CAPÍTULO 16

El alcalde del pueblo, de unos cincuenta años de edad, era un hombre panzudo, afable y cortés. Padre de cinco niños, notable hereditario, fue avisado inmediatamente de la llegada de un grupo de desconocidos. A regañadientes, interrumpió su siesta; acompañado por un portador de sombrilla, indispensable para preservar su calvo cráneo de los rayos del sol, salió al encuentro de los inesperados visitantes.

Cuando su mirada se encontró con los ojos enrojecidos del enorme babuino, se detuvo en seco.

—Os saludo, amigos míos.

—Nosotros también —respondió Kem.

—¿Está domesticado el mono?

—Es un policía juramentado.

—Ah… ¿y vos?

—Soy Kem, el jefe de policía; he aquí a Pazair, visir de Egipto.

Atónito, el alcalde escondió la panza y se dobló, tendiendo las manos hacia adelante en signo de veneración.

—¡Qué honor, qué honor! Una aldea tan modesta recibiendo al visir… ¡Qué honor!

Al erguirse de nuevo, el gordo soltó un chorro de almibarados cumplidos; cuando el babuino soltó un gruñido, se interrumpió.

—¿Estáis seguro de controlarlo bien?

—Salvo cuando ventea un malhechor.

—Afortunadamente, en mi pequeña comunidad no lo hay.

Pensándolo bien, el gran nubio de voz grave parecía tan temible como su simio; el alcalde había oído hablar de ese extraño jefe de policía, que se preocupaba muy poco por las tareas administrativas y se acercaba tanto al pueblo que ningún delincuente escapaba por mucho tiempo. Verlo allí, en su territorio, era una desagradable sorpresa. ¡Y el visir! Demasiado joven, demasiado serio, demasiado inquisidor… La nobleza natural de Pazair, la profundidad y agudeza de su mirada, el rigor de su porte no presagiaban nada bueno.

—Permitidme que me asombre: ¡tan eminentes personajes en esta aldea perdida!

—Tus campos se extienden hasta perderse de vista —advirtió Kem— y están perfectamente irrigados.

—No os fiéis de las apariencias; en esta región, la tierra es difícil de trabajar. Mis pobres campesinos se desloman.

—Sin embargo, el verano pasado la inundación fue excelente.

—No tuvimos suerte; aquí fue demasiado fuerte y nuestras albercas de riego se hallaban en mal estado.

—Según dicen, fue una cosecha excelente.

—Desengañaos, fue muy inferior a la del año pasado.

—¿Y la viña?

—¡Qué decepción! Bandadas de insectos destrozaron las hojas y los granos de uva.

—Los demás pueblos no sufrieron estos incidentes —observó Pazair.

La voz del visir estaba preñada de sospechas; el alcalde no esperaba un tono tan incisivo.

—Tal vez mis colegas hayan presumido, tal vez mi pobre aldea fuera víctima de la fatalidad.

—¿Y el ganado?

—Numerosos animales murieron victimas de enfermedades; vino un veterinario, pero demasiado tarde. Este lugar está realmente apartado y…

—El camino de tierra es excelente —objetó Kem—; los responsables nombrados por Karnak lo mantienen con gran cuidado.

—Pese a nuestros escasos recursos, es un inmenso privilegio invitaros a almorzar; perdonad la frugalidad de mis manjares, pero los ofrezco de corazón.

Nadie podía violar las leyes de la hospitalidad; Kem aceptó en nombre del visir y el alcalde mandó a su sirviente para que avisara a la cocinera.

Pazair comprobó que el pueblo era floreciente; numerosas casas acababan de ser pintadas de blanco. Vacas y asnos tenían el pelaje brillante y vientres bien alimentados, los niños llevaban ropas nuevas. En las esquinas de las callejas, de agradable limpieza, había estatuillas de divinidades; en la plaza mayor, frente a la alcaldía, vio un hermoso horno de pan y una rueda de molino de gran tamaño, estrenada recientemente.

—Os felicito por vuestra gestión —dijo Pazair—; a vuestros conciudadanos no les falta nada. Es el pueblo más hermoso que nunca he visto.

—¡Me honráis demasiado, demasiado! Entrad, os lo ruego.

La morada del alcalde, por su tamaño, el número de sus habitaciones y la decoración, era digna de un hombre de Menfis. Los cinco hijos saludaron a los ilustres huéspedes; la esposa del alcalde, que inclinó la cabeza posando su mano diestra en el pecho, había tenido tiempo de maquillarse y ponerse un vestido elegante.

Se sentaron en esteras de primera calidad y degustaron cebollas dulces, pepinos, habas, puerros, pescado seco, costillas de buey asadas, queso de cabra, sandía y pasteles untados de zumo de algarrobo. Un vino tinto de perfumado paladar acompañó los platos. El apetito del alcalde parecía insaciable.

