Capítulo 6

Estupendo, señorita. Siga señalando los diseños, y el resto de ustedes intenten no mirarme —dijo el fotógrafo.

Era sábado, y todas las chicas de la Élite habíamos sido excusadas de pasar el día en la Sala de las Mujeres. A la hora de desayunar, Maxon había hecho su anuncio sobre la fiesta de Halloween; y por la tarde nuestras doncellas habían empezado a trabajar en el diseño de los disfraces, y habían venido fotógrafos para documentar todo el proceso.

Yo intentaba estar natural mientras repasaba los dibujos de Anne, y mis otras doncellas esperaban al otro lado de la mesa con trozos de tela, cajitas de alfileres y una cantidad absurda de plumas.

El flash de la cámara nos iluminó mientras intentábamos dar diferentes opiniones. Justo mientras yo posaba sosteniendo un tejido dorado junto a la cara, llegó una visita.

—Buenos días, señoritas —dijo Maxon, atravesando el umbral.

No pude evitar levantar la cabeza un poco, y sentí que una sonrisa afloraba en mi rostro. El fotógrafo captó ese momento justo antes de girarse hacia Maxon.

—Alteza, siempre es un honor. ¿Le importaría posar con la señorita?

—Será un placer.

Mis doncellas se echaron atrás, Maxon cogió unos bocetos y se situó detrás de mí, con los papeles en una mano, por delante de los dos, y la otra rodeando mi cintura. Aquel contacto significaba mucho para mí. Parecía decir: «¿Lo ves? Muy pronto podré tocarte así delante de todo el mundo. No tienes que preocuparte por nada».

El fotógrafo tomó unas cuantas fotos y luego pasó a la siguiente chica de su lista. Entonces me di cuenta de que mis doncellas se habían retirado sigilosamente y ya no estaban allí.

—Tus doncellas tienen talento —observó Maxon—. Estos diseños son estupendos.

Intenté actuar como siempre hacía con Maxon, pero ahora las cosas eran diferentes, mejores y peores a la vez.

—Lo sé. No podría estar en mejores manos.

—¿Ya te has decidido por alguno? —preguntó, extendiendo los papeles sobre la mesa.

—A todas nos gusta la idea del pájaro. Supongo que es una referencia a mi collar —dije, tocándome la fina cadena de plata. El colgante en forma de ruiseñor era un regalo de mi padre, y yo lo prefería a las ostentosas joyas que nos ofrecían en palacio.

—Siento tener que decírtelo, pero creo que Celeste también ha escogido algo que tiene que ver con pájaros. Parecía muy decidida.

—No pasa nada —respondí, encogiéndome de hombros—. Las plumas tampoco me vuelven loca —de pronto la sonrisa desapareció de mi rostro—. Espera. ¿Has ido a ver a Celeste?

Él asintió.

—Sí, he pasado un momento a charlar. Y me temo que tampoco me puedo quedar mucho rato aquí. A mi padre no le hace mucha gracia todo esto, pero entiende que mientras dure la Selección hay que organizar fiestas así, para que sea más agradable. Y ha estado de acuerdo en que será un modo mucho mejor de conocer a las familias, teniendo en cuenta las circunstancias.

—¿Qué circunstancias?

—Está deseando que haya alguna eliminación más, y se supone que tendré que descartar a una de las chicas después de conocer a los padres de todas. Por eso a él le parece que, cuanto antes vengan, mejor.

Hasta ese momento no había caído en que parte del plan de la fiesta de Halloween era enviar a alguien a casa. Pensaba que simplemente era una fiesta.

Aquello me puso nerviosa, aunque en mi interior sabía que no había motivo para estarlo. Al menos después de nuestra conversación de la noche anterior. De todos los momentos que había compartido con Maxon, ninguno me había parecido tan auténtico como aquel.

Sin dejar de repasar los bocetos, añadió:

—Bueno, supongo que tendré que acabar la ronda.

—¿Ya te vas?

—No te preocupes, cariño. Te veré en la cena.

«Sí, pero en la cena nos verás a todas», pensé.

—¿Va todo bien? —pregunté.

—Claro —respondió, acercándose para darme un beso rápido. En la mejilla—. Tengo que irme corriendo. Nos vemos pronto.

Y con la misma rapidez que había aparecido, desapareció.

El domingo, cuando apenas faltaba una semana para la fiesta de Halloween, el palacio era un torbellino de actividad.

Las chicas de la Élite pasamos la mañana del lunes con la reina Amberly, probando platos y decidiendo el menú para la fiesta de Halloween. Desde luego, aquella era la tarea más agradable que había tenido que hacer hasta el momento. No obstante, después del almuerzo, Celeste se ausentó unas horas de la Sala de las Mujeres. Cuando volvió, hacia las cuatro, nos anunció a todas:

—Maxon os envía recuerdos.

El martes por la tarde dimos la bienvenida a los parientes de la familia real que acudían a la ciudad para las fiestas. Pero la mañana la habíamos pasado mirando por la ventana, mientras Maxon le daba clases de tiro con arco a Kriss en los jardines.

En las comidas había muchos invitados que habían acudido con antelación, pero muchas veces Maxon faltaba, al igual que Marlee y Natalie.

