Me revolví y grité durante todo el trayecto de vuelta. Los guardias tuvieron que agarrarme con tal fuerza que sabía que quedaría cubierta de cardenales, pero no me importaba. Tenía que luchar.
—¿Dónde está su habitación? —oí que preguntaba uno, y al girarme vi una doncella que caminaba por el pasillo.
No la reconocí, pero era evidente que ella a mí sí. Indicó a los guardias el camino a mi cuarto. Oí que mis doncellas protestaban todo el rato por cómo me estaban tratando.
—Cálmese, señorita; esos no son modos para una dama —protestó un guardia mientras me tiraban sobre la cama.
—¡Salid de mi habitación ahora mismo! —grité.
Mis doncellas, todas ellas con los ojos llenos de lágrimas, acudieron corriendo.
Mary intentó limpiarme el vestido, que se había llenado de tierra al caerme, pero yo me la quité de encima de un manotazo. Ellas lo sabían. Lo sabían, y no me habían advertido.
—¡Vosotras también! —les grité—. ¡Quiero que salgáis de aquí! ¡Ahora mismo!
Ellas se echaron atrás al oír aquello, y los temblores que agitaban a Lucy de la cabeza a los pies me hicieron lamentar haber sido tan brusca. Pero necesitaba estar sola.
—Lo sentimos, señorita —dijo Anne, al tiempo que se llevaba a las otras dos. Ellas sabían lo mucho que me importaba Marlee.
Marlee…
—Marchaos —murmuré, dándome media vuelta y hundiendo la cara en la almohada.
Cuando oí que se cerraba la puerta, me quité el zapato que me quedaba y me acomodé en la cama. Por fin tenían sentido tantas y tantas cosas. De modo que aquel era el secreto que tanto le costaba compartir conmigo. No quería quedarse porque no estaba enamorada de Maxon, pero no quería irse y alejarse de Carter.
Todo encajaba: por qué había decidido situarse en determinados lugares o por qué se quedaba mirando hacia las puertas. Era por Carter, que estaba allí. El día en que vinieron el rey y la reina de Swendway, y ella se había negado a apartarse del sol… Carter. Era a Marlee a la que esperaba cuando me topé con él al salir del baño. Siempre él, manteniéndose cerca en silencio, quizá buscando un beso furtivo aquí y allá, esperando la ocasión de estar juntos.
¿Hasta qué punto debía de quererle ella, para dejarse llevar así, para arriesgarse tanto?
¿Cómo podía ser que pasara algo así? Parecía imposible. Sabía que debía ser castigado, pero que le ocurriera a Marlee…, quedarme sin ella de esa manera… No podía entenderlo.
Sentí un nudo en el estómago. Podría haberme pasado a mí. Si Aspen y yo no hubiéramos tenido cuidado, si alguien hubiera oído nuestra conversación en la pista de baile la noche anterior, aquello podría estar pasándonos a nosotros.
¿Volvería a ver a Marlee? ¿Adónde la enviarían? ¿Podrían seguir viéndola sus padres? No sabía de qué casta era Carter antes de convertirse en un Dos al ingresar en la guardia, pero supuse que sería un Siete. La vida de un Siete era dura, pero desde luego la de un Ocho era mucho peor.
No podía creerme que ahora Marlee fuera una Ocho. Aquello no podía ser.
¿Podría volver a usar las manos? ¿Cuánto tardarían en curarse las heridas? ¿Y Carter? ¿Podría incluso volver a caminar después de aquello?
Podría haber sido Aspen.
Podría haber sido yo.
Me sentía fatal. Por una parte, me embargaba una cruel sensación de alivio por no ser yo la afectada; sin embargo, por otra, aquello me hacía sentir tan culpable que me costaba respirar. Era una persona odiosa, una amiga terrible. Estaba avergonzada.
Lo único que podía hacer era llorar.
Me pasé la mañana y gran parte de la tarde hecha un ovillo en mi cama. Mis doncellas me trajeron el almuerzo, pero yo no podía ni tocarlo. Afortunadamente no insistieron en quedarse, y me dejaron sola con mi tristeza.
No encontraba consuelo. Cuanto más pensaba en lo sucedido, peor me sentía. No podía sacarme de la cabeza el sonido de los gritos de Marlee. Me pregunté si conseguiría olvidarlo algún día.
Unos golpecitos vacilantes resonaron en la puerta. Mis doncellas no estaban para abrir, y yo no me sentía con ánimo para ir hasta allí, así que tampoco lo hice. No obstante, al cabo de un momento, el visitante entró.
—¿América? —dijo Maxon en voz baja.
No respondí.
Cerró la puerta y cruzó la habitación, situándose junto a mi cama.
—Lo siento. No podía hacer nada.
Me quedé inmóvil, qué iba a decirle.
—Era o eso, o matarlos. Las cámaras los pillaron anoche, y la filmación circuló sin que nosotros nos enteráramos —insistió.
Se pasó un rato sin hablar, quizá pensando que si se quedaba allí lo suficiente, yo encontraría algo que decirle. Al final se arrodilló a mi lado.
—¿America? Mírame, cariño.
Aquella palabra hizo que se me revolvieran las tripas. Pero le miré.
—Tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo.
