Aunque llevaba varias horas en la habitación, a Lorkin todavía le escocían los ojos. El aire estaba impregnado del olor que despedía la orina contenida en las cubas destapadas que había a un lado. Tyvara le había aconsejado que respirara de forma superficial para no quemarse los pulmones y que mantuviera los ojos cerrados. También le había dicho, antes de escabullirse de nuevo, que en la habitación solo entrarían esclavas, y que guardara silencio.
El tiempo transcurre con lentitud cuando unos gases ácidos hacen arder la garganta con cada inspiración. La huida a medianoche ya no parecía una aventura tan emocionante como al principio.
«Tampoco es que lo haya hecho por diversión. Creo de verdad que no tenía alternativa, que estaba en peligro. Puede que todavía lo esté».
¿Era un insensato por fiarse de Tyvara? La única prueba que tenía de que ella decía la verdad era la reacción de la esclava a la que había matado.
«¡Tú! Pero… él debe morir. Eres… —Escupió sangre, tosiendo y apretándose el costado con las manos. Su semblante se llenó de odio, a pesar de que estaba debilitándose a ojos vistas—. Eres una traidora a tu pueblo».
De esto se desprendían tres cosas: la esclava había reconocido a Tyvara, creía que él debía ser asesinado y consideraba una traidora a Tyvara. ¿Cuál había sido la respuesta de esta?
«Te dije que no dejaría que lo mataras. Deberías haber hecho caso de mi advertencia y haberte marchado».
De esto podía deducir que Tyvara estaba al tanto de las intenciones de la esclava y le había dado la oportunidad de abandonar su misión. «O quizá lo dijo con el fin de que yo llegara a esa conclusión. —Pero ¿qué motivos podía tener para engañarlo?—. Tal vez pretendía convencerme de que le había dado a la mujer la ocasión de marcharse, de que no es una asesina tan despiadada como parece».
Una cosa quedaba clara: si Tyvara hubiera querido matarlo, lo habría hecho. Después de todo, sabía magia negra. Era muy posible que tuviera una fuerza mágica varias veces superior a la de él.
Pero de lo que no estaba seguro era de si realmente hacía falta que huyera con ella. Con toda seguridad, en cuanto Dannyl se hubiera enterado de lo ocurrido, se habría encargado de reforzar la protección de ambos. «Pero ¿cómo? Un grupo de magos del Gremio tardaría varios días en llegar, y ninguno de ellos es tan poderoso como la mayoría de los magos sachakanos. Si enviaran a mi madre o a Kallen, tendrían que fortalecerse con magia negra antes de partir, lo que los demoraría aún más. En cuanto a los magos sachakanos… ¿se rebajaría alguno de ellos a asumir el papel de guardaespaldas del ayudante de un embajador del Gremio? ¿Cómo podemos saber que no han sido ellos quienes han enviado a Riva a matarme?»
En lo relativo a quién quería verlo muerto, suponía que eran las familias de los sachakanos a los que sus padres habían matado durante la Invasión ichani. Seguramente su madre tenía razón. Algunos aún debían de sentirse obligados a vengar la muerte de sus parientes, pese a que estos habían sido desterrados.
«Los magos superiores estaban convencidos de que no había peligro de eso, al igual que lord Maron y los otros embajadores del Gremio que habían vivido aquí. ¿Ocultaban esas familias sus intenciones con la esperanza de que mi madre o yo viajáramos algún día a Sachaka?»
Pensó en el anillo que llevaba en el bolsillo. «¿Debería intentar de nuevo ponerme en contacto con mi madre?» En la habitación había un trajín continuo de esclavas que entraban y salían. No parecían sorprendidas de verlo allí. La primera vez, él estaba a punto de utilizar el anillo de su madre y lo había escondido en el lomo de su libreta justo a tiempo. Si ellas lo veían, ¿sospecharían que intentaba traicionarlas e intentarían quitárselo?
