Capitulo 20

Abajo, al otro lado de la calle, un hombre se detuvo y alzó la vista hacia la ventana. Cery resistió el impulso de echarse hacia atrás para ocultarse. Era demasiado tarde para evitar que el hombre lo viera, y el movimiento habría confirmado que no debía estar allí.

—Oh, no —dijo Gol—. Es el tendero de al lado.

—Por lo visto se ha olido que su vecino tiene visitas indeseadas.

El hombre apartó la mirada y la bajó al suelo. Después de un momento, enderezó la espalda y echó a andar hacia la tienda con aire decidido. Se oyeron unos golpes fuertes a continuación.

Gol se levantó.

—Ya me deshago yo de él.

—No. —Cery se puso de pie y se desperezó—. Deja que me ocupe yo. Quédate aquí y vigila. ¿Cómo dices que se llama?

—Tevan.

Gol se sentó de nuevo, mascullando algo acerca de que era una pérdida de tiempo. «Seguramente tiene razón —pensó Cery—. La renegada no volverá. Pero más vale que montemos guardia, pues quedaremos como unos necios si resulta que estamos equivocados y ella acaba volviendo. Además, no tenemos otras pistas que seguir».

Salió de la habitación y descendió por la escalera hasta la planta baja. Abrió la puerta que comunicaba con el establecimiento del tendero y miró en torno a sí con interés. Como entraban y salían por la puerta trasera, nunca había estado allí. La habitación estaba repleta de cuencos de cerámica fina. Cery los miró con detenimiento, parpadeando, y soltó una risita. Todos eran tazas de baño, tan primorosamente pintadas y esculpidas como si fueran jarrones o vajilla.

A través de la puerta de cristal esmerilado, entreveía la silueta encorvada del tendero vecino. El hombre seguramente había prometido echar un vistazo de vez en cuando a la tienda y la casa de su vecino, y se sentía obligado a enfrentarse a los intrusos. Sin duda también le preocupaba no salir bien parado del enfrentamiento.

La puerta principal estaba cerrada, y no había una llave en la cerradura ni en ningún escondrijo cercano. A Cery le divirtió descubrir que tenía que forzar la cerradura. Cuando terminó, abrió la puerta y sonrió al tendero.

—Lo siento, la tienda está cerrada —dijo Cery, adoptando el acento refinado que los mercaderes solían emplear para impresionar a los clientes ricos. Fingió reconocer al hombre—. Pero ya lo sabe, ¿verdad? Usted es… ¿Tevan? Lleva la tienda de al lado, ¿verdad?

Era un hombre de estatura media, con el sobrepeso típico de un señor maduro que no se había saltado una comida desde hacía mucho tiempo, o tal vez nunca.

—¿Quién es usted y qué hace en casa de Wendel? —preguntó en tono imperativo.

—Soy Delin, el primo de Wendel. Me ha dejado su casa para el fin de semana.

—Wendel no tiene primos. No tiene familia. Me lo ha dicho.

—Primo segundo, político —explicó Cery—. ¿No le avisó de que me alojaría aquí? —Frunció el entrecejo, simulando extrañeza—. Supongo que lo decidió en el último momento.

—No lo creo. Y no es propio de él olvidarse de contarme algo así. —Tevan entornó los ojos y retrocedió un paso—. Voy a llamar a la Guardia. Si está usted mintiendo, más vale que se vaya mientras esté a tiempo. —Dio media vuelta y empezó a alejarse.

—Seguro que la Guardia os dará más rascadas a Wendel y a ti que yo —aseveró Cery, abandonando el acento y dejando que un ligero deje de las barriadas tiñera sus palabras—. Registrarán este sitio de arriba abajo, rompiendo cosas, buscando pruebas de que hemos estado aquí, y luego dirán que te lo has inventado todo. Arreglemos el tema entre nosotros.

Tevan se había detenido, y ahora miraba a Cery con una expresión ceñuda de preocupación.

