La Casa Soleada hacía honor a su nombre. La cálida luz del sol bañaba el jardín y las ruinas, haciendo que las flores de colores vivos resaltaran en un mar de vegetación verde. Skellin esperaba a Cery en el mismo cobertizo en el que se habían reunido la última vez, con su guardaespaldas apostado a pocos pasos.
Gol se detuvo a la misma distancia del cobertizo a la que se encontraba el otro escolta. Cery siguió adelante, resistiendo el impulso de volver la vista atrás, pero no por su amigo y guardaespaldas. Como siempre, había dispuesto que algunos de sus hombres lo siguieran y vigilaran, listos para socorrerlo si los necesitaba, o para prevenirlo de cualquier peligro. Él los llamaba su «guardia en la sombra». La única diferencia residía en que esta vez había un rostro nuevo entre los demás.
Anyi. Estaba aprendiendo rápidamente. Era ágil y veloz, y en ocasiones un poco temeraria. Los riesgos que corría eran en general fruto de la ignorancia más que de la insensatez, y ella estaba asimilando la instrucción que le impartían Gol y su padre con un entusiasmo y una inteligencia alentadores. Ordenarle que lo siguiera y observara era la forma más segura de darle la sensación de que estaba realizando el trabajo que quería sin exponerse a revelar su identidad o ponerla en un peligro real.
Sin embargo, las calles que habían recorrido nunca eran del todo seguras, y a Cery le preocupaba que algún matón imbécil intentara propasarse con ella y ocasionara una pelea.
Cuando llegó al cobertizo, Skellin se levantó para saludarlo.
—¿Qué tenías que contarme, amigo? —preguntó el otro ladrón.
—Una noticia que oí el otro día.
La historia del vendedor de carroña y su ayudante extranjera hicieron que una expresión ceñuda asomara al exótico rostro del hombre. Cery mintió sobre la fuente de información, asegurando que era una lavandera quien había oído la conversación por casualidad. Más valía no mencionar el nombre de Anyi.
—Hummm —fue la única respuesta de Skellin. Parecía contrariado. Tal vez incluso enfadado.
—También le he dicho a mi amiga que quieres conocerla —añadió Cery—. Ha accedido.
A Skellin se le iluminó el rostro y enderezó la espalda.
—¿De verdad? —Se frotó las manos y sonrió—. Bien, estoy deseando que llegue ese momento. En cuanto a tu noticia, más bien mala, ya investigaré al respecto. —Suspiró—. La cosa no tiene buena pinta, ¿verdad? Ella primero se deja ver en mi territorio y ahora trabaja para mis vendedores de carroña.
—A menos que sean los vendedores de otro.
Los labios del otro ladrón se curvaron en una sonrisa torcida.
—Lo que sería una noticia aún peor. Te comunicaré lo que averigüe. —Su voz había adquirido un tono más áspero, casi amenazador. «Eso se parece más a lo que cabe esperar de un hombre de su oficio y su poder», pensó Cery.
Asintió. Se despidieron cortésmente y echaron a andar en direcciones opuestas. «Después de todo el esfuerzo que me cuesta llegar aquí, estas reuniones siempre me parecen muy cortas. Pero sentarme a charlar con Skellin tampoco es una perspectiva que me atraiga mucho. No estoy seguro de por qué. Seguramente porque siempre temo que intente convencerme de que venda carroña para él».
Gol se reunió con él y emprendieron el regreso a la ciudad. Habían dejado la Casa Soleada varias calles más atrás cuando una figura salió de una puerta y se dirigió hacia ellos. Cery se puso tenso, se relajó en cuanto reconoció a Anyi y se tensó de nuevo al percatarse de que ella estaba desobedeciendo sus órdenes. No debía acercarse a él hasta que estuvieran de vuelta en la guarida.
«Tal vez tenga que advertirme de algo».
Anyi inclinó la cabeza ante él educadamente, muy seria, y comenzó a caminar a su lado.
