La llegada de los tres es el segundo volumen de un largo relato llamado La Torre Oscura, inspirado en el poema narrativo de Robert Browning «Childe Roland a la Torre Oscura llegó» (y en cierto modo dependiente de él), que a su vez debe su origen a El rey Lear.
El primer volumen, El pistolero, narra cómo Roland, el último pistolero de un mundo que «se ha movido», consigue dar alcance al hombre de negro, un hechicero al que ha perseguido durante largo tiempo, aunque todavía ignoramos cuánto exactamente. El hombre de negro resulta ser un colega llamado Walter, quien finge haber sido amigo del padre de Roland en aquellos tiempos en que el mundo aún no se había movido.
El objetivo de Roland no es esta criatura semihumana, sino la Torre Oscura: el hombre de negro —y más concretamente, lo que el hombre de negro sabe— es solo el primer paso en el camino que lleva a ese lugar misterioso.
¿Quién es Roland exactamente? ¿Cómo era su mundo antes de moverse? ¿Qué es la Torre y por qué la busca? Solo tenemos respuestas fragmentarias. Roland es un pistolero, una especie de caballero andante, uno de los encargados de conseguir que no cambie ese mundo que él mismo recuerda como «lleno de amor y de luz», que no siga moviéndose.
Sabemos que Roland se vio empujado a una temprana prueba de hombría cuando descubrió que su madre se había convertido en amante de Marten, un hechicero más importante que Walter (con quien, sin saberlo el padre de Roland, estaba aliado); sabemos que Marten ha propiciado que Roland descubriera su relación con su madre, en espera de que falle en la prueba y sea enviado al Oeste; sabemos que Roland supera la prueba.
¿Qué más sabemos? Que el mundo del pistolero no es del todo distinto al nuestro. Han sobrevivido artilugios como los surtidores de gasolina y algunas canciones (Hey Jude, por ejemplo, o esa tonadilla que reza: «Judías, judías, la fruta musical…»); también algunas costumbres y rituales extrañamente parecidos a aquellos que concebimos en nuestra romántica visión del Oeste americano.
Y hay un cordón umbilical que conecta de alguna manera nuestro mundo con el del pistolero. En una estación de paso situada en un camino de diligencias abandonado desde hace tiempo en medio del enorme y estéril desierto, Roland se encuentra con un chico llamado Jake, quien ha muerto en nuestro mundo. Un chico al que, de hecho, el ubicuo (e inicuo) hombre de negro ha empujado en una esquina. Lo último que Jake recuerda de su mundo (de nuestro mundo), cuando iba al colegio con una bolsa de libros en una mano y su desayuno en la otra, es el momento en que lo aplastaron las ruedas de un Cadillac, causándole la muerte.
Antes de que den alcance al hombre de negro, Jake vuelve a morir… esta vez porque el pistolero, enfrentado a la segunda elección más agónica de su vida, decide sacrificar a este hijo simbólico. Obligado a escoger entre la Torre y el chico, tal vez entre la condenación y la salvación, Roland escoge la Torre.
«Váyase, pues —le dice Jake antes de despeñarse por el abismo—. Hay otros mundos aparte de estos».
La confrontación final entre Roland y Walter transcurre en un gólgota polvoriento de huesos putrefactos. El hombre de negro le cuenta a Roland su futuro con una baraja de cartas del Tarot. La profecía de la cartas muestra a un hombre llamado el Prisionero, a la Dama de las Sombras y a una figura oscura que es simplemente la Muerte («Pero no para ti, pistolero», le dice el hombre de negro), que se convierten en tema de este segundo volumen, el segundo paso de Roland en el largo y duro camino hacia la Torre Oscura.
El pistolero termina con Roland sentado en una playa del mar del Oeste, contemplando la puesta de sol. El hombre de negro está muerto y el futuro del propio pistolero no parece claro. La llegada de los tres empieza en esa misma playa, menos de siete horas después.