Cuando Nora despertó, la pesadilla no había concluido. Doug seguía tendido entre sus brazos, ardiendo a causa de la fiebre. Intentó que bebiera agua, pero apenas lograba tragarla. Probablemente tampoco sería capaz de comer nada, si es que en Nanny Town había alguien que les proporcionara algo de comida.
La cabaña estaba a media luz, así que el sol ya debería de estar bastante alto en el exterior. Entonces se abrió la sencilla puerta de bambú y un centinela malhumorado dejó pasar a Máanu. Llevaba una olla con guisado de lentejas, un poco de pan ácimo y un tarro de ungüento. Nora distinguió el olor del bálsamo que preparaba Nanny. Confiaba poco en él, pero la había ayudado cuando tenía sus dolores más molestos.
—Es todo lo que tenía —se disculpó Máanu—. No tengo talento como baarm madda, ya sabes.
Nora asintió.
—Te debemos mucho —dijo solemne—. ¿Qué pasa con Nanny?
La Reina tendría más remedios. Sobre todo habría posibilitado a Nora el acceso a sus propias reservas. Máanu se encogió de hombros, un gesto muy suyo.
—Nanny y Quao todavía están deliberando —respondió—. Sobre lo que ha sucedido con vosotros.
Nora arqueó las cejas.
—¿Acerca de si Akwasi puede concluir la tarea que ha empezado? —ironizó amargamente.
Máanu sacudió la cabeza. Sus ojos reflejaban preocupación.
—Akwasi ha sido desterrado de Nanny Town —dijo en voz baja—. Yo quería marcharme con él, pero estaba tan encolerizado que pensé que me haría algo. Y los niños… —Cuando distinguió la mirada aterrada de Nora, enseguida concluyó—: Jefe está con Nanny; Dede, con Princess. No te preocupes.
—¿Nanny ha proscrito a Akwasi?
A Nora le resultaba inconcebible. En sus brazos, Doug levantó con esfuerzo los párpados. Al parecer, seguía la conversación, buena señal. Durante la noche Nora había pensado que ya lo había perdido en los delirios de la fiebre.
—Desterrado —repitió Máanu—. No puede regresar nunca más. Cudjoe y Accompong tampoco lo acogerán, ya han partido emisarios para informarles. Pero quizá puede sobrevivir solo, él… —Se mordió el labio.
—¿Por… por qué? —Doug pronunciaba con gran dificultad. Nora mojó un trapo con agua y le humedeció los labios.
—Muchas razones —respondió Máanu—. Insubordinación, usurpación de funciones, amenaza a la paz… Si llegara a oídos del gobernador que aquí se tortura a blancos, se habría acabado con el reconocimiento de los cimarrones.
—Entonces no entiendo por qué nos dejan aquí…
Nora se interrumpió, pero la forma en que miró al hombre que yacía entre sus brazos fue suficientemente significativa.
Máanu volvió a encogerse de hombros.
—Todavía están discutiendo al respecto. Puede ser que os hagan desaparecer.
—¿Qué? —preguntó Nora horrorizada. Doug contrajo el rostro de dolor cuando ella se irguió indignada—. ¿Quieren matarnos? ¿Después de todo esto?
—Pueden mataros o dejaros marchar. Pero si llega así a Kingston dará mala impresión. —Máanu señaló a Doug—. Y si muere, a ti no te dejarán marchar. Después se dirá que Akwasi se fue con su fulana blanca, y que de Nora y Doug Fortnam, Nanny Town nunca ha oído hablar.
Nora se frotó las sienes.
—¿Por qué no dejan que le cure las heridas? —preguntó.
Máanu levantó las cejas.
—Están negociándolo —repitió.
La mujer blanca suspiró.
—Pero yo os dejaría marchar —dijo Máanu—. Los musulmanes, esa familia a la que socorriste, Doug, te ayudarían. Corriendo el peligro de que vuelvan a atraparlos y castigarlos. Pero el hombre afirma que te echaría una mano o te llevaría.
El joven intentó incorporarse, pero Nora lo impidió.
—¿Y los centinelas? —preguntó.
