Capitulo 5

Cery extendió el brazo para tocar la muralla, entre nostálgico y divertido. En otro tiempo, las defensas exteriores de la ciudad habían sido un símbolo de la división entre ricos y pobres, una barrera que, después de que la Purga de cada invierno expulsara hacia las barriadas a los vagabundos y a quienes vivían hacinados en los refugios de la ciudad, solo los ladrones y sus amigos podían franquear.

Ahora no eran para los imardianos más que un vestigio del pasado. Formaban parte de la estructura de una de las propiedades de Cery, un almacén extenso en que los importadores guardaban su mercancía, tanto legal como de contrabando. Todavía existían algunas entradas a la red de pasadizos subterráneos conocida como el Camino de los Ladrones, pero se usaban muy poco. Él las había mantenido solo por si necesitaba una vía de escape, pero en la actualidad un ladrón que utilizara el camino tenía tantas probabilidades de meterse en líos como de huir de ellos.

Cery se apartó de la muralla y se sentó. Había decidido que la habitación bien equipada que tenía en la planta superior del almacén era un sitio tan bueno para instalarse como cualquier otro. Regresar a su vieja guarida era impensable. Aunque no le hubiera traído recuerdos dolorosos, no era lo bastante segura. Ninguna otra de sus madrigueras estaba mejor protegida, pero al menos cabía la posibilidad de que el asesino de su familia desconociera su ubicación.

Sin embargo, no tenía la menor intención de permanecer escondido. Como siempre, cada vez que se internara en la ciudad, ya fuera en su propio barrio o en alguna otra zona, alguien podía atacarlo, lo que lo llevaba a preguntarse si se equivocaba al dar por sentado que él había sido el auténtico objetivo del asesino.

«No. Aunque hayan esperado a que me marchara para matar a mi familia, yo era el auténtico objetivo. Ni Selia ni los chicos tenían enemigos».

Notó una opresión en el pecho al pensar en ellos, y por un momento sintió que se ahogaba. De algún modo consiguió canalizar aquella aflicción asfixiante y transformarla en una furia profunda y creciente. Si el asesino, los asesinos o quien los había contratado pretendían hacer daño a Cery, lo habían logrado. Y pagarían por ello. Esto significaba que era más importante para Cery averiguar quién había matado a su familia y por qué que saber cómo habían conseguido descubrir su guarida y penetrar en ella.

Inspiró profunda y largamente varias veces. Gol había dicho que quizá el Cazaladrones los había asesinado, pero Cery había descartado esta posibilidad. El legendario justiciero no atacaba ni mataba a las familias de los ladrones para castigarlos. Solo mataba a ladrones.

Un tintineo leve llegó hasta sus oídos, y al identificar el ritmo se puso de pie, se acercó a un tubo que sobresalía de la pared y aplicó la oreja a él. La voz que resonaba en su interior, aunque distorsionada, resultaba reconocible. Cery comenzó a moverse de un lado a otro de la habitación tirando de palancas y haciendo girar pomos hasta que una parte de la pared se abrió como una puerta. Gol pasó al otro lado.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó Cery, acomodándose en su silla. Gol ocupó el asiento situado enfrente y se frotó las manos.

—Ya empiezan a circular rumores. No sé si uno de los nuestros se ha ido de la lengua o si el cuchillo ha estado fanfarroneando. —Cery asintió. A algunos asesinos les gustaba presumir de sus víctimas cuando eran personas destacadas, como si esto demostrara lo astutos que eran—. Dudo que Anyi haya dicho nada —añadió Gol.

—Tal vez lo haya hecho, si no le quedaba otro remedio. ¿Has realizado la ronda de visitas de siempre? —Gol movió la cabeza afirmativamente—. ¿Y cómo van los negocios?

Cery se echó hacia atrás en su silla y escuchó mientras su guardaespaldas y amigo le refería dónde había estado y con quién había hablado desde que había salido aquella mañana. Le costaba prestar atención a las palabras de Gol, pero hizo un esfuerzo por concentrarse. Para su alivio, los negocios en su barrio parecían marchar como de costumbre. Gol aún no había descubierto indicios de que alguien estuviera aprovechándose del desconsuelo de Cery.

—En fin —dijo Gol—. Y ahora, ¿qué vas a hacer?

Cery se encogió de hombros.

