27

El tabaco del cigarrillo se consume a ochocientos grados centígrados. Sin embargo, el carbón en el extremo del cigarrillo está rodeado por lo general de una delgada capa de ceniza. Para causar una quemadura, debe presionarse el cigarrillo contra la piel durante casi un segundo, pues el mero contacto escasamente llegará a sentirse. Esto vale inclusive para los ojos; el pestañeo es la reacción involuntaria más veloz del cuerpo humano. Sólo los aficionados arrojan cigarrillos, y David Rose era un aficionado; un aficionado totalmente frustrado y sediento de acción. Los profesionales no les toman en cuenta.

Faber ignoró el cigarrillo encendido que David Rose le arrojó y estuvo acertado, porque el cigarrillo le rozó la frente y cayó sobre el suelo de metal del jeep. Hizo ademán de coger el arma de David, lo cual fue un error. Tendría que haber empuñado inmediatamente haberle el estilete y apuñalado a David. Éste, a su vez, podría haberle disparado primero, pero anteriormente David nunca había apuntado sobre un ser humano, y menos aún asesinado a alguien, de modo que era casi seguro que en el momento preciso le acometería la duda y que entonces Faber le mataría. Faber decidió que su error se debía al reciente lapso de humanidad por el que había pasado, pero sería el último e intolerable error.

David tenía ambas manos en torno a la parte media de la escopeta —la mano izquierda sobre el cañón, la derecha sobre la recámara—, y casi lo había desenfundado cuando Faber empuñó el arma por la boca con una mano mientras David la tiraba hacia sí, pero por un momento el puño de Faber se mantenía firme y el arma apuntaba hacia el parabrisas.

Faber era fuerte, pero David lo era aún más. Sus hombros, brazos y muñecas habían desplazado su cuerpo y su silla de ruedas durante cuatro años, y los habían desarrollado de manera anormal. Además, sostenía el arma con las dos manos, y en cambio Faber lo hacía sólo con una y sentado en un ángulo muy incómodo. David volvió a tironear, esta vez con más determinación, y Faber perdió el control de la boca del arma.

En ese instante, con la escopeta apuntada sobre su barriga y el dedo de David doblándose sobre el disparador, Faber sintió la muerte muy de cerca.

Dio un salto fuera del asiento. Su cabeza fue a chocar contra la tela del techo del jeep al tiempo que se producía el disparo, que le ensordeció y le provocó un fuerte dolor en la parte de atrás de los ojos. El cristal del lado de su asiento estalló en pedazos y comenzó a entrar la lluvia por el boquete. Faber se retorció y se lanzó no de regreso a su asiento sino sobre David. Con las dos manos le apretó la garganta presionando con los pulgares.

David trató de interponer el arma entre los dos cuerpos y accionar el otro gatillo, pero la escopeta era demasiado grande. Faber le miró a fondo en los ojos y, ¿qué vio en ellos? Alegría. El hombre, por fin, tenía verdaderamente la oportunidad de luchar por su país. Luego, a medida que sentía la falta de oxígeno y luchaba por él, su expresión fue cambiando.

David soltó el arma y levantó sus codos cuanto le fue posible para golpear con fuerza las costillas del otro.

Faber distorsionó su expresión en un gesto de dolor, pero mantuvo firmes las manos sobre la garganta de David, sabiendo que era más fácil soportar ese dolor que la falta de aliento.

David debió tener el mismo pensamiento. Cruzó los antebrazos entre sus cuerpos y empujó con fuerza, alejando a Faber; entonces, cuando la distancia fue un poco mayor levantó las manos hacia arriba y afuera golpeando con fuerza en los brazos de Faber y aflojándole los dedos. Entonces cerró el puño y le aplicó un fuerte puñetazo en la mejilla, que si bien hizo lagrimear a Faber, no le hirió.

Faber le devolvió una serie de golpes en el cuerpo; David siguió golpeándole la cara. Se encontraban demasiado cerca el uno del otro para dañarse seriamente en poco tiempo, pero la mayor fortaleza de David comenzó a hacerse notar.

Casi con admiración, Faber se dio cuenta de que David astutamente había elegido el lugar y el momento para la pelea, y en consecuencia tenía las ventajas de la sorpresa, el arma, y el espacio confinado en el cual sus músculos contaban mucho, y en cambio la mayor profesionalidad y capacidad de maniobra de Faber contaban poco. Sólo había cometido el error de la bravuconada, comprensible quizá, de mencionar la cápsula de la película, con lo cual puso sobreaviso a Faber.

Este último deslizó despacio su peso y entró en contacto con la palanca de cambios, que accionó con el cuerpo, de tal modo que el jeep siguió andando y dio unos tirones, haciéndole perder el equilibrio. David aprovechó la oportunidad para aplicarle un puñetazo con la izquierda que, más por suerte que por cálculo, fue a dar en el mentón de Faber y le dejó atravesado en el jeep. Su cabeza dio contra el armazón del parabarisas, con el hombro golpeó la manija de la puerta, que se abrió para arrojarlo fuera del coche y echarle de cara contra el barro.

