Salamandra se detuvo frente a la puerta de la habitación de Fenris, indecisa, y se volvió hacia su incorpóreo acompañante.
—No va a querer hablar conmigo.
—Seguro que sí —a Kai le brillaron los ojos mientras esbozaba una sonrisa maliciosa—, en cuanto le digas que me he puesto en contacto contigo.
—¿Él te conoce? —preguntó Salamandra, sorprendida.
—En cierto modo —respondió Kai ambiguamente—. Anda, entra.
Salamandra llamó a la puerta, y esta se abrió. La chica entró tímidamente.
El elfo ya estaba consciente, tal y como le había asegurado Kai momentos antes, pero Salamandra se dio cuenta enseguida de que aún se encontraba débil; seguía en cama y estaba muy pálido, y parecía que le había costado un tremendo esfuerzo mover la cabeza para ver quién acababa de entrar.
—Siento molestarte —se disculpó ella—. Créeme, no lo haría si no fuera importante.
Fenris no dijo nada. Salamandra añadió:
—¿Recuerdas que me dijiste que fuera paciente y aguardara la señal? Bueno, pues esa señal ya ha llegado.
Fenris tampoco habló en esta ocasión, pero la muchacha no se amilanó. Desvió la mirada hacia Kai, que se había acomodado sobre el alféizar de la ventana y los observaba, divertido.
—He hablado con Kai —dijo.
Los ojos almendrados de Fenris la miraron con sorpresa. Kai, desde la ventana, sonreía ampliamente. El elfo habló por primera vez.
—¿Qué estás diciendo? No me tomes el pelo, Salamandra.
Salamandra miró a Kai, pidiendo ayuda. Fenris se volvió siguiendo la dirección de su mirada: la ventana. Pero no vio nada.
—Bueno, dile solo que una vez seguimos a un unicornio a través del bosque y terminamos encerrados en un agujero en ninguna parte —sonrió Kai—. Estoy convencido de que no lo ha olvidado.
Salamandra transmitió a Fenris el mensaje de Kai e inmediatamente la expresión del mago cambió. Trató de incorporarse un poco.
—Salamandra, por los cuatro elementos, dime cómo lo has hecho.
Ella sacó el colgante de debajo de la túnica y se lo mostró. El elfo lo miró fijamente e indicó a Salamandra que se sentara cerca de él.
—¿Conoces la primera regla de una escuela de hechicería, Salamandra?
Ella asintió y dijo:
—Un aprendiz no debe rebelarse jamás contra su Maestro o, de lo contrario, su maldición lo perseguirá para siempre. ¿Es eso lo que hicisteis Dana y tú?
Fenris desvió la mirada hacia la ventana.
—Es algo que el Consejo no perdona, pase lo que pase. Pero el Maestro no nos dejó otra opción —sonrió con amargura—. También él estaba maldito, ¿sabes? Parece que es una situación que se repite bastante en las escuelas de hechicería, a pesar de las reglas y las amenazas.
Salamandra no estaba dispuesta a dejar cabos sueltos.
—¿Qué quieres decir con eso de que no os dejó otra opción?
—Exactamente lo que he querido decir. Es una historia muy larga, Salamandra. Me gustaría que te bastara con saber que el Maestro no era un hombre bueno. Estuvo a punto de matarnos a todos. Nosotros nos enfrentamos a él, y entre todos logramos derrotarlo; pero fue Maritta quien le dio el golpe de gracia, ¿entiendes?
Salamandra negó con la cabeza.
—Es sencillo —explicó el elfo—. Maritta era la cocinera, no una alumna del Maestro, luego su maldición no podía alcanzarla. Pero, muerta ella, la maldición ha pasado a los siguientes, Dana y yo. En el primer aniversario de la muerte de Maritta. Así funcionan las cosas, Salamandra. A estas alturas, lo más probable es que Dana esté muerta. Y después de ella será mi turno: los lobos me lo dijeron la otra noche.
