Capitulo 16

Sonea sostuvo las vendas sucias en el aire con magia y lanzó un destello de calor hacia ellas. Estallaron en llamas y pronto quedaron reducidas a cenizas. El olor a tela quemada mezclado con un tufo empalagoso a carne cocinada impregnó el aire. Ella dejó que la ceniza cayera en un cubo que tenía en la habitación con esta finalidad, y calentó con magia un poco de aceite aromático en un plato hasta que su perfume penetrante prevaleció sobre los olores más desagradables. Una vez terminada la limpieza de la sala de reconocimiento tras la visita del último paciente, ella esforzó su voluntad para abrir la puerta.

El hombre que entró, de mediana edad y baja estatura, le resultaba familiar. El corazón le dio un brinco cuando lo reconoció.

—¡Cery! —musitó. Echó un vistazo rápido a la sala, aunque sabía que allí no había nadie más—. ¿Qué haces aquí?

Él se encogió de hombros y se sentó en una de las sillas para los pacientes y sus familiares.

—He ido a tus aposentos en el Gremio y no estabas.

—Podrías haber vuelto mañana por la noche —dijo ella. Si alguien lo reconocía y denunciaba su visita al Gremio, todos sabrían que ella había mantenido contacto con un ladrón. «Aunque eso ya no contraviene las normas». Aun así, les parecería sospechoso, pues ella había insistido en cambiar la norma hacía muy poco. Si la gente llegaba a creer que ella utilizaba el hospital como un lugar donde reunirse con ladrones, todo lo que había conseguido allí podía irse al garete.

Irónicamente, Cery corría más peligro de que lo reconocieran en el hospital que en el Gremio. Sonea dudaba que algún mago aparte de Rothen se acordara de Cery después de tantos años, y en cambio era posible que algunos de los pacientes del hospital tuvieran tratos con él y le explicaran a alguno de los sanadores o ayudantes quién era el hombre con el que estaba hablando Sonea.

—Es un asunto que no puede esperar —le aseguró Cery.

La miró impasible. Su expresión seria le confería un aspecto muy distinto al del golfillo de la calle con el que ella se juntaba cuando era niña. Parecía demacrado y triste, y Sonea sintió una punzada de compasión. Seguía afligido por la muerte de su familia. Ella respiró hondo y exhaló lenta y silenciosamente.

—¿Cómo lo llevas?

Él subió los hombros de nuevo.

—Bastante bien. Me mantengo ocupado rastreando por la ciudad a una maga renegada.

Ella parpadeó por un momento y luego no pudo evitar sonreír.

—Así que una renegada, ¿eh?

—Sí.

«En efecto, es un asunto que no puede esperar». Se reclinó en su asiento.

—Adelante. Cuéntamelo desde el principio.

Él asintió.

—Bueno, todo comenzó cuando mi cerrajero afirmó que alguien había abierto las cerraduras de mi guarida con magia.

Mientras continuaba con su relato, ella lo observó con atención. Cada vez que mencionaba a su familia hacía un gesto de dolor, y la mirada se le llenaba de angustia. En cambio, cuando hablaba del Cazaladrones le brillaban los ojos y se le tensaba la mandíbula. «Esta búsqueda no solo le permite distraerse del dolor de la pérdida, sino también satisfacer su afán de venganza».

Por último, le refirió con aire triunfal cómo había visto a la extranjera abrir la caja de seguridad con magia.

—Una mujer —repitió—. De piel oscura, como los lonmarianos, y cabello negro lacio. Tenía voz de persona mayor, pero no se movía como una anciana. Y hablaba con un acento extranjero que yo no había oído antes. Apostaría a que no procede de ninguna de las Tierras Aliadas.

—¿Sachakana?

—No. Habría identificado su acento.

Sonea reflexionó sobre las palabras de Cery. No había nadie en el Gremio que encajara con esa descripción. Quizá él estaba equivocado y la mujer era de Lonmar. Los lonmarianos tenían la tez oscura y mantenían ocultas a sus mujeres, por lo que era posible que Cery estuviera tan poco acostumbrado a ver lonmarianas que ella le hubiera parecido de una raza distinta. Por otro lado, los hombres de Lonmar no permitían que sus mujeres aprendieran magia. Si ella tenía poderes innatos que se habían desarrollado espontáneamente, los lonmarianos se habrían visto obligados a enseñarla a controlarlos. «Pero después de eso…, no sabemos con certeza qué les hacen los lonmarianos a las magas. Suponemos que simplemente les prohíben practicar la magia, pero es posible que bloqueen sus poderes. Tal vez esta maga haya huido de su país para evitarlo».

