Aunque no eran tan resistentes como las botas que el Gremio había proporcionado a Lorkin durante toda su vida, los sencillos zapatos de cuero que calzaban los esclavos hacían poco ruido. Aunque al principio la bolsa que llevaba le parecía demasiado pequeña y ligera para contener provisiones suficientes, daba la impresión de que su peso había aumentado desde la primera vez que se la había echado a la espalda. Tyvara encabezaba la marcha y caminaba con un paso constante y acompasado a medida que el camino se volvía más empinado y difícil. Chari avanzaba detrás de Lorkin, en un silencio impropio de ella.
Le habían indicado a Lorkin que evitara utilizar la magia de una manera notoria, ahora que estaba en un territorio patrullado por los Traidores. Si habían reparado en la barrera que él había generado tanto para protegerse como para mantener tibio el aire que lo rodeaba, habían decidido que no se trataba de un uso notorio de la magia, pues ninguna de las dos había hecho comentarios al respecto. Aunque le habían asegurado que los Traidores no lo atacarían mientras estuviera con dos de ellas, no tenía ganas de correr riesgos innecesarios que pudieran costarle la vida, sobre todo después de su encuentro con Rasha.
Habían dejado atrás la carreta y el camino hacía unas horas, para atravesar a pie colinas y valles cada vez más escarpados y rocosos. Ninguna de las mujeres hablaba. Lorkin cayó en la cuenta de que echaba de menos el parloteo y las preguntas incesantes de Chari. Cuanto más avanzaban, más se encerraba Tyvara en sí misma. Sus expresiones ceñudas despertaban en Lorkin un vago sentimiento de culpa, pero no sabía muy bien por qué.
«Se dirige hacia un lugar donde su gente la juzgará por haber matado a una de las suyas, lo que no habría sucedido si no me hubiera salvado la vida».
Tyvara aminoró la marcha de golpe, y él tuvo que pararse en seco para evitar tropezar con ella. Al mirar por encima del hombro de la joven, vio que más adelante, al otro lado de un promontorio, había un grupo de personas de pie frente a dos cabañas pequeñas. Estaban observando cómo Tyvara, Chari y él se acercaban.
Las cabañas, minúsculas y viejas, estaban cercadas por una valla baja. Había unas pieles colgadas de los aleros, y otras extendidas en bastidores apoyados en las paredes, pero ninguna de las personas allí reunidas parecían cazadores. Todos llevaban prendas sencillas de una tela fina. La mayoría eran mujeres. Lorkin advirtió que había dos hombres entre ellas, lo que lo sorprendió un poco. Después de todo lo que Tyvara y Chari le habían contado de su pueblo, casi había llegado a creer que no vería a un solo hombre.
A un centenar de pasos del grupo que los esperaba, Tyvara se detuvo. Se volvió hacia Lorkin con el entrecejo fruncido, pensando.
—Puedo hablar por ti, si quieres —se ofreció Chari.
Tyvara la fulminó con la mirada.
—Puedo hablar por mí misma —espetó—. Quedaos aquí. —Giró sobre los talones y echó a andar con decisión hacia su gente, dejando atrás a Chari y Lorkin que se miraron desconcertados.
—¿Habéis discutido por algo? —preguntó él.
Chari sacudió la cabeza y sonrió.
—No, ¿por qué lo preguntas?
—Por su forma de comportarse da la impresión de que no sois amigas.
—Oh, no te preocupes por eso. —Chari rió entre dientes y dirigió la vista hacia el grupo—. Lo único que pasa es que está celosa y no se ha dado cuenta.
—¿Celosa de qué?
Chari le lanzó una mirada altiva.
—¿De verdad no lo sabes? Siempre me he preguntado cómo es posible que en el resto del mundo manden los hombres, siendo todos tan zotes.
Él soltó un resoplido leve.
—Y a mí me gustaría saber cómo pueden seguir mandando las mujeres Traidoras, siendo todas tan proclives a comunicarse con indirectas e insinuaciones como las mujeres del resto del mundo.
Ella se rió.
—Ah, me caes bien, Lorkin. Si Tyvara no espabila y… —Una voz los llamó, y ella se puso seria de inmediato. Le dedicó una sonrisa torcida—. Por lo visto ha llegado la hora de presentarte.