—¡No! —dijo ella—. Kai ha buscado a Dana en el mundo de los muertos y no la ha encontrado. Pero dice que está en un lugar llamado el Laberinto de las Sombras.
—Los espíritus me han contado —intervino Kai— que es la peor prisión que existe sobre la tierra, porque quien entra allí ve cosas tan terribles que lo vuelven loco. Se pasa las horas y los días huyendo de esas visiones… hasta que pierde la razón. Dicen que si pasas demasiado tiempo allí dentro, tú también te conviertes en una sombra, por toda la eternidad, vagando por los límites de ambos mundos, sin estar vivo ni muerto. A eso se refería el Maestro cuando dijo que había reservado para Dana «un destino peor que la muerte».
Con un estremecimiento, Salamandra contó a Fenris todo lo que le había dicho Kai.
—El Laberinto de las Sombras —murmuró el elfo, pensativo—. Sí, he oído hablar de ese lugar. Si existe, es obvio que no está en este mundo, ni tampoco en el Otro Lado. Por eso yo no he podido encontrar a Dana. Bien mirado, es el único sitio donde ella podría estar.
—Los espíritus dijeron a Kai que el Laberinto tiene su propia puerta. ¿Cómo podemos abrirla? —preguntó Salamandra, en un susurro.
Fenris la miró fijamente.
—Tú no vas a ir, Salamandra. Es demasiado peligroso. Hablaré con Shi-Mae y veremos qué podemos hacer.
—¡No! —exclamó Kai—. ¿No te das cuenta de que no puedes confiar en ella?
Salamandra le dijo a Fenris lo que acababa de decir Kai, pero el mago la interrumpió con un gesto.
—Yo estoy débil, y vosotros no estáis preparados para ir allí, Salamandra. Lo mejor que podemos hacer por Dana es dejar este asunto en manos del Consejo de Magos.
Salamandra iba a decir algo, pero vio que Kai negaba con la cabeza, y se calló.
Los dos chicos se despidieron de Fenris y salieron de la habitación.
—¡Maldita sea! —gruñó Kai—. No hemos sacado nada en limpio.
—No entiendo su actitud —suspiró Salamandra.
—Yo la comprendo, pero no la comparto. El Laberinto de las Sombras es un lugar terrible, y Fenris cree que tendrá más oportunidades de rescatar a Dana un grupo de Archimagos que un grupo de aprendices.
—Pero el Consejo no va a hacer nada por ella.
—Ya lo sé; pero eso es algo que Fenris no quiere aceptar.
—¿Por qué?
—Supongo que porque, pasase lo que pasase entre él y Shi-Mae, esa elfa es una Archimaga competente. No hay razones para que no quiera ayudar a Dana… aparentemente.
—¿Qué quieres decir con… aparentemente?
—¿Te has preguntado por qué querría Shi-Mae comunicarse con los muertos?
Aquella tarde Salamandra encontró a Jonás cerca del bosque, sentado junto a un arroyo. Lo vio de lejos; estaba de espaldas a ella, y la muchacha apreció perfectamente que aún llevaba puesta la túnica azul. Se le encogió el corazón.
—Jonás —dijo suavemente, acercándose.
—Te he estado buscando —respondió él—. No estabas en tu habitación.
—Lo sé, y lo siento.
No quería preocuparlo con sus problemas. Se sentó junto a él, en silencio.
—¿En qué andas metida, Salamandra?
Pero ella no respondió.
—¿Cómo te ha ido? —se atrevió a preguntar.
Él inclinó la cabeza. Salamandra siguió la dirección de su mirada y vio que el chico sostenía sobre su regazo una prenda de color violeta, doblada cuidadosamente. Abrió la boca, pero no pudo decir nada.
—Lo he conseguido, Salamandra —dijo él.
La muchacha, llena de una súbita alegría, le echó los brazos al cuello con tanto ímpetu que casi rodaron los dos hasta el arroyo.