—En fin —dijo en voz baja—. ¿Tienes un buen motivo para colaborar con el Rey de la Carroña?
Cery la miró, divertido.
—¿Quién lo llama así?
—Media ciudad —respondió ella.
—¿Qué mitad?
—La de abajo.
—Yo soy de la mitad baja. ¿Por qué no lo había oído nunca?
Ella se encogió de hombros.
—Eres viejo y no estás al día. Bueno, ¿tienes un buen motivo o no?
—Sí.
Avanzaron varios pasos en silencio.
—Porque odio a ese tipo —agregó ella de pronto.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—No había carroña aquí hasta que apareció él.
Cery hizo una mueca sarcástica.
—Si no la hubiera introducido él, lo habría hecho otro.
Ella arrugó el entrecejo.
—¿Por qué no la vendes tú?
—Tengo principios. Son bastante ruines, pero no es de extrañar. Soy un ladrón.
—Hay una gran diferencia entre lo que hace él y lo que haces tú.
—No tienes idea de lo que hago.
—Eso es verdad —dijo ella con cara de pocos amigos—. Y tampoco tengo prisa por averiguarlo, pero… ¿por qué no traficas con carroña?
Él se encogió de hombros.
—La carroña vuelve poco fiables a las personas. Si pierden interés en ganarse la vida, no piden préstamos. Si no pueden trabajar, no pueden pagar sus deudas. Si están sin blanca, no pueden comprar cosas. Si se mueren, no resultan útiles a nadie. La carroña no es buena para los negocios, salvo cuando el negocio es la propia carroña. Y si no fuera peor que el bol, yo estaría haciendo cola por venderla.
Anyi asintió y exhaló un largo suspiro.
—Ya lo creo que vuelve poco fiables a las personas. Había… Yo tenía un amigo. Trabajaba conmigo, íbamos a… hacer cosas juntos. Me ayudó cuando me dijiste que tenía que esconderme.
»Pero empezamos a gastar el dinero mucho más rápidamente de lo que debíamos. Yo sabía que mi amigo consumía carroña, apenas lo suficiente para relajarse y dormir. Cuando se le acabó, mi amigo desapareció para ir a buscar más. Yo había ido a la casa de al lado a charlar con la esposa del vecino, así que cuando mi amigo regresó, con dos matones, no me encontró. Los oí hablar. Mi supuesto “amigo” iba a venderme.
Cery soltó una maldición.
—¿Él sabía por qué te ocultabas?
—Sí.
—Así que los matones lo saben, también.
—Supongo.
Cery echó una mirada a Gol.
—Seguramente querían vender a Anyi a alguien mejor situado para utilizarla contra ti —dijo el hombretón—. Su novio simplemente debía de querer conseguir dinero de un modo rápido.
—Así que hay dos matones por ahí que saben demasiado —concluyó Cery. Se volvió hacia Anyi—. ¿Te gustaría que quitáramos de en medio a tu ex amigo?
Ella lo miró con dureza.
—No.
Cery sonrió.
—¿Te importaría que mandara eliminar a los matones?
Los ojos de Anyi se abrieron mucho y luego recuperaron su tamaño normal.
—No.
—Mejor, porque los mandaré eliminar de todos modos, pero prefiero estar seguro de no equivocarnos de objetivo, y eso será más fácil si tú los pinchas para que sepamos quiénes son.
Ella asintió y lo miró de reojo.
—¿Sabes? Ya nadie usa esa vieja jerga de las barriadas. La palabra «pinchar» está ya muy pasada de moda.
—Soy un hombre chapado a la antigua. —Doblaron por una calle más ancha, transitada y ruidosa. Él bajó la voz—. Para tu información, la reunión de hoy era para hablar de cómo encontrar a la persona de la que estabas ocultándote.
Anyi dejó de escrutar la calle por un momento para posar la vista en él.