Lorkin recorrió tras ella la distancia que los separaba de los otros Traidores. Tyvara los observaba con una arruga de preocupación entre las cejas. Chari, en vez de mirar a su amiga, centró su atención en una mujer de mediana edad con una cabellera larga y entrecana.
—Portavoz Savara —dijo con respeto. Señaló a Lorkin con un ademán elegante—. Lorkin, ayudante del embajador del Gremio Dannyl, de la tierra de Kyralia.
La mujer asintió.
—Lord Lorkin —recalcó—, si no me equivoco.
—No se equivoca —respondió él, inclinando la cabeza—. Es un honor conocerla, portavoz Savara.
Savara sonrió.
—Es muy amable al decir eso, especialmente después de todo por lo que ha pasado. —Respiró hondo—. Para empezar, deseo expresarle en nombre de la reina, pero también del mío propio, nuestras más sinceras disculpas por los trastornos, el miedo y la amenaza a su vida que ha tenido que sobrellevar debido a los Traidores. Sean o no justificables los actos de Tyvara, ha vivido usted una dura experiencia, y nos sentimos responsables por ello.
Como no parecía un buen momento para defender a Tyvara, él asintió.
—Gracias.
—Si desea volver con el embajador del Gremio, podemos llevarlo sano y salvo hasta él. También puedo pedir a los guías que lo acompañen a la frontera con Kyralia. ¿Qué prefiere?
—Le doy las gracias de nuevo —contestó Lorkin—. Tengo entendido que Tyvara será enjuiciada por sus actos, y me gustaría hablar en su defensa, si es posible.
—Eso implicaría llevarlo a Refugio —dijo alguien.
—La reina nunca lo permitiría.
—A menos que celebráramos el juicio fuera de Refugio.
—No, eso sería demasiado peligroso. Si nos tendieran una emboscada perderíamos a demasiadas personas valiosas.
—Nadie va a tendernos una emboscada —repuso Savara con firmeza.
Volvió la vista hacia los Traidores que tenía detrás, y estos callaron. Cuando posó de nuevo los ojos en Lorkin, lo contempló con aire reflexivo.
—Lo que desea hacer es admirable. Meditaré sobre ello. ¿Qué sabe el Gremio de nosotros?
Lorkin sacudió la cabeza.
—Nada. Bueno, al menos a través de mí. No me he comunicado con nadie de allí.
—¿Y qué hay del mago del Gremio que está aquí? Ha estado siguiéndoles desde que salieron ustedes de Arvice, con una precisión sorprendente.
—Tampoco me he comunicado con Dannyl —aseveró Lorkin—, pero no me extraña que su búsqueda le esté dando buenos resultados. Es inteligente y no se da por vencido fácilmente. —Hizo una pausa al percatarse de lo ciertas que eran sus palabras. ¿Era Dannyl lo bastante inteligente y decidido para seguirlo hasta Refugio?
—Sin duda ha recibido mucha ayuda de los Traidores —murmuró Tyvara.
Savara la miró.
—¿Le has explicado el precio que probablemente tendrá que pagar por entrar en la ciudad?
Tyvara se quedó callada por un momento y bajó la vista.
—No. Esperaba que pudiéramos encontrar una manera de evitarlo.
Tras fruncir el ceño, la portavoz suspiró y asintió.
—Veré qué puedo hacer. Descansad y comed algo.
El grupo se dispersó; unos entraron en las cabañas, otros se sentaron en unos bancos estrechos de madera basta que Lorkin había tomado por una cerca rudimentaria. Chari, Tyvara y él se acomodaron en uno de los bancos y se quitaron las mochilas de la espalda. Una joven vestida como una esclava les llevó unos pastelitos adornados con bayas de tarta. Sonrió cuando él le dio las gracias.
—Lorkin —dijo Tyvara.
Él se volvió hacia ella.
—¿Sí?
—Deberías aceptar la oferta de Savara y volver a Kyralia.
—¿Y por qué no a Arvice?
Ella sacudió la cabeza.
—No me fío de… la otra facción. Podrían intentar matarte de nuevo.
—¿Y cómo demostrarás que lo intentaron antes?
Ella apretó los labios en una línea fina.
—Dejaré que me lean la mente.
