra vez por causarle tantas molestias y exponerlo a tantos riesgos sin motivo.
—No ha sido sin motivo —lo corrigió Achati—. Usted estaba obligado a emprender la búsqueda, y yo a prestarle ayuda. Un joven podía estar en peligro. El hecho de que no lo estuviera no resta importancia a nuestro viaje.
Dannyl asintió en señal de gratitud por la comprensión del sachakano.
—Supongo que estoy disculpándome en nombre de Lorkin. Estoy seguro de que si hubiera podido comunicarnos su decisión antes, lo habría hecho.
—Tal vez no decidió lo que iba a hacer hasta poco antes de hablar con usted. —Achati se encogió de hombros—. No ha sido un viaje inútil. De hecho, ha resultado revelador, tanto de la mentalidad de los kyralianos como de lo que usted piensa. Yo había hecho presuposiciones sobre su determinación de encontrar a su ayudante, por ejemplo. Creía que tal vez… iba más allá de la lealtad hacia un colega mago y un compatriota kyraliano.
Dannyl levantó la vista hacia Achati, sorprendido.
—¿Creía que éramos…?
—Amantes. —El hombre había adoptado una expresión seria. Apartó la mirada—. Mi esclavo es joven, guapo y talentoso. Me adora, pero se trata de la adoración que todo esclavo siente hacia un amo bondadoso. Le envidiaba por su ayudante.
Incapaz de dejar de mirar a Achati con expresión sorprendida, Dannyl buscó una respuesta adecuada pero no la encontró. Achati soltó una risita.
—No me diga que no sabía esto acerca de mí.
—Pues… sí, pero reconozco que tardé un poco en darme cuenta.
—Tenía otras cosas en la cabeza.
—Deduzco que su idea sobre mí no era solo una suposición aventurada.
Achati negó con la cabeza.
—Procuramos saberlo todo acerca de los embajadores que nos manda el Gremio. Y las compañías que usted frecuenta no son precisamente un secreto en Imardin.
—No —convino Dannyl, pensando en Tayend y sus fiestas.
Achati suspiró.
—Puedo comprarme un compañero; en realidad, lo he hecho muchas veces. Hombres bellos, bien entrenados para complacer a su amo. A veces encontraba a alguien lo bastante inteligente e ingenioso para conversar con él, o incluso tenía la suerte de que ese esclavo me amara. Pero siempre falta algo.
Dannyl escudriñó el rostro de Achati.
—¿Qué es lo que falta?
El hombre torció la boca en una sonrisa irregular.
—Riesgo. Solo cuando sabes que el otro puede dejarte fácilmente aprecias el hecho de que se quede. Solo cuando quererte no es lo más fácil para ellos aprecias que te quieran.
—Un igual.
Achati se encogió de hombros.
—O algo aproximado. Tener que elegir a un compañero que fuera realmente mi igual restringiría demasiado mis opciones. Después de todo, como enviado del rey, soy uno de los hombres más poderosos del país.
Dannyl movió la cabeza afirmativamente.
—Yo nunca he tenido que preocuparme por las diferencias de posición social. Aunque supongo que me habría preocupado si mi compañero fuera un criado.
—Pero un criado puede marcharse.
—Cierto.
—¿Son buenos conversadores los criados?
—Supongo que algunos sí.
Achati contrajo los hombros y luego los relajó.
—Yo disfruto con nuestras conversaciones.
Dannyl sonrió.
—Es una suerte. No tendrás a nadie más con quien hablar en todo el trayecto hasta Arvice.
—En efecto. —El otro hombre entornó los ojos—. Creo que me gustaría hacer algo más que conversar contigo.
Dannyl volvió a quedarse sin habla. La sorpresa cedió el paso a la vergüenza y luego a la curiosidad, junto con un envanecimiento considerable. «Este sachakano, que acaba de recalcar que es uno de los hombres más poderosos del país, ¡se me está insinuando! ¿Qué hago? ¿Cómo se rechaza a un hombre así sin ser descortés o provocar un incidente político? De hecho, ¿quiero rechazarlo? —Un escalofrío le bajó por la espalda—. Es más joven que yo, pero no muchos años. Es apuesto, al estilo sachakano. Su compañía me resulta agradable. Trata bien a sus esclavos. Pero, ¡oh, una aventura así podría entrañar un gran riesgo político!»
Achati se rió de nuevo.
—No te pido nada, embajador Dannyl. Solo expreso un punto de vista. Y una posibilidad. Algo que tener en cuenta. Por lo pronto, conformémonos con las conversaciones. Al fin y al cabo, detestaría estropear nuestra amistad sugiriendo algo que te haga sentir incómodo.
Dannyl asintió.
—Como ya te he dicho, soy un poco lento.
—En absoluto. —Achati sonrió de oreja a oreja—. De lo contrario, no me gustarías tanto. Has estado distraído, concentrado en una meta. Esa distracción ha desaparecido. Ahora puedes pensar en otras cosas, como cuánto tardará el Gremio en elegir y enviarte un nuevo ayudante.
—No estoy seguro de que alguien se ofrezca voluntario para el puesto, después de lo que le ha pasado a Lorkin.
Achati rió por lo bajo.
—Tal vez te sorprendas. Puede que alguno venga con la esperanza de que lo secuestren y se lo lleven a un lugar secreto gobernado por mujeres exóticas.
Dannyl soltó un gruñido.
—Oh, espero que no. De verdad, espero que no.