«¿Qué me aconsejaría ella? Seguramente que regrese a la Casa del Gremio y deje que Dannyl se ocupe de todo. Ahora no le costará mucho convencer al Gremio de que me obligue a volver a Kyralia. —Lo acometió un acceso de rebeldía, pero se le pasó enseguida—. Ella estaba en lo cierto —se obligó a reconocer—. Era demasiado peligroso para mí venir aquí. Por otro lado, algo me dice que regresar a la Casa del Gremio no es lo más prudente que puedo hacer en este momento. Si Tyvara me ha salvado es porque me quiere con vida, y no cabe duda de que no es allí donde cree que yo debería…».
Lorkin se sobresaltó cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe. Pero era Tyvara quien estaba al otro lado. Él no pudo evitar pensar, como siempre que la veía, que la joven poseía un atractivo misterioso y exótico. Ahora, sin embargo, ella no estaba de pie con la cabeza gacha y la vista baja. Tampoco se postró en el suelo. En cambio, lo miraba con aire divertido y una postura relajada que destilaba seguridad en sí misma.
«Lo que la favorece mucho», decidió él.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó ella, haciendo una mueca por el olor.
—Sigo respirando —respondió él—, aunque casi desearía que no fuera así. ¿Me lo explicarás todo ahora?
—Sí —dijo ella con una tenue sonrisa—. Vamos fuera.
Lorkin la siguió al espacioso taller contiguo. Cuatro esclavas sentadas en torno a una mesa grande lo observaban con curiosidad indisimulada pero sin el menor asomo de simpatía. Dos de ellas tenían más o menos la misma edad que Tyvara, y las otras eran mayores, aunque costaba distinguir si sus arrugas eran producto del trabajo duro y el sol o del transcurso de los años. Cuando él las miró, desviaron la vista, después irguieron la espalda y centraron de nuevo su atención en él. «Es como si la costumbre las hubiera impulsado a rehuirme la mirada en un primer momento. En cambio, Tyvara tiene que fingir que es una esclava. Creo… creo que estas mujeres se criaron como esclavas, mientras que Tyvara nació libre».
—Siéntate —lo invitó Tyvara, señalando un taburete situado junto a la mesa. Él obedeció, y ella se sentó en el borde de otro—. Te las presentaría, pero siempre es más seguro no dar nombres. Puedo asegurarte que estamos a salvo con estas mujeres.
Lorkin las saludó cortésmente con una inclinación de la cabeza.
—Entonces os doy las gracias por vuestra ayuda.
Las cuatro guardaron silencio, pero arquearon las cejas e intercambiaron miradas breves.
—Somos un pueblo conocido como los Traidores —le informó Tyvara—. Hace cientos de años, varias mujeres libres se unieron a un grupo de esclavas y juntas huyeron a un lugar lejano y recóndito, donde construyeron una sociedad en la que no hay esclavas y todas son iguales.
Lorkin frunció el ceño.
—¿Una sociedad integrada exclusivamente por mujeres? Pero ¿cómo os las arregláis para…?
—Exclusivamente por mujeres, no. —Tyvara sonrió—. También hay hombres, pero no son los que mandan en todo, como en el resto del mundo.
«Fascinante. —Lorkin escrutó el rostro de Tyvara—. Claro, no solo nació libre: está acostumbrada a ejercer autoridad sobre otros. —Entonces se percató de otra cosa. Ella siempre le había recordado a alguien, y ahora sabía a quién—. ¡Mi madre! —Se le hizo un nudo en el estómago—. Tal vez no sea un pensamiento muy oportuno si alguna vez ella y yo… No, mejor no pensar en ello».
—¿Alguna pregunta? —inquirió ella.
—¿Por qué os hacéis llamar Traidores?
—Por lo visto debemos nuestro nombre a una princesa sachakana que murió a manos de su padre porque uno de sus aliados la había violado. La tachó de traidora, y las mujeres de la época adoptaron el calificativo en señal de solidaridad.