Oyó que Chari inspiraba bruscamente.
—No puedes —siseó—. Has prometido que… —Miró a Lorkin y se mordió el labio.
Tyvara suspiró.
—Encontraremos una manera de evitarlo —le dijo a Chari. Se volvió hacia Lorkin—. El precio al que se refería Savara… Si entras en Refugio, hay muchas posibilidades de que no te dejen salir jamás. ¿Estás dispuesto a quedarte allí por el resto de tu vida?
Él clavó los ojos en ella sin dar crédito. «¿El resto de mi vida? ¿Y no volver a ver a mi madre, a Rothen, a mis amigos?»
—¿No se lo habías dicho? —preguntó Chari con asombro e incredulidad.
Tyvara se sonrojó y apartó la mirada.
—No. No podía dejar que regresara a Arvice. Alguien habría intentado matarlo. Yo sabía que cuando me encontrara con alguien de nuestra facción, él estaría a salvo.
—¿«Facción»?
—El término se le ocurrió a Lorkin. Me refiero a los que estamos de acuerdo con la reina y Savara respecto a… casi todo.
Chari asintió.
—Pues no es un término inapropiado. —Posó la vista en él—. Hemos evitado llamarnos de una forma determinada, porque eso equivaldría a reconocer que se ha producido una escisión entre los Traidores, y si designáramos a cada bando por un nombre distinto, eso impulsaría a la gente a…, bueno, a tomar partido. —Se volvió hacia Tyvara—. Quizá no quieran que Lorkin se quede, ya que es uno de los motivos de la escisión.
—Ninguna persona del otro bando, y muy pocas del nuestro, se fiarán de él lo suficiente para dejarlo marchar en cuanto conozca el emplazamiento de la ciudad.
—Entonces le vendaremos los ojos y nos aseguraremos de que no sea capaz de encontrarla de nuevo.
Tyvara suspiró.
—Todos sabemos lo bien que funcionó eso la última vez.
—La última vez se trataba de un sachakano, que además era espía —señaló Chari—. Lorkin es diferente. ¿Y cómo va Refugio a establecer alianzas y relaciones comerciales con otros países si nunca dejamos que los visitantes entren y salgan de la ciudad?
Tyvara abrió la boca para replicar y la cerró de nuevo.
—Es demasiado pronto para eso —dijo—. Si ni siquiera nos fiamos unos de otros, menos aún vamos a fiarnos de un extranjero.
—Pues en algún momento deberíamos empezar. —Chari sorbió y apartó la vista—. Después de traerlo hasta aquí, quieres que se vaya. Creo que te asusta demasiado ser responsable de alguien.
Tyvara alzó el rostro bruscamente y fulminó a su amiga con la mirada.
—Eso es… —Pero se interrumpió. Entornó los ojos. Se puso de pie, se alejó a grandes zancadas y se sentó de nuevo a varios pasos de distancia. Chari suspiró.
—Tranquilo —le dijo a Lorkin—. No siempre es tan gruñona. —Le sonrió—. Lo digo en serio. Cuando no está atontada por sus preocupaciones, es lista, graciosa y bastante adorable. Por lo visto también es buena bajo la alfombra, como decimos por aquí. —Le guiñó un ojo y se puso seria—. Pero también es exigente. Nuestra Tyvara no se conforma con cualquier hombre. Pero no te preocupes por eso.
Él la contempló, sorprendido ante aquel flujo de información repentino e inesperado, y luego bajó la vista, esperando que su rostro no delatara su vergüenza y sus ganas de reír. «He aquí otra diferencia entre las Traidoras y las kyralianas. —Hizo memoria sobre algunas de las mujeres con que se había acostado a lo largo del último año—. Bueno, tal vez la diferencia no sea tan grande, pero las Traidoras son decididamente más abiertas al hablar del tema».
Por otro lado, ¿por qué intentaba tranquilizarlo Chari…?
De pronto, comprendió lo que Chari había estado insinuando. Creía que había algo entre Tyvara y él. El corazón le dio un vuelco. «Bueno, ha habido algo, pero lamentablemente no ha sido mutuo». Desde que había conocido a Tyvara, la había encontrado atractiva y fascinante. La noche en que había estado a punto de ser asesinado, había creído que era ella quien estaba en su cama, lo que lo había complacido en gran medida.