—Solo necesito pasar aquí una semana, tal vez menos —continuó Cery—. Wendel ni se enterará de que he estado en su casa. Le pagaría un alquiler si él estuviera por aquí, pero como está fuera… —Se llevó la mano al interior del abrigo, dejando entrever la empuñadura de un cuchillo por un instante, y extrajo un gorro de monedas de oro que guardaba para momentos como aquel.

Al hombre se le desorbitaron los ojos.

—¿Una semana? —repitió, claramente embelesado con el oro.

—O menos.

Tevan alzó la mirada hacia Cery.

—Los alquileres son bastante caros por aquí.

—Tu casa nos saldría más barata —replicó Cery.

Tevan tragó en seco. Miró las monedas de nuevo y asintió.

—¿Cuánto pagas?

—Media moneda de oro por día —respondió Cery, guardándose el gorro en el abrigo—. Las encontrarás en el suelo frente a tu puerta trasera cuando me haya ido.

El hombre asintió, pero tenía los labios apretados en una mueca de escepticismo. Aun así, no expresó sus dudas en voz alta. En cambio, dirigió la vista al otro lado de la calle.

—Estás vigilando algo —observó—, o buscando a alguien. ¿Puedo ayudar en algo?

—¿Tienes prisa por deshacerte de mí? —preguntó Cery. Una expresión de desconcierto asomó a los ojos del hombre. «No, tal vez cree que ha encontrado otra manera de sacar provecho de la situación»—. Bueno, si has visto algo allí que te parezca sospechoso…

Tevan arrugó el entrecejo.

—Hay una extranjera que tiene unos horarios muy raros. El zapatero dice que le alquila el sótano. No tenemos ni idea de cómo se gana la vida. Yo diría que es demasiado vieja y fea para hacer la calle. Mi esposa la ha visto en el mercado los dialibres por la mañana, con los vendedores de especias y hierbas. Creemos que tal vez… —se inclinó hacia él y bajó la voz— libra a mujeres jóvenes de situaciones no deseadas.

A Cery le dio un vuelco el corazón, pero se mantuvo impasible. Tevan lo miró con expectación.

—No es un tema que me interese especialmente —dijo Cery, encogiéndose de hombros—. ¿Alguna otra cosa?

El hombre negó con un gesto.

—Se supone que esta es una zona limpia y honrada. Si ocurren cosas, no salen a la luz. —Hizo una pausa—. ¿Está ocurriendo algo?

Cery sacudió la cabeza.

—Nada que quieras saber.

—Ya. —Tevan dio de nuevo un paso hacia atrás—. Pues buena suerte.

—Buenas noches.

El hombre asintió antes de dar media vuelta y encaminarse hacia la tienda contigua. Cery cerró la puerta con llave y subió los peldaños de dos en dos. Cuando llegó a lo alto de la escalera, se detuvo para recuperar el aliento. El corazón le latía con fuerza en el pecho.

—¿Qué pasa? —preguntó Gol.

—Nada. Ya no… soy… un jovencito —jadeó Cery. Regresó a su sillón—. Debería salir más a menudo. ¿Ha dado señales de vida nuestra renegada?

—No.

—¿Alguien ha prestado atención a la conversación entre vecinos que ha tenido lugar abajo?

—No mucha.

—Bien. Uno de nosotros tiene que acercarse mañana al mercado de los dialibres. A los puestos de los vendedores de especias.

—¿Sí?

—Por lo visto, nuestra renegada los visita con regularidad.

—Eso es territorio de Skellin.

Cery profirió una maldición. Gol tenía razón. Aunque a algunos ladrones no les importaba que otros husmearan un poco en su territorio sin permiso —siempre y cuando no metieran las narices en sus operaciones—, a otros sí les molestaba, y mucho. Cery estaba convencido de que Skellin se contaba entre estos últimos.

—Dudo que te deniegue el permiso —dijo Gol.

—Sí, pero para obtenerlo tendré que explicar lo que estoy haciendo. Entonces sabrá que no le pedí ayuda para encontrar a una persona que creo que podría ser el Cazaladrones, pese a que le aseguré que lo haría.

—Tú dile la verdad: no estás seguro de que ella sea el Cazaladrones, y no querías molestarlo hasta que tuvieras pruebas.