—Nada. Es evidente que alguien espera que yo reaccione de alguna manera. No voy a darle esa satisfacción. Continuaré ocupándome de mis asuntos como siempre.

Gol frunció el ceño, abrió la boca y la cerró sin decir nada. Cery esbozó una sonrisa forzada.

—Oh, no creas que no estoy alterado por el asesinato de mi familia, Gol. Ya me vengaré. Pero el que allanó la guarida, sea quien sea, es un tipo inteligente y cuidadoso. Averiguar de quién se trata y por qué lo hizo me llevará un tiempo.

—En cuanto le echemos el guante al cuchillo, sabremos quién le pagó —le aseguró Gol.

—Ya veremos. Tengo el presentimiento de que hará falta algo más que eso.

Gol asintió y arrugó el entrecejo.

—¿Algo más? —preguntó Cery.

El hombretón se mordió el labio y suspiró.

—Bueno… ¿Te acuerdas de que Neg opinaba que utilizaron la magia para entrar en tu guarida?

—Sí —respondió Cery con expresión ceñuda.

—Dern está de acuerdo con él. Dice que no hay señales de que forzaran las cerraduras, pues al fabricarlas metió un poco de masilla en ellas y está intacta.

Dern era el cerrajero que había diseñado e instalado el sistema de cerraduras en la guarida de Cery.

—¿No cabe la posibilidad de que el intruso fuera muy hábil para forzar cerraduras, o incluso de que lo hiciera el propio Dern?

Gol negó con la cabeza.

—Me ha enseñado una palanca que solo habría girado si la cerradura hubiera sido abierta desde dentro, es decir, desde dentro de la cerradura, lo que solo podía hacerse por medio de la magia. Le he preguntado por qué se molestó en colocar esa pieza, y me ha dicho que para curarse en salud. Nunca garantiza que sus cerraduras sean a prueba de magia, así que, si alguna vez las fuerzan, necesita demostrar que esta ha sido la causa. No sé… Me parece que esto es ir un poco demasiado lejos. Tal vez se lo esté inventando todo para cubrirse las espaldas.

«O tal vez no». Cery sintió un cosquilleo en la piel. Quizá había estado equivocado. Quizá sí que era importante averiguar cómo los asesinos habían conseguido llegar hasta su familia.

Interrogaría a Dern él mismo y examinaría la cerradura para cerciorarse. Pero si resultaba ser cierto, tendría una pista sobre la identidad del asesino de su familia. Una pista que, aunque inquietante, sería al menos un punto de partida.

—Necesito charlar con nuestro cerrajero.

Gol asintió.

—Me encargaré de ello ahora mismo.

Perler sonrió y saludó con un movimiento de la cabeza a Lorkin cuando este entró en la habitación. Lord Maron, en cambio, puso mala cara.

—Gracias por recibirnos pese a haberle avisado con tan poca antelación —dijo lord Dannyl. Señaló con un gesto las escasas mesas y sillas que constituían el mobiliario de la pequeña sala de la universidad que Osen había habilitado para la reunión, y todos se sentaron.

La atención de Maron pasó de Lorkin a Dannyl, y el hombre sonrió.

—Debe de estar muy seguro de que los magos superiores aceptarán la petición de Lorkin de acompañarle a Sachaka —dijo—, y de que desoirán las protestas de la Maga Negra Sonea.

Dannyl se rió entre dientes.

—No estoy del todo seguro. Nunca subestimo la influencia de su madre, y es posible que existan factores desconocidos para nosotros que pueden influir en los otros magos superiores. Pero si esperamos a que tomen la decisión antes de instruir a Lorkin, tal vez no esté lo bastante bien informado cuando llegue el momento de partir, y eso sería un error.

—Lo mismo ocurriría con el sustituto de Lorkin, si deciden no dejar que él viaje a Sachaka.

Dannyl movió la cabeza en señal de conformidad.

—Yo habría traído a un posible sustituto, pero nadie más se ha ofrecido voluntario.

—Bueno, si eso sucede, yo encontraré a otro ayudante, lo instruiré y se lo enviaré cuando esté listo —se ofreció Maron.

—Eso sería estupendo —dijo Dannyl, asintiendo con gratitud.

Lorkin mantenía una expresión neutra. Le irritaba un poco que hablaran de él como si no estuviera presente. Por otro lado, habrían podido excluirlo de la reunión, por lo que le estaba agradecido a Dannyl por invitarlo a asistir.