«Al parecer, Chari cree que el sentimiento es mutuo. ¿Tendrá razón?»
Lanzó una mirada furtiva a Tyvara. Estaba de pie otra vez, con la vista tendida hacia el camino por donde Chari, Lorkin y ella habían venido, con las cejas juntas por el desasosiego. Se volvió para ver qué estaba mirando. Dos mujeres subían corriendo por el camino. Lorkin las oyó jadear de agotamiento cuando pasaron a su lado.
Entraron en una cabaña y, tras un momento de calma tensa mientras todos observaban y aguardaban, Savara salió con aire resuelto, seguida por un puñado de Traidores y las dos mujeres. A una palabra suya, la intensidad de los globos de luz se atenuó hasta que solo quedaba un brillo débil.
—Tenemos que marcharnos de inmediato —dijo ella. Deslizó la vista por los rostros allí reunidos y la posó en Lorkin—. Los magos que rastrean a lord Lorkin se dirigen hacia aquí, y ahora son seis, incluido el kyraliano. Nos dividiremos en tres grupos. Cada uno seguirá un rumbo distinto al salir de aquí. Tyvara, Lorkin y Chari, vosotros vendréis conmigo.
Lorkin se levantó y se le acercó a toda prisa.
—Si hablo con el embajador Dannyl, estoy seguro de que podré convencerlo de que suspenda la búsqueda.
Ella negó con la cabeza.
—Tal vez lo convenza a él, pero no convencerá a los demás, si creen que esta vez pueden atraparnos. Además, llevan consigo a un hombre, un rastreador, que podría tener éxito allí donde otros han fracasado. —Esbozó una sonrisa sombría—. Lo siento. Agradezco su oferta, pero el riesgo es demasiado grande.
Lorkin asintió. Las personas que lo rodeaban recogían y guardaban a toda prisa todas las señales de su presencia. Una de ellas empezó a barrer el suelo, pero Savara la detuvo.
—Es inútil borrar nuestras huellas. Queremos que se separen o que se equivoquen de rastro. —Miró a Lorkin de arriba abajo—. Buscad a alguien que tenga un tamaño de pies parecido al suyo, y que se intercambien los zapatos.
Al poco rato, los Traidores habían formado tres grupos casi iguales en número. Savara les ordenó que avanzaran sin ocultar sus huellas hasta el amanecer, y que luego se encaminaran hacia Refugio tomando las precauciones habituales. Se despidieron todos entre murmullos y partieron. Lorkin siguió al grupo de Savara, que empezó a ascender por la abrupta pared del valle, mientras en su mente se alternaban las dudas sobre si sus sospechas respecto a Tyvara eran ciertas, el ansia por saber qué decidiría Savara y el miedo a que Dannyl y los sachakanos les dieran alcance.
Si los alcanzaban, ¿qué harían los sachakanos? ¿Qué harían los Traidores? ¿Se enzarzarían en una pelea? No quería que nadie muriese por su causa. «Bueno, nadie más», se corrigió.
Si se desataba una lucha, ¿qué debía hacer? ¿Tendría que elegir entre unirse a Dannyl para evitar una batalla o aliarse con los Traidores para ayudar a salvar a Tyvara de la ejecución?
Cery giró con demasiada lentitud para apartarse lo suficiente del cuchillo que ahora se apretaba contra sus costillas. Oyó a Anyi proferir una exclamación triunfal.
—Bien —dijo, conteniendo una sonrisa mientras la soltaba y se alejaba unos pasos—. Veo que ya le has pillado el truco.
Ella sonrió de oreja a oreja y se pasó el cuchillo de entrenamiento de madera a la mano izquierda.
—Aunque has apuntado un poco alto —añadió él—. Supongo que estás acostumbrada a entrenar con Gol.
—Te he cortado de todos modos —señaló ella.
—Sí, pero tu cuchillo podría haberse atascado entre mis costillas. —Cery se dio unas palmaditas en la parte baja del pecho, donde ella lo había pinchado con el cuchillo—. No son uno de los cinco puntos débiles: ojos, garganta, vientre, entrepierna y rodillas.