—¡Oh, tonto! ¿Por qué no me lo has dicho antes? He llegado a pensar que…
—¡Mujer de poca fe! —bromeó él; se puso serio de pronto y se acercó a ella para mirarla a los ojos—. ¿Quieres celebrarlo conmigo? —le pidió solemnemente—. Mañana tengo pensado…
—No puedo, Jonás —cortó ella; desvió la mirada, temiendo que su amigo se lo tomase a mal.
Pero él se quedó mirándola fijamente, muy serio. Le cogió la mano y le hizo alzar la cabeza y mirarlo a la cara.
—¿En qué andas metida, Salamandra? —repitió.
Ella vaciló al principio, pero acabó contándoselo todo, con pelos y señales. Jonás escuchó atentamente, y no le cambió la expresión ni siquiera cuando Salamandra le habló de Kai, de su experiencia con el espejo mágico de Shi-Mae y del lugar que llamaban el Laberinto de las Sombras.
—Vamos a ir a buscar a Dana —concluyó ella.
Jonás calló, muy serio. Luego dijo, lentamente:
—Quiero mucho a Dana. Es mi Maestra, me ha enseñado mucho, y no deseo que le pase nada. Pero a ti te quiero más todavía, Salamandra, y me niego a dejar que te pongas en peligro. Encuentro lógico que sea Kai quien vaya a buscarla, pero ¿por qué tú?
Salamandra sintió una oleada de emoción ante la cálida confesión del muchacho.
—Yo… —tartamudeó—. Verás, Kai está vinculado a Dana. Cuando viene a este mundo ha de estar siempre donde está ella, y no puede moverse de allí. Pero Dana se encuentra ahora en un lugar fuera de las leyes espacio-temporales, así que él no ha podido seguirla. Está en este mundo atado a un objeto de ella: su amuleto de la luna y la estrella. Para moverse y poder abandonar la Torre, alguien con cuerpo ha de acompañarlo y llevar el amuleto consigo. Y él confía en mí.
—De todas formas, no vamos a entrar en el Laberinto de las Sombras. Conrado dice que puede abrir la puerta. Pero será Kai quien entre a buscar a Dana.
—¿Y por qué tenéis que marcharos de la Torre?
—Porque, si hacemos el conjuro aquí, Shi-Mae nos sorprenderá antes de que logremos acabarlo. Nos teletransportaremos a otro lugar, más allá del bosque, en las montañas.
Jonás calló un momento, pensativo. Finalmente, gruñó:
—Pues me da igual lo que diga Kai, ¿sabes?
Se levantó de un salto y, con un ágil movimiento, se quitó la túnica azul. Desplegó su nueva túnica violeta y se la puso. Le encajaba a la perfección.
—Me voy contigo —añadió, muy serio—. Y no vas a hacerme cambiar de opinión.
Salamandra sonrió.
Morderek subió de nuevo las escaleras para llegar hasta el estudio de Shi-Mae.
La halló ocupada escribiendo en un libro de hechizos. Aguardó en la puerta, hasta que ella le dio permiso para entrar.
—¿Y bien?
—He estado espiando a Jonás y a Salamandra. Ellos dos y Conrado se marchan esta noche.
Shi-Mae frunció el ceño, mientras Morderek le contaba los pormenores de la conversación entre los dos aprendices.
La Archimaga no dijo nada. Morderek terminó de hablar y calló, esperando una respuesta de ella. Como no llegó, se atrevió a preguntar:
—Señora…, tú sabías que Dana está en el Laberinto de las Sombras, ¿verdad?
Shi-Mae clavó su mirada en él.
—¿Crees que saldrá de allí? —preguntó el chico.
—No —respondió por fin la Archimaga—. No lo creo.
—Bien —asintió Morderek—. Porque, si volviera, quizá tendría que quedarme en la Torre, con ella, y no podría aprender de ti.