—Supongo que esa es una buena razón para hablar con el Rey de la Carroña. ¿Puedo ver cómo matas al asesino?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no voy a matarla. Dudo que pudiera aunque quisiera.
—¿Es una mujer? ¿Por qué no puedes matarla? —Le dirigió otra mirada fugaz, esta vez llena de confusión. Él rió entre dientes.
—No te preocupes. Te lo explicaré cuando llegue el momento.
«Apuesto a que Regin desearía estar aquí», pensó Sonea mientras la joven sanadora era conducida al frente del Salón Gremial. Como no era una de las mujeres que trabajaban en los hospitales, Sonea no la conocía bien. Lady Vinara le había explicado que procedía de una de las Casas menos poderosas de la ciudad; era la hija menor de la familia, que la había enviado al Gremio para que les proporcionara prestigio y los sanara sin cobrarles.
Alguien había denunciado a la sanadora tras oírla contar que había usado la magia para ayudar a un contrabandista, y ahora debía comparecer ante los magos superiores en una Vista. Se rumoreaba que el contrabandista era su primo. Era la primera vez que se acusaba a alguien de infringir la nueva norma que prohibía que los magos trabajaran para delincuentes.
«Será interesante ver cómo abordan este asunto los magos superiores. Regin se morirá de ganas de conocer la resolución. Supongo que me visitará esta noche para que le informe de los detalles».
Cayó en la cuenta de que esta perspectiva no le parecía tan desagradable. Aunque nunca estaba del todo tranquila en compañía de Regin, él parecía preocupado de verdad por la nueva norma y el modo en que podía afectar al bienestar de los magos. Además, tenía mucho interés en encontrar a la renegada, por supuesto. Pero no hablaba incesantemente sobre el tema, como habrían hecho otros magos, y nunca se quedaba más tiempo del necesario.
«Porque es un hombre que prefiere actuar a quejarse».
Se quedó inmóvil por la sorpresa. ¿Acababa de encontrar un rasgo positivo en la personalidad de Regin? No podía ser.
Respecto a la renegada, no había noticias. Sonea trabajaba durante casi todas las noches en el mismo hospital de Ladonorte, pues sabía que a un mensajero de Cery le resultaría más fácil encontrarla allí. Sin embargo, no había recibido mensajes desde que él la había visitado en persona para comunicarle que contarían con la ayuda de otro ladrón.
Más abajo, el administrador Osen se volvió hacia los magos superiores.
—Se acusa a lady Talie de quebrantar la nueva norma que prohíbe a los magos involucrarse en actividades delictivas o beneficiarse de ellas —les dijo—. Debemos determinar si esto es verdad y, en caso afirmativo, qué castigo aplicarle. —Posó la vista en un par de magos que estaban de pie, a un lado—. Llamo a lord Jawen a declarar como testigo.
Uno de los dos, un sanador de mediana edad, se dirigió hacia el frente de la sala. Tenía el ceño fruncido, y el modo en que rehuía la mirada de lady Talie evidenciaba que le incomodaba declarar en su contra.
—Por favor, cuéntenos lo que oyó —le pidió Osen.
El hombre asintió.
—Hace unas noches, fui a buscar remedios a un almacén cuando oí unas voces al fondo de la habitación. Una de ellas era la de lady Talie. La oí decir, con bastante claridad, que lo que había dentro de algunas cajas no era legal. Pues bien, eso captó mi atención, así que agucé el oído. Ella dijo entonces que no quería saber qué contenían, que las había cambiado de sitio, había sanado a un hombre y se había ido a casa. —La arruga de su entrecejo se hizo más profunda—. Y también que alguien era idiota por creer que un hombre podía mover algo tan grande y pesado por sí solo.
—¿Qué hizo usted entonces? —inquirió Osen.
Jawen torció el gesto.
—Salí del almacén y seguí trabajando. Necesitaba tiempo para pensar qué debía hacer. Unas horas después, decidí que tenía que contarle a lady Vinara lo que había oído.