—A veces es mejor golpear al agresor en las rodillas y echar a correr que tratar de apuñalarlo en el corazón —explicó Gol—. El corazón a veces resulta difícil de alcanzar. Las costillas podrían desviar tu impulso. Si fallas, él puede contraatacar, cosa que no sucede si le das en las rodillas, algo que, por otra parte, él no se espera.
—Una cuchillada en la tripa también mata lentamente —dijo Cery—. No es muy divertido para él, pero le da tiempo para intentar vengarse de ti.
—Además, no debes matar a menos que se te ordene —añadió Gol.
—Deberías entrenar con personas más bajas.
—Y más jóvenes —dijo Anyi. Gol soltó un resoplido, y ella lo miró—. Oh, vamos. Ninguno de los dos sois tan ágiles como antes, y si alguien manda a una persona a eliminaros, no sacará a un viejo asesino de su retiro para daros la oportunidad de una pelea justa.
Gol rió por lo bajo.
—No le falta razón.
Se oyeron unos golpecitos en la puerta, y los tres se volvieron hacia ella. Estaban en la planta superior de una casa de bol que pertenecía a Cery, conocida como La Muela. Se reunía allí con los habitantes de su territorio que le solicitaban audiencia. Había que mantener los negocios en marcha, lo que significaba que tenía que estar disponible de vez en cuando. Como en todos los lugares que frecuentaba, allí había varias vías de escape.
Cery le hizo una señal con la cabeza a Gol, que se acercó a la puerta para abrirla. Tras una pausa, el hombretón se hizo a un lado. En el vano estaba un hombre bajo pero robusto que había trabajado para Cery durante años.
—Ha venido un mensajero que quiere hablar contigo —dijo—. Lo manda Skellin.
Cery asintió.
—Que pase.
Gol se apostó a la izquierda de Cery, con los brazos cruzados en su típica postura protectora. Anyi entornó los párpados y pasó por el lado de Cery para situarse a su derecha. Cuando él la miró, ella le devolvió la mirada con actitud desafiante, como retándolo a protestar. Él sofocó una carcajada.
—¿Acaso he dicho que la clase ha terminado? —preguntó, pasando la vista de ella a Gol. El guardaespaldas pestañeó y se volvió hacia Anyi—. A trabajar —les ordenó Cery.
Observó cómo regresaban a la zona en que habían estado entrenando. Gol dijo algo, y Anyi se encogió de hombros antes de agacharse en una postura de pelea. «Bien —pensó Cery—. Si el mensajero de Skellin le informa de que tengo una nueva guardaespaldas, más vale que le hable también de sus destrezas. No podré ocultarla siempre. Si alguien se da cuenta de que estoy escondiendo a una persona, supondrá que hay un motivo y comenzará a hacer preguntas».
A pesar de todo, se le erizó el vello cuando una figura apareció en la puerta. Una cosa era saber que tus seres queridos corrían peligro por estar relacionados contigo, y otra muy distinta ponerlos conscientemente en una posición que entrañaba un riesgo considerable.
El mensajero de Skellin era alto y delgado, con el porte tenso de un corredor. Sus ojos se posaron en los de Cery, que inclinó la cabeza con cortesía. Entonces su mirada se desvió hacia Gol y Anyi, que acababa de lanzarse al ataque. Gol contraatacó hábilmente, pero ella esquivó el golpe con un movimiento rápido y elegante.
Tal como esperaba Cery, un brillo de interés asomó a los ojos del mensajero, pero su expresión destilaba algo más que curiosidad profesional. De pronto, Cery se arrepentía de haber obligado a Anyi y a Gol a seguir entrenando. Le costó un gran esfuerzo mantener el semblante sereno y una postura relajada.
—¿Tienes un mensaje para mí? —preguntó.
—¿Eres Cery de Ladonorte? —preguntó el hombre, aunque sin el menor deje de incertidumbre en la voz. Era una formalidad.
—Sí.
—Skellin me ha pedido que te diga que ha localizado a la presa y que va a tender una trampa. Si llevas a tus amigos al viejo matadero del Ladooeste Interior al anochecer, podrán hacerse con su nueva mascota.
Cery asintió.
—Gracias. Ahí estaremos. Puedes irte.
El hombre hizo una ligera reverencia antes de marcharse. Gol se acercó a la puerta y la cerró antes de volverse hacia Cery con expresión seria.
