Después de viajar dos días en el carruaje por caminos cada vez más accidentados, Lorkin se sentía como si las sacudidas le hubieran colocado los huesos en una disposición nueva y poco práctica. Tenía que emplear constantemente magia sanadora para aliviar los dolores de su cuerpo y las jaquecas, pero por encima de todo se aburría. Estaba demasiado cansado y malhumorado para conversar a causa de las horas de incomodidad, y había descubierto que si intentaba leer se mareaba con el traqueteo del vehículo.
Era evidente que la emoción de viajar no radicaba en el viaje en sí, sino, probablemente, en la llegada al destino final. Aun así, sospechaba que para cuando llegaran a Arvice se sentiría más aliviado que emocionado.
Lord Dannyl —o el embajador Dannyl, como debía acordarse de llamarlo en adelante— sobrellevaba el periplo con una especie de extraña resignación que infundía a Lorkin la esperanza de que todas aquellas molestias valieran la pena. O tal vez significaba que no eran nada en comparación con las penalidades del viaje por mar o las rozaduras causadas por las sillas de montar, tormentos a los que Dannyl había sobrevivido durante los trayectos que había realizado hacía más de veinte años.
Lorkin sabía que, en aquella época, el administrador anterior había ordenado a Dannyl que emprendiera la misma ruta que había seguido Akkarin en busca de conocimientos de magia. Las historias que relataba Dannyl eran fascinantes y despertaban en Lorkin el deseo de visitar la Tumba de las Lágrimas Blancas y las ruinas de Armje.
«Pero me dirijo a un lugar en el que ni mi padre ni Dannyl han estado nunca: la capital de Sachaka».
Sería una Sachaka totalmente distinta de aquella en la que su padre se había adentrado. No habría ichanis aguardando para esclavizarlo. Por el contrario, según lo que había contado Perler, los hombres y mujeres poderosos de la capital, sobre todo los patriarcas ashakis, apenas se dignarían fijarse en el ayudante de un embajador.
A pesar de todo, el leve peso del anillo que llevaba bien guardado en el bolsillo de su túnica lo tranquilizaba. Lo había encontrado en su arcón aquella mañana, en una cajita sepultada bajo sus pertenencias. Aunque no iba acompañado de una nota o explicación, él reconoció el sencillo aro de oro y la gema roja y lisa engastada en él. ¿Había metido su madre la gema de sangre en su arcón a escondidas porque no tenía permiso para dársela, o porque no quería arriesgarse a que él se negara a llevársela?
Dannyl y él comenzaban cada etapa diaria del viaje recitando varias veces la lista de miembros de las familias sachakanas más importantes, recordando las características clave y las alianzas, corrigiéndose el uno al otro y ayudándose a memorizarlas. Habían repasado lo que sabían de la sociedad sachakana y hecho conjeturas respecto a aquello que ignoraban. Lorkin percibía signos de nerviosismo e incertidumbre en su compañero. Aunque el mago mayor prácticamente lo trataba como a un igual, Lorkin estaba convencido de que esto cambiaría cuando llegaran y tuvieran que asumir sus papeles respectivos.
Alzó la vista al notar que el vaivén del carruaje cambiaba. Aunque al otro lado de las ventanillas no había más que oscuridad, el golpeteo apagado de los cascos sobre el suelo se había vuelto más lento. Dannyl irguió la espalda y sonrió.
—O hay algún obstáculo en el camino o estamos a punto de salir de nuestra jaula para pasar la noche —murmuró.
Cuando el vehículo se detuvo, se balanceó suavemente sobre sus muelles antes de quedarse inmóvil. Lorkin avistó por la ventanilla izquierda un edificio iluminado con lámparas. El cochero emitió un sonido incomprensible que Dannyl interpretó por algún motivo como una señal para que se apearan. El mago abrió la portezuela y bajó del carruaje.
Lorkin lo siguió, aspiró el aire fresco de la noche y sintió que la cabeza se le empezaba a despejar. Miró en torno a sí. Habían llegado a una aldea diminuta que constaba de unas pocas casas diseminadas a ambos lados del camino. Seguramente sus habitantes vivían exclusivamente de los servicios que prestaban a los viajeros. El edificio más grande, junto al que habían dejado el carruaje, era una casa de queda. Un hombre bajo y robusto estaba de pie junto a la puerta, haciendo reverencias y gestos para que se acercaran.
