Tenía el aspecto de una mansión, y hasta cierto punto lo era, pues se trataba de una gran casa con terrenos propios, en la frondosa ciudad de Wohldorf, justo en las afueras del norte de Hamburgo. Podría haber sido la casa de un propietario de minas, o de un rico importador, o de un poderoso industrial. Sin embargo pertenecía al Abwehr.
Debía su destino al tiempo, no al de aquí, sino al de trescientos kilómetros al sudeste de Berlín, donde las condiciones atmosféricas eran inadecuadas para las comunicaciones por radio con Inglaterra.
A nivel del suelo parecía realmente una mansión, pero por debajo había dos enormes refugios de hormigón y varios millones de marcos en equipos transmisores de radio. Los sistemas electrónicos habían sido diseñados por el mayor Werner Trautmann, quien había hecho un buen trabajo. Cada habitación tenía veinte pequeñas cabinas herméticas, ocupadas por radiooperadores que podían reconocer a un espía por la manera de transmitir su mensaje, con tanta facilidad como uno puede reconocer la letra de su propia madre al ver una carta.
El equipo receptor fue ideado teniendo en cuenta sobre todo la calidad, mientras que el equipo transmisor lo fue pensando más en el tamaño que en el alcance. La mayor parte consistía en pequeñas maletas llamadas Klamotten, que habían sido fabricadas por «Telefunken» para el almirante Wilhelm Canaris, el director del Abwehr.
Esta noche las líneas estaban relativamente tranquilas, de modo que todos advirtieron el momento en que Die Nadel comenzó a transmitir. El mensaje fue captado por uno de los operadores de mayor antigüedad, quien accionó la llave operadora indicando mediante los golpecitos establecidos que reconocía la señal. Transcribió el mensaje, arrancó rápidamente la hoja de su bloc y se dirigió al teléfono.
Leyó el mensaje por la línea telefónica directa a los cuarteles generales del Abwehr, en Sophien Terrace, en Hamburgo, y luego volvió a su cabina para fumar.
Ofreció un cigarrillo al joven de la próxima cabina, y los dos permanecieron juntos unos pocos minutos, apoyados contra la pared fumando. El joven preguntó:
—¿Ha llegado algo?
—Siempre que él llama hay algo —dijo el hombre mayor encogiéndose de hombros—, pero esta vez no era demasiado. La Luftwaffe le erró de nuevo a la catedral de san Pablo.
—¿No hubo respuesta para él?
—No creemos que espere respuestas. Se trata de un cretino independiente, siempre lo fue. Yo le enseñé telegrafía, sabes, y cuando terminé de enseñarle creyó que sabía más que yo.
—¿Así que usted conoce a Die Nadel? ¿Cómo es?
—Tan poco interesante como un pescado muerto. Pero no puede negarse que es el mejor agente que tenemos. Algunos incluso dicen que es el mejor que haya existido jamás. Se dice que tardó cinco años en introducirse en la NKVD en Rusia, y que finalmente liquidó a uno de los mejores ayudantes de Stalin… No sé si será cierto, pero es el tipo de cosas que puede hacer. Un verdadero profesional, y el Führer lo sabe.
—¿Hitler le conoce?
El hombre mayor asintió.
—En una época quería leer las transmisiones de Die Nadel. No sé si aún lo hace. El asunto le tiene sin cuidado a Die Nadel; es un tipo a quien nada le impresiona. ¿Cómo te diría? Mira a todo el mundo de la misma manera, algo así como si estuviera calculando la forma en que te despachará si haces un movimiento inadecuado.
—Menos mal que no tuve que instruirle yo.
—Aprendió en seguida, eso es verdad. Le dedicaba veinticuatro horas diarias, y una vez que pudo desenvolverse solo ni siquiera se molestaba en saludarme. Parece que al único que tiene tiempo de saludar es a Canaris. Siempre firma «Saludos a Willi», lo que demuestra la afición que tiene a las jerarquías.
Terminaron sus cigarrillos, los tiraron al suelo y los aplastaron con el pie. Luego, el hombre mayor recogió las colillas y se las metió en el bolsillo, pues en realidad no estaba permitido fumar en el refugio subterráneo. Las radios aún estaban tranquilas.
—Sí, no quiere usar su nombre de código —continuó el hombre mayor—. Von Braun se lo asignó y a él nunca le gustó. Tampoco le gustaba Von Braun. ¿Te acuerdas de la época en que…? No; fue antes de que tú entraras a trabajar aquí. Braun le dijo a Die Nadel que fuera al aeropuerto de Farnborough, en Kent. El mensaje de respuesta decía: «En Farnborough, Kent no hay aeropuerto. Hay uno en Farnborough, Hampshire. Afortunadamente, los conocimientos de geografía de la Luftwaffe son mejores que los suyos, coño.» Como si tal cosa.
—Sí, pero me parece comprensible. Hay que pensar que un error de ésos puede costarles la vida.
El hombre mayor frunció el ceño. Él era quien opinaba, y no le hacía gracia que su interlocutor pusiera en tela de juicio sus opiniones.
—Quizá —gruñó.
—Pero, ¿por qué no le gusta su nombre de código?
—Dice que tiene un significado, y que un código con traducción literal puede poner en evidencia a un hombre. Pero Von Braun no quiso atender razones.
—¿Un significado literal? ¿La aguja? ¿Qué significado?
Pero en aquel momento sonó la chicharra del radiotransmisor, de modo que fue rápidamente hacia su cabina y la explicación nunca se produjo.