—Bien, ¿por dónde empezar? —dijo Maron, abriendo una cartera y extrayendo varios papeles—. Estas son las notas que recopilé anoche, para incorporarlas a las de mis predecesores. ¿Tiene todos los informes de los embajadores del Gremio anteriores?

—Sí, y los he leído en su totalidad. Me han parecido fascinantes.

Maron rió por lo bajo, con sarcasmo.

—Sachaka es muy distinta de Kyralia y del resto de las Tierras Aliadas. Las diferencias más obvias derivan de la práctica habitual de la magia negra y de la esclavitud, pero hay otras más sutiles. El concepto que tienen de sus mujeres, por ejemplo. Aunque los hombres se muestran muy protectores con las mujeres de su familia, sienten desconfianza y miedo hacia las demás. Tienen la extraña creencia de que, cuando no están con hombres, se reúnen para tramar toda clase de maldades. Algunos incluso piensan que existe una organización o secta secreta que rapta a las mujeres y les altera la mente con magia para imbuirlas de sus ideas.

—¿Da usted crédito a esas historias? —preguntó Lorkin.

Maron se encogió de hombros.

—Lo más probable es que sea una exageración, un cuento de miedo para evitar que las mujeres se junten a cotillear o intercambiar ideas sobre cómo manipular a sus esposos. —Soltó una risita, y acto seguido suspiró y adoptó un aire triste—. Las pocas que llegué a conocer eran sumisas y solitarias. Acabé por echar de menos la compañía de mujeres cultas y seguras de sí mismas, aunque me temo que lo superaré en cuanto pase un tiempo con mi hermana. —Agitó la mano—. Me estoy yendo por las ramas. Lo importante es saber que no debe dirigir la palabra a una mujer a menos que le inviten a hablar con ella.

El ex embajador continuó con su explicación, y Lorkin empezó a tomar apuntes en una libreta encuadernada en piel que conservaba de su época de aprendiz. Maron pasó del tema de las mujeres al del matrimonio, la vida familiar y la herencia, después al de las alianzas complejas y los conflictos entre los principales linajes sachakanos, y finalmente al del protocolo que había que seguir ante el rey.

—Antes Sachaka estaba gobernada por un emperador —señaló Dannyl—. Ahora tienen un rey. Solo he conseguido determinar que el cambio se produjo durante los primeros siglos posteriores a la guerra Sachakana. ¿Sabe usted cuándo tuvo lugar exactamente, y por qué los sachakanos no volvieron a llamar «emperador» a su gobernante cuando recuperaron su soberanía?

—Me temo que no se me ocurrió preguntárselo a nadie —reconoció Maron—. Me pareció más prudente no aludir demasiado abiertamente a la época en que el Gremio dominaba Sachaka. Todavía hay mucho resentimiento por ello, aunque… —Hizo una pausa y arrugó el entrecejo—. Me imagino que esto se debe más al páramo que a los cambios que el Gremio introdujo, o intentó introducir sin éxito, en su sociedad.

—¿Saben cómo se originó el páramo? —inquirió Dannyl.

Maron sacudió la cabeza.

—Si lo saben, nunca me lo mencionaron. Tendrá que plantearles estas preguntas usted mismo. Pero tenga cuidado al elegir la manera y el momento. Por lo que he visto, sus rencores duran mucho tiempo.

Dannyl echó una mirada fugaz a Lorkin.

—¿Cree que será peligroso para Lorkin entrar en Sachaka?

Lorkin dejó de tomar notas por un momento y alzó la vista hacia el ex embajador. El corazón empezó a latirle un poco más deprisa. Notó un picor en la piel.

Maron contempló a Lorkin, meditabundo.

—Lógicamente, no más que para cualquier otro mago joven. No obstante, yo no mencionaría mucho el nombre de tu padre —le aconsejó a Lorkin—. Lo respetarían como defensor de Kyralia, pero no por lo que ocurrió antes. Por otro lado, reconocen que Dakova, el ichani a quien Akkarin mató, era un desterrado y un insensato por haber esclavizado a un mago extranjero, por lo que merecía morir. Creo que el único que podría sentirse obligado a vengar la muerte de Dakova sería su hermano, que pereció durante la invasión.

Lorkin asintió, sintiendo que el alivio disminuía la tensión de su cuerpo.

