Capítulo 25

—¿Clases particulares? —preguntó Silvia—. ¿Quieres decir varias a la semana?

—Claro —respondí.

Por primera vez desde mi llegada, estaba profundamente agradecida a Silvia. Sabía que no podría resistirse ante la idea de tener a alguien dispuesto a escuchar todo lo que tenía que decir, y si aquello me suponía un trabajo extra, me iría bien para estar ocupada.

Pensar en Maxon, en Aspen, en el diario y en las chicas se me hacía demasiado pesado. El protocolo era algo que no tenía vuelta de hoja. Los pasos para presentar una proposición de ley eran invariables. Ese tipo de cosas sí podía llegar a aprenderlas.

Silvia me miró, aún algo sorprendida, y al momento me mostró una gran sonrisa. Me dio un abrazo y exclamó:

—Oh, esto es fantástico. Por fin una de vosotras entiende lo importante que es esto —se separó, pero siguió agarrándome con los brazos extendidos—. ¿Cuándo quieres empezar?

—¿Ahora?

—Déjame ir a buscar unos libros —respondió, pletórica.

Me impliqué de lleno en el estudio, agradecida por cada palabra, concepto y estadística que me metía en la cabeza. Cuando no estaba con Silvia, estaba leyendo algún texto en las innumerables horas que pasaba en la Sala de las Mujeres; cualquier cosa menos pasar el rato con las otras chicas.

Trabajé mucho, y no veía la hora de que las cinco tuviéramos una nueva clase conjunta.

Cuando llegó, Silvia empezó por preguntarnos qué era lo que más nos apasionaba. Yo escribí que mi familia, la música y, luego, como si fuera algo inevitable, la justicia.

—El motivo por el que os lo pregunto es porque la reina siempre suele presidir algún comité de algún tipo, algo en beneficio del país. La reina Amberly, por ejemplo, impulsó un programa para formar a las familias para que puedan hacerse cargo de cualquier miembro discapacitado físico o mental. Muchos acaban en la calle cuando las familias no saben qué hacer con ellos, y el número de Ochos va creciendo alarmantemente. Las estadísticas de estos últimos diez años han demostrado que su programa ha ayudado a reducir esa cifra, lo que ha contribuido a la seguridad de la población en general.

—¿Y nosotras tenemos que idear un programa de ese tipo? —preguntó Elise, algo nerviosa.

—Sí, ese será vuestro nuevo proyecto —respondió Silvia—. En el Capital Report de dentro de dos semanas se os pedirá que presentéis vuestra idea y que propongáis cómo podría ponerse en marcha.

A Natalie se le escapó un gritito ahogado. Celeste puso la mirada en el cielo. Kriss tenía aspecto de estar pensando ya en algo. Su entusiasmo inmediato me puso algo nerviosa.

Recordé que Maxon había hablado de una eliminación inminente. Daba la impresión de que Kriss y yo teníamos una ligera ventaja, pero, aun así, era preocupante.

—¿De verdad servirá esto para algo? —preguntó Celeste—. La verdad es que preferiría aprender algo que realmente nos fuera útil.

Era evidente que aquel tono de preocupación escondía que la idea la aburría o la intimidaba.

Silvia parecía consternada.

—¡Claro que os será útil! La que se convierta en princesa estará al cargo de un proyecto filantrópico.

Celeste murmuró algo y se puso a juguetear con un bolígrafo. No soportaba que deseara tanto el cargo pero ninguna de sus responsabilidades.

«Yo sería mejor princesa que ella», pensé. Y en aquel momento me di cuenta de que aquello no era falso del todo. No tenía sus contactos ni el saber estar de Kriss, pero al menos estaba más implicada. ¿O es que eso no importaba?