—Solo te quedan unas horas.
—Lo sé. —Cery arrugó el entrecejo—. Y mi amiga no ha llegado todavía a su lugar de trabajo.
—Enviarán un mensaje al Gremio.
—¿Al Gremio? —repitió Anyi. Dirigió una mirada severa a Cery—. ¿Qué está pasando? ¿Eso es lo que no podías contarme todavía?
Cery y Gol se miraron. El guardaespaldas asintió.
Después de la entrevista con Skellin habían discutido cuándo convenía referirle toda la historia a Anyi. Si le hablaban de la renegada y, sobre todo, de sus sospechas de que era la Cazaladrones y la asesina de su familia, ella querría acompañarlo y ver cómo capturaban a la mujer. Si él le ordenaba que se quedara, ella seguramente lo desobedecería, suponiendo que podría soportar el castigo que él le impusiera. Y eso si Cery descubría que ella lo había desobedecido.
No es que la joven estuviera acostumbrada a rebelarse contra él, pero tratándose de algo tan gordo sin duda haría una excepción. Es lo que habría hecho él en su lugar.
Él podía optar simplemente por no hablarle de la renegada, pero aun así era muy posible que ella se escabullera y lo siguiera solamente para averiguarlo. También era lo que él habría hecho.
Así pues, Gol y él habían decidido que su mejor opción era implicarla en la captura asignándole una tarea relativamente segura. Ella volvería a estar entre sus guardias en la sombra. Esta vez tendría que conocer la naturaleza de la presa tras la que iban. No podrían abalanzarse precipitadamente contra el enemigo si las cosas salían mal. Luchar con cuchillos contra magos era un acto tan inútil como suicida.
—Sí, el Gremio. Ya es hora de que sepas a qué nos enfrentamos —le dijo Cery—. Esta noche aprenderás tres cosas: que hasta el ladrón más poderoso tiene sus limitaciones, que vale la pena tener amigos en las altas esferas y que hay cosas que es mejor dejar en manos de los magos.
Hubo un largo silencio entre el momento en que Sonea llamó a la puerta del despacho del administrador Osen y el momento en que esta se abrió por fin. Osen parecía ligeramente distraído cuando los hizo pasar.
—Maga Negra Sonea, lord Rothen —titubeó—. Les he pedido que vengan porque el embajador Dannyl y los sachakanos que se ofrecieron voluntarios para ayudarlo están a punto de atrapar a lord Lorkin y sus secuestradores.
A Sonea se le paró el corazón por un instante, antes de empezar a latir a toda prisa. Abrió la boca para preguntarle… ¿qué? ¿Qué debía preguntarle primero? ¿Dónde estaba Lorkin? ¿Tenían claro los sachakanos que no debían matarlo?
—¿Cuánto falta para que eso ocurra? —preguntó Rothen.
—Dannyl no lo sabe con exactitud. Media hora, tal vez menos. Será mejor que se pongan cómodos.
Osen se sentó tras su escritorio, y, valiéndose de la magia, ella y Rothen desplazaron dos de los sillones hacia la parte frontal de la habitación. La mirada de Osen se perdió en la lejanía.
«Se comunica con Dannyl por medio de un anillo de sangre —supuso Sonea—. ¿Qué es lo que ve?» Deseaba exigirle que describiera en detalle todo cuanto veía, pero en vez de eso respiró hondo y exhaló despacio.
—Ha dicho «secuestradores» —señaló—. ¿Hay más de uno?
Osen guardó silencio, con la vista puesta en algún punto situado mucho más allá de las paredes del despacho.
—Sí. Varios Traidores. Unh cree que son ocho.
—¿Unh?
Los ojos del administrador la enfocaron con dificultad.
—Un miembro de la tribu dúnea. Los está rastreando. Al parecer es bastante bueno. Un momento… —Su expresión cambió para reflejar expectación—. Han alcanzado a verlos, solo por un momento…
Se quedó callado, contemplando el escritorio sin verlo durante un rato desesperantemente largo. Sonea se percató de que estaba aferrándose con fuerza a los brazos de su sillón. Se obligó a soltarlos y en cambio colocó las manos sobre su regazo.
—Ah. —Osen dejó caer los hombros, desilusionado.