—Fingiríamos llevarle un herido a Tolo, con la camilla tapada… Entonces podríais rodear Nanny Town…
Se interrumpió. A Máanu no le interesaba demasiado la asistencia a los enfermos, pero sabía lo suficiente para evaluar el estado de Doug. Por el camino directo se tardaba de uno a dos días en llegar a Kingston. Pero por la montaña necesitarían al menos una semana. Estaban en la estación de las lluvias. Tras pocas horas en la camilla, el enfermo estaría calado hasta los huesos, además de agitado y febril… Doug nunca llegaría vivo a Kingston.
—Olvídalo —dijo Nora en voz baja—. Ve con tu reina y dile que acataremos su decisión. Si tenemos que morir para que se firme el tratado, sea. Pero pregúntale si de verdad desea un acuerdo escrito con sangre. Si realmente se quiere establecer en Jamaica la paz entre blancos y cimarrones, entonces ambas partes han de hacer concesiones. Los blancos han privado de la libertad a miles de personas, los han matado a latigazos y los han reprimido. Los cimarrones han robado y han incendiado… y propinado latigazos y mutilado.
—El gobernador —susurró Doug— es un hombre razonable. Él… nosotros…
—Le explicaremos lo que ha sucedido —concluyó Nora, y le secó el sudor del rostro.
Máanu se levantó.
—Voy a ver qué puedo hacer —dijo—. Nanny está…
Nora se mordió el labio. No quería suplicar, sino mostrarse orgullosa, como Doug en el patíbulo. Pero no tuvo elección.
—Es una mujer —señaló—. Dile que no haré nada que pueda perjudicarla si me deja al hombre que amo.
Máanu sonrió levemente.
—Es una reina. Piensan de otro modo, aunque alguna vez fue una mujer joven. Y puede que en alguna ocasión robara un pollo para un hombre obeah…
En las horas que siguieron, Nora aguardó mientras Doug se debilitaba entre sus brazos. Alrededor de la herida, el pie se hinchó y se infectó, la fiebre subió. Si Nora no actuaba pronto, la herida supuraría. Doug podía llegar a perder la pierna. Ahora apenas conservaba la conciencia y Nora solo podía intentar que lo acompañaran imágenes hermosas. Como entonces en Londres, hablaba del amor, la playa y el mar cuando creía que él la oía. Hablaba a su amado con una voz cargada de dulzura y maldecía en silencio a Akwasi, la Reina, Dios y todos los espíritus. Tal vez un ser superior encontrara raro que su vida girase en círculos, tal vez ella no podría rebelarse nunca contra su destino. El frío en el East End londinense, ahora ese aire candente y pegajoso en una cabaña de bambú de Jamaica. Había recorrido la mitad del mundo para ver de nuevo cómo se escapaba una vida entre sus manos.
En algún momento, dejó de saber si estaba despierta o si soñaba, si imaginaba la luz que apareció de repente en plena noche o si estaba realmente ahí. Y si las manos negras que levantaban el cuerpo febril de Doug y lo separaban de su lado eran de espíritus o de seres humanos.
—¿Está muerto? —murmuró exhausta.
Alguien le apartó el cabello de la cara, en un gesto tranquilizador.
—No. Pero quiero sacarlo. Aquí hace calor, bochorno, huele mal.
La voz de Tolo. A la parte de Nora que había tomado conciencia le hizo gracia que fuera justamente la anciana obeah quien se refiriese a malos olores. Pero era cierto, el excremento de vaca con que se había reforzado la prisión de Nora y Doug era reciente y todavía desprendía un fuerte hedor. Hasta ese momento, Nora apenas se había percatado…
—¿Te ha llamado Máanu? —preguntó.
Tenía que ponerse en pie y seguir a Doug, a quien alguien llevaba lejos de allí, pero no sabía si lo conseguiría. Había estado ahí sentada sin moverse casi dos días para evitar que Doug yaciera en el suelo sucio. Se había quedado aterida y le dolían los miembros.
