Capítulo 10

Nora y Doug tardaron cuatro días en llegar a Kingston. Doug se desplazaba con dos muletas porque Nora le había prohibido que apoyara el pie herido, así que necesitaba muchos descansos. Los niños, a su vez, también enlentecían el avance. Dede y Jefe se alegraron mucho cuando se enteraron de que iban juntos de viaje, pero también se cansaron muy pronto. Nora podía cargar con su hija, pero no con Jefe, más corpulento y robusto. Sin embargo, este lloriqueaba mucho más que su hermana, tres meses mayor pero más menuda. Máanu y Akwasi lo habían mimado demasiado y el niño se ponía insoportable en cuanto no se hacía lo que él quería.

—Mama Adwe lo pondrá en vereda —señaló Doug después de que el crío hubiera pasado una hora quejándose y haciendo pucheros—. Estará contentísima de encargarse de los niños. Nunca tiene suficientes. Pero recuerdo la sensación que me dejaba el cucharón en el trasero. No era nada agradable.

—¿No queríamos arrebatarles los látigos a los vigilantes? —preguntó Nora sonriendo.

A Doug se le escapó una risita.

—¿Y sustituirlo por un cucharón? Buena idea, tendríamos que añadirlo a las condiciones de los negros en el tratado de paz.

A Nora le habría gustado refrescarse antes de visitar a Trelawny, pero no encontraron ningún hotel en Kingston —al menos uno decente—, y Doug prefería no pasar por la casa de los Hollister. Lo único que habría visitado era la tienda de Barefoot. ¿Encontrarían allí ropa adecuada? Al final Doug logró cubrir los últimos kilómetros hasta Spanish Town y llevó a sus acompañantes directamente a casa del gobernador. A esas alturas todo le daba igual, se moría de cansancio y, después de tantos días desplazándose por caminos irregulares, le dolía todo el cuerpo.

Los guardias del Palacio del Gobernador parecieron dudar si dejar pasar o no a aquella joven pareja de aspecto andrajoso que, además, iba con dos niños negros. El secretario del gobernador, al que consultaron, los autorizó a entrar cuando Doug se presentó como el señor y la señora Fortnam. Trelawny los recibió de inmediato.

—Ha encontrado… ¿Es ella de verdad su… humm… madrastra desaparecida? —preguntó.

Como siempre, iba hecho un pincel, y Nora, que en cinco años no había visto ningún hombre maquillado y con peluca, encontró su indumentaria casi absurda. No obstante, permitió que él le besara ceremoniosamente la mano.

—Es mi prometida —dijo Doug—. Nos casaremos dentro de poco. Pero por lo demás… Sí, le dije que liberaría a la señora Fortnam.

El gobernador se arregló un rizo de la impecable peluca.

—Con eso ha ido usted más lejos que todos los ejércitos de la Corona que mis antecesores enviaron a ese nido de bandidos. ¡Merece usted todo mi respeto, señor Fortnam! Y además se ha traído a dos niños negros. —Miró paternalmente a Dede y Jefe, que contemplaban con reverencia el mobiliario y las alfombras de la residencia—. Siempre pensando en las nuevas generaciones… La niña será una hermosura. —Por lo visto, el gobernador no se percató del parecido entre Dede y Nora—. Pero usted… —Señaló afligido las muletas de Doug y sus vendas sucias—. ¿Necesita asistencia médica?

—He tenido un pequeño contratiempo con un par de cimarrones —comentó Doug—. Pero no se moleste, la Reina ya se ha ocupado de ello. La señora Nanny me ha encargado además que, como su abogado, le presente este texto del tratado. Si sus asesores tuvieran a bien revisarlo… La señora Nanny y el señor Cudjoe (que entre sus semejantes llevan el título de «Reina» y «Rey» respectivamente, lo que nos parece algo exagerado, pero debería ser considerado en interés de una positiva colaboración) estarían dispuestos de buen grado a aceptar su invitación a Spanish Town. Para la firma del tratado y en el marco de las festividades convenientes. Ah, sí, y no sería favorable para este asunto que siguiera refiriéndose a los ciudadanos de Nanny Town o al color de su piel de forma despectiva. A mis hijos tampoco les gusta. Si me permite, excelencia, le presento a mi hijo Jeffrey y mi hija Deirdre.

El gobernador abrió unos ojos como platos y Nora lanzó a Doug una mirada de admiración.

—En fin, me gustaría tomar un baño —terció ella antes de que Trelawny tuviera tiempo de responder—. A lo mejor es posible hacerlo. Y Doug necesita descanso. Sobre los detalles del tratado, se podrá discutir más tarde.