De ser así, resultaba extraño que hubiera decidido ir a Imardin. Sin duda sabía que las condiciones de la alianza obligaban al Gremio a respetar las leyes de Lonmar respecto a las magas. Si la encontraban, tenían que repatriarla.

Pero tal vez Cery había adivinado sus motivos: los libros. Si había escapado para gozar de la libertad de aprender y usar la magia, Imardin sería el lugar al que acudiría con toda seguridad para obtener información sobre el tema. «Pero los libros de magia no salen baratos. ¿Roba dinero a los ladrones que mata, o es una asesina a sueldo?»

Por otro lado, aunque según Cery alguien había abierto la cerradura de su guarida por medio de la magia, no había dicho que hubiesen matado a su familia valiéndose de alguna técnica mágica. Quizá ella solo ofrecía sus servicios como maga y no como asesina. Sonea arrugó el entrecejo.

—¿Por qué estás tan seguro de que esa mujer y el Cazaladrones son la misma persona?

—Si no lo son, ella trabaja para el Cazaladrones, o bien hay dos renegados ahí fuera. Cuando la atrapéis, podréis leerle la mente y averiguarlo.

—¿Interrogaste al librero después?

Él sacudió la cabeza.

—Lo necesitamos, a él y su tienda, para tender otra trampa. —Le relampaguearon los ojos—. Pero la próxima vez estarás conmigo y juntos le echaremos el guante a la renegada.

Sonea frunció el ceño.

—Ojalá fuera posible, pero en la actualidad no soy libre de corretear por la ciudad a mi antojo, Cery. Tengo que pedir permiso para ello, si no es para ir a los hospitales.

Él dejó caer los hombros con una desilusión casi infantil. Se quedó meditabundo.

—Tal vez si la atrajera aquí de alguna manera…

—Dudo que quiera acercarse a los magos del Gremio, y los hospitales están repletos de ellos.

—A menos que te encargues de que todos se marchen una noche, y corramos la voz de que hay libros sobre sanación mágica guardados aquí.

—Tendría que explicarles por qué, y para eso mejor le cuento al Gremio lo de la renegada y dejo que sean ellos quienes la encuentren.

—¿No puedes inventarte otra razón?

Sonea suspiró. Dudaba que a Cery le importara que le atribuyeran o no el mérito de desenmascarar a una renegada y ayudar al Gremio a capturarla. Solo quería vengarse. Además de evitar ser la siguiente víctima del Cazaladrones.

«Me gustaría ayudarlo, pero si el Gremio descubre que estoy al tanto de la existencia de una renegada y no los he informado al respecto, la gente tendrá otro motivo para desconfiar de mí». La honestidad absoluta que había demostrado desde la Invasión ichani se vería eclipsada por la mentira, y muchos ya recelaban de ella por su pasado y sus conocimientos de magia negra. Limitarían su libertad para dirigir los hospitales. La confinarían en los terrenos del Gremio.

«Más vale que transmita la información a los magos superiores y deje que ellos se ocupen del asunto. No importa si soy yo u otra persona quien encuentra a la renegada; lo importante es que alguien la encuentre. De cualquier modo, Cery conseguirá su venganza y su seguridad».

—¿Sabes dónde está ahora la mujer? —preguntó.

Cery negó con la cabeza.

—Pero sé qué aspecto tiene, y es tan extraña que puedo pedir a otros que la busquen también.

—No dejes que nadie más se le acerque —le advirtió Sonea—. Es evidente que ella controla sus poderes y que tiene edad suficiente para utilizarlos con cierta destreza.

—Oh, no es muy distinta de como eras tú —convino Cery, torciendo los labios en una sonrisa forzada—. Puede que hace muchos años quisieras matar a algún ladrón que otro, pero nunca llegaste al extremo de darles caza y… o… —Desvió la mirada, y de pronto su expresión se tornó sombría.

«… o matar a sus familias», terminó ella la frase en su fuero interno, llena de empatía hacia su amigo.

—Tengo que pensarlo, pero seguramente acabaré diciéndoselo al Gremio y dejando la caza en sus manos.

—¡No! —protestó él—. Lo estropearán todo, como hicieron contigo.

—O pondrán en práctica lo que aprendieron de aquella experiencia y abordarán este caso de otra manera.

Él puso mala cara.

—De una manera muy diferente, espero.

—¿Estás dispuesto a colaborar con ellos? —inquirió ella, dirigiéndole y sosteniéndole la mirada.

Él hizo una mueca y suspiró.

—Tal vez. Sí. Supongo que tengo que hacerlo. No me queda otro remedio, ¿verdad?