—Nanny me ha llamado —dijo Tolo, ayudándola a levantarse—. Ven. Lo llevaremos a tu cabaña. Ahí se está mejor…
—¿Puedes ayudarlo?
Nora se apoyó insegura en el brazo de Tolo al salir. Era de noche, pero la luna resplandecía y no se veían nubes pese a que era la estación de las lluvias. Dos hombres transportaban a Doug en una camilla. Nora distinguió que tenía los ojos abiertos. Miraba el cielo.
Tolo se encogió de hombros.
—Lo intentaré. Tú lo intentarás, Nanny lo intentará. Si los dioses lo permiten, vivirá. Si no…
Nora había vuelto en sí a medias cuando llegaron a su cabaña. Princess, quien había dormido ahí con Dede, estaba arreglando el camastro que Nora con tanto esfuerzo se había construido con bambú unos años antes. No quería dormir sobre el suelo con esterillas como los negros, y a Princess tampoco le gustaba. Pero se afanó en buscar más cojines y cubiertas cuando los hombres depositaron al herido. Nora abrazó a su hija y se puso a llorar, pero se recuperó en cuanto Tolo se dispuso a untar con un ungüento maloliente las heridas de Doug.
—¡Hay que lavarlo primero, Tolo! —indicó decidida—. Sé que no le das importancia a eso y puede que en África el agua sea nociva, pero aquí es agua de manantial, es fresca y está limpia. Y tengo jabón…
—¿Puedo ayudar? —preguntó Princess. Miraba con pena y sin demasiadas esperanzas al hombre acostado, su bienhechor.
Nora asintió.
—Enciende una hoguera y calienta agua. Necesitamos jabón de lejía. E infusión… La corteza de sauce baja la fiebre.
Miró abatida a Tolo. Ahí en Nanny Town no había sauces. Se había hecho llevar ese remedio a Cascarilla Gardens desde Inglaterra.
—Nosotros tomamos corteza de cuasia —apuntó Tolo—. Tengo un poco aquí… —Sacó una tintura del cesto.
—¿Y tenemos aguardiente de caña de azúcar? —quiso saber Nora.
Cuando recordaba las botellas que tenían los hombres congregados junto al patíbulo, se le revolvía el estómago, pero la receta del doctor Mason de regar con alcohol en abundancia las heridas abiertas había demostrado miles de veces su eficacia.
Tolo sonrió.
—Tengo siempre —respondió—. Nanny reparte, pero yo elaboro el mío. De lo contrario, las noches son demasiado solitarias…
Mientras Nora limpiaba las heridas de Doug y Tolo le administraba tintura de cuasia, apareció la Reina. Nora la miró sorprendida. Salvo la noche en que había nacido Jefe, siempre había visto a Nanny en su cabaña o en la plaza de las reuniones.
—Reina, te doy las gracias…
—No te preocupes —repuso Nanny—. Os ayudaré. Los espíritus dicen que puedo curarle.
Nora contempló con recelo la vasija de barro en que la curandera africana quemaba hierbas mientras rezaba y susurraba.
—Esparcimos las cenizas por las heridas y… —La Reina se inclinó sobre la espalda de Doug.
—Nanny —la interrumpió Tolo con calma antes de que Nora soltara un grito—. Una de nosotras debería invocar a los espíritus. Necesitamos su fuerza, pero la pequeña no puede… —Señaló a Nora—. Y yo… bueno, yo he oído al dios Onyame hablar contigo. Tienes espíritus poderosos. Los dioses de tu pueblo te han seguido a través del océano…
Nanny sonrió ante tantos cumplidos.
—Solo soy su recipiente. Les doy forma.
—Como todos nosotros —dijo la mujer obeah—. Pero prefieren visitarte a ti. ¡Por favor, Nanny, invoca por nosotras a los espíritus!
