Capítulo 31

Cogí el vestido y lo levanté por el extremo.

—¿No es demasiado formal para la ocasión?

—¡En absoluto! —exclamó Mary.

Era media tarde, pero me habían hecho un vestido de noche. Era morado y muy elegante. Las mangas me llegaban hasta los codos, ya que en Carolina hacía más frío; y sobre el brazo me pusieron una capa con capucha para cuando aterrizara. El cuello alto me protegería del viento, y me habían recogido el pelo con tanta gracia… Nunca me había sentido tan guapa. Me habría gustado ver a la reina Amberly; estaba segura de que a ella también le habría impresionado.

—No quiero alargar las cosas —dije—. Ya es suficientemente duro así. Solo quiero que sepáis que estoy muy agradecida por todo lo que habéis hecho por mí. No solo por ayudarme a acicalarme, a vestirme, sino por pasar tiempo conmigo y preocuparos por mí. Nunca os olvidaré.

—Nosotras tampoco, señorita —prometió Anne.

Asentí y empecé a darme aire con la mano.

—Bueno, ya hemos llorado bastante por hoy. ¿Podéis decirle al conductor que bajo enseguida? Voy a tomarme un momento.

—Por supuesto, señorita.

—¿Sigue siendo improcedente darnos un abrazo? —preguntó Mary, mirándome a mí y luego a Anne.

—¿A quién le importa? —dijo esta, y las tres me rodearon con sus brazos una vez más.

—Cuidaos.

—Usted también, señorita —respondió Mary.

—Siempre fue una dama —añadió Anne.

Se apartaron, pero Lucy no me soltó.

—Gracias —susurró, y observé que estaba llorando—. La echaré de menos.

—Yo también a ti.

Me soltó, y las tres se fueron a la puerta, donde se quedaron una junto a la otra. Me hicieron una última reverencia y se despidieron con la mano.

Tantas veces había deseado poder irme durante las últimas semanas… Y ahora que estaba ahí, a unos segundos de mi partida, tenía miedo de que llegara el momento. Me dirigí al balcón. Miré hacia los jardines, el banco, el lugar donde Maxon y yo nos habíamos encontrado. No sabía por qué, pero sospeché que estaría allí.

No estaba. Tenía cosas más importantes que hacer que quedarse sentado pensando en mí. Toqué la pulsera que llevaba en la muñeca. En cualquier caso, él pensaría en mí de vez en cuando, y eso me reconfortaba. Pasara lo que pasara.

Retrocedí, cerré las puertas del balcón y me dirigí al pasillo. Iba despacio, admirando la belleza del palacio por última vez, aunque estaba ligeramente alterada, con algún espejo roto aquí, con algún marco astillado allá.

Recordaba cuando había bajado por la gran escalera el primer día, confundida y agradecida al mismo tiempo. Entonces éramos muchísimas chicas.

Cuando llegué a la puerta principal, me detuve un momento. Me había acostumbrado tanto a vivir tras aquellas enormes hojas de madera que casi me parecía raro atravesarlas.

Respiré hondo y cogí la manilla.

—¿America?

Me giré. Maxon estaba en el otro extremo del pasillo.

—Eh —dije, con la voz apagada. No pensaba que fuera a verle otra vez.

Él se acercó enseguida.

—Estás absolutamente impresionante.

—Gracias —dije, tocando la tela de mi último vestido.

Se hizo un breve silencio y nos quedamos allí, mirándonos el uno al otro. Quizá fuera aquello nada más: una última ocasión para vernos.

De pronto se aclaró la voz, recordando lo que había venido a decirme.

—He hablado con mi padre.

—¿Ah, sí?

—Sí. Estaba bastante contento al ver que no me habían matado anoche. Como puedes imaginar, la sucesión de la línea dinástica es muy importante para él. Le expliqué que estuve a punto de morir por su arranque de furia, y le dije que había encontrado un refugio gracias a ti.

—Pero yo no…

—Ya lo sé. Pero no hace falta que él lo sepa.

Sonreí.

—Entonces le conté que te dejé las cosas claras en cuanto a algunos aspectos de conducta. Tampoco hace falta que sepa que eso no es cierto; pero podrías actuar como si así fuera, si quisieras.