Lorkin reflexionó sobre las palabras de la esclava moribunda. «“Eres una traidora a tu pueblo.” ¿Había querido decir “Traidora”? No, eso no tenía pies ni cabeza. Pero si Riva sabía que Tyvara era una espía…».
—¿Estaba enterada Riva de que eres una Traidora?
—Sí.
—¿Por qué te dijo que eras una traidora a tu pueblo?
Los labios de Tyvara se torcieron en una sonrisa irónica.
—Me temo que nuestro desacato del emperador y de las leyes, sumado a nuestra costumbre de interferir en la política sachakana, hace que la mayoría de los sachakanos nos consideren unas traidoras.
—¿Cómo impedís que los magos sachakanos os encuentren a todas? ¿No les bastaría con leeros la mente?
—Tenemos un sistema para ocultarles nuestros pensamientos. Solo ven lo que queremos que vean. Esto nos permite infiltrarnos en las casas de ashakis poderosos de todo el país.
A Lorkin el corazón le dio un vuelco.
«¡Una forma de magia de la que nunca había oído hablar!»
—¿Puedes explicarme cómo lo hacéis?
Ella sacudió la cabeza.
—Las Traidoras no revelamos nuestros secretos fácilmente.
Él asintió.
«Un sistema que protege la mente frente a quien intenta leerla, del mismo modo que las gemas de sangre impiden que la comunicación mental entre dos magos sea escuchada por un tercero».
—¿Se trata de algo parecido a un anillo de sangre? —preguntó.
A una de las mujeres se le escapó una carcajada. Lo miró a los ojos por un instante antes de volverse hacia Tyvara.
—Este es listo. Más vale que tengas mucho cuidado con lo que dices.
Tyvara soltó una risita.
—Lo sé. —Su sonrisa se desvaneció. Con un suspiro, se volvió de nuevo hacia Lorkin—. Debemos marcharnos de aquí. Este lugar está demasiado cerca de la Casa del Gremio, y algunos de los esclavos de allí saben que tengo contactos aquí. Tendrás que deshacerte de esa ropa tan bonita y disfrazarte de esclavo. ¿Te ves capaz?
Lorkin bajó la vista hacia su túnica y contuvo un suspiro.
—Si no queda otro remedio…
—Tiene la cara demasiado pálida —dijo una de las esclavas más jóvenes—. Tendremos que teñírsela. Y habrá que cortarle el pelo.
Una de las mayores lo miró de arriba abajo.
—Es demasiado delgado para pasar por sachakano, pero eso es preferible a que esté gordo. No hay muchos esclavos gordos. —Se puso de pie—. Iré a buscarle ropa.
—Necesitarás también un nombre de esclavo —dijo Tyvara—. ¿Qué te parece Ork? Se parece lo bastante a tu nombre de verdad, así que si te llamo Lorkin por error puede que nadie se dé cuenta.
—Ork —repitió Lorkin, encogiéndose de hombros. «Suena como el nombre de un monstruo. A mis amigos de Imardin les haría mucha gracia—. De pronto sintió una punzada de tristeza—. Se preocuparán por mí cuando se enteren de que he desaparecido. Ojalá hubiera una manera, aparte de comunicarme con mi madre a través del anillo de sangre, de hacerles saber que estoy bien. —Hizo una mueca—. Bueno, que estoy vivo, por lo menos».
La esclava mayor había descolgado una tela rectangular de un perchero en el que había varias piezas idénticas. Se la llevó a Lorkin junto con un cordel. Las mujeres intercambiaron sonrisitas cuando él se quitó la sobretúnica. Se envolvió el cuerpo con la tela y se la ciñó con el cordel, tal como le indicaron, y a continuación se quitó los pantalones. Se alegraba de haber escondido el anillo de sangre de su madre en el lomo de su libreta. Le habría costado sacarlo de su túnica sin que las mujeres se dieran cuenta.