—Bienvenidos, milores, al Reposo de Fergun —dijo—. Me llamo Fondin. Mis mozos de cuadra se ocuparán de sus caballos si los llevan a la parte de atrás. Tenemos camas limpias y buena comida, servidas siempre con una sonrisa.
Aunque una expresión sorprendida y socarrona asomó al rostro de Dannyl, este no dijo nada y se dirigió a la entrada. Lorkin se preguntó si le había hecho gracia que el hombre parecía haber dado a entender que servían las camas con una sonrisa. «Tal vez esa era su intención. Las casas de queda de carretera tienen esa fama».
Dannyl se presentó y pidió que les sirvieran una cena, a ellos y al cochero. El propietario los guió hasta un par de asientos en el interior de una gran sala de huéspedes. Aparte de ellos, los únicos comensales eran un grupo de mercaderes, a juzgar por su aspecto. Conversaban en voz baja y solo dirigieron unas breves miradas de curiosidad a Lorkin y Dannyl.
La comida no tardó en llegar. Una joven se acercó con una fuente repleta de carnes, panecillos salados, verduras salteadas y frutos pequeños, probablemente de la zona. Les sonrió cortésmente a ambos, pero su semblante se iluminó cuando posó la mirada en Lorkin. Al poco rato regresó con dos tazas de bol por cuenta de la casa y lo miró con timidez al entregarle la suya. Se marchó, contoneando las caderas seductoramente. Dirigió la mirada hacia atrás y sonrió al ver que él la observaba.
—Me pregunto si Sonea espera que yo proteja tu virtud mientras estemos lejos del Gremio —dijo Dannyl.
Lorkin rió entre dientes y se volvió hacia el otro mago. Dannyl, que estaba sirviéndose comida de la fuente, no alzó la vista.
—¿Mi virtud?
—Sí, bueno. Supongo que lo de proteger tu virtud es cosa tuya. Pero como tu acompañante más viejo y más sabio, siento en este momento el extraño impulso de apartarte de la tentación por el bien de tu salud y de tu bolsillo.
—Tomo nota de tu preocupación —dijo Lorkin, sonriendo—. ¿Debo corresponder ofreciéndote el mismo tipo de protección?
Dannyl miró a Lorkin, con expresión suspicaz y seria por un momento. Entonces esbozó una sonrisa.
—Por supuesto. Cuidaremos el uno del otro. —Soltó una carcajada corta y leve—. Aunque algo me dice que a ti te resultará mucho más fácil que a mí.
El suelo vibró de una manera que hizo que los recuerdos se agolparan en la mente de Cery. En otro tiempo, él habría pasado al otro lado de aquel tramo de la Muralla Exterior por las cloacas de la ciudad, que discurrían por debajo. Era una ruta desagradable y en ocasiones peligrosa. Cuando la guardia de la ciudad había descubierto que las cloacas se utilizaban como vía de entrada en la ciudad, habían empezado a inundarlas de vez en cuando. Los ladrones se habían puesto de acuerdo para apostar vigilantes que avisaran cuando comenzara una inundación, lo que solucionó el problema. Era un sistema fiable, y Cery se había valido de él para llevar a Sonea a ver el Gremio, hacía muchos años, antes de que se convirtiera en maga.
Pero ahora las cloacas estaban divididas entre los ladrones cuyo territorio atravesaban, y muchos de ellos eran rivales entre sí. Costaba una fortuna obtener acceso a ellas, y el sistema de vigilancia ya no era fiable. Se rumoreaba que esta era la causa por la que un ladrón había muerto ahogado. El Cazaladrones había asesinado a un vigilante corriente arriba, y no solo había perecido el ladrón, sino también todos los vigilantes que se encontraban más abajo.
«No tiene mucho sentido seguir desplazándose por las cloacas ahora que la Purga se ha suprimido —pensó Cery—. Solo resulta útil si uno tiene una necesidad imperiosa de ir a algún sitio sin ser visto».