—Vuestro recibimiento es digno de elogios —estimó el visir.

—¡Qué honor!

—¿Podríamos consultar al escriba de los campos?

—Vive con su familia, al norte de Menfis, y no volverá hasta dentro de una semana.

—Sus archivos deben de ser accesibles.

—Por desgracia, no. Cierra su despacho y yo no me atrevo a…

—Yo, sí.

—Vos sois el visir, claro, pero eso sería un…

El alcalde se calló, temiendo decir alguna inconveniencia.

—El camino hasta Tebas es largo y el sol se pone de prisa en esta estación; consultar esos aburridos documentos podría retrasaros.

Tras haber comido buey asado, Matón quebró el hueso; el crujido hizo que el alcalde soltara un respingo.

—¿Dónde están esos archivos? —insistió Pazair.

—Bueno… No lo sé. El escriba debió de llevárselos con él.

El babuino se levantó. De pie parecía un atleta de gran talla; sus enrojecidos ojos se clavaron en el panzudo de manos temblorosas.

—¡Sujetadlo, os lo ruego!

—Los archivos —ordenó Kem—, o no respondo de las reacciones de mi colega.

La mujer del alcalde se arrodilló ante su marido.

—Diles la verdad —suplicó.

—Yo… Yo tengo esos documentos. Voy a buscarlos.

Matón y yo os acompañaremos; podremos ayudaros a llevarlos.

La espera del visir fue de corta duración; el alcalde desenrolló personalmente los papiros.

—Todo está en regla —murmuró—; las observaciones se efectuaron en la fecha adecuada. Estos informes son perfectamente triviales.

—Dejadme leerlos en paz —exigió Pazair.

Febril, el alcalde se alejó; su mujer salió del comedor.

Puntilloso, el escriba de los campos había realizado varias veces el recuento de cabezas de ganado y sacos de cereales. Había precisado el nombre de los propietarios, el de los animales, su peso y su estado de salud. Las líneas consagradas a los huertos y los árboles frutales eran igualmente detalladas. Las conclusiones generales estaban escritas en rojo: en los distintos sectores de producción los resultados eran excelentes, superiores a la media.

Perplejo, el visir hizo un simple cálculo. La superficie de explotaciones agrícolas era tal que sus riquezas casi colmaban el déficit del que acusarían a Kani; ¿por qué no figuraban en su balance?

—Doy la mayor importancia al respeto por los demás —afirmó.

El alcalde inclinó la cabeza.

—Pero si el otro persiste en disimular la verdad, ya no es respetable. ¿Es éste vuestro caso?

—¡Os lo he dicho todo!

—Detesto los métodos brutales, pero en ciertas circunstancias, cuando la urgencia se impone, un juez debe violentarse.

Como si hubiera leído el pensamiento del visir, Matón se lanzó al cuello del alcalde y le dobló la cabeza hacia atrás.

—¡Detenedlo, me romperá la nuca!

—El resto de los documentos —exigió Kem con calma.

—¡No tengo nada más, nada más!

Kem se volvió hacia Pazair.

—Os propongo un paseo mientras Matón dirige a su modo el interrogatorio.

—¡No me abandonéis!

—El resto de los documentos —repitió Kem.

—¡Que me quite primero las patas de encima!

El babuino soltó su presa, el alcalde se palpó la dolorida nuca.

—¡Os comportáis como salvajes! Rechazo esta arbitrariedad, condeno este acto incalificable, esta tortura ejercida contra un edil.

—Os acuso de ocultar documentos administrativos.

La amenaza hizo que el alcalde palideciera.

—Si os facilito el complemento, exijo que reconozcáis mi inocencia.

—¿Qué falta habéis cometido?

—Actúo en interés del bien común.

El alcalde sacó un papiro sellado de un arcón para vajillas. La expresión de su rostro había cambiado; un individuo feroz y frío había sustituido al miedoso.

—¡Pues bien, mirad!

El texto indicaba que las riquezas del pueblo habían sido entregadas en la capital de la provincia de Coptos. El escriba de los campos había firmado y fechado.

—Este pueblo forma parte de la propiedad de Karnak —recordó Pazair.

—Estáis mal informado, visir de Egipto.

—Vuestra población figura en la lista de las propiedades del sumo sacerdote.

—También el viejo Kani está mal informado; lo que revela la realidad no es su lista, sino el catastro. Consultadlo en Tebas y descubriréis que mi pueblo pertenece a la jurisdicción económica de Coptos, y no al templo de Karnak. Los mojones lo prueban. Os denunciaré por agresión y daños; mi acusación os obligará a instruir vuestro propio proceso, visir Pazair.