Los árboles y arbustos de los jardines del Gremio refrescaban y atenuaban el viento de finales de verano, convirtiéndolo en una brisa agradable. En un compartimento del jardín, a la generosa sombra de un gran árbol de pachi ornamental, Lorkin y Dekker estaban repantigados en dos de los asientos colocados aquí y allá para el descanso de los magos. Mientras su resaca daba sus últimos coletazos, Lorkin se reclinó en el respaldo y cerró los ojos. El canto de los pájaros se mezclaba con voces y pisadas lejanas… y con los insultos y protestas estridentes que sonaban detrás de él.
Dekker se volvió al mismo tiempo que Lorkin. A su espalda se alzaba un muro de arbustos y árboles, por lo que ambos se pusieron de pie para echar un vistazo por encima del follaje. Al otro lado, cuatro muchachos habían rodeado a otro y propinaban empujones a su víctima.
—Ple-bi ton-to —cantaban—, está muy so-lo, churreto-so, siempre hedion-do.
—¡Yep! —gritó Dekker—. ¡Dejadlo en paz, u os apunto como voluntarios para echar una mano en los hospitales!
Lorkin hizo una mueca. A su madre nunca la había hecho muy feliz la idea de lady Vinara de castigar a los aprendices obligándolos a ayudar en los hospitales. Opinaba que estas tareas nunca les parecerían dignas o nobles si se les inculcaba el deseo de evitarlas. Por otro lado, nunca disponía de voluntarios suficientes, así que se abstenía de protestar. Algunos de los aprendices que le habían enviado a modo de castigo habían acabado por elegir la disciplina de la sanación, estimulados por la experiencia de trabajar con ella, pero sus compañeros se burlaban disimuladamente de ellos.
Los aprendices mascullaron una disculpa y salieron disparados en direcciones distintas. Cuando Lorkin y Dekker se sentaron de nuevo, dos magos aparecieron en la entrada del compartimento del jardín.
—¡Ah! Me parecía haber oído tu voz, Dekker —dijo Reater. La expresión de preocupación de Perler se desvaneció en cuanto reconoció a los amigos de su hermano—. ¿Os importa que os hagamos compañía?
—En absoluto —respondió Dekker, y señaló el banco que tenía enfrente.
Lorkin pasó la mirada de un hermano a otro, preguntándose por qué Perler tenía el entrecejo fruncido cuando había llegado. A Reater parecía alegrarle demasiado haber topado con ellos.
—Perler ha recibido una mala noticia esta mañana —dijo Reater y se volvió hacia su hermano—. Cuéntaselo.
Perler dirigió la vista hacia Reater.
—No es mala para ti, espero. —Como su hermano se encogió de hombros por toda respuesta, Perler suspiró y miró a Dekker—. Lord Maron ha dimitido. Resolver los problemas de su familia le llevará más tiempo del que creía. Así que no voy a regresar a Sachaka.
—¿No serás ayudante del nuevo embajador? —inquirió Lorkin.
Perler alzó los hombros.
—Podría si quisiera, pero… —Fijó los ojos en su hermano—. Yo también tengo asuntos familiares de los que ocuparme.
Reater torció el gesto.
—Y ¿quién lo sustituirá? —preguntó Dekker.
—Dicen que lord Dannyl ha solicitado el puesto. —Reater desplegó una amplia sonrisa—. A lo mejor quiere ver qué tal están allí los…
—Reater —lo interrumpió Perler con severidad.
—¿Qué pasa? Todo el mundo sabe que es un doncel.
—Lo que no significa que tus chistes chabacanos sobre ello tengan gracia. Madura de una vez. —Puso los ojos en blanco—. Además, lord Dannyl no querrá ir allí. Está demasiado ocupado con la investigación para su libro.
A Lorkin el corazón le dio un brinco.
—Anoche me dijo que su investigación avanzaba muy despacio. Tal vez esté deseando ir a investigar a Sachaka.
Reater lanzó a su hermano una mirada de soslayo.
—¿Eso te hace cambiar de opinión? ¡Ay! —Se frotó la parte del brazo en que Perler acababa de pegarle un puñetazo—. Eso duele.