Como tampoco utilizaba ya el Camino de los Ladrones para recorrer distancias largas, Cery andaba por las calles de Imardin, en pleno día, como la mayoría de los ciudadanos. Era lo más seguro, a pesar del riesgo de toparse con atracadores o miembros de bandas callejeras. La corpulencia de Gol ahuyentaba a los primeros, mientras que la posición social de Cery seguía protegiéndolo de los segundos.
«Seguramente no debería confiar tanto en esto, o en la capacidad del pobre Gol para intimidar a posibles agresores. Llegará un día en que ni lo uno ni lo otro servirá como elemento disuasorio, y entonces tendremos un problema. Por otro lado, a menos que quiera ir a todas partes con una multitud de escoltas, es un riesgo que tengo que correr».
Tras pasar bajo uno de los nuevos arcos abiertos en la vieja muralla, Cery se dirigió hacia su zona de las antiguas barriadas, con Gol caminando a su lado.
—¿Qué podemos sacar en limpio de la historia de Thim, Gol?
El hombretón frunció el entrecejo.
—No nos ha dicho nada que no supiéramos. Nadie tiene información, y en cambio circulan los mismos rumores de siempre.
—Sí, pero al menos son los mismos. Todo el mundo cree que se trata de la misma persona. Todo el mundo cree lo mismo sobre las habilidades de esa persona.
—Pero todo el mundo tiene un motivo distinto para creerlo —señaló Gol.
—Sí. Cosas que vuelan por el aire sin razón aparente. Marcas de quemaduras extrañas. Figuras misteriosas a las que resulta imposible herir. Luces que se encienden y se apagan. Muros invisibles. ¿Tú qué opinas, Gol?
—Que siempre es mejor pasarse de prudente que estar muerto.
Estas palabras hicieron gracia a Cery, que detuvo sus pasos y se volvió hacia su guardaespaldas.
—Y por eso nos comportamos como si el Cazaladrones existiera de verdad, usara la magia y ya hubiera intentado acabar conmigo.
Gol frunció el ceño y miró alrededor para cerciorarse de que nadie hubiera oído a Cery.
—¿Has escuchado lo que he dicho sobre pasarse de prudente? —preguntó, con un deje de irritación.
—Sí —suspiró Cery—, pero ¿qué más da si alguien nos oye? Si mi enemigo es un mago, estoy perdido.
La arruga entre las cejas del hombretón se hizo más profunda.
—¿Qué hay del Gremio? Les convendría saber si… estar enterados de esto. Podrías contárselo a… tu vieja amiga.
—Podría, pero a menos que tenga algo consistente que contarle, no podrá hacer nada. Tenemos que estar seguros.
—Entonces habrá que tender una trampa.
Cery contempló a Gol, sorprendido, y sacudió la cabeza.
—¿Y cómo crees que conseguiremos evitar que una presa con poderes de esa clase se escape?
—No propongo que lo capturemos —Gol se encogió de hombros—, sino solo que confirmemos lo que es. Podríamos empujarlo de alguna manera a utilizar lo que sabe utilizar, delante de nosotros. Y lo mejor sería hacerlo sin que se diera cuenta de que es una trampa.
Cery reanudó la marcha mientras reflexionaba sobre la idea. No estaba nada mal.
—Sí. No querríamos que se enfadara…, y si no se da cuenta de que ha caído en una trampa, podríamos tendérsela de nuevo, con mi amiga como testigo.
—Veo que por fin empiezas a entenderlo —dijo Gol exhalando un suspiro exagerado—. A veces eres tan lento…
—Naturalmente, yo tendría que hacer de cebo —añadió Cery.
El tono bromista de Gol se esfumó de su voz.
—No, de eso nada. Es decir, sí, pero en realidad no hará falta que estés presente. El cebo será el rumor de que estarás allí.
—Tendrá que ser un rumor bastante convincente —observó Cery.
—Ya se nos ocurrirá algo.
Se quedaron callados mientras caminaban. Cery no pudo evitar ponerse a pensar en los detalles. «Entonces, ¿hacia dónde podemos atraer al Cazaladrones? Tiene que ser algún sitio en el que todo el mundo esperaría encontrarme. Terrina dice que él asaltó la guarida porque lo más astuto era matarme en el lugar en que me sintiera más seguro. Así que necesito instalarme en una guarida nueva y encargarme de que algunas personas hablen sobre ello y sobre lo segura que es incluso en comparación con mi guarida anterior. Deberá tener varias mirillas bien disimuladas, y dos o tres vías de escape. Y tendrá que obligar al Cazaladrones a usar sus poderes de un modo que salte a la vista».