Por primera vez en mucho tiempo, me sentía entusiasmada. Ahí tenía un proyecto que me permitiría demostrar lo único que me distanciaba de las otras. Estaba decidida a volcarme en ello y, con un poco de suerte, crearía algo que valiera la pena. A lo mejor acabaría perdiendo la competición; quizá ni siquiera me interesara ganar. Pero si no llegaba a ser princesa, al menos me acercaría todo lo posible, y haría las paces con la Selección.

Imposible. Por mucho que lo intentara, no se me ocurría ni una idea para mi proyecto filantrópico. Pensé, leí y volví a pensar. Les pregunté a mis doncellas, pero no me dieron ninguna idea. Le habría consultado a Aspen, pero hacía días que no sabía de él. Supuse que sería especialmente precavido, ahora que Maxon estaba en palacio.

Lo peor era que parecía claro que Kriss estaba ya enfrascada en su presentación. Se ausentaba mucho de la Sala de las Mujeres para ir a leer; y cuando estaba presente, permanecía absorta en alguna lectura o tomaba notas sin parar. Maldición.

Cuando llegó el viernes, sentí que me moría al darme cuenta de que solo me quedaba una semana y que seguía sin perspectivas en el horizonte. Durante el Report, Gavril explicó la estructura del programa siguiente, explicando que, tras unos anuncios breves, el resto de la noche se dedicaría a nuestras presentaciones.

Un sudor frío me cubrió la frente.

Pillé a Maxon mirándome. Levantó la mano y se tiró de la oreja, y yo no estaba segura de qué hacer. No es que quisiera decirle que sí, pero tampoco quería que pensara que me lo quitaba de encima. Me tiré del lóbulo, y él pareció aliviado.

Nerviosa, esperé a que se presentara, retorciéndome el cabello entre los dedos y caminando por la habitación, arriba y abajo.

Maxon llamó suavemente y luego entró, como solía hacer. Le recibí de pie, con la sensación de que necesitaba un ambiente algo más formal de lo habitual. Tenía claro que aquello era ridículo, pero tampoco podía evitarlo.

—¿Cómo estás? —me preguntó, cruzando la habitación.

—¿La verdad? Nerviosa.

—Es por lo guapo que estoy, ¿verdad?

Puso una cara simpática y me reí.

—Debería apartar la mirada —dije, siguiéndole la broma—. De hecho, es más bien por ese proyecto filantrópico.

—Oh —soltó, sentándose en mi mesa—. Si quieres puedes practicar presentándomelo a mí primero. Kriss lo ha hecho.

Sentí que me deshinchaba. Claro. Cómo no.

—Aún no tengo ni la idea —confesé, sentándome frente a él.

—Ah. Bueno, imagino que eso es lo que te tiene tan nerviosa.

Le miré, dejando claro que no tenía ni idea de hasta qué punto.

—¿Qué es lo más importante para ti? Tiene que haber algo que realmente te toque la fibra y que a las demás se les pase por alto —dijo Maxon, acomodándose en la silla, con una mano sobre la mesa.

¿Cómo podía estar tan tranquilo? ¿No veía lo nerviosa que estaba yo?

—Llevo toda la semana dándole vueltas y no se me ha ocurrido nada.

Soltó una risita.

—Pensaba que para ti sería más fácil que para las demás. Tú te has enfrentado a más dificultades que las otras cuatro juntas.

—Exactamente, pero nunca he sabido cómo cambiar nada de eso. Ese es el problema —me quedé con la mirada fija sobre la mesa, recordando Carolina con toda claridad—. Lo recuerdo todo… Los Sietes que se lesionan con esos trabajos por días tan duros y que de pronto son degradados a Ochos porque ya no pueden trabajar. Las chicas que recorren las calles al límite del toque de queda, metiéndose en las camas de tipos solitarios por cuatro chavos. Los niños que nunca tienen lo que necesitan (suficiente comida, calefacción, cariño) porque sus padres se pasan la vida trabajando. Recuerdo mis peores días perfectamente. Pero pensar en algo para ponerle remedio… —meneé la cabeza—. ¿Qué podría decir?