—De eso se trata. —Perler se quedó meditabundo—. Será interesante ver si alguien se presenta voluntario para ser su ayudante. Quizá la mayoría de la gente esté dispuesta a pasar por alto las costumbres de lord Dannyl, pero seguramente muy pocos se atreverían a dar que hablar ofreciéndose como ayudantes.
Lorkin se encogió de hombros.
—Yo iría. —Todas las miradas se posaron en él. Lorkin recorrió con la vista sus rostros escandalizados y se rió—. No, no soy un doncel, pero es fácil llevarse bien con lord Dannyl, y su investigación es interesante… y digna de llevarse a cabo. Sería un orgullo para mí participar en ella. —Para su sorpresa, los demás seguían pareciendo preocupados. Excepto Perler, advirtió.
—Pero… Sachaka —dijo Reater.
—¿Crees que sería sensato? —preguntó Dekker.
Lorkin miró a uno y luego al otro.
—Si Perler sobrevivió, ¿por qué no yo?
—Porque tus padres mataron a varios sachakanos hace unos años —señaló Dekker en un tono que daba a entender que Lorkin era un necio—. Tienden a ofenderse por esas cosas.
Lorkin extendió las manos hacia los lados en un gesto que abarcaba el Gremio.
—Todos los magos mataron sachakanos en batalla, al igual que los aprendices. ¿En qué se diferencia de esto lo que hicieron mis padres?
Dekker abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella antes de que la cerrara de nuevo. Se volvió hacia Perler, que se rió entre dientes.
—A mí no me mires; esta vez no puedo ayudarte —dijo el mago de mayor edad—. Quizá los padres de Lorkin lo hagan parecer un poco más interesante que otros magos a ojos de los sachakanos, pero mientras no se dedique a refregárselo constantemente, dudo que corra más peligro del que corría yo. —Clavó la vista en Lorkin—. Aun así, yo dejaría la decisión en manos de los magos superiores. Tal vez conozcan una razón oculta para que no vayas.
Lorkin fijó los ojos en Dekker con aire triunfal. Su amigo lo miró, frunció el entrecejo y sacudió la cabeza.
—No vayas a ofrecerte voluntario solo para demostrar que me equivoco.
Lorkin soltó una risotada.
—¿Me crees capaz de hacer una cosa así?
—Probablemente. —Dekker esbozó una sonrisa sardónica—. O solo para incordiarme. Conociendo a tu familia, acabarás desempeñando un papel decisivo para convencer a los sachakanos de que abandonen la esclavitud y se unan a las Tierras Aliadas. Ya me veo enseñando habilidades de guerrero a aprendices sachakanos.
Lorkin se aguantó las ganas de hacer una mueca y se obligó a sonreír. «Ya estamos otra vez, con las expectativas de que haré algo importante. Pero eso nunca ocurrirá mientras me quede en el Gremio sin mover un dedo».
—No está mal para empezar —dijo—. ¿Algo más?
Dekker emitió un sonido desagradable y desvió la mirada.
—Inventa un vino que no dé resaca y te lo perdonaré todo.
Tras entrar en la universidad, Sonea y Rothen atravesaron el vestíbulo trasero hasta el pasillo principal. Conducía directamente a una sala enorme de tres pisos situada en el centro del edificio y conocida como el Gran Salón. La cubierta superior, formada por paneles de vidrio, dejaba que la luz inundara el espacio.
La sala contenía un edificio más antiguo y sencillo: el Salón Gremial. Había sido la sede original del Gremio, y cuando se había construido en torno a él la estructura más monumental de la universidad, se habían derribado las paredes interiores del viejo edificio y el espacio se había acondicionado como una sala en que se celebraban las reuniones periódicas y alguna que otra Vista.
Se había convocado para aquel día una Vista a puertas abiertas, lo que significaba que, aunque solo los magos superiores estaban obligados a asistir, cualquier otro mago era libre de hacerlo. A Sonea la animó y a la vez consternó ver la gran multitud de magos que aguardaban al fondo de la sala. «Me alegra ver que el asunto interesa a tantas personas, pero dudo que muchas de ellas estén a favor de la petición».
Los magos superiores se arremolinaban en torno a la entrada lateral del Salón Gremial. El Gran Lord Balkan, de pie con los brazos cruzados, miraba con el ceño fruncido al hombre que hablaba con él. Su túnica blanca realzaba su estatura y su anchura de espaldas, pero también delataba la flacidez y la ligera gordura de un cuerpo que antes era musculoso. Sonea supuso que sus obligaciones como Gran Lord le impedían practicar sus habilidades de guerrero. Aunque las batallas mágicas tampoco eran lo mejor para mantener en forma a un mago.