Me sentí cada vez más incómoda. Había cometido un error confesándole mis sentimientos. Por mucho que dijera, no podía estar tan interesado en mí si su primer instinto era pasar el rato con todas las demás.

El viernes ya había perdido toda esperanza. Tras el Report me encontré sentada ante el piano, en mi habitación, deseando que Maxon apareciera.

No vino.

El sábado intenté no pensar en ello. Por la mañana todas las chicas de la Élite teníamos que salir a recibir a las señoras que iban llegando a palacio, y entretenerlas en la Sala de las Mujeres, y después del almuerzo teníamos práctica de baile.

Yo daba gracias de que en mi familia nos hubiéramos dedicado a la música y al arte en lugar de al baile, porque, a pesar de ser una Cinco, se me daba fatal bailar. La única que lo hacía peor que yo en toda la sala era Natalie. Curiosamente, Celeste era un modelo de gracia y elegancia. Más de una vez los instructores le habían pedido que ayudara a alguna otra chica, lo que había provocado que Natalie casi se torciera el tobillo, gracias a un descuido intencionado de Celeste.

Ella, taimada como una víbora, achacó los problemas de Natalie a su descoordinación. Los profesores la creyeron, y Natalie se lo tomó a broma. Me pareció admirable no dejarse afectar por lo que hiciera Celeste.

Aspen había estado allí durante todas las clases. Las primeras veces le había evitado, al no estar muy segura de que quisiera verme con él. Había oído rumores de que los guardias habían estado cambiándose los horarios con tanta premura que resultaba mareante. Algunos deseaban con desesperación ir a la fiesta, mientras que otros, que tenían novias esperándolos en casa, se encontrarían en una situación muy difícil si se los veía bailando con otras chicas, especialmente porque cinco de nosotras volveríamos a estar libres de compromiso muy pronto y seríamos un muy buen partido.

Pero aquello para mí no era más que un ensayo final, así que cuando Aspen se acercó y me ofreció bailar no me negué.

—¿Estás bien? —me preguntó—. Últimamente parece que estás en baja forma.

—Solo estaba cansada —mentí. No podía hablar con él de mis asuntos con Maxon.

—¿De verdad? —preguntó, escéptico—. Estaba convencido de que eso significaba que se avecinaban malas noticias.

—¿Qué quieres decir? —respondí. ¿Sabría él algo que yo no sabía?

Él suspiró.

—Si te estás preparando para decirme que deje de luchar por ti, es algo de lo que no querría ni hablar.

Lo cierto es que no había pensado siquiera en Aspen en la última semana. Estaba tan preocupada por mis comentarios fuera de lugar y mis presuposiciones que no había tenido tiempo de pensar en nada más. Y resultaba que, mientras yo me preocupaba de que Maxon se alejara de mí, Aspen estaba preocupado porque yo le hiciera lo mismo a él.

—No es eso —respondí, ambigua; me sentí culpable.

Él asintió, satisfecho de momento con aquella respuesta.

—¡Ay!

—¡Ups! —dije yo. Le había pisado sin querer. Tenía que concentrarme un poco más en el baile.

—Lo siento, Mer, pero esto se te da fatal —bromeó, aunque el pisotón que le había dado con el tacón del zapato tenía que haberle dolido.

—Lo sé, lo sé —dije, casi sin aliento—. Hago lo que puedo, te lo prometo.

Fui revoloteando por la sala como un alce ciego, pero lo que me faltaba en elegancia lo compensaba con esfuerzo. Aspen hacía lo que podía por ayudarme a dar buena impresión, retrasándose un poco en el paso para sincronizarse conmigo. Era algo típico en él, se pasaba la vida intentando ser mi héroe.

Cuando acabó la última clase al menos ya conocía todos los pasos. No podía prometer que no le diera una enérgica patada a algún diplomático de visita, pero había hecho todo lo que podía. Cuando me lo imaginé, me di cuenta de que era lógico que Maxon se lo pensara. Sería todo un engorro para él llevarme a otro país, y mucho más recibir a un invitado. Sencillamente, no tenía madera de princesa.

Suspiré y me fui a buscar un vaso de agua. El resto de las chicas se marcharon, pero Aspen me siguió.

—Bueno —dijo. Rastreé toda la sala con los ojos para asegurarme de que no había nadie mirando—. Si no estás preocupada por mí, debo suponer que estarás preocupada por él.

Bajé la vista y me sonrojé. Me conocía muy bien.

—No es que quiera darle ánimos, ni nada por el estilo, pero, si no se da cuenta de lo increíble que eres, es que es un idiota.

Sonreí, sin apartar la vista del suelo.

—Y si no consigues ser la princesa, ¿qué? Eso no te hace menos increíble. Y ya sabes…, ya sabes…

No conseguía decir lo que quería decir, así que me arriesgué a mirarle a la cara.

En los ojos de Aspen encontré mil finales diferentes para aquella frase, y en todos ellos estábamos los dos: que aún me estaba esperando; que me conocía mejor que nadie; que éramos una sola cosa; que unos meses en aquel palacio no podían borrar dos años. Pasara lo que pasara, Aspen siempre estaría ahí, a mi lado.

—Lo sé, Aspen. Lo sé.