Shi-Mae no dijo nada, pero lo observó, pensativa. Los ojos de Morderek, de color verde pálido, sostuvieron su mirada con frialdad.
Nawin tenía la sensación de que Salamandra le había estado dando esquinazo todo el día. La había visto con Conrado, luego con Fenris y después con Jonás, y no se había atrevido a acercarse por si alguno de ellos la descubría. Había intentado hablar con Jonás; se acercó a él para felicitarlo por haber aprobado el examen, pero el muchacho parecía preocupado y ausente. Mala señal, se dijo la princesa.
Sospechaba que Shi-Mae le ocultaba muchas cosas. ¿Por qué hablaba tanto con Morderek?
El instinto volvía a decirle a Nawin que estaban pasando cosas muy raras en la Torre. Después de lo sucedido en su habitación, la princesa no dudaba de la existencia de Kai. ¿Pero quién era Kai? ¿Por qué estaba allí?
Nawin cerró el libro de conjuros que había estado intentando leer durante toda la tarde y decidió que era hora de hacer algo.
Echó un vistazo por la ventana. Anochecía, y los lobos volvían a aullar sobre el valle.
A la hora convenida, Salamandra, Conrado, Jonás y Kai se encontraron en el jardín, temblando de nerviosismo. Momentos después salían del recinto de la Torre y atravesaban la pradera para llegar al bosque. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, Jonás osó encender la lámpara que llevaba para iluminarles el camino.
—Ya sabéis que, mientras alguno de los habitantes de la Torre esté maldito, no debéis atravesar el bosque de noche, o los lobos os devorarán —les recordó Kai.
—Teletransportaos hasta las montañas, deprisa.
Salamandra transmitió a sus compañeros las palabras de Kai.
No tardaron en desaparecer de allí.
Shi-Mae se aseguró de que Morderek se había marchado y tomó nota mentalmente de que había que hacer algo con él. Sospechaba que, igual que había abandonado a Dana a su suerte, era también perfectamente capaz de traicionarla a ella en un futuro. Eso había que tenerlo en cuenta.
Salió del despacho y entró en la habitación que hasta poco después de su llegada había estado sellada. Cerró la puerta cuidadosamente tras de sí y se dirigió al espejo del fondo.
Abrió la puerta y esperó.
Enseguida una voz serena y bien modulada le llenó la mente.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—Los chicos lo saben todo.
—Lo suponía. Te dije que tenías que deshacerte de Kai.
—Yo… ¿cómo iba a imaginarlo? Solo Dana podía verlo y oírlo. Y el mago elfo estaba inconsciente. No pensé que…
—Ya es tarde, —la interrumpió la voz—. Kai ha atravesado el espejo esta misma mañana. Todos tus secretos están cayendo, uno tras otro.
—Han huido de la Torre; van hacia las montañas para abrir la puerta al Laberinto de las Sombras. ¿Debo impedírselo?
—No. Todo lo que has de hacer es cerrar la puerta tras ellos. Seguro que el Consejo se dará cuenta de que unos simples aprendices nunca debieron meterse en hechizos tan complejos.
Shi-Mae asintió.
—Era la posibilidad que más me convencía.
—No te preocupes, Archimaga. Las cosas no están saliendo exactamente como las planeamos, pero no van mal del todo. El elfo sigue sin intervenir, y esos aprendices nunca lograrán rescatar a Dana. Yo tendré mi venganza y tú tendrás la Torre y todos sus secretos.
—No voy a conformarme con la Torre, y lo sabes.
—Sí. Lo sé.
Apenas se oyó un leve rumor entre las sombras. Si Shi-Mae hubiera estado mirando, tal vez habría apreciado que un pedazo de muro parecía diferente del resto.
Pero a la Archimaga no le hacía falta mirar para saber quién había estado en la habitación todo el tiempo.
—¿Quién estaba ahí, contigo?, quiso saber la criatura que hablaba desde el otro lado del espejo.
Shi-Mae sonrió de nuevo.