El hombre a quien miraba con el ceño fruncido era el administrador Osen. Sonea no podía ver el azul de la túnica de administrador sin recordar a su predecesor con una punzada de culpabilidad y tristeza. El administrador Lorlen había muerto durante la Invasión ichani. Aunque Osen era tan eficiente como Lorlen, carecía de su calidez humana. Además, nunca la había perdonado por haber aprendido magia negra y acompañado a Akkarin en su exilio.
Otros tres magos esperaban juntos, pacientemente, observando a los demás. Repararon en que Sonea y Rothen se acercaban. Ella le había cobrado afecto a lord Peakin, el líder de alquimistas, a lo largo de los últimos veinte años. Tenía la mente abierta y una gran inventiva, y con la edad se había acomodado en su papel y se había revelado como un hombre compasivo y con un sentido del humor irónico. Lady Vinara había sobrevivido a la guerra y parecía determinada a ser líder de sanadores durante muchos años más, pese a su edad avanzada. Su cabello había encanecido por completo y su piel era una masa de arrugas, pero seguía teniendo una mirada intensa y alerta.
La visión del líder de guerreros siempre despertaba una sensación de amargura e inquietud en Sonea. Aunque lord Garrel se ocupaba de los asuntos relacionados con su disciplina sin grandes escándalos o fracasos, y siempre mostraba hacia ella una actitud fría pero correcta, Sonea no podía olvidar que él había permitido que Regin, su aprendiz adoptivo, la atormentara durante sus primeros años en la universidad, e incluso lo había animado a ello. Quizá habría podido disculparlo de no ser porque estaba implicado también en el desalojo de zonas de las barriadas por parte de las Casas kyralianas, en manipulaciones políticas descaradas y, según los rumores, en tratos lucrativos con los ladrones.
«¿Cómo puedo juzgarlo cuando he recibido a un ladrón en mis aposentos esta mañana? Pero Cery es diferente. Al menos, eso espero. Confío en que aún tenga principios, límites que no esté dispuesto a cruzar. Además, no estoy involucrada en sus manejos. Solo soy amiga suya».
Cerca de los líderes de las disciplinas estaban otros tres magos. Dos de ellos eran directores de estudios, lord Telano y lord Erayk, y el tercero era el rector Jerrik. El anciano apenas había cambiado. Seguía siendo un hombre gruñón y avinagrado, y las arrugas le conferían una expresión ceñuda permanente, incluso en las raras ocasiones en que sonreía. Había hecho acudir a Sonea a su despacho varias veces en los últimos años, a causa de las bromas pesadas que los aprendices se jugaban unos a otros y de las que Lorkin era víctima tan a menudo como autor. «Apuesto a que es un alivio para él que Lorkin y sus amigos se hayan graduado».
Era evidente que Rothen, en su calidad de líder de estudios de alquimia, tenía la intención de entablar conversación con estos tres magos. A Sonea siempre le había hecho gracia la tendencia de los magos superiores a juntarse con los de su mismo rango. Sin embargo, cuando divisó una figura que se dirigía hacia ellos con grandes zancadas y que llevaba una túnica negra, como ella, no sintió el menor deseo de hablar con él.
«El Mago Negro Kallen».
Después de que el Gremio seleccionara a los magos superiores que debían ocupar el lugar de quienes habían perecido durante la Invasión ichani, se había abierto un largo debate sobre cómo abordar la cuestión de la magia negra… y de ella. Sabían que este conocimiento no debía volver a perderse, pues cabía la posibilidad de que los sachakanos intentaran invadir Kyralia de nuevo, pero temían que las mismas personas a quienes permitieran conservar dicho conocimiento intentaran tomar el control del país.
Al fin y al cabo, es lo que había ocurrido en el pasado cuando Tagin, el Aprendiz Loco, había aprendido magia negra y había estado a punto de destruir el Gremio. Los miembros de aquel entonces habían decidido prohibir por completo la magia negra para evitar que alguien abusara de nuevo de ese poder.
Por desgracia, eso había dejado el Gremio y las Tierras Aliadas expuestos a un ataque.