Ese mismo día, el gobernador envió mensajeros a Cascarilla Gardens y Kwadwo se negó a que alguien fuera en su lugar a recoger a su señor y su señora a Spanish Town. Doug estaba tan contento de verlo que lo recibió con un abrazo.

—¿Todo en orden en la plantación? —preguntó.

Kwadwo asintió, pero se pellizcó los labios.

—Todo bien, sí, pero corren rumores… —El capataz parecía preocupado—. No debería decírselo, pero estoy convencido de que a mister Ian también le habrán llegado noticias. Parece que esa muchacha, Máanu, ha sido vista por los alrededores. Y la gente habla de Akwasi…

—Akwasi está en las montañas —dijo Doug—. No se atreverá a acercarse. Si Máanu…

—Si Máanu quiere ver a su madre, no se lo vamos a impedir —convino Nora—. Nos limitaremos a… humm… no tomar nota de ello. Doug, ¿crees que ese mister Ian lo entenderá? ¿Quién es? ¿Un vigilante? Pero ¿los esclavos le cuentan los rumores del pueblo?

Al presenciar el emotivo saludo entre Doug y Kwadwo, Nora supo que necesitaría algo de tiempo para acostumbrarse a los cambios introducidos en Cascarilla Gardens. Se enamoró al instante de la nueva casa. En sus pesadillas siempre había visto unas ruinas humeantes y llenas de malos recuerdos en medio de las palmeras y las caobas. Casi había temido volver a verlo. Sus ojos resplandecieron ante la casa pintada de colores, con balcones y torrecillas, tallas de madera y adornada de estuco que había construido Doug.

—¿Vive el príncipe aquí? —preguntó Dede admirada. Ya en Kingston y Spanish Town no se cansaba de contemplar las residencias señoriales, pero la casa principal de la plantación, apartada a la sombra de grandes árboles, todavía le gustó más.

Doug la rodeó con un brazo.

—¡Aquí vivirá la princesa! —contestó.

—¿Y el rey? —quiso saber Jefe—. ¿Dónde vive el rey?

—Aquí no hay rey —le contestó Nora, atrayéndole hacia sí—. Solo la princesa Deirdre y el príncipe Jeffrey. ¡Ese eres tú!

Doug y Nora se habían puesto de acuerdo en dar también al niño un nombre inglés y hacerlo bautizar. El nuevo reverendo se prestaría a ello. El gobernador había apremiado a Doug para que redactara de inmediato un salvoconducto para Jefe.

—Oficialmente, el niño es su esclavo, señor Fortnam. Los padres se han escapado, pero si se los captura, le siguen perteneciendo a usted. Igual el niño… Y en lo que respecta a sus intenciones de criarlo como si fuera su hijo… lo considero poco inteligente, señor Fortnam. ¡Muy poco inteligente!

Doug había reaccionado con indiferencia.

—Bien, no es más que una opinión, excelencia —dijo sin perder la calma—, que por cierto comparte la Reina Nanny.

—¡Mi papá será rey! —declaró Jefe.

Nora intercambió una mirada con Doug. Ambos no podían más que esperar que el niño se olvidara lo antes posible de Akwasi y de los grandes objetivos que al parecer había inculcado a su hijo.

Hasta la conclusión definitiva del tratado entre la Corona y los cimarrones pasaron todavía unos meses, un período en el que Nora volvió a acostumbrarse lentamente a su vida de esposa desocupada de hacendado. Claro que reemprendió la asistencia de los esclavos y restableció su amistad con las baarm maddas de los alrededores, pero ya no comprendía cómo iba a pasar años sin hacer nada más que leer, escribir cartas y clasificar flores. Al final creó un jardín de orquídeas y rechazó la ayuda que le ofrecían los atónitos esclavos.

Que los niños se adaptaran a su nueva vida en Cascarilla Gardens requirió de mucho tiempo y, sobre todo, energía, si bien Dede no dio grandes problemas. Como de costumbre, la niña se acomodaba fácilmente y era dócil, adoptó con toda naturalidad el papel de princesa y de vez en cuando había que recordarle que no necesitaba llamar a una sirvienta cada vez que necesitaba algo.

—¡Ya sabías vestirte sola! —la reprendía Nora cuando tres adolescentes trajinaban alrededor de la presumida niña para peinarla y anudarle los zapatos.

—Pero ¡entonces no tenía zapatos! —se defendía Dede—. ¡Ni lazos para el pelo! ¡Ni vestido de encaje! —La niña parecía encantada con su nueva situación.

—¡Y a nosotras gustar, missis! —decían las chicas.