—No todos mis secretos han sido desvelados aún, mago —dijo.
Los chicos se habían materializado en un lugar que todos conocían, una pequeña cueva al pie de las montañas. Jonás y Salamandra habían reforzado la entrada con una barrera mágica para protegerse de los lobos, mientras Conrado estudiaba nerviosamente un libro a la luz de una pequeña hoguera.
—¿Tardarás mucho más? —preguntó Salamandra, nerviosa.
—Ya va, ya va. Este conjuro es más complicado de lo que yo pensaba.
Kai paseaba arriba y abajo, como un león encerrado. —Lo siento —dijo Salamandra.
—No podemos hacer más. Kai gruñó algo, pero no dejó de caminar. —Ya va, ya va —repitió Conrado.
—No —dijo Jonás—. Tómate el tiempo que sea necesario. Tenemos que asegurarnos de que el conjuro sale bien.
Mientras, en la Torre, Fenris no podía dormir. No dejaba de pensar en su conversación con Salamandra, y en todo lo que había pasado en la escuela en los últimos días. De pie junto a la ventana de su habitación, el elfo contemplaba la nieve cayendo sobre el valle y escuchaba los aullidos de los lobos.
Había hablado con Shi-Mae, y ella se había comprometido a comunicarse con el Consejo de Magos para rescatar a Dana de la situación en la que se encontraba. Fenris sabía que él no tenía poder suficiente para hacer nada por ella, y esa idea le hacía sentirse muy mal.
Movió la cabeza para estirar los músculos del cuello, que tenía entumecidos de dormir poco, y calculó cuántas horas faltaban para el amanecer. Gracias a la cura mágica, ahora sentía que había recuperado gran parte de poder.
Entonces vio una sombra deslizándose sigilosamente por el patio. Llevaba de la brida a uno de los caballos élficos. La visión nocturna del elfo le permitió distinguir la capa de piel blanca de la princesa Nawin.
Rápidamente, se teletransportó a la entrada de la Torre. Interceptó a la muchacha cuando esta estaba a punto de cruzar la verja de entrada.
—¿Adonde crees que vas?
Nawin lanzó una exclamación de sorpresa; fue más rápida de lo que había previsto el elfo. Realizó otro hechizo de teletransportación y desapareció de allí con el caballo.
Fenris se quedó parado, perplejo, preguntándose qué demonios estaba pasando allí. Tuvo una sospecha y corrió al establo. Alide, su caballo, le dio la bienvenida con un suave relincho. Fenris saludó a los otros animales y vio que todos seguían allí, pero eso no lo tranquilizó. Sondeó la Torre mentalmente con un hechizo de localización y descubrió inmediatamente quiénes eran los que faltaban.
El elfo aulló de rabia; los caballos piafaron, nerviosos y asustados.
—Kai, esta me la pagas —juró con gesto torvo.
Nawin apareció en medio del bosque. Su caballo relinchó, asustado, y la sobresaltó. La princesa miró a su alrededor. No conocía bien aquel bosque, pero su visión nocturna le permitía ver en la oscuridad y, además, los elfos poseían una cualidad innata para orientarse en la floresta.
Temblaba de miedo. Todavía tenía en la mente la conversación que había escuchado entre Shi-Mae y el ser del espejo, y aún no podía creerlo. ¡La Archimaga que debía velar por su seguridad, la Señora de la Torre en funciones, estaba dispuesta a encerrar a los demás aprendices en el Laberinto de las Sombras! Nawin no sabía qué significaba todo aquello, pero sí sabía una cosa: tenía que avisar a los demás, cuanto antes. Aunque no le cayesen bien aquellos humanos, ella no deseaba su muerte, de ninguna de las maneras.
Y aquello del Laberinto de las Sombras no sonaba nada bien.
Nawin respiró hondo y subió a la grupa de su caballo. «Hacia las montañas», pensó.
Un lobo aulló en la lejanía.