La solución del Gremio actual consistía en permitir que solo dos magos supiesen magia negra. El uno podía impedir que el otro se hiciera con el poder. A cada uno se le encargaba que vigilara a su compañero por si este mostraba algún asomo de ambiciones malignas. Interrogaban con frecuencia a los criados y les leían la mente para cerciorarse de que el mago o la maga a quien servían no estuviera fortaleciéndose.
A Sonea no le quedaba otro remedio que acceder. Después de todo, no podía desaprender magia negra. Le habían presentado a varios candidatos para el puesto de su guardián y le habían pedido su opinión al respecto. No le había caído bien ni mal Kallen, a quien no había conocido antes, pues era embajador en Lan en la época anterior a la invasión. Sin embargo, los magos superiores habían visto algo en él que les había gustado, y ella pronto había descubierto que era su dedicación incansable a cualquier misión que se le asignara.
Desafortunadamente, ella era ahora el objetivo de su misión en el Gremio. Aunque él nunca la trataba con descortesía, su actitud escrutadora incesante resultaba agotadora. Le habría parecido halagadora de no ser tan irritante, además de absolutamente innecesaria. «Fue una buena decisión. Cuando yo ya no esté, alguien tendrá que sustituirme. Espero que el Gremio elija bien, pero si no lo hace tal vez la cautela de Kallen lo salve».
Mantuvo la atención puesta en Kallen mientras este se aproximaba. Él le devolvió la mirada con el rostro impasible. Sonea no había observado a Kallen con el mismo celo con que él la había vigilado. No era fácil, con un hijo a quien criar y varios hospitales que dirigir. Aun así, adoptaba un aire de vigilancia atenta en presencia de Kallen, a fin de tranquilizar a los pocos magos que pudieran pensar que necesitaba tanta supervisión como la chica exiliada de las barriadas que había alcanzado muy pronto una posición de poder que estaba muy por encima de lo que merecía.
Al percatarse de que el murmullo de voces que la rodeaba cesaba por un momento, devolvió su atención al administrador Osen.
—El director de aprendices Narren está en Elyne, y los consejeros del rey no asistirán —les informó—. Puesto que todos los demás estamos presentes, sugiero que comencemos.
Los magos superiores accedieron al Salón Gremial por la entrada lateral y ocuparon sus sitios. Los asientos habían sido construidos en gradas al fondo de la sala. Las personas de mayor jerarquía debían colocarse en las gradas superiores, y los de rango inferior, a nivel del suelo. Sonea se sentó en su lugar, junto a lord Balkan, y observó cómo la sala se llenaba de magos. Dos grupos pequeños se formaron a cada lado de lo que se consideraba la parte delantera del salón, el espacio situado frente a los magos superiores. Uno de ellos estaba integrado por los peticionarios, y el otro por la oposición. El resto de los magos se acomodó en asientos a ambos lados de la sala.
Cuando todos habían ocupado su sitio, Osen dio comienzo a la Vista.
—Llamo al frente a lord Pendel, líder de los peticionarios, para que exponga sus argumentos.
Un joven apuesto, cuyo padre administraba un negocio grande de metalurgia, se dirigió al frente de la sala.
—Cuando, hace dos décadas, se permitió que hombres y mujeres de las clases bajas de Imardin ingresaran en el Gremio, se promulgaron muchas leyes sabias y prácticas —empezó a leer Pendel en una hoja de papel que sujetaba con fuerza—. Pero un cambio tan inesperado e inevitablemente precipitado en las costumbres del Gremio introdujo también, como es lógico, algunas reglas que con el tiempo hemos podido comprobar que son poco prácticas. —Sonea advirtió complacida que el joven hablaba con voz firme y clara. Era un buen portavoz de los peticionarios—. Una de dichas reglas establece que ni los aprendices ni los magos deben relacionarse con delincuentes o personas de mala fama —prosiguió Pendel—. Si bien ha habido casos de aprendices que han sido expulsados del Gremio merecidamente y a quienes se ha negado el acceso a la magia debido a su relación prolongada con individuos o grupos abyectos de la ciudad, se han dado muchos más casos en que la interpretación de esta norma ha dado lugar a injusticias. En los últimos veinte años, estos casos han demostrado que la interpretación de la expresión «de mala fama» incluye a cualquiera de origen humilde. Esto ha separado injustamente a varias personas de sus padres, causando una aflicción y un rencor innecesarios. —Pendel hizo una pausa para pasear la vista por la sala—. Esta regla retrata al Gremio como una institución hipócrita, ya que nunca se ha castigado a magos de clase alta por incumplirla, pese a que algunos de ellos frecuentan las casas de juego, las casas de braseros y los burdeles. —Alzó la mirada hacia los magos superiores y esbozó una sonrisa nerviosa—. A pesar de ello, no exigimos que se someta a los magos y aprendices de clase alta a una vigilancia o unas restricciones más estrictas. Solo pedimos que se derogue la regla en vigor para que quienes procedemos de las clases bajas podamos visitar a nuestros familiares y amigos sin ser castigados por ello. —Hizo una reverencia—. Gracias por escuchar nuestra petición.