—No puedes llevar eso contigo —dijo Tyvara al ver la libreta.
Lorkin bajó los ojos hacia el cuaderno.
—¿Puedo enviarlo a la Casa del Gremio?
Las esclavas negaron con la cabeza.
—Sería difícil hacer eso sin que nadie supiera que procede de aquí —le explicó una de ellas.
—Tenemos que destruirlo —decidió Tyvara, extendiendo la mano para cogerlo.
—¡No! —Lorkin lo apartó de golpe—. Son todas mis notas sobre mi investigación.
—Algo que ningún esclavo llevaría encima.
—Lo mantendré oculto —le aseguró él y se lo guardó bajo la parte delantera del manto.
—Y si un ashaki te lee la mente sabrá que lo llevas allí escondido.
—Si un ashaki le lee la mente, sabrá que no es un esclavo —señaló una de las mujeres mayores con una sonrisa socarrona—. Deja que se quede con su libreta.
Tyvara arrugó el entrecejo y suspiró.
—De acuerdo. ¿Tenemos calzado para él?
Una de las mujeres cogió un par de zapatos sencillos que eran poco más que unas bolsas de piel cosidas en forma de pie y que se sujetaban al tobillo con un cordel más delgado. Tyvara asintió en señal de aprobación.
—Ya falta menos. Mientras nuestras amigas aquí presentes preparan el tinte para tu piel y te cortan el pelo, yo te explicaré cómo se supone que debe comportarse un esclavo —dijo Tyvara—. Sospecho que será lo más difícil para ti. Una actuación convincente puede marcar la diferencia entre la supervivencia y el asesinato.
—Lo tendré presente —afirmó él—. No es algo que vaya a olvidar fácilmente.
Ella le dedicó una sonrisa sombría.
—Es algo muy fácil de olvidar cuando te están azotando solo porque alguien ha tenido un mal día. Créeme. Lo sé.
Mientras recorría el pasillo del alojamiento de los magos, Sonea bostezó. Cuando había vuelto al Gremio, el sol se elevaba perezosamente sobre la colina que se alzaba detrás del recinto, inundando el cielo de una claridad tenue. Ahora se había ocultado tras la ciudad, abandonándolo todo a la oscuridad, el brillo de las lámparas o, para los más afortunados, la luz mágica.
Los turnos de noche en el hospital eran los más impopulares, así que ella se hacía cargo de ellos siempre que le era posible. Había muchas personas que atender, pese a lo avanzado de la noche. Algunos sanadores comentaban en broma que los pacientes nocturnos eran los más interesantes. Lo cierto era que ella había tenido que curar heridas de lo más curiosas durante aquellos turnos. Sospechaba que muchos más visitantes nocturnos de los que se veían obligados a confesar su profesión debido a la naturaleza de su enfermedad o lesión estaban mezclados en actividades que habrían escandalizado a la mayoría de los magos del Gremio y a sus familias.
La noticia de Cery se había colado en su mente muchas veces. Se sentía injustificadamente culpable por no haber accedido a ayudarlo en su búsqueda de la maga renegada. Pero no se le ocurría cómo hacerlo en secreto, y en cuanto encontrara a la renegada y la entregara al Gremio, la verdad saldría a la luz. Su engaño suscitaría más desconfianza y desaprobación, tal vez hasta el punto de impulsar al Gremio a prohibirle trabajar en los hospitales.
Aun así, cuando había llegado al Gremio no había ido directamente a hablar con el administrador Osen. En cambio, había decidido consultarlo con la almohada, como le había pedido Cery. Y ahora que estaba despierta, y en vista de que el sueño no había aclarado sus ideas al respecto, había decidido consultar el asunto con Rothen. Después de todo, él había sido quien la había buscado y encontrado hacía tiempo, cuando ella era una renegada que se escondía del Gremio.