—Si piensa que hay alguna posibilidad de que mi intuición sea acertada, querrá participar en la búsqueda —señaló Cery.

—No nos vendría mal su ayuda —repuso Gol.

Cery suspiró.

—Cierto. Pero ¿qué pensará Sonea de nosotros si implicamos a otro ladrón en esto?

Gol le echó una mirada severa.

—No le importará, mientras capturemos a la renegada.

—¿Qué opinará Skellin respecto a tener que colaborar con el Gremio?

—No nos queda otro remedio. —Gol sonrió—. Y si está tan interesado en los magos como tú dices, tal vez le entusiasme la idea.

Cery contempló a su amigo, pensativo.

—Quieres que le pida ayuda a Skellin, ¿no?

Gol se encogió de hombros.

—Si esa mujer es el Cazaladrones, quiero que le echen el guante lo más pronto posible. Cuanto antes quede fuera de circulación, más a salvo estarás tú.

—Y tú.

El hombretón extendió las manos a los lados.

—¿Qué tiene de malo desear eso?

—Pfff. —Cery miró hacia fuera y vio que se acercaba el primer farolero de la noche. Ya estaba anocheciendo—. Nada en absoluto. En cuanto Skellin se entere de que el Cazaladrones podría ser una maga, comprenderá que no tiene otra alternativa que colaborar con el Gremio. No podría atraparla o matarla él solo.

—Entonces, ¿irás a verlo?

Cery suspiró.

—Supongo que tengo que hacerlo.

Como Achati no había avisado al ashaki Tikako de su intención de visitar su finca de campo, pues eso habría implicado poner de relieve el detalle humillante de que no había leído bien la mente de su esclava, no quería abusar de su hospitalidad pasando allí la noche. Por tanto, Dannyl y él continuaron por el camino hasta otra finca, propiedad de un ashaki de edad avanzada, y solicitaron comida y alojamiento en nombre del rey.

Resultaba evidente que el anciano y su esposa no estaban acostumbrados a recibir visitas, y desempeñaron su papel de anfitriones de mala gana. Sin embargo, la tradición los obligaba a acoger al representante del rey. Achati se apiadó de ellos y comió frugalmente y deprisa. El matrimonio se mostró encantado cuando el ashaki manifestó que Dannyl y él estaban cansados y querían irse a dormir temprano.

Una vez instalados en las habitaciones de invitados, no se acostaron de inmediato, sino que se sentaron a hablar sobre lo que habían averiguado.

—Si los Traidores quieren que encontremos a Lorkin, lo encontraremos —dijo Achati.

—¿Tanto poder e influencia cree que tienen?

El sachakano hizo una mueca y asintió.

—Por desgracia, sí. Nos han eludido durante siglos. Muchos reyes anteriores intentaron obligarlos a salir de su escondite o encontrar su base, pero los Traidores solo han mejorado sus tácticas para evitarnos. El rey Amakira me ha dicho que lo mejor que podemos hacer es dejarlos en paz, ya que si no tienen nada contra qué luchar se debilitarán.

Dannyl rió entre dientes.

—Tal vez tenga razón, pero lo dudo.

—¿Por qué?

—Sin un conflicto que mate a varios de ellos y ocupe su tiempo, formarán familias. Tal vez sus habilidades de combate se debiliten, pero su número aumentará.

Achati frunció el ceño, meditabundo.

—Al final, tendrán demasiadas bocas que alimentar y morirán de hambre. —Sonrió—. O sea que el rey tiene razón, después de todo.

—Solo si los Traidores permanecen ocultos.

—¿Cree que se verán obligados a salir a la luz para suplicar comida?

—O tal vez opten por revelarse de otras maneras. ¿Cuán poderoso es el ejército sachakano?

Achati soltó un resoplido desdeñoso.

—Seguramente es cien veces más cuantioso y fuerte que el de ellos. Sabemos que su base está en las montañas, donde la tierra es áspera y poco fértil. No podrían alimentar a una población lo bastante numerosa para enfrentarse al resto del país, así que dudo que su ejército sea igual de grande que el nuestro o más.