—¿Eso es todo lo que oyó usted de la conversación?
—Sí.
—Entonces puede retirarse, por el momento. —Mientras el hombre regresaba al lugar que ocupaba antes, Osen se volvió hacia la joven sanadora—. Lady Talie, pase al frente, si es tan amable.
Ella obedeció. Tenía los labios apretados en una línea fina y una expresión ceñuda.
—Explíquenos el diálogo que lord Jawen oyó accidentalmente.
Talie respiró hondo y exhaló antes de responder.
—Ya lo ha explicado él a grandes rasgos —dijo—. Es cierto que moví una caja que seguramente estaba llena de mercancía ilegal, aunque no lo sé con certeza. En el momento en que lord Jawen me oyó, yo estaba preocupada por si había infringido una norma o una ley, y estaba pidiéndole su opinión a una amiga.
—¿Cómo acabó en una situación en la que dudaba de la legalidad de sus actos?
Ella bajó la vista al suelo.
—Me engañaron. Bueno, no exactamente…, pero me pareció que no podía negarme. —Hizo una pausa para sacudir la cabeza—. Lo que quiero decir es que una persona a quien preferiría no conocer me llevó al lugar donde estaban las cajas porque según él alguien estaba herido y necesitaba mi ayuda. En realidad, no mentía. Una de las cajas le había caído encima a un hombre y le había aplastado el fémur. Tuve que quitarle la caja de encima para sanarlo. Cuando terminé, me llevaron a casa.
Sonea sintió una punzada de compasión. Era evidente que la joven no podría haber abandonado al hombre a su suerte. Para empezar, no habría debido irse con el contrabandista, claro está, pero no le habían pedido que cometiera delito alguno. «Por otro lado, aunque la sanación no es una actividad delictiva, podría considerarse que cambiar de sitio una caja con mercancía ilegal lo es».
—¿De modo que lo único que hizo usted fue mover una caja y sanar a un hombre? —preguntó Osen.
—Sí.
—¿Y no está segura de que los objetos que contenía fueran ilegales?
Ella hizo una mueca y sacudió la cabeza.
—No.
—¿Recibió algún pago por su ayuda?
—Él intentó darme algo, pero me negué a aceptarlo.
—¿Es todo lo que puede decirnos al respecto?
Ella se quedó pensativa y lanzó una mirada dubitativa a lady Vinara.
—Habría sanado a aquel hombre de todos modos. Y le habría quitado la caja de encima. No podía dejarlo así.
Osen asintió y se volvió hacia los magos superiores.
—¿Tienen alguna pregunta para lady Talie o lord Jawen?
—Yo tengo una para lady Talie. ¿Le había pedido favores o servicios antes el hombre en cuestión? —inquirió lord Garrel.
—No.
—¿Cuál es su relación con él, entonces?
Talie miró a Osen y se mordió el labio.
—Hizo algunos favores y trabajos para mi familia, aunque eso fue hace años, antes de que nadie supiera que estaba involucrado en asuntos ilegales.
—¿Podría usted guiar a alguien al lugar donde se almacenaba aquella mercancía?
—No. Él se aseguró de que las ventanillas del carruaje estuvieran tapadas. Cuando llegamos, habían introducido el vehículo en un cobertizo grande. Y aunque supiera dónde estaba, dudo que la mercancía continúe allí.
Sonea sonrió al oír esto. La joven sanadora seguramente estaba en lo cierto, pero al decirlo daba a entender que estaba más versada en el contrabando de lo que debía estarlo una maga de las Casas.
Como nadie formuló más preguntas, Osen pidió a lord Jawen y lady Talie que salieran de la sala. Cuando se marcharon, lord Telano suspiró.
—Esto es ridículo —dijo—. Ella solo hizo lo que cualquier sanador debía hacer en su lugar. No merece ser castigada por ello.