Llegó ante su puerta y llamó. Oyó una voz conocida procedente del interior. La puerta se entreabrió y Rothen sonrió al verla.
—Sonea. Pasa. —Abrió la puerta del todo para que ella pudiera entrar—. Siéntate. ¿Te apetece un poco de raka?
Ella paseó la vista por la sala de invitados antes de posarla de nuevo en él.
—Cery vino a verme anoche. Ha descubierto a una nueva maga renegada en la ciudad, una mujer con un control absoluto sobre sus poderes. No puedo ocuparme de ella personalmente, por supuesto, pero… ¿crees que el Gremio meterá la pata esta vez?
Rothen la contempló, sorprendido, y luego dirigió la mirada hacia un punto situado detrás de ella.
—Apostaría la fortuna de mi familia a que meterán la pata como la última vez —dijo una voz que le resultaba familiar.
A Sonea se le cayó el alma a los pies. Adoptó un semblante inexpresivo y se volvió para ver a un hombre que salía de la habitación que había sido su dormitorio en otro tiempo, con uno de los numerosos libros que Rothen guardaba allí ahora.
—Regin y yo hablábamos de un problema entre los aprendices —dijo Rothen, con un ligero tono de disculpa en la voz.
Sonea clavó los ojos en Regin. «Maldito sea. Esto significa que tendré que informar a los magos superiores de inmediato. Espero que me perdonen por haber pedido consejo a Rothen antes».
—¿Otro problema? —preguntó.
—Oh, siempre hay algún tipo de problema —dijo Rothen, encogiéndose de hombros.
—En cuanto a la renegada…, estoy de acuerdo con Regin —añadió Rothen—, aunque no soy tan pesimista. El Gran Lord Balkan y el administrador Osen emplearían métodos de búsqueda más sutiles, pero carecen de la perspicacia, la experiencia y los recursos de que disponemos tú y yo.
Sonea se volvió de nuevo hacia él.
—¿Cómo voy a dar caza a una renegada si no puedo moverme por la ciudad sin permiso?
Rothen sonrió.
—No pidas permiso.
—Pero si se enteran de que he estado merodeando por ahí a hurtadillas, que no he denunciado la situación a los magos superiores, o incluso que he hablado con un ladrón, darán la razón a todas esas personas que sostienen que no soy de fiar.
—Y si usted captura y trae a una renegada, las personas que importan pasarán todo eso por alto —dijo Regin.
Ella cruzó los brazos.
—No pienso poner en peligro los hospitales solo para encargarme de algo que pueden hacer otros.
—Lady Vinara y los sanadores jamás les permitirían cerrar los hospitales —le aseguró Regin.
—Pero podrían impedirme que siga trabajando en ellos —replicó Sonea.
—Lo dudo. Hasta sus detractores tendrían que reconocer que eso sería desperdiciar su talento.
Ella miró fijamente a Regin por un momento, antes de desviar la vista. El hombre estaba elogiándola demasiado, y esto le parecía sospechoso. ¿Estaba animándola a perseguir a la renegada en secreto para delatarla más adelante? «No ganaría nada con ello, excepto algún tipo de satisfacción mezquina por mi desgracia».
—Cuando llegue el momento de explicar nuestras acciones, les diré a todos que yo te asesoré y te ayudé —aseveró Rothen. Se dirigió a Regin—. Estoy seguro de que lord Regin no tendrá inconveniente en hacer lo mismo.
—Desde luego. Lo pondré por escrito y lo firmaré, si lo desean. —Había un deje de sarcasmo en sus palabras. «Sabe que sigo sin confiar en él», pensó ella, con un sentimiento de culpabilidad inesperado. No había mostrado el menor atisbo de deshonestidad o manipulación en las ocasiones en que Sonea había trabajado con él.