—En realidad, no. Dime cómo pueden ponerse en contacto contigo.

Cery exhaló otro suspiro.

—¿Podrías… consultarlo con la almohada antes de contárselo a nadie?

—De acuerdo —respondió ella con una sonrisa—. Lo decidiré antes del turno de esta noche. Si no recibes noticias mías, el Gremio llamará a tu puerta.

Los ojos del esclavo de la cocina se habían desorbitado en cuanto él había entrado en la habitación y había visto el cadáver, y habían permanecido así durante todo el interrogatorio de Dannyl. No obstante, el hombre había respondido con tranquilidad y sin vacilar.

—¿Cuándo viste a Tyvara por última vez? —preguntó Dannyl.

—Anoche. La adelanté en el pasillo. Se dirigía hacia estos aposentos.

—¿Te dijo algo?

—No.

—¿Viste algo fuera de lo habitual en ella? ¿Estaba nerviosa, tal vez?

—No. —El esclavo hizo una pausa—. Parecía enfadada, creo. Estaba oscuro.

Dannyl asintió y tomó nota de este pequeño detalle. Ya había elaborado una lista entera de detalles, lo que no era de extrañar, pues llevaba varias horas interpelando a los esclavos.

—Dices que ella conocía a Riva. ¿Alguna vez las viste reñir o comportarse de un modo extraño?

—Reñían, sí. Tyvara le decía constantemente a Riva lo que tenía que hacer. A Riva eso no le gustaba. Tyvara no tenía derecho. Pero, en fin… —El esclavo se encogió de hombros—. Son cosas que pasan.

—¿Que algunos esclavos den órdenes a otros?

El hombre asintió.

—Sí.

—¿Las viste o las oíste discutir ayer en algún momento?

El hombre abrió la boca para responder, pero se detuvo al oír un sonido suave procedente de la puerta. Dannyl alzó la vista hacia el esclavo portero, que estaba de pie en el umbral, visiblemente nervioso. El hombre se arrojó al suelo.

—Puedes levantarte. ¿Qué has venido a decirme? —quiso saber Dannyl.

—El ashaki Achati ha llegado. —El esclavo se retorcía las manos, como en todos los momentos en que Dannyl lo había visto desde que había regresado a casa.

Dannyl se volvió hacia el esclavo de la cocina al que estaba interrogando.

—Podéis retiraros.

Los dos esclavos se marcharon a toda prisa, mientras Dannyl se ponía de pie y se guardaba la libreta en la túnica. Paseó la mirada por los aposentos de Lorkin y salió de ellos a grandes zancadas en dirección a la sala maestra. Llegó justo a tiempo para recibir a Achati.

—Bienvenido, ashaki Achati —dijo.

—Embajador Dannyl —contestó Achati—. Lo siento, pero su esclavo ha tardado un rato en localizarme. ¿Qué ha ocurrido? Se ha negado a decirme nada excepto que se trataba de algo urgente.

Dannyl le hizo señas para que lo acompañara.

—Venga conmigo y se lo mostraré.

El sachakano lo siguió a través de la Casa del Gremio en silencio, para alivio de Dannyl. Era muy tarde, y empezaba a acusar los efectos del cansancio tras el interminable interrogatorio de los esclavos. «Pero aún queda mucho por hacer. No me iré a dormir hasta dentro de un buen rato. —Invocó un poco de magia y la empleó para mitigar el agotamiento—. Algo me dice que volveré a hacerlo varias veces durante los próximos días».

Llegaron a los aposentos de Lorkin. Dannyl guió a Achati hacia la puerta del dormitorio. Aunque las lámparas prácticamente se habían consumido, el cuerpo seguía visible, ofreciendo un espectáculo estremecedor.

—Una esclava muerta —dijo Achati, pasando al interior para examinarla—. Entiendo que esté preocupado.

—Por decirlo suavemente.

—¿Lo ha hecho su…? —Achati hizo un gesto con el que abarcaba los aposentos.

—No. El cadáver está vacío de energía. Quien la haya matado ha utilizado magia ne… magia superior, y Lorkin no está adiestrado en ella.

Achati le echó una mirada fugaz, frunció el entrecejo y tocó el brazo laxo de la mujer. Aunque el Gremio no quería que los sachakanos supieran que muy pocos magos kyralianos conocían los secretos de la magia negra, Dannyl no tenía por qué hacerles creer que todos la dominaban. No les parecería inverosímil que Lorkin, por ser un mago de baja categoría, aún no la hubiera aprendido. «Les extrañaría más saber que yo tampoco sé utilizarla».

