Me crucé de brazos.
—He oído la versión de Kriss sobre lo ocurrido, y no creo que exagere en nada. En cuanto a Celeste, preferiría no volver a hablar de ella nunca más.
Se rio.
—Qué tozuda. Eso lo echaré de menos.
Me quedé callada un minuto.
—Así pues, ¿ya está? ¿Estoy fuera?
Maxon se quedó pensando.
—Ahora ya no estoy seguro de que pueda pararlo. ¿No es eso lo que querías?
—Estaba furiosa —dije, en un susurro, meneando la cabeza—. Estaba enfadadísima.
Aparté la mirada; no quería llorar. Aparentemente Maxon había decidido que debía escuchar lo que tenía que decirme, quisiera o no. Por fin me tenía atrapada, y tendría que oír todo lo que quería contarme.
—Pensé que eras mía —dijo. Levanté los ojos y me encontré con que él tenía la vista puesta en el techo—. Si hubiera podido proponerte matrimonio en la fiesta de Halloween, lo habría hecho. Se supone que tengo que hacerlo en una ceremonia oficial, con mis padres, invitados y cámaras, pero pedí permiso para preguntártelo en privado cuando estuviéramos preparados, y celebrar una recepción después. Eso nunca te lo conté, ¿verdad?
Maxon me miró, y yo sacudí la cabeza muy levemente. Él esbozó una sonrisa amarga al recordarlo.
—Tenía mi discurso preparado, todas las promesas que quería hacerte. Probablemente se me habría olvidado todo y habría quedado como un idiota. Aunque… aún me acuerdo —suspiró—. Te lo ahorraré —hizo una breve pausa—. Cuando me rechazaste a empujones, me entró el pánico. Pensaba que esta locura de concurso ya se había acabado, y de pronto me encontré como si estuviera de nuevo en el primer día de la Selección, solo que esta vez mis opciones eran más limitadas. Y solo una semana antes había estado viendo a todas esas chicas, buscando a alguna que te superara, que pudiera gustarme más, y no lo había conseguido. Estaba desesperado.
»Entonces apareció Kriss, tan humilde, cuyo único deseo era hacerme feliz, y me pregunté cómo es que se me había pasado eso por alto. Sabía que era agradable, y desde luego es muy atractiva; pero además tenía otras virtudes de las que no me había dado cuenta. Supongo que, sencillamente, no le había prestado atención. ¿Qué motivo tenía para hacerlo, si ya te tenía a ti?
Me rodeé el cuerpo con los brazos, como si intentara esconderme. Me tenía, pero ya no. Yo solita lo había estropeado todo.
—¿La quieres? —le pregunté, tímidamente. No quería verle la cara, pero el largo silencio me hizo comprender que había algo profundo entre los dos.
—Es diferente a lo que teníamos tú y yo. Es más tranquil…, más estable. Puedo ponerme en sus manos, y no tengo dudas de su entrega. Como puedes ver, en mi mundo hay muy pocas certezas. Por eso es agradable encontrar a alguien como ella.
Asentí, evitando el contacto visual. Lo único en que podía pensar era que hablaba de él y de mí en pasado, y que no tenía más que elogios para Kriss. Ojalá tuviera algo malo que decir de ella, algo que la hiciera perder puntos; pero no lo tenía. Kriss era una dama. Desde el principio lo había hecho todo bien, y me sorprendía que, aun así, él se hubiera decantado por mí. Kriss era la candidata perfecta.
—Y entonces, ¿por qué Celeste? —pregunté, mirándolo por fin—. Si Kriss es tan maravillosa…
Maxon asintió, aparentemente avergonzado. Había sido él quien había querido hablar de aquello, así que ya debía de tener algo pensado. Se puso en pie, estirando la espalda con timidez, y empezó a recorrer el pequeño espacio que nos separaba.
—Como sabes, mi vida está llena de tensiones que prefiero no compartir. Vivo en un estado de estrés constante. Estoy siendo observado y juzgado constantemente. Mis padres, nuestros asesores…; siempre estoy en el punto de mira, y ahora estáis vosotras aquí —dijo, señalándome—. Estoy seguro de que alguna vez te habrás sentido atrapada por culpa de tu casta, pero imagínate cómo me siento yo. He visto muchas cosas, America, y sé muchas cosas; y no creo que sea capaz de cambiarlas.