Durante un momento, quedó demasiado atontado para moverse. Cuando abrió los ojos, sólo podía ver destellos de relámpagos azules contra un brumoso fondo rojizo. Oyó el motor a toda marcha. Sacudió la cabeza tratando de dejar de ver estrellas, y ayudándose con las manos consiguió ponerse de rodillas. Se apagó el sonido del motor y luego volvió a oírse como acercándose. Volvió la cabeza hacia el lugar de donde procedía el ruido y, a medida que los colores desaparecían de sus ojos, vio el vehículo que se le aproximaba.

David le iba a atropellar.

Con el parachoques a menos de un metro de su cara, se echó de lado y rodó sobre su propio cuerpo. Sintió una ráfaga. Un guardabarros chocó contra su pie estirado cuando el jeep pasó junto a él. Las ruedas escupían barro y arrancaban la hierba. Rodó dos veces sobre sí mismo en el suelo empapado y luego se incorporó sobre una rodilla. El pie le dolía. Vio que el jeep giraba en un círculo cerrado y se le venía encima una vez más.

Alcanzó a ver la cara de David a través del parabrisas. El joven estaba inclinado hacia delante, apoyado sobre el volante, con los labios replegados sobre los dientes en una mueca de risa casi salvaje… parecía que el frustrado combatiente se imaginaba en la cabina de un «Spitfire», lanzándose desde las nubes sobre un avión enemigo con las ocho ametralladoras «Brownings» descargando 1.260 disparos por minuto.

Faber se corrió hacia la orilla del acantilado. El jeep adquirió velocidad. Faber sabía que por un momento estaba incapacitado para correr. Recorrió la zona con la mirada. Estaban sobre una loma vertical, rocosa, desde la cual se veía el mar enfurecido cuarenta metros más abajo. El jeep venía lanzado en la bajada hacia él. Faber buscó desesperadamente un saliente, o algo en qué apoyarse. No había nada.

El jeep estaba a tres o cuatro metros de distancia y venía a considerable velocidad, sus ruedas estaban a unos sesenta centímetros del borde del precipicio. Faber se tiró al suelo con las piernas colgando en el vacío y sosteniendo el peso del cuerpo con los antebrazos.

Las ruedas le pasaron a pocos centímetros. Un poco más allá, efectivamente, una de las ruedas se deslizó en el vacío. Durante un momento Faber pensó que el coche resbalaría, precipitándose al mar, pero las otras tres ruedas lo salvaron del peligro.

El suelo bajo los antebrazos de Faber cedía. La vibración producida por el coche al pasar había aflojado la tierra. Sintió que resbalaba un poco. Más de cuarenta metros más abajo el mar bullía entre las rocas. Faber estiró al máximo uno de sus brazos y hundió con fuerza sus dedos en el suelo blando. Sintió que se le desgarraba una uña, pero ignoró el dolor. Repitió el proceso con el otro brazo. Una vez que tuvo ambos brazos bien afirmados, alzó el cuerpo hacia arriba. El proceso era espantosamente lento, pero en un momento dado tuvo la cabeza a la misma altura que las manos, luego la cadera a la altura del suelo, y entonces pudo dar un envión y rodar sobre el borde del acantilado.

El jeep volvía una vez más. Faber corrió hacia él. Le dolía mucho el pie, pero decidió que no estaba fracturado. David aceleró para arrollarle. Faber se volvió y corrió en línea perpendicular a la dirección del vehículo, lo cual forzó a David a virar, y en consecuencia a disminuir la velocidad.

Faber sabía que no podía mantener ese juego mucho tiempo; estaba seguro de cansarse antes que David. Ésta debía ser la última escaramuza.

Corrió más rápido. David giró para interceptarle el paso y volvió a ir al encuentro de Faber. Faber caracoleó, y el jeep zigzagueó. Ahora estaba muy cerca. Faber hizo una pirueta forzando a David a conducir en un círculo muy cerrado. El jeep iba cada vez más despacio, y Faber se acercaba más. Ahora sólo había unos pocos metros entre ellos, y David se dio cuenta de la intención de Faber. Trató de alejarse, pero era demasiado tarde. Faber se lanzó sobre el costado del jeep y saltó arriba, dando con la cara sobre el techo de tela.

Se quedó en esa posición durante unos pocos segundos, tomando aliento. Tenía la sensación de que el pie le quemaba; le dolían los pulmones.

El jeep aún se movía. Faber desenvainó el estilete de bajo de su manga y tajeó la tela del techo, que se descolgó hacia abajo, y Faber se encontró mirando la parte de atrás de la cabeza de David.