Osen asintió y se volvió hacia el otro grupo reducido de magos que se encontraba a un lado de la parte delantera de la sala.
—Llamo a lord Regin, portavoz de quienes se oponen a la derogación, a pasar al frente y exponer su réplica.
Cuando el hombre se separó del resto del grupo, Sonea notó que una antigua antipatía se reavivaba en su interior, trayendo consigo recuerdos de cuando él la hostigaba, la engañaba y saboteaba su trabajo, de una ocasión en que la tomaron por ladrona tras encontrar una pluma robada entre sus pertenencias y de los rumores crueles que circularon sobre ella cuando se corrió la voz de que mantenía con Rothen algo más que una relación entre aprendiz y maestro.
Estos recuerdos le provocaron rabia, pero otros la hicieron estremecerse; recuerdos de una persecución por los pasillos de la universidad, de una pandilla de aprendices que la acorralaron, la torturaron, humillaron y dejaron sin fuerzas, tanto mágicas como físicas.
El líder de esa pandilla, el cerebro detrás de todos los sufrimientos que había tenido que soportar durante sus primeros años en la universidad, había sido Regin. Aunque ella lo había desafiado y lo había vencido en un combate justo en la Arena, aunque él había arriesgado la vida valientemente durante la Invasión ichani, y aunque incluso le había pedido perdón por todo lo que le había hecho, ella no era capaz de mirarlo sin que le vinieran reminiscencias de la humillación y el miedo que había padecido. Y estos sentimientos iban acompañados de ira y animadversión.
«Debería superarlo —pensó—, pero no estoy segura de que pueda, del mismo modo que dudo que deje de llenarme de soberbia cada vez que presentan a uno de los magos de las Casas sin anunciar su nombre de familia ni su título».
Además de admitir alumnos que no pertenecieran a las Casas, el Gremio había decidido que los nombres de familia y de las Casas ya no se mencionarían durante las ceremonias. Se esperaba de todos los que se convirtieran en magos que pusieran en peligro su vida en defensa de las Tierras Aliadas, por lo que todos merecían el mismo respeto. Puesto que los imardianos de origen plebeyo carecían de nombre familiar o de una de las Casas, la costumbre de pronunciar los nombres de quienes sí los tenían se abandonó por completo.
Si Regin se sintió menospreciado por la omisión de su nombre de familia y de Casa, no dio muestra alguna de ello. Tampoco lo incomodaba en absoluto ser el centro de atención en aquel momento. Casi parecía aburrido. No llevaba notas, pero recorrió la sala con la mirada una vez y comenzó a hablar.
—Antes de plantearnos si conviene cambiar o abolir esta norma, les pedimos que recuerden por qué se promulgó. No fue para impedir que las buenas personas visitaran a sus familiares, ni siquiera para estropear las diversiones nocturnas inofensivas, sino para evitar que magos de cualquier origen o condición se vieran impulsados a cometer actos delictivos o a realizar trabajos ilícitos. La norma es tanto una medida disuasoria como una directriz de conducta. Abolirla implicaría perder una motivación valiosa para que los magos hagan frente a quienes intentan reclutarlos o corromperlos.
Mientras Regin continuaba con su alegato, Sonea lo contempló pensativa. Recordaba al joven aprendiz que se había jugado la vida ofreciéndose como cebo para cazar a un ichani, durante la invasión. Desde entonces, él se había mostrado siempre muy respetuoso con ella, e incluso se pronunciaba en su favor de vez en cuando.