Dannyl asintió.

—Por eso se valen de métodos ingeniosos y secretos. Me pregunto si… ¿Cree que podrían hacerse con el control del país simplemente asesinando y manipulando a las personas adecuadas?

La expresión de Achati se tornó seria.

—Es posible, pero si hubieran podido hacerlo antes, seguramente lo habrían hecho.

—Quizá no se haya presentado aún la oportunidad ideal. Quizá necesiten que se produzca un factor nuevo y extraordinario.

Achati arqueó las cejas.

—¿Como la oportunidad de secuestrar al hijo de una maga poderosa del Gremio, por ejemplo?

—¿Cree que eso sería lo bastante extraordinario?

—No. —Sacudió la cabeza y sonrió—. Manipular a Kyralia y Sachaka para que entren en guerra sería demasiado arriesgado. ¿Qué pasaría si ganara Kyralia? ¿Y si, en vez de dejarnos manipular, aunáramos nuestras fuerzas y atacáramos juntos a los Traidores? Tal vez el Gremio esté mejor preparado que nosotros para darles caza. —Hizo una pausa—. Por cierto, ¿ha respondido ya el Gremio a la noticia del secuestro de Lorkin?

—No. —Dannyl apartó la vista. «No puedo seguir posponiendo esto. Achati empezará a preguntarse por qué tardan tanto»—. Lo que me recuerda que debo informarme sobre sus progresos.

—Pues le dejo para que lo haga. —Achati se levantó—. Es tarde y debería descansar un poco. Cuénteme por la mañana lo que le digan.

—Así lo haré.

Cuando se cerró la habitación del cuarto del sachakano, Dannyl llevó la mano al interior de su túnica y extrajo el anillo de sangre del administrador Osen. Se quedó mirándolo mientras repasaba en su mente todas las formas de comunicar la mala noticia que se le habían ocurrido y elegía la que esperaba que fuera la mejor.

Entonces se puso el anillo.

Cuando Sonea abrió la puerta de sus aposentos, le sorprendió ver al otro lado al administrador Osen, que estaba de pie con la mano levantada, a punto de llamar. Cuando se recuperó del sobresalto, el hombre enderezó la espalda.

—Maga Negra Sonea —dijo—. Debo hablar con usted.

—Es una suerte que te hayamos encontrado antes de que salieras hacia los hospitales —añadió otra voz.

Al volverse, ella vio a Rothen detrás y hacia un lado del administrador. De inmediato se le hizo un nudo en el estómago y se le aceleró el corazón. «Ahí está otra vez esa mirada. Algo le ha ocurrido a Lorkin…».

—Adelante —dijo, retrocediendo un paso e invitándolos a pasar con un ademán impaciente.

Osen entró dando grandes zancadas, seguido por Rothen. Ella cerró la puerta y clavó la vista en el administrador, llena de expectación. Él la miró con seriedad.

—Tenemos que informarle de que su hijo ha… —Osen hizo una pausa y frunció el ceño—. No estoy seguro de cuál es la palabra más adecuada. Al parecer, Lorkin ha sido secuestrado.

A Sonea le flaquearon las piernas, y notó que perdía un poco el equilibrio. Rothen se le acercó, pero ella le indicó con un gesto que se detuviera. Respiró hondo, se obligó a permanecer erguida y se volvió hacia Osen.

—¿Secuestrado? —repitió.

—Sí. Por una joven maga que se hacía pasar por esclava. El embajador Dannyl cree que existe la posibilidad de que su hijo se fuera con ella por su propia voluntad, pero no está seguro.

—Ah. —Un alivio traicionero y seductor se apoderó lentamente de Sonea. «Mujeres. ¿Por qué los problemas de Lorkin tienen que ver siempre con mujeres?» Sintió que el pulso se le ralentizaba un poco—. ¿Así que estamos hablando de una falta de decoro social, más que de una muerte inminente y segura?