Por primera vez en semanas, Cery sintió un cosquilleo de entusiasmo y expectación por encima del desánimo y el dolor asfixiante que se habían adueñado de él. Aunque la trampa no culminara en la venganza por el asesinato de su familia, planearla y organizarla lo mantendría demasiado ocupado para pensar en ellos. Necesitaba actuar, no quedarse tumbado compadeciéndose de sí mismo, frustrado por la falta de pruebas sobre su asesino.
El serpenteante y abrupto camino de montaña que conducía al Paso recordaba a Dannyl los senderos que había recorrido con Tayend hasta la ciudad de Armje, muchos años atrás. No era de extrañar, pues los picos pertenecían a la misma cordillera que separaba Sachaka de las Tierras Aliadas. Allí también, el bosque que bordeaba las montañas se hacía menos espeso y daba paso a plantas raquíticas y pendientes rocosas.
El carruaje avanzaba despacio pero a un ritmo constante, tirado cuesta arriba por los caballos. Lorkin tenía una mirada de aburrimiento a la que Dannyl ya se había acostumbrado, y contemplaba la ventanilla con expresión sombría y resignada. Ya habían agotado los temas de conversación, pese a que aún no era mediodía, y el silencio solo hacía más insoportable aquella lentitud.
De pronto, sin previo aviso, el carruaje giró bruscamente y aceleró sobre un camino llano. Empezaron a avanzar entre dos paredes lisas de roca. Lorkin enderezó la espalda, descorrió el pestillo de la ventanilla que tenía al lado y se asomó al exterior.
—Hemos llegado —dijo.
Dannyl notó que se le erizaba la piel de emoción. Sonrió aliviado, y Lorkin le devolvió la sonrisa. Permanecieron sentados, en una espera tensa, totalmente concentrados en el movimiento del carruaje, los muros junto a los que pasaban y los sonidos de los cascos, hasta que el cochero gritó y el vehículo redujo la velocidad hasta detenerse.
Un rostro apareció al otro lado de la ventanilla, junto a Lorkin. El hombre, vestido con una túnica roja, pasó la vista de Lorkin a Dannyl e inclinó la cabeza educadamente.
—Bienvenidos al Fuerte, embajador Dannyl y lord Lorkin. Soy el vigía Orton. ¿Pasarán la noche aquí, o continuarán su camino por Sachaka?
—Lamentablemente no podemos entretenernos, pues el administrador Osen está ansioso por que nos instalemos en Sachaka lo antes posible —dijo Dannyl.
El hombre le dedicó una sonrisa de comprensión.
—Entonces les invito a que estiren las piernas y echen un vistazo por aquí mientras cambiamos sus caballos por unos frescos.
—Aceptamos de buen grado.
Lorkin abrió la portezuela y siguió el ejemplo de Dannyl, que se había apeado del carruaje. En cuanto el joven apoyó el pie en el suelo, alzó la vista y soltó un pequeño grito ahogado.
—Ah, sí. Es una estructura impresionante —comentó Orton, siguiendo la dirección de la mirada de Lorkin.
Dannyl miró hacia arriba, y un escalofrío le recorrió la espalda. La fachada del Fuerte se alzaba imponente ante él, a lo ancho del angosto desfiladero. Era una superficie regular e impecable, salvo por la sombra de unas grietas enormes rellenadas con más piedras que revelaban las zonas restauradas.
—¿Son rastros de los daños ocasionados durante la Invasión ichani? —preguntó Lorkin.
—Sí, aunque fueron peores por dentro —respondió Orton.
Miró al frente y los guió hasta una abertura grande y oscura como la boca de una caverna. Los ojos de Dannyl tardaron un momento en acostumbrarse, y entonces vislumbró las paredes de un túnel que discurría ante ellos, iluminadas por lámparas. Unas ligeras variaciones de color evidenciaban las partes reparadas con piedra nueva. Había algunas brechas con una altura de varios pisos.