No sabía por qué debía actuar de ningún modo en particular, ahora que iba a estar en el otro extremo del país, pero asentí.

—Teniendo en cuenta que, por lo que él sabe, te debo la vida, ahora considera que, de algún modo, mi deseo de tenerte aquí puede estar justificado, siempre que muestres una conducta irreprochable y aprendas a estar en tu sitio.

Me lo quedé mirando. No estaba muy segura de estar entendiendo bien lo que decía.

—En realidad, lo justo es dejar que Natalie se vaya. Ella no está hecha para esto; y ahora que su familia está de duelo, el mejor sitio donde puede estar es en su casa. Ya hemos hablado.

Seguía sin creerme lo que estaba oyendo.

—¿Puedo explicártelo?

—Por favor.

Maxon me cogió la mano.

—Te quedarías como miembro de la Selección y seguirías en la competición, pero las cosas serían diferentes. Probablemente mi padre se muestre duro contigo y haga todo lo que pueda para que falles. Creo que hay formas de contrarrestar eso, pero llevará tiempo. Ya sabes lo implacable que es. Tienes que prepararte.

Asentí.

—Creo que puedo hacerlo.

—Hay más —Maxon miró a la alfombra, intentando ordenar su pensamientos—. America, no hay duda de que te has ganado mi corazón desde el principio. A estas alturas tienes que saberlo.

Cuando levantó la vista y me miró, pude ver en su interior, donde me vi reflejada.

—Lo sé.

—Pero lo que ahora mismo no tienes es mi confianza.

—¿Qué? —dije, sorprendida.

—Te he mostrado muchos de mis secretos, te he defendido todo lo que he podido. Pero cuando no estás contenta conmigo, actúas con rabia. Me cierras la puerta, me culpas o intentas cambiar todo el país, nada menos.

Vaya. Eso era duro de oír.

—Necesito saber que me puedo fiar de ti. Necesito saber que puedes guardarme los secretos, confiar en mis decisiones y no esconderme cosas. Necesito que seas completamente sincera conmigo y que dejes de cuestionar cada decisión que tomo. Necesito que tengas fe en mí, America.

Me dolió oír todo aquello, pero tenía razón. ¿Qué había hecho yo para demostrarle que podía confiar en mí? Todo el mundo a su alrededor le presionaba para que hiciera cosas. ¿No podía darle mi apoyo, sin más?

Me cogí una mano con la otra, algo incómoda.

—Tengo fe en ti. Y espero que veas que quiero seguir contigo. Pero tú también podrías haber sido más honesto conmigo.

Él asintió.

—Quizás. Y hay cosas que quiero decirte, pero muchas de las cosas que sé son de tal importancia que no puedo compartirlas, si es que hay la mínima posibilidad de que las hagas públicas. Necesito saber que puedes hacerlo. Y necesito que te muestres completamente abierta conmigo.

Cogí aire para responder, pero la respuesta no salió de mi boca.

—Maxon, ahí estás —exclamó Kriss, apareciendo tras una esquina—. Antes no he podido preguntarte si seguía en pie lo de la cena de esta noche.

Maxon no apartó la vista de mí.

—Claro. Cenaremos en tu habitación.

—¡Estupendo!

Eso me dolió.

—¿America? ¿De verdad te vas? —preguntó ella, acercándose. Distinguí un brillo de esperanza en sus ojos.

Miré a Maxon, que parecía decir con su cara: «A esto es a lo que me refiero. Necesito que aceptes las consecuencias de tus acciones, o que confíes en mis decisiones».

—No, Kriss, hoy no.

—Qué bien —dijo ella, con un suspiro, y vino a darme un abrazo.

Me pregunté hasta qué punto ese abrazo me lo daba por estar Maxon delante; pero, en realidad, no importaba. Kriss era mi rival más dura, pero también era la mejor amiga que tenía allí dentro.

—Anoche me preocupé muchísimo por ti. Me alegro de que estés bien.

—Gracias, tuve suerte… —estuve a punto de añadir «porque Maxon me hizo compañía», pero presumir de algo así probablemente habría arruinado la poca confianza que me había ganado en los últimos diez segundos. Me aclaré la garganta—. Tuve suerte de que los guardias llegaran tan rápido.