—¿Y cómo te has podido quedar ahí, impasible? —le pregunté, con un tono extraño en la voz.
—Ya te he dicho alguna vez que parte de este trabajo consiste en mantener una imagen de calma, aunque no sea así como te sientes. Es algo que he tenido que aprender a hacer. Tú también lo harás.
Fruncí el ceño. ¡No seguiría pensando que yo seguía interesada! Daba la impresión de que sí. Pero poco a poco fue interpretando mi expresión y la sorpresa se reflejó en su rostro.
—America, sé que estás disgustada, pero… ¿No pensarás…? Ya te lo dije; tú eres la única. Por favor, no me hagas esto.
—Maxon —dije, lentamente—, lo siento, pero no creo que pueda hacer esto. Nunca podría soportar tener que ver cómo le hacen daño de esa manera a alguien, sabiendo que he sido yo quien lo ha decidido. No puedo ser princesa.
Él soltó aire en un soplido entrecortado, probablemente lo más próximo a una sincera expresión de tristeza que le había visto nunca.
—America, no decidas cómo será el resto de tu vida por lo que le ha pasado durante apenas cinco minutos a otra persona. Una cosa así no ocurre casi nunca. No deberías hacerlo.
Erguí la espalda, con la esperanza de poder pensar más claramente.
—Yo… ahora mismo no puedo ni pensar en ello.
—Pues no lo hagas —respondió—. No tomes una decisión tan importante para los dos ahora que estás tan disgustada.
De algún modo, tuve la sensación de que aquellas palabras eran un truco.
—Por favor —susurró, con fuerza, agarrándome las manos. La desesperación en su voz provocó que le mirara—. Me prometiste que no me dejarías. No te rindas, no me abandones así. Por favor.
Solté aire y asentí.
—Gracias —dijo, aliviado.
Maxon se quedó allí sentado, agarrado a mi mano como si fuera un salvavidas. Pero para mí la sensación era muy diferente a la del día anterior.
—Ya sé… —dijo—. Sé que el puesto te hace dudar. Siempre he sabido que sería duro. Y estoy seguro de que esto lo hace aún más duro. Pero… ¿y yo? ¿Aún estás segura de mí?
Vacilé. No sabía qué decir.
—Ya te he dicho que no puedo pensar.
—Oh —parecía decepcionado—. Está bien, te dejo sola. Pero hablaremos pronto.
Acercó la cabeza, como si quisiera besarme. Yo bajé la mirada, y él se aclaró la garganta.
—Adiós, America.
Se fue.
Y me vine abajo otra vez.
Unos minutos más tarde, o quizás unas horas, mis doncellas entraron y me encontraron llorando a gritos y dando vueltas sobre la cama. Era imposible que no vieran la expresión de tristeza en mis ojos.
—Oh, señorita —exclamó Mary, que se acercó para abrazarme—. Vamos a prepararla para la cama.
Lucy y Anne se pusieron a desabrocharme los botones del vestido mientras Mary me limpiaba la cara y me desenredaba el pelo.
Mis doncellas se sentaron a mi alrededor, consolándome mientras lloraba. Quería explicarles que no era solo lo de Marlee, que también era aquel dolor insufrible por Maxon; pero resultaba embarazoso admitir lo mucho que me importaba, lo equivocada que había estado.
Mi dolor se multiplicó cuando pregunté por mis padres, y Anne me dijo que todas las familias se habían marchado enseguida. Ni siquiera había tenido ocasión de despedirme.
Anne me cepilló el cabello, consolándome. Mary estaba a mis pies, dándome una friega en las piernas. Lucy simplemente tenía las manos sobre el pecho, como si sufriera por mí.
—Gracias —susurré, entre suspiros—. Siento lo de antes.
Las tres se miraron.
—No hay nada de que disculparse, señorita —dijo Anne.
Quería corregirla, porque desde luego me había excedido tratándolas así, pero de pronto volvieron a llamar a la puerta. Intenté pensar en cómo podría decir educadamente que no me apetecía ver a Maxon, pero, cuando Lucy fue a abrir la puerta, al otro lado apareció el rostro de Aspen.
—Siento molestarlas, señoritas, pero he oído los lloros y quería asegurarme de que estaban bien.
Cruzó la habitación en dirección a mi cama en un movimiento arriesgado, teniendo en cuenta el día que habíamos tenido todos.
—Lady America, siento mucho lo de su amiga. He oído que era especial para usted. Si necesita algo, aquí me tiene —la mirada de Aspen decía mucho: que estaba dispuesto a sacrificar cualquier cosa para ayudarme, que llegaría hasta donde fuera.
Qué idiota había sido. Había estado a punto de dejar de lado a la única persona que me conocía de verdad, que me quería de verdad. Aspen y yo habíamos planeado una vida juntos, y la Selección casi la había destruido por completo.
Él era como estar en casa, me hacía sentir segura.
—Gracias —respondí, en voz baja—. Este gesto significa mucho para mí.
Esbozó una sonrisa casi imperceptible. Era evidente que habría querido quedarse (y a mí habría encantado), pero con mis doncellas dando vueltas por ahí resultaba imposible. Recordé aquel día, poco antes, cuando había pensado que Aspen siempre estaría allí. Me gustó constatar que estaba en lo cierto.