—¿Se reconstruyeron las fortificaciones originales? —inquirió Dannyl.
—Algunas. —Orton se encogió de hombros—. En su mayor parte no eran más que simples barreras, diseñadas para retrasar al atacante y agotar sus fuerzas. Hemos instalado sistemas más complejos de defensa en su lugar; trampas en las que podría caer un invasor si bajara la guardia, ilusiones que lo lleven a malgastar su energía. Pero nada de eso serviría para rechazar el ataque de un grupo de magos negros sachakanos poderosos indefinidamente, y por eso hemos invertido mucho tiempo y fuerzas en crear también vías para escapar del Fuerte. Durante la invasión murieron muchas personas innecesariamente, por la falta de rutas de huida. Ah, aquí tenemos un monumento dedicado a quienes sacrificaron su vida defendiendo el Paso con valentía.
Entre dos lámparas, había una lista de nombres grabada en la pared. A Dannyl le resultó inquietante y a la vez divertido reparar en un nombre que conocía. «Por lo que recuerdo, los sachakanos sacaron a Fergun a rastras de algún escondite. No es precisamente lo que yo llamaría defender el Paso con valentía. Pero los demás… murieron sin saber a qué se enfrentaban, porque el Gremio no había creído la advertencia de Akkarin. No eran capaces de comprender la amenaza que él describía, pues habían olvidado aquello de lo que era capaz un mago con conocimientos de magia negra».
Permanecieron callados durante un rato, hasta que el golpeteo de unos cascos y el chirrido de ruedas y muelles resonó dentro del túnel. Al volverse, Dannyl vio que el cochero conducía hacia ellos a un tiro nuevo de caballos que tiraban del carruaje.
—Tienen que ver el Fuerte por el lado sachakano —les dijo Orton, avanzando por el túnel.
Dannyl y Lorkin lo siguieron. El sonido del carruaje retumbaba en aquel espacio reducido, por lo que ninguno de ellos habló hasta que salieron del túnel. De nuevo, las altas paredes del desfiladero se elevaban a ambos lados. Se curvaban hacia un lado conforme se alejaban del Fuerte, por lo que no se alcanzaba a divisar el paisaje de Sachaka. Cuando Orton dio media vuelta y miró hacia arriba, Lorkin y Dannyl lo imitaron. Otro muro liso se extendía entre las paredes del desfiladero, interrumpido por numerosos ventanucos. Dos losas descomunales que claramente habían formado parte de un cuadrado estaban apoyadas contra la pared del barranco, a un lado.
—Eso era una especie de puerta en otra época —les explicó Orton—. La derribaron para obstruir el túnel. —Se encogió de hombros—. Me pregunto por qué los magos que construyeron el Fuerte, siendo ellos mismos magos negros, creyeron que ese tipo de cosas frenaría el avance de los invasores.
—Cada pizca de energía gastada por el enemigo puede salvar una vida —dijo Lorkin.
Orton miró al joven y asintió.
—Tal vez. —El carruaje emergió del túnel y el cochero tiró de las riendas hasta que los caballos se detuvieron junto a ellos. Orton se volvió hacia Dannyl—. Caballos frescos, y, en el carruaje, alimentos y agua para tres días. Esto les permitirá cruzar el páramo. En el interior hay provisiones para ustedes, y he pedido al cocinero que les prepare un surtido apetitoso para su próxima comida. No es nada espectacular, pero serán los últimos alimentos kyralianos que probarán durante un tiempo.
—Gracias, vigía Orton.
El hombre sonrió.
—Es un placer, embajador Dannyl. —Posó los ojos en Lorkin—. Espero que lord Lorkin y usted lleguen a su destino sin contratiempos y que se alojen aquí en su viaje de regreso a Kyralia.
Dannyl asintió.
—Haremos cuanto esté en nuestra mano para evitar que algún invasor ponga a prueba las nuevas defensas.
Con una risita, Orton se volvió hacia el carruaje.
—Sé que lo harán.
La portezuela se abrió, sin duda movida por la magia de Orton. Dannyl subió, se sentó y se agarró con fuerza, pues Lorkin provocó un balanceo en el vehículo al seguirlo con entusiasmo. Se despidieron agitando la mano y dando voces de agradecimiento mientras el coche se alejaba, hasta que perdieron de vista a Orton.