—En efecto —dijo Achati, retirando la mano con una mueca de desagrado—, pero eso significa que quien la haya matado tiene conocimientos de magia negra.

—También ha desaparecido una esclava llamada Tyvara. He interrogado a la mayoría de los esclavos de aquí, y creo que ella es la principal sospechosa.

En vez de expresar sorpresa, como Dannyl había supuesto que haría, Achati adoptó un aire de preocupación.

—¿Les ha leído la mente?

—No. Los magos del Gremio no tenemos permitido leer la mente de nadie sin la autorización de los magos superiores.

Achati enarcó las cejas.

—Entonces, ¿cómo sabe que dicen la verdad?

—Los esclavos creían que iba a leerles la mente, así que dudo que hayan inventado una historia falsa o preparado sus respuestas antes de que yo empezara a interrogarlos. Les he pedido que esperaran en el pasillo en silencio, para que no pudieran hacerlo cuando cayeran en la cuenta de que no iba a leerles la mente. Sus testimonios coinciden, por lo que no creo que hayan mentido.

El sachakano se mostró intrigado.

—Pero ¿qué podía averiguar usted interrogándolos que no pudiera averiguar yo leyéndoles la mente?

—Tal vez nada. —Dannyl sacó su libreta y sonrió—. Pero interrogarlos puede tener algunas ventajas. No lo sabremos hasta que comparemos los métodos.

Esto pareció divertir a Achati.

—¿Les leo la mente ahora para comprobar cuál es mejor, o prefiere contarme lo que ha averiguado?

Dannyl miró el cadáver.

—Sería mejor que se lo contara, para ahorrar tiempo. ¿Está de acuerdo conmigo en que esto parece un asesinato no premeditado?

Achati asintió.

—Me he enterado de que Tyvara y Riva, la muerta, discutían a menudo. Al parecer, Riva estaba bajo las órdenes de Tyvara y quería ser la esclava personal de Lorkin el día que llegamos, pero Tyvara ocupó su lugar. Ambas habían trabajado para el ashaki Tikako, y algunas esclavas de su casa solían enviarles mensajes, aunque cada una tenía contactos distintos. Como no recibían mensajes de esclavas de otras casas, creo que lo más probable es que Tyvara haya llevado a Lorkin allí.

Achati frunció el ceño.

—Antes de ir a buscarlo allí tenemos que estar seguros. ¿Es posible que se lo haya llevado otra persona?

—Lorkin no ha recibido otras visitas. Si se lo han llevado contra su voluntad, el raptor tiene que ser un mago poderoso. Si no… —Dannyl se encogió de hombros—. Debe de tratarse de alguien muy persuasivo.

Achati suspiró y movió afirmativamente la cabeza.

—Si la tal Tyvara tiene conocimientos de magia superior, probablemente no es una esclava de verdad. Debe de ser una espía.

—¿Una espía de quién? —preguntó Dannyl.

—No lo sé. —Achati torció el gesto—. Del rey no, pues me habría advertido al respecto. Pero si el que la envió hubiera querido matar a Lorkin, él estaría muerto, sin lugar a dudas. Si se lo han llevado de aquí con vida, deben de tener algún propósito para él.

—¿Qué propósito?

—¿El chantaje, tal vez? —Achati se quedó pensativo—. La pregunta es si el objetivo es el rey Amakira, el Gremio… o ambos.

Dannyl esbozó una sonrisa irónica.

—Debe de ser el Gremio. Si quisieran humillar al rey, me habrían secuestrado a mí. El secuestro de un embajador resulta mucho más humillante que el de un mero ayudante.

—Pero no es un mero ayudante —repuso Achati, arqueando las cejas—. No habrá creído usted que desconocíamos la identidad de sus padres, ¿verdad?

Dannyl suspiró.

—Supongo que era mucho pedir que no se hubieran dado cuenta.

—Por si le tranquiliza, no creíamos que él corriera peligro alguno por ello. De hecho, suponíamos que la amenaza de una justa venganza por parte de su madre si él sufría algún daño bastaría para evitar actos desatinados como este. Por otro lado… —Se interrumpió, se volvió de nuevo hacia la muerta y juntó las cejas como si se le hubiera ocurrido algo.

—¿Sí? —lo animó a continuar Dannyl.

El sachakano sacudió la cabeza.

—Se sabe de otro grupo que secuestra personas, pero no ganarían nada con llevarse a Lorkin, pues no es el tipo de víctima que suelen elegir. No. Iremos a la casa del ashaki Tikako. Con un poco de suerte, encontraremos allí a su ayudante y lo traeremos de vuelta a la Casa del Gremio antes de que acabe el día. —Hizo una pausa—. Aunque quizá prefiera deshacerse usted del cuerpo de la esclava antes.