Dede se había ganado a todo el personal en un abrir y cerrar de ojos. Nora sonreía y recordaba que su padre había afirmado lo mismo de ella tiempo atrás. Por otra parte, se preguntaba qué pensaría de su nieta. Bien, ella misma podría preguntárselo en un futuro no muy lejano. Thomas Reed estaba tan contento de que su hija se hubiera salvado que planeaba visitar Jamaica al año siguiente.

—¡El vestido de encajes es solo para los domingos! —exclamó Nora, y tendió a la niña un vestido sencillo—. No para ayudar a Mama Adwea en la cocina. —Luego se dirigió a las muchachas—. En cuanto a vosotras, ¡Dede no es una muñeca! Si algún día se comporta como la sobrina del backra Hollister, os haré azotar.

Con un ademán, ahuyentó tanto a la princesita como a sus complacientes sirvientas. Las cuatro pasaron corriendo por su lado, risueñas.

Jefe era un problema mayor, más por cuanto no estaba seguro de si debía presumir de ser el hijo del rey o del libertador. Por una parte se dejaba adular con agrado, pero por otra parte su padre le había inculcado un profundo desdén hacia los negreros y los esclavos sumisos. Como consecuencia, Jefe desobedecía a todos, desde las ingenuas doncellas que querían ayudarle cordialmente a ponerse los pantaloncitos y camisas a las que no estaba acostumbrado, como a Ian McCloud, que al principio asumió el puesto de preceptor de los niños Fortnam. El joven escocés era un hombre muy instruido y prefería más explicarle a la sorprendida Deirdre lo que era un globo terráqueo y enseñar a Jefe a contar antes que, bajo un sol de muerte, vigilar esclavos que tampoco lo tomaban muy en serio. Por desgracia, del mismo modo actuaba Jefe y se lo hacía notar, lo cual preocupaba a Nora.

El niño tenía el aspecto de un pequeño esclavo, pero se comportaba como un pequeño backra mimado. Eso ya provocaba discordia en la casa, pero se convertiría en un problema cuando Nora y Doug decidieran restablecer el contacto social. Hasta el momento solo eran observados con desconfianza por sus anteriores amigos y vecinos, pero habían planeado celebrar una boda por todo lo alto en la Navidad siguiente. Doug esperaba que con la fiesta volviera a romperse el hielo. No obstante, ambos todavía ignoraban cómo iban a presentar a Jefe.

Antes de la firma del acuerdo, Doug volvió a Nanny Town en tres ocasiones para hablar con los cimarrones de Barlovento acerca de los pequeños cambios que el gobernador quería introducir en el documento. Siempre emprendía el viaje con desgana, aunque no le amenazaba ningún peligro y el trayecto a caballo se hacía fácilmente en un día. Aun así, en cuanto dejaba Kingston siempre tenía la desagradable sensación de que lo acechaban. Una sospecha que no se aplacaba hasta que dejaba atrás los primeros centinelas de Nanny Town. La situación le resultaba paradójica: como blanco debería haberse sentido inseguro en el ámbito de los cimarrones y no en la jurisdicción del gobernador. Pero Doug siempre se alegraba cuando a la ida llegaba a Nanny Town y a la vuelta pasaba las primeras casas de Kingston. Nora frunció el ceño cuando le habló de eso.

—¿Crees que Akwasi te está espiando? —preguntó.

Doug negó con la cabeza.

—No me lo imagino —respondió—. Sería absurdo que pusiera en peligro su cabeza de ese modo. Puedes testimoniar que mató a mi padre y él me lo ha confesado personalmente. Por ello no voy a mandar que lo persigan; tenía sus buenas razones. Pero andar dando vueltas ahora por los alrededores de Kinston… ¡Dios mío, tiene toda la isla para él! Los cimarrones de Barlovento lo han expulsado, pero hay otros grupos, otros lugares… Basta con que espere un par de semanas y ya podrá moverse por todos sitios como un negro libre.

—¿Sin salvoconducto? —preguntó Nora.

Doug sonrió.

—¡Dentro de nada se comprarán salvoconductos falsos en cada esquina! —auguró—. ¿Qué te apuestas a que mi amigo Barefoot ya está pensando en aprender a leer y escribir? Nos caerá encima un buen lío cuando se acepte a los negros libres, Nora.

Hasta el momento, no se había autorizado oficialmente a dejar a los esclavos en libertad. Quien actuaba de esa manera se movía en una zona intermedia. Si no protegía al esclavo, otro podía poner en cuestión su libertad y, posiblemente, esclavizarlo de nuevo. De ahí que solo unos pocos, la mayoría esclavos domésticos en servicio durante largo tiempo y con muchos méritos, poseyeran salvoconductos, gente además que no tenía la intención de dejar a sus señores. Recientemente, el propio Doug había entregado ese documento a Adwea y Kwadwo. La primera esperaba con impaciencia el día de la firma del tratado. Tenía pensado visitar a su hija Mansah en Nanny Town. La joven no se había unido a Nora el día de su partida con Doug, aunque probablemente Nanny no hubiera puesto objeciones. Pero Mansah ya había cumplido los dieciséis años y se había enamorado de un joven cimarrón… Doug y Nora no habían oído nada más de Máanu, aunque tampoco preguntaban por ella.