—Gracias a Dios. Bueno, te veré más tarde —se giró hacia Maxon—. Y a ti te veré esta noche.

La chica se fue por el pasillo, más contenta de lo que la había visto nunca. Supongo que si yo viera al hombre al que amaba poniéndome por delante de su antigua favorita, estaría igual de contenta.

—Sé que no te gusta, pero la necesito. Si tú me dejas tirado, ella es mi mejor opción.

—No importa —respondí, encogiéndome de hombros—. No te dejaré tirado.

Le di un beso rápido en la mejilla y subí las escaleras sin mirar atrás. Unas horas antes pensaba que había perdido a Maxon definitivamente, pero, ahora que sabía lo que significaba para mí, iba a luchar por él. Las otras chicas se quedarían con un palmo de narices.

Mientras subía la gran escalera, me sentí más animada. Probablemente tendría que preocuparme algo más por el desafío que se me presentaba, pero lo único en lo que podía pensar era en cómo lo superaría.

Quizás el rey detectara mi alegría, o quizá simplemente estuviera esperándome, pero lo cierto es que, en cuanto llegué a la segunda planta, me lo encontré en el rellano.

Se me acercó con parsimonia, haciendo alarde de su autoridad. Cuando lo tuve delante, le hice una reverencia.

—Majestad —saludé.

—Lady America. Parece que sigues con nosotros.

—Eso parece.

Un grupo de guardias pasó a nuestro lado, y saludaron sin pararse.

—Hablemos de negocios —dijo, con expresión severa—. ¿Qué te parece mi esposa?

Fruncí la frente, sorprendida del rumbo que tomaba la conversación. Aun así, respondí sinceramente:

—Creo que la reina es admirable. No tengo palabras para decir lo maravillosa que es.

Asintió.

—Es una mujer única. Bella, evidentemente, pero también humilde. Tímida, pero no hasta el punto de la cobardía. Obediente, afable y una gran conversadora. Da la impresión de que, aunque nació en la pobreza, estaba destinada a ser reina —hizo una pausa y me miró, observando mi expresión de admiración—. No se puede decir lo mismo de ti.

Intenté mantener la calma.

—No eres más guapa que la mayoría. Pelirroja, algo pálida y supongo que no tienes mal tipo; pero desde luego nada que ver con Celeste. En cuanto a tu carácter… —cogió aire—. Eres maleducada, tosca; y la única vez que se te ocurre hacer algo en serio, atacas la esencia de nuestro país. Absolutamente irresponsable. Y eso por no hablar de tu porte descuidado. Kriss es mucho más encantadora y agradable.

Apreté los labios, decidida a no llorar. Me recordé a mí misma que todo eso ya lo sabía.

—Y, por supuesto, tenerte en la familia no supone ningún beneficio político. No eres de una casta tan baja que inspire admiración, ni tampoco tienes contactos. Elise, en cambio, resultó muy útil para nuestro viaje a Nueva Asia.

Me pregunté hasta dónde sería verdad eso, si en realidad no llegaron a contactar con su familia. Quizás había algo más que yo no sabía. O tal vez todo aquello fuera una exageración para hacerme sentir poca cosa. Si ese había sido su objetivo, había hecho un gran trabajo.

Sus ojos se plantaron en los míos.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Tragué saliva.

—Supongo que tendría que preguntárselo a Maxon.

—Te lo pregunto a ti.

—Él quiere que me quede —dije, con decisión—. Y yo quiero quedarme. Mientras coincidan esas dos cosas, me quedo.

El rey hizo una mueca.

—¿Cuántos años tienes? ¿Dieciséis? ¿Diecisiete?

—Diecisiete.

—Supongo que no sabes mucho sobre hombres; de hecho no deberías, si estás aquí. Déjame que te diga que pueden ser muy inconstantes. No querrás poner en él todo tu afecto, cuando, en cualquier momento, puede pasar algo que lo aparte de ti para siempre.

Hice una mueca de extrañeza; no estaba muy segura de qué quería decir.

—Yo tengo ojos por todo el palacio. Sé que hay chicas que le ofrecen mucho más de lo que te puedes imaginar. ¿Crees que alguien tan vulgar como tú tiene alguna oportunidad, comparada con ellas?