—Aun así —dijo Dannyl—, ¿debe contar Lorkin con que los sachakanos o sus esclavos se mostrarán poco dispuestos a colaborar con él?

—Desde luego. —Maron sonrió y miró a Perler, que hizo una mueca—. A veces se mostrarán poco dispuestos a colaborar contigo, seas quien seas. Al margen de los problemas relacionados con la posición y la jerarquía social, cuesta acostumbrarse a los esclavos. En ocasiones es posible que no puedan hacer lo que ustedes les pidan, pero no se lo dirán porque eso significaría desobedecer una orden. Tienen que aprender a interpretar sus palabras y sus actos; hay señales y gestos con los que acabarán familiarizándose. Ahora les explicaré cuál es la mejor manera de formular una orden.

A continuación comenzó a detallarles un código de conducta complicado pero sorprendentemente lógico para tratar con esclavos, y a Lorkin le molestó oír poco después unos golpes en la puerta. Dannyl hizo un ademán, y esta se abrió de golpe. A Lorkin se le encogió ligeramente el corazón al reconocer al mago que se encontraba al otro lado.

«Oh, no. ¿Qué habrá hecho ahora mi madre?»

—Lamento interrumpirles —dijo lord Rothen, contrayendo su rostro arrugado en una sonrisa—. ¿Puedo hablar un momento con lord Lorkin?

—Por supuesto, lord Rothen —dijo Dannyl con una amplia sonrisa. Fijó la vista en Lorkin y movió la cabeza en dirección al mago anciano—. Anda.

Lorkin se levantó, conteniendo un suspiro.

—Volveré lo antes posible —les aseguró a los demás, se acercó a la puerta y pasó junto a Rothen para salir al pasillo. Cuando la puerta se cerró, Lorkin cruzó los brazos, preparándose para el sermón inminente.

Rothen, como de costumbre, parecía serio y divertido a la vez.

—¿Estás seguro de que quieres ir a Sachaka, Lorkin? —preguntó en voz baja—. ¿No lo haces solo para fastidiar a tu madre?

—Sí —respondió Lorkin—. Y no. Quiero ir, y no intento fastidiar a mi madre.

El viejo mago asintió, pensativo.

—¿Eres consciente de los riesgos?

—Claro.

—Así que reconoces que hay riesgos.

«Ja. ¡Me ha pillado!» Lorkin tuvo que reprimir una sonrisa mientras lo invadía una oleada de afecto hacia el anciano. Durante toda su vida, Rothen había estado allí, cuidando de él cuando las obligaciones de su madre la apartaban de su lado, ayudándolo cuando necesitaba defensa o apoyo, sermoneándolo y de vez en cuando castigándolo cuando hacía alguna tontería o infringía las normas del Gremio.

Este caso era distinto, y debía dejárselo claro a Rothen. Lorkin no estaba infringiendo norma alguna. Solo tenía que convencer a su viejo amigo y protector de que no pretendía hacer una tontería.

—Claro que hay riesgos; todo lo que hace un mago entraña riesgos —replicó Lorkin, repitiendo una frase que Rothen solía decir a los aprendices.

El mago anciano entornó los párpados.

—Pero ¿son demasiado grandes?

—Eso tendrán que decidirlo los magos superiores —respondió Lorkin.

—¿Y tú aceptarás su decisión, sea cual sea?

—Por supuesto.

Rothen bajó la vista y, cuando sus ojos se posaron de nuevo en los de Lorkin, destilaban comprensión.

—Entiendo que quieras hacer algo con tu vida. No cabe duda de que hay muchas expectativas puestas en ti. Sabes que Sonea y yo siempre hemos querido que vivas a salvo y feliz, ¿verdad?

Lorkin asintió.

—Ya se te presentarán otras oportunidades de dejar huella en el mundo —le dijo Rothen—, de maneras satisfactorias y mucho menos peligrosas. Solo necesitas tener paciencia y estar listo para aprovechar esas oportunidades cuando surjan.

—Y así lo haré. Tengo toda la intención de salir vivo de Sachaka y regresar para desempeñar el papel que el destino me depare —aseveró Lorkin—, pero ahora mismo lo que quiero hacer es esto.

Rothen miró fijamente a Lorkin en silencio, antes de encogerse de hombros y retroceder un paso.

—Si estás seguro y has reflexionado sobre todas las consecuencias… Ah, antes de que se me olvide: tu madre me ha pedido que te diga que quiere que cenes con ella esta noche.