«Así que Rothen cree que el carácter de Regin ha mejorado —pensó—. Aun así, yo sigo sin fiarme de él, pues sé cómo era en su época de aprendiz. Estoy convencida de que si se enterara de que he hablado con un ladrón que ha entrado clandestinamente nada menos que en los terrenos del Gremio, sería el primero en denunciarme por romper esta regla».
—Corresponde a los magos superiores interpretar si un individuo es un delincuente o una persona de mala fama, y si conviene o no hacer algo al respecto —prosiguió Regin—. En vez de derogar la norma, deberíamos ser más concienzudos y justos al investigar las actividades de todos los aprendices y magos.
«Lo más irritante es que no le falta razón —se dijo Sonea—. Si abolimos esta regla, nos resultará más difícil impedir que los magos se involucren en tramas de los bajos fondos. Pero el Gremio no está aplicando la norma de una manera lo bastante coherente para tener efectos apreciables. Como medida disuasoria es casi inútil, pues los aprendices ricos saben que pueden infringirla y quedar impunes. Si nos deshacemos de ella, dejaremos de perder el tiempo preocupándonos por los aprendices cuyas madres son prostitutas y tal vez empezaremos a investigar un poco más a fondo a los magos cuyas familias ricas mantienen tratos con ladrones».
Regin terminó e hizo una reverencia. Mientras caminaba para reunirse con el grupo de quienes se oponían a la petición, el administrador Osen salió al frente.
—Este asunto requiere mayor discusión y deliberación —dijo a la asamblea de magos—. Además, no queda claro si la cuestión debe ser resuelta por los magos superiores o sometida a voto general. Por tanto, aplazaré la decisión hasta que esté convencido de qué camino es el más acertado, y haya dado a todo aquel que desee proporcionarme información o asesoramiento sobre el tema la oportunidad de reunirse conmigo. —Se inclinó ante el público—. Declaro finalizada la Vista.
Sonea tardó varios minutos en descender hasta el suelo del salón, pues lady Vinara decidió interrogarla sobre el material que utilizaban los hospitales. Cuando por fin logró zafarse de ella, se encontró con Rothen, que no estaba muy lejos. Cuando él se le acercó, a ella se le cayó el alma a los pies. Hacía mucho tiempo que no veía en el rostro de Rothen aquella expresión que había aprendido a reconocer al instante. La que adoptaba cuando Lorkin se metía en algún lío.
—¿Qué ha hecho ahora? —murmuró, mirando alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie lo bastante cerca para oírla. Para entonces la sala estaba prácticamente vacía. Solo quedaban Osen y su ayudante.
—Acabo de enterarme de que lord Dannyl ha solicitado el puesto de embajador del Gremio en Sachaka —le informó Rothen.
«Entonces eso es todo». Sintió una oleada de alivio.
—Es algo inesperado, pero no del todo sorprendente. Ya ha sido embajador antes. ¿Ha terminado su libro o lo ha dejado inconcluso?
Rothen sacudió la cabeza.
—Creo que ni una cosa ni la otra. Seguramente quiere ir allí para explorar nuevas pistas.
—Claro. Me pregunto si… —Se interrumpió al advertir que aún tenía la expresión de quien se disponía a comunicar una mala noticia—. ¿Qué ocurre?
Rothen torció el gesto.
—Lorkin se ha ofrecido voluntario para ser su ayudante.
Sonea se quedó paralizada.
«Lorkin.
»En Sachaka.
»Lorkin se ha ofrecido voluntario para ir a Sachaka».
Se percató de que se había quedado mirándolo con la boca abierta, así que la cerró. El corazón le latía con fuerza. Sentía náuseas. Rothen la tomó del brazo, y juntos salieron del Salón Gremial y se alejaron de la multitud de magos que se habían quedado frente a la puerta, discutiendo la petición. Sonea apenas reparó en ellos.
«Lorkin, entre los sachakanos. Lo matarán. No…, no se atreverían. Pero allí existe la obligación de vengar la muerte de los familiares, aunque se tratara de desterrados. Y si la venganza no puede recaer sobre el asesino, debe cobrarse contra su descendencia…».