—Al menos eso esperamos. Pero el asunto es más complicado. Por lo visto los sachakanos, al igual que nosotros, tienen en su seno una sociedad clandestina, secreta y no del todo legal, y es posible que esté implicada.

—¿Delincuentes?

Osen meneó la cabeza.

—El embajador Dannyl los ha descrito como rebeldes. Se hacen llamar Traidores. Se rumorea que todas son mujeres. —Osen enarcó las cejas, dando a entender que esto le parecía improbable—. También son magos, magos negros. La mujer que secuestró a Lorkin es una de ellas. Esa misma noche mató a otra esclava y absorbió toda su energía. Dannyl no sabe con certeza si la secuestradora es la Traidora y la esclava solo se interpuso en sus planes, o si la muerta era una Traidora y la secuestradora no. Sea como fuere, los Traidores han insinuado que quieren que Lorkin y ella sean encontrados, y por lo visto son tan influyentes que es muy probable que esto ocurra.

Sonea tardó un momento en asimilar esta información.

—Entonces, ¿cuándo desapareció Lorkin?

—Hace tres noches.

Su corazón dejó de latir por unos instantes.

—¡Tres noches! ¿Por qué no se me notificó de inmediato?

—La estamos notificando de inmediato —afirmó Osen con una sonrisa sarcástica—. Le recalqué al nuevo embajador que solo debía ponerse en contacto conmigo en caso de urgencia grave, y él se ha tomado esta orden demasiado al pie de la letra. Confiaba en encontrar a Lorkin enseguida, por lo que no me ha informado de la situación hasta esta noche.

—Lo mataré —masculló ella, y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación—. Si esa mujer es una maga negra (¿las hay de otro tipo allí?), ¿cómo va a obligarla Dannyl a entregarle a Lorkin?

—Cuenta con la ayuda del representante del rey de Sachaka.

—¿Y si ella no quiere que la encuentren? ¿Quién sabe qué es capaz de hacer para sobrevivir? ¿Podría amenazar con matar a Lorkin? —Sonea se interrumpió, pues de pronto se había quedado sin aliento. Sentía que sus pulmones expulsaban menos aire del que absorbían. Empezaba a marearse. Se apoyó en el respaldo de una silla y se esforzó por respirar despacio. Cuando se le despejó la cabeza, se volvió hacia Osen—. Tengo que ir allí. Tengo que estar allí cuando lo encuentren.

La expresión de Osen, franca y comprensiva hasta ese instante, se tornó circunspecta y adusta.

—Sabe que no puede hacer eso —dijo.

Ella lo miró entornando los ojos, con una furia creciente en su interior.

—¿Quién se atrevería a impedírmelo?

—Tiene que haber dos magos negros presentes en el Gremio en todo momento —le recordó él—. El rey nunca le permitiría salir de Imardin, y mucho menos de Kyralia.

—¡Se trata de mi hijo! —exclamó ella.

—Y al rey de Sachaka seguramente no le haría gracia que la enviáramos a Sachaka o le permitiéramos viajar allí —continuó Osen—, lo que empeoraría la situación política, ya de por sí peligrosa, pues estaría dando a entender que su pueblo no puede ocuparse por sí solo de un asunto como este.

—¿Y si ellos no…?

—Lorkin no es tonto, Sonea —la interrumpió Rothen en voz baja—. Tampoco Dannyl.

Sonea clavó la vista en él, luchando por contener el dolor y la ira que sentía al ver que él no la apoyaba. «Pero si Rothen cree que no debería partir…».

—Dudo que Lorkin se hubiera ido con aquella mujer sin una buena razón.

—¿Y si la razón es que no tenía elección? —arguyó ella.

—Entonces debemos confiar en Dannyl. Sabes que si la situación fuera crítica, él nos habría avisado de inmediato. Si Lorkin es un rehén, no podrás hacer más por él que Dannyl, que tiene experiencia en la negociación y cuenta con la ayuda de los sachakanos. —Su tono se volvió más duro—. Si vas allí sin más puedes complicar mucho las cosas, no solo para Lorkin, sino para Kyralia y Sachaka.