David miró hacia arriba y hacia atrás, con expresión de sorpresa. Faber echó atrás el brazo para asestar la puñalada. David empujó a fondo la manivela del aceleador y giró de golpe. El jeep picó y dio un curva cerrada sobre dos ruedas. Faber luchó para no caer. El jeep, a mayor velocidad, aún cimbreó al volver a afirmarse sobre las cuatro ruedas. Volvió a levantarse sobre dos. Zigzagueó precariamente durante unos pocos metros; las ruedas patinaron sobre el terreno fangoso y el vehículo se estrelló de costado con gran ruido.

Faber había sido arrojado a varios metros y cayó con un gemido ante el impacto. Pasaron varios segundos antes de que pudiera moverse:

La carrera alocada del jeep siguió peligrosamente cerca del acantilado.

Faber vio el estilete sobre la hierba a algunos metros de él. Lo recogió y volvió al jeep.

De alguna manera, David había salido con su silla de ruedas por el techo roto, y ahora estaba sentado en la silla y la hacía rodar hacia el precipicio. Faber, corriendo tras él, no pudo menos que reconocer su coraje.

David debió oír sus pasos, porque antes de que Faber le alcanzara se detuvo e hizo girar la silla. Faber observó que tenía un pesado palo en la mano.

Faber chocó contra la silla de ruedas, volcándola. Su último pensamiento fue que los dos irían a parar al mar… luego el garrote le dio de pleno en la parte posterior de la cabeza y perdió el conocimiento.

Cuando volvió en sí, la silla de ruedas estaba a su lado, pero David no se veía por ninguna parte. Se levantó y miró totalmente azorado.

—Aquí.

La voz llegaba desde el acantilado. David debió de darle con el garrote antes de saltar de la silla y caer por el acantilado. Faber fue penosamente hasta el borde y miró.

David estaba agarrado de un arbusto que crecía justamente debajo del borde del acantilado. Con la otra mano se aferraba a un reborde de la roca. Estaba suspendido en el vacío tal como lo había estado Faber unos minutos antes. Ahora ya no hacía gala de bravura.

—Ayúdeme, por Dios —exclamó con voz ahogada.

—¿Cómo se enteró de la existencia de la película? —preguntó Faber, inclinándose más cerca.

—Ayúdeme, por favor.

—Contésteme a lo que le he preguntado.

—Oh, Dios. —David hizo un poderoso esfuerzo por concentrarse—. Cuando usted fue a dar una vuelta por la casa de Tom dejó la chaqueta colgada en la cocina para que se secara. Tom fue arriba a buscar más whisky y yo registré los bolsillos y encontré los negativos.

—¿Y eso era prueba suficiente para que usted tratara de asesinarme?

—Eso y lo que usted hizo con mi esposa en mi casa… ningún inglés se hubiera comportado así.

Faber no pudo evitar reírse. Después de todo aquel hombre era un chiquillo.

—¿Y dónde están ahora los negativos?

—En mi bolsillo…

—Entréguemelos y le ayudo.

—Los tendrá que sacar usted, yo no puedo soltarme… Dese prisa…

Faber se acostó boca abajo y estiró el brazo hasta el bolsillo interior del impermeable de David. Cuando sus dedos tocaron el rollo, suspiró aliviado y lo recogió cuidadosamente. Lo miró; parecía estar completo. Se puso la cápsula en el bolsillo de su capote, se lo abotonó y volvió a David. Ya no podía permitirse más errores.

Cogió el arbusto del cual David estaba agarrado, y con un violento tirón lo arrancó de raíz.

David gritó un «¡No!» desesperado e intentó asirse mientras su otra mano resbalaba inexorablemente soltando el borde de la roca.

—¡No es justo! —gritó, y luego su mano soltó definitivamente el reborde.

Pareció pender por un momento en el aire, luego cayó, rebotando dos veces contra la roca hasta que, con un chasquido, fue a caer al agua.

Faber quedó mirando un momento para asegurarse de que no saldría de nuevo.

—¿No es justo? ¿No es justo? ¿Acaso no sabe que estamos en guerra?

Durante algunos minutos siguió mirando el mar. En un momento dado creyó vislumbrar en la superficie el amarillo del impermeable, pero desapareció antes de que pudiera verlo con claridad. Sólo se veían el mar y las rocas. Súbitamente se sintió espantosamente cansado. Cada uno de sus golpes y heridas fueron individualizándose: el pie golpeado, el hematoma de la cabeza, los rasguños de la cara. David Rose habría sido un poco tonto, jactancioso, e insatisfactorio como marido, y había muerto pidiendo ayuda; pero se había comportado valientemente, y había muerto por su país, y ésa era su contribución.

Faber se dijo si su propia muerte tendría esa dignidad. Se alejó del borde del acantilado y volvió al jeep volcado.