»Estoy seguro de que sabes que se supone que mi padre debe retirarse dentro de unos años, cuando vea que estoy preparado para gobernar, pero ¿crees que alguna vez dejará de mover los hilos? Eso no va a ocurrir mientras viva. Y sé que es un hombre terrible, pero no quiero que muera… Es mi padre.
Asentí.
—Y hablando de eso, ha metido mano en la Selección desde el principio. Si te fijas en quién ha quedado, está muy claro —empezó a pasar lista a las chicas con los dedos—. Natalie es extremadamente maleable, y eso la convierte en la favorita de mi padre, ya que piensa que yo tengo demasiado carácter. El hecho de que le guste tanto hace incluso que me cueste no aborrecerla.
»Elise tiene contactos en Nueva Asia, pero no estoy muy seguro de que eso sirva de nada. Esa guerra… —se quedó pensando y sacudió la cabeza. Había algo sobre aquella guerra que no quería compartir conmigo—. Y es tan… Ni siquiera sé cómo definirlo. Desde el principio sabía que no quería una chica que dijera que sí a todo, o que se limitara a mostrarme su adoración. Intento contradecirla, y ella me da la razón. ¡Siempre! Es exasperante. Es como si no tuviera sangre en las venas.
Respiró hondo. No me había dado cuenta de todo lo que suponía aquello para él. Siempre se había mostrado muy paciente con nosotras. Por fin me miró a mí.
—Tú eras la que yo quería. La única que quería. A mi padre no le emocionaba la idea; pero, en aquel momento, aún no habías hecho nada para disgustarle. Mientras estuviste callada, no le importó que siguieras aquí. De hecho, no le habría importado que te eligiera, si mostrabas buenos modales. Pero ahora ha usado tus últimas acciones para dejar claro que no tengo criterio, e insiste en tomar la decisión final personalmente —meneó la cabeza—. Pero eso es otro asunto. Las otras (Marlee, Kriss y Celeste) las escogieron los asesores. Marlee era una de las favoritas, al igual que Kriss —suspiró—. Kriss sería una buena opción. Ojalá me hubiera dejado acercarme más a ella, aunque solo sea porque aún no sé si hay… química entre nosotros. Me gustaría hacerme una idea al menos. Y Celeste. Tiene muchas influencias y es famosa. Queda bien en pantalla. Parece que queda bien que la elegida sea alguien de un nivel parecido al mío. Me gusta, aunque solo sea por su tenacidad. Al menos tiene carácter. Pero ya sé que es una manipuladora y que está intentando sacar el máximo partido a esta situación. Sé que, cuando me abraza, es la corona en lo que está pensando —cerró los ojos, como si estuviera a punto de decir lo peor de todo—. Ella me utiliza, así que no me siento culpable utilizándola. No me sorprendería que la hubieran animado a que se lanzara a mis brazos. Puedo entender las reservas de Kriss. Y desde luego preferiría estar entre tus brazos, pero apenas me hablas siquiera…
»¿Tan terrible es que desee disfrutar de un momento, de quince minutos de vida, sin que eso importe? ¿Sentirme bien? ¿Fingir por un rato que alguien me quiere? Puedes juzgarme si quieres, pero no me puedo disculpar por desear un poco de normalidad en mi vida.
Me miró profundamente a los ojos, aguardando mis reproches, pero esperando al mismo tiempo que no llegaran.
—Lo entiendo.
Pensé en Aspen, abrazándome fuerte y haciéndome promesas. ¿No había hecho yo exactamente lo mismo? Vi que Maxon le daba vueltas a la cabeza, preguntándose hasta qué punto lo entendía. Pero no podía compartir con él mi secreto. Aunque todo hubiera acabado para mí, no podía permitir que me viera con otros ojos.
—¿La escogerías? A Celeste, quiero decir.
Se sentó a mi lado, acercándose lentamente. No podía imaginarme lo mucho que le dolería la espalda.
—Si tuviera que hacerlo, la preferiría a ella antes que a Elise o a Natalie. Pero eso no ocurrirá a menos que Kriss decida que quiere marcharse.
Asentí.
—Kriss es una buena elección. Será mucho mejor princesa de lo que podría serlo yo.
Maxon chasqueó la lengua.
—Es menos peligrosa. Dios sabe qué podría pasarle al país contigo al mando.
Me reí, porque tenía razón.
—Probablemente lo llevaría a la ruina.
Maxon prosiguió, sin dejar de sonreír.
—Aunque quizá necesite que lo lleven a la ruina.