De pronto se llenó de determinación. Los sachakanos no harían daño a su hijo, sencillamente porque ella no permitiría que Lorkin cometiera una estupidez tan peligrosa.
—Osen nunca lo consentirá —dijo casi sin darse cuenta.
—¿Por qué no? No puede oponerse solo por ser Lorkin hijo de quien es.
—Apelaré ante los magos superiores. Sin duda ellos saben que él correría más peligro que cualquier otro mago, lo que lo convertiría en un lastre. Dannyl no puede dedicar todo su tiempo a proteger a Lorkin. Y es posible que los sachakanos se nieguen a tratar con Dannyl en cuanto se enteren de quién era el padre de su ayudante.
Rothen asintió.
—Todas ellas son razones muy convincentes, pero tal vez si no le dijeras una palabra sobre el asunto, Lorkin tendría tiempo de pensar en todos los problemas con que podría encontrarse y acabaría por cambiar de idea. Me temo que, cuanto más te esfuerces por impedir que Lorkin se vaya, más decidido estará a marcharse.
—No puedo arriesgarme a que no entre en razón. —Lo miró con fijeza—. ¿Cómo te sentirías si lo dejaras marchar y le ocurriera algo?
Rothen guardó silencio por un momento e hizo una mueca.
—De acuerdo. Supongo que entonces tenemos mucho trabajo que hacer.
Ella sintió una oleada de afecto hacia él y sonrió.
—Gracias, Rothen.
Dannyl recorrió el comedor con la vista y exhaló un suspiro de satisfacción. Una de las ventajas de renunciar a su habitación en el Gremio para instalarse en una casa del Círculo Interno había sido la de disponer por fin de espacio. Aunque ahora se gastaba en el alquiler buena parte de sus ingresos como mago, el lujo de tener tantas habitaciones valía la pena. No solo contaba con un espacioso despacho propio y con aquel comedor decorado con tan buen gusto, sino también con una biblioteca personal y cuartos para invitados. No es que muchas de sus visitas se quedaran a dormir; solo algún que otro académico interesado en la historia de Dannyl. Tayend, en cambio, invitaba con frecuencia a sus amigos kyralianos y elyneos a pasar la noche en casa.
«¿Cómo serán las casas sachakanas? —se preguntó—. Debería averiguarlo antes de irme. Si es que me voy».
El administrador Osen había dicho que no veía motivos para no otorgar a Dannyl el puesto de embajador del Gremio en Sachaka, ya que estaba perfectamente capacitado para ello y nadie más lo había solicitado.
«Añoraré este lugar, a pesar de todo. Estoy seguro de que habrá momentos en que echaré en falta poder coger un libro de mi biblioteca, o encargar mi plato favorito al bueno de Yerak, o…».
Alzó la mirada al oír unos pasos que se acercaban a la habitación. Hubo una pausa, y Tayend asomó la cabeza por el arco de la entrada.
—¿Quién es usted, y dónde está el auténtico lord Dannyl?
Dannyl frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—¿De qué hablas?
—He visto tu escritorio. —El académico entró en el comedor, contemplando a Dannyl con suspicacia fingida—. Está ordenado.
—Ah. —Dannyl soltó una risita—. Ahora te lo cuento. Siéntate. Yerak nos espera, y tengo demasiada hambre para extenderme en explicaciones.
Mientras Tayend tomaba asiento, Dannyl envió un poco de magia al gong del comedor para que el macillo golpeara el disco con suavidad.
—¿Has ido hoy al Gremio? —preguntó Tayend.
—Sí.
—¿A por libros nuevos?
—No, he tenido una reunión con el administrador Osen.
—¿De veras? ¿Para hablar de qué?
La puerta de la cocina se abrió, lo que libró a Dannyl de responder. Varios criados entraron en fila con fuentes humeantes y cuencos con comida. Dannyl y Tayend llenaron sus platos y empezaron a comer.
—¿Qué has hecho hoy? —preguntó Dannyl entre bocado y bocado.
El académico se encogió de hombros y relató una anécdota que le había contado otro expatriado elyneo a quien había visitado aquella mañana, sobre unos traficantes de craña vindeanos que habían probado su mercancía y habían sido encontrados delirando desnudos junto a un río.
—Bueno, ¿qué tenía que decirte el administrador Osen? —inquirió Tayend cuando los criados retiraron los platos.