Nora se acostumbró al monótono cántico de la Reina, de vez en cuando interrumpido por algún grito estridente, mientras ella luchaba junto a Tolo para salvar la vida de Doug. Las mujeres vendaron las heridas, las limpiaron siguiendo la receta de Nora y las cubrieron con compresas de hojas cuya eficacia confirmó Tolo. Le administraron tintura de cuasia contra la fiebre y una infusión de corteza de pimienta dioica que debía producir un efecto vigorizante. Pese a las protestas de Nora, Tolo quemó madera de cuasia y otras hierbas para ahuyentar las moscas que atormentaban al paciente. Nora tuvo que admitir que eran más eficaces que Dede abanicando con palmas, actividad con que Princess mantenía entretenida a la niña.
—¡Yo también lo hacía cuando era pequeña como tú! —le contó a la pequeña.
Dede se hinchó de orgullo.
—¿Lo hacen todas las princesas?
Nadie le explicó que esta solía ser la primera tarea que solían encomendar a un niño esclavo.
Todo eso iba acompañado de los conjuros a los espíritus de Nanny y las oraciones no menos inspiradas, pero sí menos ruidosas, a la Santísima Trinidad. Nora esperaba que todo ese rumor de fondo la mantuviera al menos despierta. Pese a su agotamiento, no quería descansar. Simon la había abandonado cuando ella dormía, y ahora, que por fin tenía la sensación de poder romper el círculo vicioso, no quería correr ese riesgo.
De repente, la fiebre de Doug bajó y las heridas parecieron empezar a cerrarse lentamente. El pie no supuraba. Y en algún momento del tercer día, cuando Nanny dejó escapar un grito escalofriante, Doug volvió en sí.
—Esto… esto no puede ser el infierno —susurró cuando contempló los brillantes y verdes ojos de Nora—. Aunque huele como si tal y suena parecido…
Nora le sonrió.
—Son las hierbas de Tolo y los espíritus de Nanny. No deberías menospreciarlos. Sin ellas dos no estarías con vida.
—He soñado que estaba en nuestra cabaña de la playa…
—¿Tenemos una cabaña ahí? —preguntó Nora, sorprendida. La cabaña de la playa había sido un sueño de Simon, a Doug le correspondían los caballos.
Él asintió débilmente.
—Si… si la deja libre…
Doug permaneció dos semanas en la cabaña de Nora antes de que ella le permitiera levantarse y volver a apoyar, con prudencia, el pie. Unos días después consiguió llegar a la cabaña de Nanny, en el centro del pueblo, apoyándose en Nora. La Reina los había llamado a los dos. No se cruzaron con nadie en el recorrido por Nanny Town. Nora lo atribuyó a que todos estaban trabajando, pero también la vergüenza de los cimarrones tenía que ver. Sus líderes les habían dejado bien claro que no deberían haber permitido que Akwasi hiciera lo que hizo.
Nanny esperaba a Nora y Doug sentada en su banqueta. Una vez más mordisqueó una fruta e invitó a los dos a tomar asiento sobre unos cojines.
—Sé que todavía estás débil —se dirigió a Doug sin preámbulos ni fórmulas de saludo—. Pero ¿podrás caminar?
—Si no debo abrirme paso corriendo por montañas durante días… —respondió Doug— conseguiría llegar hasta Kingston.
—Entonces, marchaos —indicó la Reina—. Os envío como mensajeros al gobernador. Podéis decirle que aceptamos el acuerdo. Todos los cimarrones de las montañas, al menos los que dependen de mis hermanos y de mí.
No pronunció el nombre de Akwasi, pero era posible que en las Blue Mountains hubiera otros como él.
—Pero ¿no había diferencias de opiniones al respecto?
Nora no pudo evitar plantear esta pregunta. En el pueblo se rumoreaba que, pese a que Nanny y Cudjoe habían conjurado juntos a los espíritus, sus distintas formas de ver la cuestión de la esclavitud no habían cambiado mucho. Cudjoe quería entregar los esclavos huidos de las plantaciones como exigía el gobernador, y Nanny se negaba a firmar algo así. Hasta entonces, Nanny Town ofrecía asilo a todo el mundo.
—No más —dijo—. No más desde… —Lanzó una mirada a Doug y su pie vendado—. Cudjoe siempre había opinado que un hombre que se deja coger por cazadores de esclavos merece su suerte… —Meditabunda, dejó vagar la mirada más allá de Nora y Doug, como si siguiera conversando consigo misma—. Pero yo…
—Cudjoe también se dejó apresar —se le escapó a Doug.