Lorkin ahogó un gruñido.

—Gracias. Allí estaré.

«Como si pudiera negarme», pensó. La experiencia le había enseñado que rechazar una invitación a cenar era algo que su madre no perdonaba con facilidad. Hacía cinco años había faltado a una cena —no totalmente por culpa suya—, y ella aún se las ingeniaba para hacerlo sentir culpable por ello.

Rothen dio media vuelta para marcharse. Lorkin se volvió hacia la puerta, se detuvo y dirigió la mirada hacia atrás.

—¿Cenarás con nosotros, Rothen?

El anciano se paró para volver la vista atrás y sonrió.

—Oh, no. Ella quiere tenerte solo para ella esta noche.

Esta vez Lorkin no logró contener un gruñido. Mientras enviaba magia hacia el pomo de la puerta para abrirla, oyó que Rothen reía entre dientes al alejarse.

Sonea observó al hombre que estaba sentado frente a ella, al otro lado de la mesa, y se preguntó, no por primera vez aquella tarde, por qué se había tomado la molestia de ir a verla. Intentar influir en el voto de los magos superiores respecto a la petición era algo normal y previsible tanto entre los peticionarios como entre quienes se oponían. Pero sin duda el sentido de su voto era evidente, habida cuenta de que sus orígenes y sus simpatías estaban con las clases bajas. ¿Por qué perdía aquel hombre el tiempo, cuando le habría resultado más provechoso persuadir a otros magos superiores para que se pusieran de su parte?

—La norma se ha aplicado de forma claramente injusta, sobre todo en el caso de algunos aprendices de clase baja —concedió Regin—, pero el hecho es que algunos proceden realmente de familias implicadas en actividades delictivas.

—Yo sano con frecuencia a personas implicadas en actividades delictivas —alegó ella—. Y conozco a personas de la ciudad que se ganan la vida por medios no precisamente legales. Eso no me convierte en delincuente. Un mago tampoco se convierte en delincuente solo porque dé la casualidad de que un pariente suyo lo sea. Creo que solo cabe exigir a un mago o aprendiz que se comporte como nosotros queremos.

—Ojalá pudiéramos contar con ello —repuso Regin—, pero lo cierto respecto a todos los aprendices o magos, independientemente de su origen o fortuna, es que aquellos que entran en contacto, a través de amigos o familiares, con personas y actividades deshonestas tienen más posibilidades de caer en la tentación de delinquir que los demás. —Torció el gesto—. Creo que esta norma los ayuda, sobre todo cuando son incapaces de ayudarse a sí mismos. Puede servirles de excusa para zafarse de una situación en que otros los están presionando.

—O puede impulsarlos a rebelarse, si consideran que la norma se mantiene injustamente. O, si la infringen sin querer, pueden llegar a la conclusión de que, ya que han quebrantado una, no importará mucho si quebrantan otra. También están los que consideran que lo más emocionante es lo que está prohibido.

—Por eso mismo necesitamos el efecto disuasorio de la norma.

—¿Disuasorio o, contra lo que podría parecer, estimulante? —Suspiró—. El punto débil de esta norma es que se aplica de manera desigual, y dudo que eso tenga solución.

—Estoy de acuerdo en que este es el punto débil, pero no creo que no tenga solución. —Regin se reclinó en su silla y cerró los ojos—. El problema es que las cosas han cambiado. La delincuencia se ha filtrado en las clases altas como la humedad por las paredes. Necesitamos la norma para controlarlos a ellos, no a las clases bajas.

Sonea arqueó las cejas.

—No creerá que las personas de clase alta no jugaban ni iban con prostitutas antes, ¿verdad? Podría contarle algunas historias…

—No. —Regin abrió los ojos y la miró—. No estoy hablando del libertinaje habitual. Se trata de algo más grave. Más desagradable. Y mucho más organizado.

Sonea abrió la boca para pedirle que le aclarara a qué se refería, pero unos golpes en la puerta la interrumpieron. Se volvió y envió un poco de magia para descorrer el pestillo. Cuando la puerta se abrió hacia dentro, ella se animó al ver a Jonna entrar en la habitación con una gran fuente repleta de comida.

La tía y criada de Sonea pasó la vista de ella a Regin y le dedicó una reverencia cortés.