¿Chicas? ¿En plural? ¿Quería decir que había pasado algo más que lo que yo había visto en el pasillo entre Maxon y Celeste? ¿Tan inocentes eran nuestros besos de la noche anterior, comparados con las otras experiencias que estaba teniendo?

Maxon me había dicho que quería ser honesto conmigo. ¿Acaso me ocultaba algo?

Tenía que confiar en él.

—Si eso es cierto, Maxon dejará que me vaya cuando llegue el momento, y, en ese caso, usted no tiene nada de que preocuparse.

—¡Claro que me preocupo! —rugió, y luego bajó la voz—. Si en un arranque de estupidez Maxon acaba escogiéndote a ti, tus tonterías nos pueden costar muy caras. ¡Décadas, generaciones de trabajo perdidas solo porque se te ocurrió hacerte la heroína!

Acercó su rostro al mío hasta tal punto que tuve que dar un paso atrás, pero él se volvió a aproximar, dejando muy poco espacio entre nosotros. Hablaba en voz baja pero con dureza, y daba aún más miedo que cuando gritaba.

—Vas a tener que aprender a controlar esa lengua. Si no, tú y yo seremos enemigos. Y créeme: no te conviene tenerme como enemigo.

Con un dedo cargado de rabia me señalaba la mejilla. Sería capaz de hacerme trizas en aquel mismo momento. Y aunque hubiera alguien cerca, ¿qué iban a hacer? Nadie se atrevería a protegerme del rey.

—Lo entiendo —respondí, intentando mantener un tono sereno.

—Excelente —dijo. De pronto, adoptó una voz alegre—. Entonces te dejaré para que te vuelvas a instalar. Buenas tardes.

Me quedé allí, y hasta que se alejó no me di cuenta de que estaba temblando. Cuando me decía que mantuviera la boca cerrada, supuse que se refería incluso a no mencionarle esa conversación a Maxon. Así que de momento no lo haría. Estaba segura de que aquello era una prueba para saber hasta dónde podía presionarme, y decidí mostrarme inquebrantable.

Mientras le daba vueltas en la cabeza, algo cambió en mi interior. Estaba nerviosa, sí, pero también furiosa.

¿Quién era ese hombre para darme órdenes? Sí, era el rey; pero, en realidad, no era más que un tirano. De algún modo se había convencido de que, manteniendo a todo el mundo a su alrededor oprimido y silenciado, nos hacía un favor a todos. ¿Qué podía tener de bueno verse obligado a vivir en un rincón de la sociedad? ¿Qué podía tener de bueno que todo el mundo en Illéa tuviera límites, todos menos él?

Pensé en Maxon, escondiendo a Marlee en las profundidades de las cocinas. Aunque yo no durara mucho más tiempo allí, sabía que él haría mucho mejor papel que su padre. Al menos era capaz de sentir compasión.

Seguí respirando lentamente y, cuando recuperé la compostura, me puse de nuevo en marcha.

Llegué a mi habitación y me apresuré a apretar el botón de llamada de mis doncellas. Antes de lo que me imaginaba, Anne, Mary y Lucy se presentaron a la carrera, casi sin aliento.

—¿Señorita? —preguntó Anne—. ¿Pasa algo malo?

—No —dije, sonriendo—, a menos que consideres que es malo que me quede.

Lucy soltó un chillido de alegría.

—¿De verdad?

—De verdad.

—Pero ¿cómo? —preguntó Anne—. Pensé que había dicho…

—Lo sé, lo sé. Es difícil de explicar. Lo único que puedo deciros es que me han dado una segunda oportunidad. Maxon me importa, y voy a luchar por él.

—¡Qué romántico! —exclamó Mary.

Lucy se puso a dar palmas.

—¡Chis! —exclamó Anne, para hacer que se callaran.

Había esperado que se alegrara por la noticia, así que no entendía aquella mirada tan seria.

—Si queremos que gane, necesitamos un plan —dijo, con una sonrisa diabólica, y yo la imité.

Nunca había conocido a nadie tan organizado como aquellas chicas. Con ellas de mi lado, sentí que perder era algo imposible.