En realidad esa discusión le importaba bastante poco, lo único que deseaba era marcharse de Nanny Town. Pero el argumento del líder negro le parecía absurdo.
—En nuestro caso fue diferente —respondió Nanny sin mirar a nadie—. Los blancos tomaron nuestro pueblo por asalto. Cogieron a todos… a esclavos y a ashanti… Cudjoe no era más que un niño.
Nora escuchaba con atención. Así pues, ese era el origen del rumor de que la Abuela Nanny había sido ella misma una tratante de esclavos antes de que la apresasen. Nora lo había dado por poco probable. Entonces Nanny era demasiado joven. Pero por lo visto, su pueblo había vivido realmente en la Costa de Marfil del comercio de esclavos. Hasta que unos blancos inescrupulosos no quisieron pagar y se llevaron a todos: cazadores y cazados.
—¿Así que todos se ganaron lo que se merecían, salvo Cudjoe y sus hermanos? —siguió preguntando Doug—. Me parece un criterio peculiar…
Nanny asintió.
—Yo no lo he visto así —dijo—. Cuando unos tienen mosquetes y otros lanzas, la batalla no puede ganarse. Esto no dice nada de orgullo y divinidad. Así pues, acogí esclavos. Quería devolverles su orgullo y dignidad. Quería volver a despertar a África, pero ellos…
Nora asintió, entendía sus sentimientos. Comprendía de repente los intentos de Nanny por mantener a sus cimarrones alejados de los blancos y remitirse a las viejas costumbres. Y el que se sintiera decepcionada porque prefiriesen telas de colores y artículos de ferretería en lugar de vestidos tejidos por ellos mismos y piezas de alfarería. Pero eso no era nada frente a la decepción que le habían deparado Akwasi y sus hombres.
—Durante algún tiempo, Akwasi fue un hijo para mí —dijo en voz baja—. Lo veía como un gran guerrero. Naturalmente, necesitaba ayuda para convertirse en aquello para lo que estaba destinado. No aprobé todo lo que hizo al principio con su esclava. —Miró a Nora, pero sus ojos no pedían perdón. Un guerrero tenía el derecho de poseer esclavos y la Reina no lo ponía en cuestión—. Pero luego mejoró… Todos lo veíamos como un futuro monarca, tal vez habría podido fundar en algún lugar de las montañas un Akwasi Town. Y de repente… —Nanny se frotó los ojos; nadie se hubiera imaginado que ella era capaz de llorar—. ¡De repente empezó a comportarse como un backra! ¡Todos, todos se portaron como… como los blancos!
—A lo mejor es que no hay diferencias —intervino Nora con serenidad—. A lo mejor todos los hombres son iguales, negros y blancos. La cuestión siempre es quién lleva el látigo en la mano.
—Pero ¡el orgullo existe! —protestó la Reina—. Hay dignidad. ¡Hay cosas que no se hacen!
Nora sonrió.
—Hay cosas que un ser humano no debería hacer —corrigió—. Hay bondad y maldad, Reina. No negro y blanco.
Doug se incorporó de los cojines. Le dolía todo en esa incómoda posición; por su parte, habría puesto punto final a la reunión, aunque Nora y Nanny parecían disfrutar de esa filosófica discusión.
—Llegar a un acuerdo entre la Corona y los cimarrones seguro que es algo bueno —intervino—. Ya tendréis tiempo de pensar en las particularidades.
—Pero no puede ser que luego devuelvan a personas como Princess —se inquietó Nora—. O Maalik, Jadiya y Alima… ¡No puede hacerlo, Reina!
Nanny rio.
—¿La missis blanca pretende liberar esclavos? —preguntó—. ¿Quién le ceñirá entonces su corsé, señora Fortnam?
—¡En Londres no es que fuera desnuda! —replicó Nora—. Todavía no ha huido de mí ningún sirviente. Salvo… —Sintiéndose culpable, pensó en Máanu. Si la joven no hubiera sido tan cerrada…
Nanny puso una mueca.