—¿Qué ocurre? —preguntó Rothen.
Sonea lo miró. Estaba inclinado hacia delante, con los ojos desorbitados.
Osen sacudió la cabeza.
—Él no está allí. No figura en ese grupo. Se han equivocado de rastro…, de personas. —Aspiró bruscamente, retuvo el aire y suspiró—. Al parecer había tres rastros. Ellos creían que Lorkin estaba en uno de los grupos, pero iban errados. Tendrán que regresar y seguir otras huellas.
Sonea exhaló un suspiro de frustración. Rothen soltó un gruñido y se reclinó sobre el respaldo de su sillón. El silencio se impuso en la habitación. Nadie dijo una palabra. La mirada de Osen había vuelto a perderse en la distancia. Rothen se frotaba la frente.
Los tres se sobresaltaron al oír unos golpes fuertes en la puerta.
Osen agitó una mano. La puerta se abrió y entró un sanador. El joven miró a Sonea, sonrió y se le acercó a toda prisa, tendiéndole un papel.
—Perdone la interrupción, administrador —dijo—. Tengo un mensaje urgente para la Maga Negra Sonea.
Ella cogió el papel y respondió con una inclinación de la cabeza a su reverencia poco profunda. El sanador salió apresuradamente de la habitación. Cuando la puerta se cerró, ella bajó la vista hacia la nota y la desdobló.
Tu amigo de la ciudad dice que su amigo ha encontrado aquello que buscas. Debes estar en el viejo matadero del Ladooeste Interior al anochecer. Lleva contigo a tu otro amigo.
Si ella hubiera estado de mejor humor, se habría reído de aquel lenguaje vago y más bien ridículo. Pero aquello era lo último que necesitaba. ¿Cómo iba a salir a toda prisa a la ciudad para capturar a la renegada cuando en cualquier momento podían encontrar a Lorkin?
Una mano pasó por delante de sus ojos y le quitó el mensaje de las manos. El corazón le dio un brinco, pero solo se trataba de Rothen. Él leyó rápidamente la nota y miró a Sonea, entornando los párpados con aire meditabundo.
—¿Cuánto tardarán en volver sobre sus pasos hasta el punto donde se separaban las huellas?
—Unas horas —dijo en voz monótona Osen, que seguía con la mirada fija en un punto lejano.
—Y les llevará unas cuantas llegar hasta el rastro siguiente. ¿Quiere que le dejemos solo mientras sigue su avance y volvamos más tarde?
—Por supuesto. —Osen salió bruscamente de su trance y pasó la vista del uno al otro—. Lo siento. Es increíble cómo absorben la atención estas piedras de sangre. Debería pedirle a Dannyl que se quite el anillo hasta que esté más cerca de encontrar otra vez a Lorkin. —Agitó una mano—. Váyanse.
Rothen se levantó y se volvió hacia Sonea, que se puso de pie de mala gana. «¿Cómo voy a irme ahora? Pero tardarán horas en alcanzar a Lorkin. No puedo quedarme sentada esperando mientras la renegada se escapa. Y si no aparecemos y Cery se enfrenta solo con la renegada, podría resultar herido».
Obligándose a moverse, siguió a Rothen a la puerta y después al pasillo. Unas sombras largas surcaban los jardines del Gremio al otro lado de las puertas de la universidad. El sanador la esperaba y le sonrió con nerviosismo cuando ella reparó en él. Rothen hizo señas al hombre de que se acercara.
—¿Ha hablado alguien con lord Regin? —musitó.
El joven frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Falta poco para la puesta de sol —le dijo Rothen a Sonea—. Más vale que te vayas ya. Yo encontraré a Regin y le diré que se reúna contigo en el hospital.
«El hospital, claro. No puedo ir directamente al Ladooeste Interior. Hay que mantener la tapadera, por si esto no funciona. Eso significa que decididamente no tenemos mucho tiempo…».
Cobró conciencia por fin del carácter urgente de su misión y apremió a Rothen para que se marchara.
—Dile que vaya directo hacia allí. —Se volvió hacia el sanador—. ¿Has venido en carruaje?
Él asintió.
—La está esperando fuera.
—Bien hecho. —Sonrió y se frotó las manos—. Vamos allá, entonces.