—La gente seguirá imponiéndote restricciones mientras tú se lo permitas —dijo Rothen—. No les has dado ningún motivo para que desconfíen de ti en los últimos veinte años. Es… es…
—Ridículo —lo ayudó Regin—. No veo que Kallen tenga que pedir permiso para deambular por la ciudad, ni que usted mande a sus lacayos a vigilar todos sus movimientos.
—Eso es porque no tengo lacayos —repuso Sonea—, ni tiempo para hacerlo yo misma.
—Pero, si tuviera una de las dos cosas, ¿lo haría? —preguntó Regin.
Ella lo miró con los ojos entornados.
—Seguramente.
Él enarcó las cejas.
—¿Lo considera peligroso?
—No. —Se volvió hacia la ventana, con expresión ceñuda—. Peligroso, no. Pero algún día su… su exceso de celo podría resultar contraproducente.
—Como en estos momentos —dijo Rothen—. Te tiene demasiado cohibida e intimidada para hacer lo que sabes que harías mejor que nadie: encontrar a la renegada y entregarla al Gremio.
Ella dirigió la mirada hacia la ventana. La universidad se encontraba justo al otro lado, y más allá estaba la ciudad, donde había una mujer que se valía de la magia, posiblemente para matar.
—No será como antes. Cery dice que ella es mayor, así que tal vez practique la magia desde hace muchos años. Y él sospecha que es la Cazaladrones.
—Razón de más para darnos prisa en encontrarla —alegó Regin—, antes de que pase de matar delincuentes a eliminar a todo aquel que se interponga en su camino.
Sonea pensó en la familia de Cery y se estremeció. «Quizá ya lo haya hecho». Apartó la vista de la ventana y la posó primero en Regin y luego en Rothen.
—Pero si me salto abiertamente las normas que restringen mis movimientos, seré objeto de atención y de censura antes de que la encontremos.
Rothen sonrió.
—Entonces no se nos podrá reprochar que decidamos actuar en secreto. Por otro lado, no tiene sentido correr riesgos innecesarios. En cuanto averigües algo, envíanos un mensaje a ambos. Uno de nosotros podrá investigar si te resulta imposible escaparte un momento para hacerlo tú misma.
Sonea miró a Regin, que asintió. Una oleada de alivio la recorrió. Habían llegado a un acuerdo. Aunque no era un acuerdo perfecto. Todavía podría ganarse una amonestación por no llevar el asunto ante los magos superiores, pero al menos no habría peligro de que ellos sembraran el caos al intentar encontrar a la mujer por sí mismos. Sin embargo, el Gremio expresaría su desaprobación a Rothen y Regin cuando llegara a su conocimiento que ellos tampoco le habían comunicado la información.
«Esperemos que Regin tenga razón y que hagan la vista gorda cuando vean que tienen a una renegada capturada de la que ocuparse».
—Será mejor que me vaya —dijo Regin. Miró a Sonea e inclinó la cabeza—. Estaré a su disposición para brindarle mi ayuda cuando la necesite. —Tras asentir en dirección a Rothen, que le devolvió el gesto, se acercó a la puerta y salió de la habitación.
Cuando se hubo marchado, Sonea se sentó y exhaló un suspiro. «Al menos sé que la caza está en buenas manos —pensó con sarcasmo—. Bastantes preocupaciones tengo, con Lorkin en Sachaka y los hospitales llenos de consumidores de craña».
—Pareces cansada —comentó Rothen, dirigiéndose hacia una mesa auxiliar con el fin de preparar sumi y raka para ambos.
—He trabajado en el turno de noche.
—Últimamente pasas mucho tiempo en los hospitales.
Ella se encogió de hombros.
—Me mantiene ocupada. —Soltó una risita—. Y lo estaré aún más ahora que tengo que transmitiros información sobre la renegada a Regin y a ti.
—Los hospitales pueden velar por sí mismos —afirmó él. Se acercó a las sillas y le entregó una taza de raka humeante—. Y nosotros velaremos por ti.
Ella lo miró con una ceja levantada.