—No cobró por sus servicios —agregó Garrel—. No se benefició de ello. No veo que haya obrado mal.
—La norma prohíbe la participación en actividades delictivas, no solo beneficiarse de ellas —señaló Vinara—, pero estoy de acuerdo. Mover una caja difícilmente puede calificarse de participación en un delito.
—Aun así, debemos hacer lo posible por impedir que los magos se relacionen con esa clase de gente —dijo lord Peakin.
—Lo que, tal como quedó establecido hace poco, es demasiado difícil de controlar y aparentemente resulta injusto para algunos miembros del Gremio —le recordó Garrel.
—¿Es incuestionable que ella ha infringido una norma? —preguntó Osen. Ninguno de los magos contestó. Varios sacudieron la cabeza—. ¿Alguien cree que debe ser castigada? —Obtuvo la misma respuesta. Osen asintió—. Entonces, a menos que alguien se oponga, dictaminaré que no ha quebrantado norma alguna. También manifestaré que lord Jawen obró correctamente al informar de lo que había oído, y que tener presente la norma nueva es algo positivo que hay que fomentar. No queremos que nadie interprete la decisión de hoy como una señal de que hacer favores a personajes poco recomendables es algo que pasaremos por alto.
—¿Cree que lady Talie accedería a identificar al hombre en cuestión y a confirmar sus actividades ante la Guardia? —preguntó Rothen, mirando de nuevo a lady Vinara.
—Me imagino que se mostraría reacia —respondió Vinara—. Si él es lo bastante influyente como para haberla obligado a acudir a su almacén, es posible que pueda impedir que declare contra él. Se lo preguntaré, pero solo si la Guardia necesita su colaboración.
—Si ella accede y se dicta una condena contra él, esto disuadirá a los delincuentes de aprovecharse de los magos —dijo Osen. Pidió que hicieran entrar de nuevo a la joven sanadora y le comunicó su resolución. Ella pareció aliviada.
«Y tal vez un poco molesta por haber tenido que pasar por esto», observó Sonea. Osen dio por finalizada la Vista, y los magos superiores se dispusieron a marcharse. Cuando ella bajó al suelo del salón, vio que Rothen la esperaba.
—¿Qué opinas? —murmuró él.
—Que la nueva norma será ineficaz para evitar que los magos tengan tratos con los delincuentes —contestó ella.
—Pero antes una persona de la categoría de lady Talie nunca habría sido denunciada, aunque hubiera hecho algo claramente ilícito.
—No, pero nada impedirá que ese tipo de parcialidad vuelva cuando los magos descubran las deficiencias de la nueva norma. No estaré convencida de que supone una mejora a menos que el acoso a los magos de clase baja se reduzca.
—¿Crees que ella habría ayudado al herido si no hubiera tenido una motivación para complacer al hombre que se lo pidió?
Sonea reflexionó sobre la pregunta.
—Sí, aunque no sin cierto desprecio.
Él soltó una risita.
—Bueno, es una mejora respecto a la situación anterior, a pesar de todo. Gracias a tus hospitales, ya no se considera aceptable negar la sanación a un paciente que no puede pagarla.
Ella lo miró, sorprendida.
—¿Tanto han cambiado las cosas? No creo que Vinara haya dejado de cobrar a los pacientes que acuden al alojamiento de los sanadores.
—No. —Sonrió—. Se trata más bien de un cambio de actitud. No es propio de un sanador hacer caso omiso de alguien que necesita ayuda urgentemente. Me refiero a un herido o un moribundo, no a alguien que tenga resaca o tos invernal. Es como si el ideal al que debe aspirar un sanador hoy en día fuera alguien con la inteligencia de Vinara y tu compasión.
Ella clavó los ojos en él con incredulidad y consternación.
Él se rió.
—Me encantaría llegar al final de mis días sabiendo que he cambiado las cosas para bien, pero pese a todos mis esfuerzos, dudo que lo consiga. Sin embargo, al ver lo incómoda que te hace sentir tu éxito, me pregunto si debería alegrarme de mi fracaso.