—Esa no cuenta —dijo—. También a mí se me ha escapado.
—¿Máanu se ha marchado? —preguntó sobresaltada Nora.
La Reina asintió.
—Detrás de su Akwasi. Solo ha aguantado dos días sin él.
—Lo ama… —apuntó Nora con un gesto de impotencia.
Doug se frotó la frente. Esperaba que las mujeres no empezaran ahora a discutir al respecto.
—Un tratado de paz entre la Corona y los cimarrones es, en cualquier caso, un buen comienzo —declaró, volviendo al tema y recordando sus lejanos estudios de Derecho. A lo mejor podía aprovecharlos ahora para algo—. Deme el acuerdo, Reina Nanny, quiero leerlo. Creo que se puede formular la cuestión de la entrega de los esclavos de modo que quede abierta. Se lo escribiré de tal manera que todos estén contentos pero que nadie pueda poner objeciones cuando, pese a todo, siga usted dando asilo a esclavos fugitivos.
Nanny frunció el ceño.
—Pero… un tratado así es sagrado. Cuando algo queda por escrito… cuando se hace una promesa…
Doug sonrió.
—El truco consiste en no prometer demasiado.
La partida de Doug y Nora se demoró dos días más.
El tratado entre la Corona y los cimarrones estaba, pulcramente presentado y redactado con toda precisión, delante de la Reina Nanny. En sus disposiciones, los cimarrones se mostraban conformes con la idea de que un criado debía lealtad a su señor. Y se declaraban expresamente dispuestos a influir sobre los esclavos huidos para que volvieran al lugar que Dios les había asignado.
—¿Cómo saben el lugar que les ha asignado Dios? —preguntó extrañada Princess cuando Doug leyó en voz alta el párrafo.
Nora rio.
—De eso se trata, Princess. Nanny y el gobernador pueden tener opiniones opuestas.
—E influir define todo lo que se encuentra entre convencer con buenas palabras y atar de manos y pies —explicó Doug—. Me temo que Cudjoe hará esto último, pero Nanny podrá ofrecer asilo a tantos esclavos como quiera.
Nanny escuchó el borrador modificado del tratado con el rostro demudado.
—Tú sí que sabes hacer magia con las palabras —dijo al final, agradecida.
Doug se encogió de hombros.
—Es un arte que he aprendido. Akwasi y yo hemos tenido que hacer un sacrificio para ello… ¿Le presento el tratado así al gobernador?
Nanny asintió.
—Dile que iremos a Spanish Town para firmarlo. Un tratado de paz exige una celebración.
Doug sonrió.
—¡Dispararemos una salva en el puerto de Kingston! —prometió.
Nanny se volvió hacia Nora.
—Todavía tenemos que hablar de los niños —dijo con calma.
Nora levantó la mirada, recelosa.
—No me marcharé sin Dede, y el gobernador…
—¿No habíamos hecho un tratado de paz? —repuso Nanny, cansada—. No solo estamos hablando de tu hija, mujer blanca. También hablamos de tu hijo Jefe.
—¡Pero Jefe es hijo de Máanu! —protestó Nora.
—Ahora que Máanu se ha ido, es como si fuera tuyo. También tú eras la esposa de su padre. Así pues, ¿qué ocurre con los niños, missis blanca? Sabes qué destino les espera si te los llevas. Los blancos los considerarán negros.
—Deirdre tiene la piel muy clara —murmuró Nora.
La Reina resopló.
—Eso no la ayudará. Pero dejando eso aparte: Jefe es negro como la noche. Entonces, ¿qué quieres hacer?
—¡Nos llevaremos a los dos! —terció Doug—. Tal vez pueda reparar con Jefe lo que ocurrió con Akwasi.
Nanny cerró los ojos.
—¿Quieres repetir la historia? —apuntó—. Bien, no es mi problema. Son tus hijos, mujer blanca. Espero que los dioses te guíen.
Se levantó majestuosamente y les indicó el camino de salida de su cabaña. Doug entendió de golpe por qué los cimarrones llamaban «Reina» a esa mujer menuda.