—Lord Regin. —Depositó la fuente en la mesa y, tras mirar fugazmente a Sonea, retrocedió un paso.

—No se vaya por mí. —Regin se puso de pie y se volvió hacia Sonea—. Ya regresaré en otro momento. —Inclinó la cabeza—. Gracias por escucharme con atención, Maga Negra Sonea.

—Buenas noches, lord Regin —respondió ella.

Jonna se hizo a un lado para dejarlo pasar. Cuando la puerta se cerró tras él, la mujer enarcó una ceja.

—¿Os he interrumpido? —preguntó.

—Sí, pero no importa.

Mientras su tía colocaba los platos y cubiertos sobre la mesa, Sonea suspiró y paseó la mirada por la estancia.

La primera vez que había estado en las habitaciones del alojamiento de los magos, la había impresionado su suntuosidad, pero no había notado nada raro en su tamaño. En aquel entonces no sabía que eran pequeñas en comparación con las de las casas en que vivía la mayoría de los hombres y mujeres de clase alta. Cada aposento constaba de entre dos y cuatro habitaciones, según lo numerosa que fuera la familia del mago, y las habitaciones eran de dimensiones modestas.

Aunque algunos se quejaban de vez en cuando, casi todos los magos estaban dispuestos a vivir en alojamientos tan reducidos con tal de residir en el Gremio. Se habían adaptado a las restricciones. En vez de en un comedor, las comidas se servían en una mesa baja situada frente a las sillas de la sala de invitados. Las únicas excepciones eran las comidas formales del Gremio, que se servían en una larga mesa en el Salón de Banquetes, en un edificio construido a tal efecto.

Pero había otra excepción: el pequeño comedor en la residencia del Gran Lord.

A Sonea le vino a la memoria un recuerdo de aquella habitación, junto con sabores que hacía años que no probaba. Se preguntó, y no por primera vez, qué había sido de Takan, el criado de Akkarin, un ex esclavo que cocinaba de maravilla. No lo había visto ni había tenido noticias suyas desde la invasión. Siempre había albergado la esperanza de que hubiera sobrevivido.

Jonna se sentó con un profundo suspiro de alivio. Sonea bajó la vista a la comida que empezaba a enfriarse sobre la mesa. No se trataba de platos exóticos, sino de guisos que solían prepararse en las cocinas del Gremio. Ella frunció el entrecejo. Tendría que haber sido Lorkin quien interrumpiera a Regin.

—No tardará en llegar —le aseguró Jonna, adivinando el motivo de su preocupación—. No se atrevería a faltar a una cena con su madre.

Sonea soltó un resoplido.

—Parece bastante empeñado en desafiarme y conseguir que lo maten en Sachaka. ¿Por qué iba a preocuparle faltar a una simple cena?

—Porque tendría que darme explicaciones a mí también —contestó Jonna.

Sonea miró a su tía a los ojos y sonrió.

—Vete a descansar. Si no, acabaré mareándote con mis quejas.

—No me mareo con facilidad. Además, si no viene no podemos dejar que toda esta comida se desperdicie.

—Sabes que esperaré hasta que se haya echado a perder, así que no tiene sentido que las dos pasemos hambre mientras esperamos. Vete. A Ranek debe de estar rugiéndole el estómago.

—Esta noche trabajará hasta tarde y cenará en el alojamiento de los sirvientes. —Jonna se levantó y, tras examinar la librería, sacó un trapo de su uniforme y comenzó a pasarlo sobre un estante.

«Es muy tozuda», pensó Sonea. Después de alojarse en el Gremio para ayudarla con el embarazo, el parto y la maternidad, Jonna y Ranek se habían establecido allí y habían encontrado trabajo, Jonna como criada de Sonea, y Ranek con los sastres de túnicas. Sus dos hijos se habían criado allí, habían jugado con Lorkin y al final habían obtenido empleos bien pagados como sirvientes en casas ricas de la ciudad. Jonna estaba muy satisfecha de ello. Era lo máximo a lo que podía aspirar alguien de su clase social. Convertirse en mago era la única manera en que alguien que no perteneciera a las Casas podía pasar a formar parte de las clases altas.

Un golpe en la puerta atrajo su atención. Sonea respiró hondo y proyectó un poco de magia hacia el pestillo de la puerta, que se abrió con un chasquido. Lorkin entró con aspecto contrito. Ella suspiró aliviada.