—Claro que has cambiado las cosas para bien, Rothen —protestó ella—. Yo jamás habría llegado a ser maga de no ser por ti. ¿Y a qué viene hablar del fin de tus días? Faltan años, décadas, para que tengas que empezar a pensar en una lápida que eclipse todas las demás.
Él hizo una mueca.
—Me conformo con una sencilla.
—Menos mal, porque para entonces en las Tierras Aliadas no quedará más oro que el de las lápidas de los magos. Bueno, basta de hablar de la muerte. Seguro que Regin está caminando de un lado a otro delante de mi puerta, ansioso por saber qué hemos decidido, y me gustaría despachar esa pequeña entrevista cuanto antes para dormir un poco antes del turno de noche.
Ahora nueve jinetes escoltaban el carruaje de Achati todos los días; cuatro magos sachakanos, sus esclavos fuente y un hombre de piel grisácea, miembro de la tribu dúnea del norte, al que habían empleado como rastreador.
Dannyl era plenamente consciente de que aquellos hombres poderosos habían abandonado sus confortables hogares para participar en una búsqueda basada únicamente en la suposición de que Lorkin y Tyvara viajaban hacia las montañas y los Traidores continuarían esforzándose por que fueran capturados. Si él resultaba estar equivocado… la situación sería como mínimo embarazosa.
Si los cuatro magos ponían en tela de juicio el razonamiento de Dannyl, lo disimulaban bien. Habían expuesto sus planes a Achati de tal manera que quedaba patente que contaban con Dannyl, pero que él no estaba al cargo de la operación. Decidió que lo mejor era asumirlo, pedirles consejo respecto a todo y plegarse a sus planes, pero dejando muy claro que estaba resuelto a encontrar a su ayudante y que no se dejaría convencer fácilmente de lo contrario.
Uno de ellos le había preguntado a Unh, el dúneo, si creyó que Lorkin y Tyvara se dirigían hacia el refugio de los Traidores. El hombre había asentido y había señalado a las montañas.
El dúneo apenas hablaba, y cuando lo hacía utilizaba el menor número posible de palabras para transmitir su mensaje. No llevaba más que una falda ceñida con un cinturón del que colgaban bolsitas que se cerraban con un cordón, unas tallas extrañas y un cuchillo pequeño en una funda de madera. Por las noches dormía al aire libre y, aunque aceptaba la comida que le llevaban los esclavos, nunca hablaba con ellos ni les daba órdenes.
«Me pregunto si todos los miembros de su tribu son como él».
—¿En qué piensa?
Dannyl parpadeó y miró a Achati. El sachakano lo contemplaba con aire reflexivo desde el asiento del carruaje situado frente al suyo.
—En Unh. Sus pertenencias son escasas, y parece necesitar muy poco. Sin embargo, no se comporta como un hombre pobre o un mendigo. Se comporta… con dignidad.
—La tribu dúnea lleva miles de años viviendo así —le dijo Achati—. Son nómadas, van siempre de un lugar a otro. Supongo que uno aprende a conservar solo lo imprescindible cuando tiene que llevarlo encima todo el rato.
—¿Por qué viajan tanto?
—Su territorio cambia constantemente. Se abren grietas en el suelo que despiden vapores venenosos, la tierra queda cubierta de rocanegra fundida de los volcanes cercanos o de cenizas ardientes. Cada pocos siglos, mi pueblo intentaba apoderarse de sus tierras, bien por la fuerza, bien colonizándola y estableciendo asentamientos allí. En el primer caso, los dúneos desaparecían y se refugiaban en las sombras peligrosas de los volcanes, y en el segundo, simplemente comerciaban con los colonos y esperaban. Pronto quedaba claro que allí los cultivos no crecían de forma uniforme y que los animales se morían. Por eso mis compatriotas siempre acababan por abandonar los asentamientos y volver a Sachaka. Los dúneos recuperaban sus antiguas costumbres y… —Achati se interrumpió cuando el carruaje giró, y miró por la ventanilla—. Parece ser que hemos llegado.