Nos quedamos allí sentados, en silencio, un rato. Me pregunté cómo sería nuestro mundo en ruinas. No podríamos liberarnos de la familia real —¿cómo íbamos a hacer nuestra transición?—, pero quizá pudiéramos cambiar la manera de gestionar algunas cosas. Los cargos podrían ser por elección, no heredados. Y las castas… La verdad es que me gustaría que nos libráramos de ellas.
—¿Me darás un capricho?
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, esta noche yo he compartido contigo muchas cosas que me cuestan mucho admitir. Me preguntaba si querrías responderme una pregunta.
Su expresión era tan sincera que no podía negarme. Esperaba no lamentarlo, pero se había mostrado más sincero conmigo de lo que me merecía.
—Claro. Lo que sea.
Tragó saliva.
—¿Alguna vez me has querido?
Maxon me miró a los ojos, y me pregunté si podía leer en mi mirada. Todas las emociones que había reprimido por no estar segura de ellas, todos los sentimientos a los que nunca había querido poner nombre. Bajé la cabeza.
—Sé que cuando pensé que eras responsable de lo que le hicieron a Marlee, me quedé destrozada. No porque hubiera ocurrido, sino porque no quería pensar que tú eras de ese tipo de personas. Sé que cuando hablas de Kriss o cuando pienso en cómo besabas a Celeste… me pongo tan celosa que apenas puedo respirar. Y sé que cuando hablamos en Halloween, pensaba en nuestro futuro juntos. Y era feliz. Sé que, si me lo hubieras pedido, te habría dicho que sí —aquellas últimas palabras fueron solo un susurro, casi me costaba pronunciarlas—. También sé que nunca he sabido cómo te sentías al quedar con otras chicas, o por ser príncipe. Incluso con todo lo que me has contado esta noche, creo que hay partes de ti que siempre te guardarás…
—Pero, con todo eso…
Asentí. No podía decirlo en voz alta. Si lo hacía, ¿cómo iba a poder irme de allí?
—Gracias —susurró—. Al menos ahora puedo estar seguro de que, por un breve momento del tiempo que pasamos juntos, sentimos lo mismo.
Noté los ojos irritados, que amenazaban con llenarse de lágrimas. En realidad nunca me había dicho que me quería, ni tampoco lo estaba diciendo ahora. Pero aquellas palabras se acercaban mucho.
—He sido una tonta —dije, recuperando el aliento. Me había resistido mucho a llorar, pero ahora ya no podía—. He dejado que la corona me asustara y no me permitiera quererte. Me decía a mí misma que, en realidad, no me importabas. No dejaba de pensar que me habías mentido o que me habías engañado, que no confiabas en mí ni te importaba lo suficiente. Quise creer que no era importante para ti.
Me quedé mirando su atractivo rostro.
—Solo con mirarte la espalda queda claro que harías cualquier cosa por mí. Y yo lo he echado a perder. Lo he echado todo a perder…
Me abrió los brazos, y me dejé caer entre ellos. Maxon me abrazó en silencio, pasándome las manos por el cabello. Deseé poder borrar todo lo demás y aferrarme a aquel momento, a aquel breve instante en que él y yo sabíamos lo mucho que significábamos el uno para el otro.
—Por favor, no llores, querida. Si pudiera, haría lo que fuera para que no lloraras nunca más.
—No volveré a verte nunca —dije, respirando a trompicones—. Es todo culpa mía.
Me agarró con más fuerza.
—No, yo debería haber sido más abierto.
—Y yo más paciente.
—Yo debería haberte propuesto matrimonio aquella noche, en tu habitación.
—Y yo debería haberte dejado que lo hicieras.
Chasqueó la lengua. Levanté la mirada, sin saber muy bien cuántas sonrisas más me podría dedicar. Maxon me limpió las lágrimas de las mejillas con los dedos, y se quedó ahí, mirándome a los ojos. Yo hice lo mismo; deseaba recordar aquel momento.
—America… No sé cuánto tiempo nos queda juntos, pero no quiero pasármelo lamentando las cosas que no hicimos.
—Yo tampoco —dije, y me giré hacia la palma de su mano y se la besé. Luego le besé las puntas de cada uno de sus dedos.
Él coló la mano por entre mi pelo y acercó sus labios a los míos.
Echaba de menos aquellos besos, tan serenos, tan seguros. Sabía que, en toda mi vida, si me casaba con Aspen o con cualquier otro, nadie me haría sentir así. No es que yo hiciera que su mundo fuera mejor. Es que yo era su mundo. No era una explosión; eran fuegos artificiales. Era una llamarada, ardiendo lentamente de dentro afuera.