—Siento llegar tarde —dijo él—. Madre, Jonna. —Saludó a ambas con un gesto de la cabeza—. La reunión se ha alargado hasta hace unos minutos.

—Pues llegas justo a tiempo —afirmó Jonna, acercándose a la puerta—. Si hubieras tardado un poco más, me habría comido tu cena.

—¿Por qué no nos acompañas? —preguntó él con una sonrisa esperanzada.

Ella lo miró largamente.

—¿Para que las dos te riñamos por tu mala cabeza?

Él parpadeó y sonrió, avergonzado.

—Buenas noches, Jonna.

Ella sorbió, divertida, antes de salir discretamente por la puerta y cerrarla tras sí.

Sonea posó los ojos en él. Él le devolvió la mirada por un instante antes de pasearla por la habitación.

—¿Ha cambiado algo aquí? —preguntó.

—No. —Señaló la otra silla—. Siéntate. Come. No tiene sentido dejar que la cena se enfríe aún más.

Él asintió y empezaron a llenarse los platos de comida. Sonea advirtió que Lorkin comía con su buen apetito habitual. ¿O es que tenía prisa por zafarse de la mandona de su madre, para que ella no le recordara cosas que él no quería oír, como los riesgos que implicaba viajar a Sachaka?

Cuando la cena terminó y Lorkin parecía un poco más relajado, ella abordó el tema que sin duda él sabía que era el motivo de la invitación.

—Bien —comenzó—. ¿Por qué Sachaka?

El joven parpadeó y se volvió para mirarla a los ojos.

—Porque… porque es el sitio al que quiero ir.

—Pero ¿por qué quieres ir allí, habiendo tantos otros lugares? Es el más peligroso de todos, sobre todo para ti.

—Lord Maron no opina lo mismo. Tampoco lord Dannyl. Al menos no creen que sea más peligroso para mí que para cualquier otro.

Sonea le escrutó el rostro.

—Eso es porque ellos no creen en nada hasta que ven pruebas de ello. La única manera en que pueden tener pruebas de que es peligroso para ti ir a Sachaka consiste en llevarte allí y que te pase algo malo.

Él entornó los párpados.

—Entonces tú tampoco las tienes.

—Pruebas de ese tipo, no. —Forzó una sonrisa—. No sería precisamente una madre responsable si te llevara a Sachaka para poner a prueba mi creencia de que es peligroso.

—Entonces, ¿cómo sabes que es peligroso?

—Por lo que tu padre me contó. Por lo que los embajadores y mercaderes del Gremio han confirmado posteriormente. Todos coinciden en que los sachakanos están obligados por su código de honor a vengar la muerte de un miembro de su familia, aunque no apreciaran a ese miembro de la familia, o aunque este fuera un desterrado.

—Pero los embajadores del Gremio lo investigaron. Dijeron que los familiares de Kariko y Dakova no querían vengarse. Sus hermanos habían sido un lastre para ellos; se sentían claramente aliviados por su muerte.

—También dijeron que la audaz invasión lanzada por sus hermanos le había granjeado cierta admiración a la familia, pese a que eran desterrados y la invasión fracasó. —Sonea se encogió de hombros—. Es más fácil profesar gratitud y lealtad a alguien cuando está muerto. Debes tener presente que los embajadores solo hablaron con algunos miembros de la familia, no con todos. Si el cabeza de familia expresó un punto de vista, los que no estaban de acuerdo con él sin duda optaron por callar.

—Pero tampoco pueden actuar contra los deseos del cabeza de familia —señaló Lorkin.

—No de forma que quede claro que ellos son los responsables.

Lorkin sacudió la cabeza, lleno de frustración.

—Nadie va a envenenar mi comida ni a cortarme el cuello mientras duermo. Aunque yo no fuera capaz de utilizar la magia para combatir los efectos de lo primero o para protegerme de lo segundo, nadie se atreverá a poner en peligro la paz entre ambos países.

—O tal vez vean en ti la excusa perfecta para romperla. —Sonea se inclinó hacia delante—. Podrían considerar una ofensa que el Gremio envíe allí al hijo de Akkarin. Tu pequeño viaje de placer puede dar al traste con todo aquello por lo que el Gremio ha trabajado desde la invasión.

Él abrió mucho los ojos y luego se puso muy serio.