De pronto, se sintió débil y agotada. Indefensa. «¿De qué me sirve todo este poder si no puedo utilizarlo para salvar a mi propio hijo?»

«Pero tal vez no necesite que lo salven», dijo una vocecilla en algún rincón de su mente.

Osen suspiró.

—Me temo que debo prohibirle que se marche, Maga Negra Sonea, o que hable de esta cuestión con nadie aparte de mí, el rey, el Gran Lord Balkan y lord Rothen.

—¿Ni siquiera puedo hablar de ello con la familia de Akkarin?

Él negó con la cabeza.

—Ni siquiera con ellos. Por ser la madre de Lorkin, tiene derecho a saber lo que ocurre, por lo que la mantendré informada sobre la situación. Esta noche discutiré con el Gran Lord Balkan las posibles maneras de ayudar a lord Dannyl, incluida la de enviar a alguien a asistirlo. Si hacemos esto, le referiré a usted todos los detalles que pueda revelarle sin correr riesgos.

«Más le vale», pensó ella.

—Estaré deseando recibir sus informes periódicos —dijo con frialdad.

Él la miró largamente, con aire reflexivo.

—Buenas noches, Maga Negra Sonea.

Ella lo siguió hasta la puerta y la abrió con magia. Antes de salir, Osen se despidió con un gesto cortés de la cabeza. Cuando se marchó, ella cerró la puerta mientras se oían los pasos del administrador que se alejaban a toda prisa por el pasillo.

Se volvió hacia Rothen.

—Voy a irme de todos modos —anunció, y se dirigió hacia su dormitorio. Había un baúl pequeño sobre el armario ropero. Ella lo levantó valiéndose de la magia y lo depositó en el suelo.

—No te dejarán regresar por segunda vez —le advirtió Rothen desde la puerta.

Ella se acercó al armario y lo abrió. Estaba lleno de túnicas negras.

—Me da igual. Encontraré a Lorkin y nos iremos de viaje. La pérdida será más grande para ellos que para mí.

—No me refería al Gremio, sino al país. A las Tierras Aliadas.

—Lo sé. No olvides que hay otros países aparte de las Tierras Aliadas.

—Sí, pero aunque el Gremio puede adiestrar a otro mago negro para que ocupe tu lugar, tú no encontrarás otro Gremio que ocupe el lugar de este. Quizá a ti no te importe, pero ¿y Lorkin?

Ella contempló las túnicas. No era la ropa más apropiada para una maga que iba a librarse de las cadenas del Gremio. No estaba segura de qué debía ponerse una maga que se rebelaba y salía precipitadamente del país, pero no le cabía duda de que aquellas túnicas no resultaban adecuadas. Sin embargo, era lo único que tenía.

«¡No puedo creer que esté preocupándome por el vestuario ahora mismo!»

—Tienes que encontrar a la renegada, Sonea.

—Ya la encontrará Regin.

—Cery no se fía de él.

—No lo culpo —masculló ella—. Cery tendrá que apañárselas como pueda.

Rothen suspiró.

—Sonea. —Su voz adquirió un tono paternal y severo.

Ella cruzó los brazos, puso su mejor cara de «no te metas conmigo, que las he pasado mucho más moradas que tú y he salido airosa», que hacía que los aprendices se estremecieran y los magos se tragaran sus palabras, y se volvió hacia él.

—¿Qué?

Como de costumbre, él permaneció imperturbable.

—Sabes que no puedes irte —le dijo—. Sabes que con toda probabilidad empeorarías la situación de Lorkin, y que cuando todo esto acabe él necesitará regresar a un Gremio seguro, protegido… y en el que esté su madre.

Ella fijó la mirada en él y soltó una maldición.

—¿Por qué siempre tienes razón, Rothen?

Él se encogió de hombros.

—Soy mayor y más listo que tú. Ahora, tú y yo tenemos que hablar seriamente, trazar planes menos obvios y destructivos. Para empezar, creo que debemos enviar a Sachaka a alguien que actúe en nuestro nombre.

—¿A quién?

Rothen sonrió.

—Se me ocurren algunas personas. Ven, siéntate y te lo diré.