Nos fuimos dejando caer, hasta que acabé en el suelo, con Maxon encima de mí. Me fue rozando con la nariz por el borde de la mandíbula, el cuello, el hombro, y recorrió el camino de vuelta cubriéndolo de besos hasta llegar otra vez a mis labios. Yo no dejaba de pasarle los dedos por entre el cabello. Era tan suave que casi me hacía cosquillas en las palmas de las manos.
Al cabo de un rato sacamos las mantas y nos hicimos una cama improvisada. Él me abrazó prolongadamente, mirándome a los ojos. Podríamos habernos pasado años así; al menos yo.
Cuando la camisa de Maxon estuvo seca, se la puso, tapándose las manchas con el abrigo, y volvió a acurrucarse a mi lado. Cuando los dos nos cansamos, nos pusimos a hablar. No quería perder ni un minuto durmiendo, y tenía la impresión de que él tampoco.
—¿Crees que volverás con él? ¿Con tu ex?
No quería hablar de Aspen en aquel momento, pero me lo pensé.
—Es una buena elección. Listo, valiente, y quizá la única persona del planeta más tozuda que yo.
Maxon soltó una risita. Yo tenía los ojos cerrados, pero seguí hablando.
—No obstante, pasará un tiempo antes de que pueda pensar en eso.
—Mmm.
El silencio se prolongó. Maxon frotó el pulgar contra mi mano.
—¿Podré escribirte? —preguntó.
Me lo quedé pensando.
—A lo mejor deberías esperar unos meses. Quizá ni me eches de menos.
Él reprimió una risa.
—Si me escribes…, tendrás que contárselo a Kriss.
—Tienes razón.
No dejó claro si con eso quería decir que se lo diría o que simplemente no me escribiría, pero la verdad era que en aquel momento no quería saberlo.
No podía creerme que todo aquello estuviera pasando por culpa de un libro.
De pronto me sobresalté y abrí los ojos de golpe. ¡Un libro!
—Maxon, ¿y si los rebeldes norteños están buscando los diarios?
Él cambió de posición, aún adormilado.
—¿Qué quieres decir?
—Aquel día en que hui del palacio y los vi pasar. A una chica se le cayó una bolsa llena de libros. El tipo que iba con ella también llevaba muchos. Están robando libros. ¿Y si andan buscando uno en particular?
Maxon abrió los ojos y frunció el ceño.
—America…, ¿qué había en ese diario?
—Muchas cosas. Explicaba básicamente cómo Gregory Illéa estafó al país, cómo impuso las castas a la gente. Era terrible, Maxon.
—Pero la emisión del Report se cortó —dijo él—. Aunque fuera eso lo que buscan, es imposible que sepan lo que había o lo que hay en el diario. Créeme, después de tu numerito, mi padre se asegurará de que esas cosas estén aún más protegidas.
—Ya está —dije, tapándome la cara y reprimiendo un bostezo—. Ya lo sé…
—No —respondió él—. No le des más vueltas. Por lo que sabemos, simplemente les gusta mucho, mucho, la lectura.
Hice una mueca ante aquel intento de chiste.
—Estaba convencida de que no podía empeorar aún más las cosas.
—Chis —dijo él, acercándose aún más y cogiéndome con sus fuertes brazos—. Ahora no te preocupes de eso. Deberías dormir.
—Pero no quiero —murmuré, aunque al mismo tiempo me pegué un poco más a él.
Maxon volvió a cerrar los ojos, sin soltarme.
—Yo tampoco. Incluso en los días buenos, dormir me pone nervioso.
Aquello me dolía. No podía imaginarme su estado de constante preocupación, especialmente teniendo en cuenta que la persona que le provocaba aquella tensión era su propio padre.
Me soltó la mano y metió la suya en el bolsillo. Entreabrí los ojos, pero él seguía teniéndolos cerrados. Los dos estábamos a punto de dormirnos. Volvió a encontrar mi mano y me puso algo en la muñeca. Reconocí el tacto de la pulsera que me había comprado en Nueva Asia.
—La llevo todo el rato en el bolsillo. Es de un romanticismo patético, ¿verdad? Iba a quedármela, pero quiero que conserves algo mío.
Me colocó la pulsera sobre la de Aspen, y sentí que el cierre me presionaba contra la piel.
—Gracias. Me hace muy feliz.
—Entonces yo también soy feliz.
No dijimos nada más.