—No se trata de un viaje de placer. Quiero… quiero ayudar a lord Dannyl. Creo que lo que intenta hacer es… es… podría sernos útil. Si estudiamos el pasado, tal vez descubramos conocimientos nuevos, una magia nueva que nos ayude a defendernos. Quizá ya no tengamos que practicar la magia negra.

Por un momento, Sonea se quedó sin habla. La sorpresa cedió el paso a un sentimiento de culpa.

—No querrás emprender una búsqueda para salvarme o algo por el estilo, ¿verdad? —preguntó, con voz involuntariamente débil.

—¡No! —Negó con la cabeza—. Descubrir un tipo de magia así nos ayudaría a todos. Tal vez incluso a los sachakanos. Si no necesitaran la magia negra, quizá serían menos reacios a acabar con la esclavitud.

Sonea asintió.

—Me da la impresión de que cualquiera podría ir en busca de esta magia nueva. Lord Dannyl ya la está buscando. ¿Por qué tienes que ir tú concretamente?

Lorkin reflexionó por un momento.

—A lord Dannyl solo le interesa rellenar las lagunas de la historia. A mí me interesa más el uso que podemos dar a esa historia, a ese conocimiento, en la actualidad. Y en el futuro.

Ella sintió que un escalofrío bajaba por su espalda. Una búsqueda de conocimientos de magia. Era justo lo que había incitado a Akkarin a explorar el mundo y, más tarde, a adentrarse en Sachaka. Y aquella búsqueda había acabado muy, muy mal.

—La misma sed de conocimiento llevó a tu padre a convertirse en esclavo —dijo—. Y tuvo suerte de que no lo llevara también a la muerte.

Una expresión pensativa cruzó el rostro de Lorkin, que acto seguido irguió la espalda y meneó la cabeza.

—Pero esto es diferente. Yo no voy a internarme en un país hostil sin permiso y sin saber nada sobre él. El Gremio sabe hoy en día mucho más sobre los sachakanos. Los sachakanos saben más sobre nosotros.

—El Gremio solo sabe lo que los sachakanos quieren que sepa. Tengo la sospecha, no, la certeza, de que ocultan muchas cosas a nuestros embajadores. Estos no pueden estar totalmente seguros de que estarás a salvo allí.

Él movió afirmativamente la cabeza.

—No negaré que existen ciertos riesgos. Pero corresponde a los magos superiores determinar si esos riesgos son más grandes para mí que para los demás.

«Tiene dudas —pensó Sonea—. No cierra los ojos a los riesgos a los que se expone».

—Y estoy seguro de que tú les señalarás todas las consecuencias posibles —añadió él. Alzó la vista hacia su madre—. Si te prometo que volveré a casa en el momento en que lord Dannyl o yo concibamos la menor sospecha de peligro, ¿retirarás tu protesta?

Ella esbozó una sonrisa irónica.

—Por supuesto que no. —Vio que Lorkin fruncía el entrecejo—. Soy tu madre —le recordó—. Se supone que debo impedir que te hagas daño.

—Ya no soy un niño. Tengo veinte años.

—Pero sigues siendo mi hijo. —Le sostuvo la mirada, pese a la ira que destilaban sus ojos—. Sé que te enfadarás conmigo si consigo impedir que te vayas. Prefiero eso a que mueras. Preferiría que te unieras a la secta lonmariana, aunque no volviera a verte. Al menos sabría que estás vivo y eres feliz. —Hizo una pausa—. Dices que ya no eres un niño. Pregúntate entonces si estás haciendo esto, al menos en parte, por rebeldía hacia tu madre. ¿Hasta qué punto obedece tu deseo de marchar a las ganas de que te consideren un adulto? Si prescindiéramos de estos dos deseos, ¿seguirías igual de empeñado en irte?

Lorkin se quedó callado, pero con el rostro crispado de rabia. De pronto, se puso de pie.

—No lo entiendes. Ahora que por fin he encontrado algo que vale la pena, tú… tú intentas estropearlo. ¿Por qué no puedes desearme suerte y alegrarte de que quizá vaya a conseguir algo en la vida en vez de quedarme tumbado emborrachándome o consumiendo craña?

Con la cara enrojecida, se dirigió a la puerta dando grandes zancadas y salió de los aposentos de Sonea.

Ella se quedó paralizada, incapaz de hacer otra cosa que contemplar la puerta, con el corazón dividido entre el amor y el orgullo, la determinación de protegerlo y el miedo a fracasar.