Dannyl asintió en señal de conformidad.

—No sería precisamente un bonito regalo de bienvenida. Si ha terminado usted de examinarla, llamaré a los esclavos para que hagan con ella lo que sea que hacen con sus muertos.

Como ya no necesitaban la guarida nueva para tenderle una trampa al Cazaladrones, Cery había ordenado que precintaran el lugar y se había instalado con Gol en el piso situado encima del almacén, junto a la antigua muralla de la ciudad.

Cery no le había comentado nada a Gol sobre su conversación con Sonea hasta aquella mañana. La reacción de la maga negra a la noticia que le había comunicado era tan diferente de la que él esperaba que necesitaba tiempo para pensar, replantearse sus planes y preguntarse si se arrepentía del acuerdo al que había llegado con ella.

—¿Por qué no va ella misma en busca de la renegada? —preguntó Gol de nuevo.

Cary suspiró y se encogió de hombros.

—Dice que en la actualidad no es libre de corretear por la ciudad. El único lugar al que puede ir sin pedir permiso son los hospitales.

Gol arrugó el entrecejo.

—Zoquetes ingratos. Después de todo lo que ella hizo por salvar la ciudad…

«Sí, pero la mayoría de los kyralianos la teme —pensó Cery—. La tienen lo más recluida posible sin llegar al extremo de encerrarla en una prisión. No quieren correr ningún riesgo innecesario. Lo comprendo, pero me pone las cosas un poco difíciles».

—¿O sea que vamos a colaborar con el Gremio?

—Tenemos que hacerlo. —Cery hizo una mueca—. Somos los únicos capaces de reconocer a la renegada. Y tal vez podamos ayudar a evitar que la situación se les vaya de las manos.

La expresión de Gol dejó claro su escepticismo.

—¿Y qué hay de Skellin? ¿Piensas decírselo?

—Seguimos sin tener pruebas de que la mujer es el Cazaladrones, excepto que utiliza la magia.

—Y por eso te refieres a ella ahora como «la renegada» —observó Gol.

—Sí, hasta que estemos seguros de que es el Cazaladrones.

Gol cruzó los brazos.

—Tienes miedo de hacer el ridículo.

Cery le lanzó a su amigo una mirada de reproche.

—No quiero hacerle perder el tiempo a Skellin. Ni quedar en deuda con él sin necesidad.

—Pero has dicho que no era como habías imaginado.

—No. —Cery torció el gesto—. Pero no deja de ser un ladrón ni un importador de carroña. Hombres mejores que tú y que yo han hecho cosas malas por lo que ellos creían que eran buenos motivos.

—Esos son los peligrosos —convino Gol—, los que utilizan la familia, el orgullo de una Casa o la defensa del país como excusa para cualquier cosa.

Cery asintió.

—Prefiero ser sincero conmigo mismo en lo que respecta a los negocios. Quería vivir mejor que la mayoría de los habitantes de las barriadas. No quería morir siendo un mendigo. Mentiría si dijera que tenía objetivos más elevados.

—Así que necesitas dinero. Y para obtenerlo, tienes que ser poderoso. Y, a menos que uno sea un miembro de las Casas, no hay manera de volverse poderoso por medios honestos.

—Lo esencial es sobrevivir, que es lo que creo que está haciendo Skellin. Según él, el intento de importar carroña era una manera de consolidarse como ladrón.

—Ha dado resultado.

Cery exhaló un suspiro.

—Así es. Y no le remuerde tanto la conciencia como para dejar el negocio.

—Pero aseguró que lo haría.

—Eso me lo creeré cuando lo vea. La carroña lo ha convertido en uno de los hombres más poderosos de la ciudad. Casi todos los ladrones trabajan para él o le deben favores. Dudo que renuncie a eso en un futuro próximo. —Sacudió la cabeza—. No voy a arriesgarme a verme envuelto en todo eso si no es imprescindible.

Gol soltó un resoplido.

—Eres demasiado inteligente para dejarte manipular por él, Cery.

El ladrón miró a su amigo y guardaespaldas.

—¿Crees que debería decírselo?

El hombretón frunció los labios.

—Si tu intuición te dice que no lo hagas, no. Pero si tenemos dificultades para encontrar a la renegada, supongo que sería interesante ver qué es capaz de hacer Skellin. —Se encogió de hombros—. Tal vez no gran cosa. O tal vez revelaría lo poderoso que es en realidad.