Dannyl se quedó callado por un momento y respiró hondo. «No puedo seguir posponiendo esto». Miró a Tayend y adoptó una expresión seria.
—Ha dicho que no hay otros aspirantes al puesto de embajador del Gremio en Sachaka, así que probablemente me lo concederán a mí.
Tayend parpadeó y abrió la boca de par en par.
—¿Embajador? —repitió—. ¿En Sachaka? No hablarás en serio.
—Pues sí.
Tayend apartó la vista, con los ojos centelleando de entusiasmo.
—¡Nunca he estado en Sachaka! Y ni siquiera hace falta viajar por mar para ir allí.
Dannyl sacudió la cabeza.
—Tú no irás, Tayend.
—¿Que no iré? —Tayend fijó la mirada en él—. ¡Claro que iré!
—Ojalá pudiera llevarte conmigo, pero… —Dannyl separó las manos en un gesto de impotencia—. Todas las visitas a Sachaka deben contar con la autorización del Gremio o del rey.
—Entonces solicitaré autorización a mi rey.
Dannyl sacudió la cabeza de nuevo.
—No, Tayend. Yo… preferiría que no lo hicieras. En primer lugar, es un país peligroso, y aunque los magos y la mayoría de los mercaderes regresan con vida, nadie sabe aún cómo reaccionarían los sachakanos si un no-mago noble pisara su territorio.
—Pues lo averiguaremos.
—También hay que tener en cuenta el decoro. Por lo que he podido descubrir, los sachakanos, si bien no aceptan a los donceles, no acostumbran a condenarlos a muerte. Sin embargo, nos consideran de categoría inferior, y suelen negarse a relacionarse con personas a las que creen muy por debajo de ellos en la jerarquía social. Esto no me ayudará mucho en el desempeño de mis funciones ni en mi búsqueda de documentos históricos.
—No se enterarán si somos discretos —insistió Tayend. Luego arrugó el entrecejo y clavó la vista en Dannyl—. Por eso estás haciendo esto, ¿verdad? ¡Para avanzar en tu investigación!
—Claro. ¿Creías que de pronto me habían entrado ganas de volver a ser embajador, o de vivir en Sachaka?
Tayend se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación.
—Ahora lo entiendo todo. —Se detuvo—. ¿Durante cuánto tiempo tendrás que ejercer el cargo?
—Dos años, pero puedo regresar antes en caso necesario. Y venir de visita.
Tayend echó a andar de nuevo, dándose golpecitos en la barbilla con el dedo. De pronto, frunció el ceño.
—¿Quién será tu ayudante?
Dannyl sonrió.
—Lord Lorkin se ha mostrado interesado.
Los hombros de Tayend se relajaron.
—Bueno, menos mal. Queda totalmente descartado que él te haya seducido para que me dejes.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Oh, el hijo de Sonea se ha ganado una reputación entre las señoritas, desde que amainó el escándalo por lo de aquella chica. Probablemente la historia se exageró mucho, como siempre, pero hay más de una a quien le gustaría averiguarlo por sí misma.
Dannyl sintió una ligera curiosidad.
—¿De veras? ¿Y por qué no lo intentan?
—Por lo visto el chico es muy exigente.
Dannyl se reclinó en su silla.
—Entonces, ¿tendré que mantenerlo vigilado en Sachaka o no?
Una expresión socarrona asomó al rostro del académico.
—Podría vigilarlo yo. De ese modo tú podrías concentrarte en tu investigación.
—No, Tayend.
Una sombra de rabia y frustración cruzó la cara de Tayend, que respiró hondo y soltó el aire con un bufido.
—Más vale que cambies de idea —dijo—. Y también has de saber que si no lo haces, yo… —Hizo una pausa y enderezó la espalda—. Tal vez, cuando regreses a Kyralia dentro de dos años, no me encuentres aquí.
Dannyl contempló a su amante, de repente sin saber qué decir. El corazón le había dado un vuelco al oír la amenaza, pero algo lo impulsó a guardar silencio. Tal vez fue el hecho de que Tayend no estuviera intentando convencerlo de que se quedara. Solo quería aprovechar la oportunidad de emprender otra aventura.
El académico le devolvió la mirada con los ojos muy abiertos. A continuación, sacudió la cabeza, dio media vuelta y salió de la habitación con aire decidido.