—¿Regin y tú?
Él asintió.
—Ya te lo he dicho: ha madurado y se ha convertido en un joven sensato.
—¿Joven? —se mofó Sonea—. Solo en comparación contigo, viejo amigo. No le llevo más que un par de años, y tiene dos hijas mayores.
—Aun así —repuso Rothen riendo entre dientes—, ha mejorado mucho desde que era ese aprendiz al que diste una paliza en la Arena.
Sonea desvió la vista.
—Claro que ha mejorado. Era imposible que empeorara. —Le dirigió una mirada inquisitiva—. ¿Crees que podemos fiarnos de él?
Él posó los ojos en ella con expresión seria.
—Sí, lo creo. Siempre ha dado mucha importancia a la integridad de su Casa, su familia y el Gremio. Era la fuente de su arrogancia cuando era joven, y ahora es su motivación como adulto. Le molesta que la corrupción haya penetrado en todos esos ámbitos. Para él, esta es otra manera de ayudar a enderezar la situación. Es lo bastante sensato para comprender que lo mejor es que lo hagamos juntos, en secreto. Quizá el Gremio no complicaría las cosas en su intento de encontrar a la renegada, pero las posibilidades de que lo hiciera serían muy altas. No podemos correr ese riesgo.
—Seguramente tienes razón. —Sonea hizo un mohín—. Y más vale que también tengas razón respecto a Regin, pues si quiere hacerme la vida imposible, ahora dispone de medios para conseguirlo.
Los baños públicos La Bañera Negra no eran tan limpios como Cery habría deseado. Apestaban a moho y el perfume barato que usaban para disimular el hedor, y las batas que les habían dado a Gol y a él tenían remiendos y manchas interesantes. Pero el lugar era el único establecimiento cercano a la casa de empeños en el que podían permanecer largo rato sin despertar sospechas, por lo que tenían que investigarlo.
Los habían conducido hasta un vestuario y los habían dejado ahí. Estaba en la planta baja, y tenía en las ventanas unas persianas baratas y sin adornos que impedían que los clientes fueran vistos desde la calle. Después de desnudarse y ponerse la bata, Gol se había escabullido del vestuario para echar un vistazo a las habitaciones contiguas, y Cery se había acomodado en una silla colocada junto a una de las ventanas. Descorrió la persiana y sonrió con satisfacción al comprobar que la casa de empeños se divisaba desde allí.
La puerta se abrió de nuevo, pero solo era Gol, que volvía.
—¿Y bien?
—No hay nadie en los cuartos que nos rodean, pero no te garantizo nada sobre la planta de arriba. Podemos hablar, pero en voz baja. —Torció el gesto—. Está en un estado un poco lamentable.
—Y el servicio es lento —añadió Cery—, seguramente por falta de personal. —Señaló la ventana—. Pero la vista es buena.
Gol se acercó y echó un vistazo al exterior.
—Ya lo creo.
—Deberíamos turnarnos para vigilar mientras el otro se da un baño.
El hombretón hizo una mueca.
—Espero que el agua no sea tan repugnante como el olor de este sitio. —Se dirigió hacia otra silla y se sentó—. ¿Ha dicho algo nuestra amiga sobre cómo pretende ocuparse del tema?
Cery negó con la cabeza. Sonea había enviado un mensaje críptico, en el que solo decía que se encargaría del asunto sobre el que él había llamado su atención, le daba las gracias por la información y le pedía que remitiera toda noticia posterior al hospital. «Es obvio que ha empleado un tono ambiguo por si alguien interceptaba la carta. Si está encargándose del asunto de la renegada, es poco probable que haya hablado de ello con el Gremio. Ellos no le confiarían la tarea de encontrar a la mujer».
Se oyeron unos golpes en la puerta. Cery corrió la persiana para que ocultara de nuevo la ventana.
—Adelante —dijo.