Dannyl miró a Lorkin, que desplegó una sonrisa.
—Me da la impresión de que el vigía Orton no recibe muchas visitas —murmuró Lorkin.
—No. Se te ve mucho más alegre que esta mañana —observó Dannyl.
La sonrisa de Lorkin se hizo más amplia.
—Ahora estamos en Sachaka.
Un escalofrío bajó por la espalda de Dannyl. «Es cierto. Desde el momento en que hemos salido del túnel, ya no estábamos en nuestro país. Nos encontramos en la exótica Sachaka, corazón del antiguo imperio que en otro tiempo abarcó Kyralia y Elyne. El país de los magos negros, todos ellos mucho más poderosos que yo…».
Así debía de sentirse un mercader o diplomático que trataba con magos en las Tierras Aliadas, siempre consciente de lo indefenso que estaba ante la magia, pero confiando en que la diplomacia y la amenaza de represalias por parte de su país lo protegiera del peligro. Dannyl pensó en el anillo de sangre que le había dado el administrador Osen, elaborado por el Mago Negro Kallen a partir de la sangre de Osen a fin de que Dannyl pudiera ponerse en contacto con él. «Debo usarlo para presentarle informes mensuales, y aparte de eso, solo para urgencias. Como si él pudiera evitar desde tan lejos que un mago negro me mate…».
De pronto, la pared de roca que tenía al lado quedó atrás y dio paso a una llanura extensa y pálida. Lorkin soltó una exclamación inarticulada, se pasó al asiento situado frente a Dannyl y se acercó a la ventanilla para mirar al exterior.
—Así que eso es el páramo —jadeó.
Una pendiente pronunciada y sin árboles descendía desde el borde del camino hasta unas colinas rocosas y erosionadas. Al pie de estas se extendía, como un mar helado, un desierto de superficie ondulada por las dunas. Dannyl advirtió de repente que el aire estaba seco y sabía a polvo.
—Supongo que sí —respondió.
—Es… más grande de lo que imaginaba —dijo Lorkin.
—Se nos enseña que fue creado como barrera —explicó Dannyl—, pero los documentos más antiguos solo mencionan que podría cumplir esa función, lo que parece indicar que el origen del páramo no fue del todo deliberado. O al menos, que no fue fruto de los planes del Gremio.
—¿O sea que nadie sabe con certeza para qué se creó, y menos aún cómo?
—Algunos documentos sostienen que los responsables pretendían debilitar Sachaka arruinando sus tierras más productivas. He encontrado cartas de magos que aplaudían la idea, y de otros a quienes les horrorizaba. Pero, por su tono, esta correspondencia parece ser una reacción a ciertos rumores y cotilleos, no a una decisión oficial.
Lorkin hizo una mueca.
—No sería la primera vez en la historia que alguien actuara al margen del Gremio.
—No. —Dannyl se preguntó si Lorkin se refería a sus padres. Había percibido un deje irónico en su voz.
Permanecieron sentados durante varios minutos, contemplando el páramo sin hablar. Entonces Lorkin sacudió la cabeza y suspiró.
—Las tierras no se han recuperado aún, pese a que han transcurrido setecientos años. ¿Alguien ha intentado volverlas fértiles de nuevo?
Dannyl se encogió de hombros.
—No lo sé.
—Tal vez sea una suerte que nadie sepa cómo se originó el páramo. Si algún día nos viéramos envueltos en una guerra de verdad, y no en un simple conflicto con un puñado de desterrados, tendríamos problemas serios.
Al pasear la vista por aquel paisaje yermo, Dannyl no pudo por menos de estar de acuerdo.
—Según todos los testimonios, la devastación puso furiosos a los sachakanos. Si hubieran sabido cómo devolver el golpe, lo habrían hecho. No creo que sepan más al respecto que nosotros.
Lorkin asintió.
—Seguramente es mejor así. —Se volvió hacia Dannyl con el ceño fruncido—. Pero si, a pesar de todo, descubrimos algo…
—Tendremos que guardarlo en secreto, al menos hasta que podamos transmitir la información al Gran Lord Balkan. Sería incluso más peligrosa que los conocimientos de magia negra.