Avanzaron junto a unos muros blancos bajos y un par de verjas abiertas. En cuanto el carruaje se detuvo, el esclavo de Achati abrió la portezuela. Dannyl siguió a su acompañante y paseó la vista por el patio de la finca y los esclavos postrados boca abajo en el suelo polvoriento. Los otros magos, sus esclavos y el dúneo desmontaron, y Achati se adelantó unos pasos para hablar con el jefe de esclavos.
«Me pregunto cuántos de estos esclavos son Traidores», pensó Dannyl. En todas las fincas en que se habían alojado, los sachakanos, con el premiso de los propietarios, habían leído la mente a los esclavos. Muchos creían que algunas de las fincas de campo dirigidas por esclavos, y unas pocas de las dirigidas por ashakis, estaban en realidad bajo el control de los Traidores y eran centros de entrenamiento secretos para espías.
El encargado de aquella era un ashaki. Los ayudantes de Dannyl habían decidido que era la más segura de la zona para investigar. Aun así, la posibilidad de que estuvieran en un lugar controlado en realidad por los Traidores le provocaba ligeros escalofríos de emoción y miedo. Si todos los esclavos fueran Traidores, ¿significaría eso que también eran magos? En ese caso, superarían en número a las visitas.
Pero aunque todos fueran espías y magos negros, necesitarían una razón muy poderosa para atacar a un grupo de ashakis visitantes. Las represalias inevitables los obligarían a abandonar el control de la finca.
El jefe de esclavos los condujo a todos a la sala maestra. El propietario ashaki, un anciano cojo, los recibió afectuosamente. Cuando le explicaron por qué estaban allí y le dijeron que necesitaban leer la mente de sus esclavos, él accedió a regañadientes.
—Es probable que haya Traidores entre mis esclavos —admitió—, teniendo en cuenta lo cerca que estamos de las montañas. Pero al parecer tienen una manera de ocultar su secreto en sus pensamientos. —Se encogió de hombros, dando a entender que había renunciado a identificarlos.
Al cabo de una hora, les habían leído la mente a todos los esclavos salvo a unos pocos trabajadores del campo. Los visitantes ashakis se retiraron a las habitaciones de invitados, donde se repantigaron en los cojines para comentar lo que habían averiguado, después de despedir a los esclavos que habían enviado a atenderlos.
—Una esclava de otra finca estuvo aquí anoche —dijo uno de los ashakis—. Quería comida para cuatro personas.
Otro de ellos asintió.
—Uno de los esclavos de campo vio a una mujer solitaria llegar y marcharse. Llevó comida a una carreta de pienso.
—Anoche oímos hablar de esa carreta —dijo Achati—. ¿Será la misma? ¿Es poco habitual que las carretas pasen por aquí?
—Es habitual que las fincas más prósperas vendan pienso a las menos fértiles que se encuentran en la falda de las montañas.
—Ellos van en la carreta —sentenció una voz nueva.
Todos alzaron la mirada para ver a Unh de pie frente a la puerta. Dannyl advirtió que parecía extrañamente fuera de lugar bajo techo. «Como una planta que uno sabe que morirá por falta de sol».
—Me lo ha dicho una esclava —añadió el hombre, antes de dar media vuelta y salir.
Los ashakis intercambiaron miradas pensativas. Dannyl reparó en que ninguno de ellos ponía en duda la afirmación de Unh. «¿Qué motivo tendría para mentir el dúneo? Le pagan para encontrar a Lorkin y Tyvara».
Achati se volvió hacia Dannyl.
—Tenía razón, embajador. Los Traidores quieren, en efecto, que los encontremos, y por fin nos indican cómo.