La misma joven delgada que los había guiado hasta el vestuario abrió la puerta y entró, sin mirarlos a los ojos.
—El baño casi está listo. ¿Desean tomarlo tibio o caliente?
—Caliente —respondió Cery.
—¿Desea que sea aromático? Tenemos…
—No —la interrumpió Gol con firmeza.
—¿Tenéis sales? —preguntó Cery. Había oído que los baños con sales eran buenos para aliviar los músculos doloridos, y él aún tenía el cuerpo entumecido por el combate de entrenamiento con cuchillos de aquella mañana. Además, la sal servía también para purificar el agua sucia.
—Sí. —Le especificó el precio, y Gol arqueó las cejas.
—Nos interesa —le dijo Cery.
Tras asentir cortésmente, la chica salió de la habitación. Cery se volvió hacia la ventana, abrió la persiana de nuevo y miró hacia fuera. Ahora había más actividad en la calle.
—¿Deberíamos convencer a Makkin el Comprador de que nos ayude? —preguntó Gol—. Como él ya le tiene miedo, a ella no le parecerá sospechoso que esté un poco nervioso.
—Es la clase de persona que se presta a colaborar con aquellos a quienes más teme —contestó Cery—. Si se entera de que ella posee poderes mágicos, le tendrá más miedo que a nosotros.
—Ella lo obligó a salir de la habitación antes de abrir la caja de seguridad, así que supongo que él no sabe lo de la magia.
—Ya, pero…
Gol siseó para hacerlo callar. Cery dirigió la mirada hacia él y vio que tenía la vista fija en la ventana.
—¿Qué pasa?
—¿Es esa de allí, la que está delante de la tienda de Makkin?
Cery se volvió rápidamente hacia la ventana. Una mujer encorvada se había detenido delante de la tienda. Tenía el cabello entrecano. Por un momento, Cery estuvo convencido de que Gol se había equivocado, hasta tal punto que estuvo a punto de burlarse de él, pero entonces la mujer volvió la cabeza para inspeccionar la calle. Sintió un escalofrío al reconocerla.
Miró a Gol, que clavó los ojos en él. A continuación, ambos bajaron la vista hacia las batas que llevaban.
—Iré yo —se ofreció Gol—. Tú vigila. —Se plantó de un salto junto al montón de ropa que se había quitado y comenzó a vestirse a toda prisa. Cery se fijó de nuevo en la ventana y advirtió que la mujer entraba en la tienda.
El corazón le golpeaba el pecho con fuerza. Notó que todos los músculos de su cuerpo se tensaban lentamente, y contó cada respiración.
—¿Sigue allí?
—Sí —respondió Cery—. Hagas lo que hagas, procura que no se dé cuenta de que la sigues. Si hace falta, págale a alguien para que…
—Lo sé, lo sé —lo cortó Gol con impaciencia.
Cery oyó que abría la puerta y vio al mismo tiempo que la mujer salía de la tienda.
—Se va —dijo.
Gol no respondió. Cery se dio la vuelta y se encontró con que el hombretón se había marchado y la puerta oscilaba sobre sus goznes. Dirigió la mirada de nuevo hacia la calle y vislumbró a la mujer por un momento antes de que se perdiera de vista. Al cabo de un instante, apareció Gol. Cery respiró aliviado al comprobar que su amigo y guardaespaldas se encaminaba en la misma dirección que ella, con pasos decididos.
«Cuídate, viejo amigo», pensó Cery.
—Esto…, siento haberles hecho esperar.
Se volvió y vio a la chica de los baños de pie en la puerta. Sus ojos se posaron en él, luego en la persiana y finalmente en el suelo. Cery cerró la persiana y se levantó.
—¿El baño está listo?
—Sí.
—Bien. Mi amigo ha tenido que marcharse. Llévame al baño.
Ella dejó caer los hombros por haber perdido a un cliente, le hizo señas a Cery de que la siguiera y salió de la habitación.