Sábado por la noche
La amante del general Gatinois estaba a punto de alcanzar el orgasmo, o al menos estaba dando a entender a su manera que el general podía ir pensando en acabar para tumbarse en la cama.
Gatinois captó el mensaje y redobló los esfuerzos. Las gotas de sudor le corrían por el vello canoso del pecho, donde se mezclaban con su propia humedad.
—Ah, ah, ah, ah —exclamaba ella, cuando de repente sonó el móvil del general con una melodía y una cadencia sorprendentemente parecidas a los gemidos de ella.
Gatinois cogió el teléfono, lo que enfureció a la chica, que lo apartó bruscamente y se fue al baño, desnuda y murmurando entre dientes.
—¿Le molesto, general? —preguntó Marolles.
—No, ¿qué sucede? —No le importaba demasiado no haber llegado al clímax. Todo resultaba demasiado predecible y aburrido.
—Hemos podido entrar en el servidor de Planta-Genetics y hemos obtenido el informe que el doctor Prentice quiere entregar al profesor Simard y a la profesora Mallory el lunes.
—¿Y?
—Resulta alarmante. Es preliminar, por supuesto, pero ha realizado unas observaciones bastante profundas. No hay duda de que está siguiendo la pista adecuada y que podría descubrir algo más si decidiera seguir adelante.
—Envíamelo a mi dirección de correo electrónico. Ahora no estoy en casa, pero no tardaré en llegar.
—Sí, señor.
—Como no nos sobra tiempo, no esperes a saber mi opinión. Informa a nuestros hombres que pueden ponerse en marcha.
Marolles parecía algo incómodo con la orden.
—¿Está seguro, general?
—¡Claro que lo estoy! —A Gatinois le molestó la pregunta—. ¡Y también estoy seguro de que no quiero que me convoquen al Palacio del Elíseo para explicarle al presidente por qué se ha puesto en peligro el mayor secreto de Francia durante mi mandato!