Le miré, esperando encontrar una respuesta en sus ojos. Pero no la había.

—Está muy bien expresado —dijo, y se calló.

Pensé en todo lo que le había dicho y en su respuesta. ¿Quería decir que sabía más de los planes de Gregory de lo que yo pensaba? ¿O que se sentía culpable por tener tanto mientras otros tenían tan poco? Suspiró.

—En realidad no esperaba hablar de eso esta noche.

—¿Qué es lo que tenías in mente?

Maxon me miró como si estuviera loca.

—Hablar de ti, por supuesto.

—¿De mí? —dije, pasándome el pelo tras la oreja—. ¿De qué, exactamente?

Cambió de posición, ladeando la silla para que estuviéramos más cerca e inclinando el cuerpo hacia delante, como si fuera un secreto.

—Pensé que, una vez que vieras que Marlee estaba bien, las cosas cambiarían. Estaba seguro de que podrías volver a sentir algo por mí. Pero no ha ocurrido. Incluso esta noche, que has accedido a verme, te muestras muy distante.

Así que se había dado cuenta.

Pasé los dedos por la mesa, sin mirarle a los ojos.

—No es exactamente que tenga un problema contigo. Es con la situación —me encogí de hombros—. Pensé que lo sabías.

—Pero después de lo de Marlee…

Levanté la cabeza.

—Después de lo de Marlee han seguido pasando cosas. De pronto empiezo a entender lo que significaría ser princesa, y un minuto después dejo de entenderlo. No soy como las otras chicas. Soy la que procede de la casta más baja; y quizá Elise fuera una Cuatro, pero su familia es muy diferente a la mayoría de los Cuatros. Tienen tantas propiedades que me sorprende que aún no hayan pagado para ascender. Y tú te has criado en este entorno. Para mí es un gran cambio.

Asintió, sin perder aquella paciencia infinita que tenía.

—Eso lo entiendo, America. En parte ese es el motivo por el que he querido darte tiempo. Pero tú también tienes que pensar en mí.

—Lo hago.

—No, así no. No como parte de la ecuación. Ponte en mi lugar. No me queda mucho tiempo. El proyecto filantrópico será el detonante de otra eliminación. Supongo que eso ya te lo habrás imaginado.

Bajé la cabeza. Claro que lo había pensado.

—¿Y qué debo hacer cuando solo quedéis cuatro? ¿Darte más tiempo? Cuando solo queden tres, se supone que tengo que escoger. Si solo quedáis tres y tú sigues con tus dudas sobre si quieres aceptar o no la responsabilidad, el trabajo, si me quieres a mí… ¿Qué debo hacer entonces?

Me mordí el labio.

—No lo sé.

Maxon meneó la cabeza.

—Eso no puedo aceptarlo. Necesito una respuesta. Porque no puedo enviar a casa a alguien que desee realmente esto, que me quiera a mí, si al final tú te vas a echar atrás.

—Entonces —respondí, tras coger aire—, ¿tengo que darte una respuesta ahora mismo? Ni siquiera sé qué es a lo que tengo que responder. Si digo que deseo quedarme, ¿quiere decir eso que quiero ser la elegida? Porque eso no lo sé —sentí que se me tensaban los músculos, como si se prepararan para salir corriendo.

—No tienes que decir nada ahora, pero cuando llegue el día del Report tendrás que saber si quieres esto o no lo quieres. No me gusta tener que darte un ultimátum, pero yo tengo que jugármela, y no parece que te importe mucho —suspiró antes de proseguir—. La verdad es que no quería que la conversación fuera por ahí. Quizá debería irme —dijo, y su tono dejaba claro que esperaba que le pidiera que se quedara, que todo iba a arreglarse.

—Sí, creo que será mejor —susurré.

Agitó la cabeza, irritado, y se puso en pie.

—Muy bien —dijo, y atravesó la habitación con pasos rápidos y furiosos—. Iré a ver qué hace Kriss.