—Pero si Akwasi sigue queriendo vengarse de ti… —señaló Nora preocupada cuando Doug tuvo que volver a Nanny Town una vez más antes de la firma del tratado.

Él hizo un gesto de indiferencia.

—Si hubiera querido matarme, ya lo habría hecho hace tiempo. Entre Kingston y Nanny Town cada curva del camino brinda la posibilidad de una emboscada. No te preocupes, Nora, seguro que no tiene que ver con Akwasi. Es probable que me haya imaginado esa amenaza. —Sonrió—. Tu paladín se ha vuelto miedoso, preciosa mía. No creo que pueda volver a tomar por asalto una ciudad solo…

Nora lo besó.

—Tampoco tendrás que hacerlo mientras no me tengan cautiva allí.

Pero todas esas bromas no podían ahuyentar la desagradable sensación que había dejado en ella lo que Doug le había contado. Precisamente porque también ella sufría imaginaciones similares. Al menos esa era la explicación que se daba cuando se sentía observada, con lo que la amenaza parecía afectarla más a ella que a Doug. Nora creía notar miradas extrañas, sobre todo en la playa de Cascarilla Gardens. Ahora, cuando ya no era necesario disimular nada, solía ir cada día a caballo hasta allí. Doug le había enseñado la cabaña que había hecho construir para su espíritu y ella se había conmovido hasta las lágrimas. Parecía realmente como si Doug hubiese penetrado en los sueños de ella: la playa tenía exactamente el mismo aspecto que como se la había imaginado con Simon. De ahí que pensara también en Simon la primera vez que notó una presencia extraña. Con cierto sentimiento de culpa, recordó lo rápido que había apartado a un lado la sombra de su primer amor cuando Doug volvió a presentarse en vida ante ella. ¿Había ahí realmente un espíritu que buscaba su cercanía?

Otro día, cuando Nora se cobijó de un chaparrón en la cabaña, la sensación de no estar sola fue demasiado poderosa. Era tan fuerte que levantó la cabeza e intentó establecer contacto.

—¿Estás ahí? ¿Te… te molesta esto?

Palpó el colgante de Simon, que ya no llevaba continuamente al cuello pero siempre la acompañaba. A veces la asaltaba la sensación de ser infiel a Simon porque vivía con Doug y lo amaba.

Por supuesto, nadie respondió y Nora se dijo que era una boba cuando volvió a salir a la luz del sol y pisó la arena mojada por la lluvia. Salvo las suyas, no había más huellas.

Pero los espíritus tampoco dejaban huellas.

«¡Que si me molesta!», pensó Akwasi cuando oyó la insegura pregunta de Nora. Rabioso, hincó las uñas en el tronco de la palmera entre cuyas palmas había espiado tantas veces. Ahora, con la cabaña de la playa, todavía era más fácil observar sin ser visto a Nora y, con frecuencia, también a Doug. La atalaya por encima de la cabaña también facilitaba espiarlos cuando estaban dentro, y a veces Akwasi tenía que contenerse para no irrumpir en el interior, matar a su rival y volver a raptar a la mujer. Pero se reprimía con férrea determinación. Con Nora no podría escapar muy rápido, y los blancos lo perseguirían como a un perro. Ni siquiera en las montañas estaría seguro. Desde que Nanny tenía a Doug como abogado privado, los Fortnam se hallaban bajo la protección de los cimarrones de Barlovento. Y ellos lo encontrarían, Akwasi no se hacía ilusiones al respecto.

No, si había una ínfima oportunidad de recuperar a Nora, sería siguiendo el plan que llevaba meses urdiendo. Debía impedir el tratado de paz entre blancos y cimarrones y ocuparse de que Nanny y Quao, y aún mejor, Cudjoe y Accompong, fueran privados de su poder. Entonces él mismo podría reunir de nuevo a los cimarrones o al menos a una parte de ellos, erigirse en su líder y recuperar a Nora y sus hijos después de haberle dado su merecido a Doug, aunque tal vez surgiera la posibilidad de deshacerse de este con un tiro. Si encontraba un buen lugar desde donde disparar y podía cargar varias veces la pistola, todo era posible.

Pero lo primero que necesitaba era paciencia. Akwasi apretó los dientes. Y dejó para Nora el diálogo con sus espíritus.