Capítulo 7

Nora siguió el camino del río con el corazón desbocado. Confiaba en que esa noche Akwasi tampoco la visitara y se marchó al abrigo del crepúsculo. De todos modos, nadie la detendría. La cabaña de Tolo se hallaba en el claro junto al río. Los centinelas no impedirían a ninguna mujer que se dirigiese allí. Pero Doug no habría podido esconderse junto a la fuente sin que lo sorprendiera la anciana baarm madda. Así que había tres posibilidades: que Princess se hubiese equivocado y por tanto nunca encontraría a Doug; que él hubiese visto la cabaña de Tolo a tiempo y hubiera escapado antes de que la anciana lo descubriese, con lo que tampoco se reuniría con él, o que Tolo le hubiese dado cobijo…

Este último pensamiento aceleró su corazón. Tolo siempre había estado de su parte. Tal vez incluso la ayudaría a escapar. Debía de conocer todos los senderos en torno a su cabaña. Seguro que había posibilidades de rodear Nanny Town por encima del poblado y luego deslizarse hacia la costa noreste. Había pequeñas poblaciones allí, como Port Antonio y Port Maria, donde encontrarían hospedaje. Nora no consideraba viable ir directamente a Kingston. El bosque estaba lleno de centinelas que no querían tener que trabajar de tejedores o alfareros. Era imposible que un hombre, una mujer y una niña cruzaran delante de sus narices.

Pero ¿se la llevaría Doug con Dede? Desesperada, intentó no hacerse grandes ilusiones. Tal vez él se había ido al enterarse de que hacía tiempo que era la esposa de Akwasi.

Doug Fortnam observaba el claro desde una de las cuevas situadas por encima de la cabaña de Tolo. La anciana —y anteriormente Leisure— no había exagerado. El entorno estaba lleno de escondites ideales. Si se escalaba un poco se encontraban incluso grutas desde las que otear. En una de ellas se había instalado Doug hacía dos días y con cada hora que pasaba crecía su impaciencia. Tampoco debería resultarle tan difícil a Nora simular que visitaba a Tolo. ¿A qué estaba esperando? ¿Tal vez Princess todavía no se había reunido con ella? ¿La tenían encarcelada? ¿O es que no quería volver a verlo? El asunto del hijo no le resultaba fácil de digerir. Nora tendría que decidir si se lo llevaba o lo dejaba en Nanny Town. No importaba lo que Tolo afirmase: quizás había aprendido a amar a Akwasi…

En sus horas más oscuras, Doug pensaba en el arrebato de lady Hollister. También ella había tenido con su marido experiencias odiosas. Y sin embargo se ponía de su parte incondicionalmente. Debía de amarlo… Doug se rascó la frente. Le dolía la cabeza de tanto cavilar. Si realmente tenía que quedarse allí cuatro o incluso seis semanas se volvería loco.

Pero entonces una mujer apareció por el claro del bosque y miró alrededor. Procedía de Nanny Town, pero no se encaminó directamente a la cabaña de Tolo, como el joven había visto hacer a otras visitantes. Y era más menuda que la mayoría de mujeres negras. Era delicada…

El corazón le dio un vuelco. Concentró sus cinco sentidos en espiar a la recién llegada a la luz del crepúsculo. Ella se inclinó hacia la laguna bajo la fuente. Bebió. Doug vio unas manos finas y pequeñas… Y a continuación se desató el turbante con que se envolvía la cabeza como las demás mujeres, liberando una cascada de bucles. Doug no reconoció exactamente el color, pero el cabello era más claro que el de las negras, y la piel también.

—¡Nora!

Doug logró sofocar el grito, pero pronunció su nombre a media voz. La mujer levantó la cabeza, como si lo hubiese oído. Él se puso en pie, golpeándose con el techo de la cueva. A continuación empezó a bajar por las rocas, algo muy trabajoso. ¡Ahora no debía arriesgarse a que ella huyera asustada! Así que respiró hondo, se acercó al borde y se lanzó a la laguna en que Nora acababa de beber. Cuando salió a la superficie resoplando, lo primero que vio fue el rostro estupefacto y al momento resplandeciente de la mujer.

—He rezado a los dioses para que vinieras —dijo Nora—. Has tardado mucho tiempo. Pero ¡que llegaras realmente como caído del cielo…!

Doug salió del agua y la estrechó entre sus brazos.

—El cielo está donde tú estés —susurró—. Dios mío, Nora, ¡cuánto te he echado de menos! Pensé que estabas muerta…

La besó y ella respondió como si lo hubiera tenido entre sus brazos el día antes. Experimentó una increíble sensación de totalidad y ligereza. Él había llegado, por fin. Un ser humano. No un espíritu, no un sueño, no un producto de su añoranza. Finalmente lo miraba y distinguía su rostro, que se había hecho más maduro y delgado. Doug parecía más enjuto que antes, las arrugas de la risa habían dado paso a arrugas de preocupación y tensión. Pero tal vez eso también se debiera a la marcha a través de la selva y a la inquieta espera. Su cabello seguía siendo espeso y claro y le caía ondulado sobre los hombros. Y su sonrisa mostraba los hoyuelos que Nora tanto había añorado. Como antaño, no pudo evitar sonreír a su vez.

Doug contemplaba con ternura su rostro fino de elfina, ahora tostado, casi como de mulata. Y en medio aquellos relucientes ojos verdes que había visto cada noche en sus sueños. Estaba más delgada que antes, pero su cuerpo era esbelto y femenino, Doug sintió sus pequeños y turgentes pechos bajo una sencilla blusa. Iba vestida como todas las mujeres humildes y esclavas de Jamaica: una falda raída y una blusa gastada por el uso. Akwasi no parecía mimar a su «esposa».

—¡Has venido! Pero ¿querrás marcharte conmigo? —preguntó anhelante tras besarla una vez más.

Nora asintió.

—Si quieres llevarme… No estoy sola, Doug. Tolo ya te lo habrá contado. Tengo una hija.

Doug también se habría llevado a Nora con tres hijos. Nunca se había sentido tan feliz y satisfecho como esa noche en aquel claro. En realidad había esperado que Tolo apareciera para saludar a su amiga, pero la anciana no hizo nada que pudiera perturbar el reencuentro de Nora y Doug, que resultó más largo e íntimo de lo que él había esperado. Nora lo siguió casi con toda naturalidad hasta su escondite en la pared de piedra. La joven trepaba con los pies descalzos con muchísima habilidad, como una nativa. No sería fácil que volviera a acostumbrarse a la vida de una señora blanca, ya solo el polvo que necesitaría para cubrirse la tez tostada por el sol…

Doug sonrió al pensarlo. Pero luego ya no pensó más, le invadieron los sentimientos. Se sumergió en su amor, se dio tiempo para explorar de nuevo el cuerpo de Nora y despertarlo. Debía ser mucho más prudente que aquella primera noche en Cascarilla Gardens. Nora se asustaba cuando hacía gestos de querer tocarla, de yacer sobre ella… Doug pasó horas acariciándola, besándola, hasta que por fin ella se ofreció confiada a él.

—Debería matar a Akwasi por lo que te ha hecho —susurró.

Nora se apretó contra él.

—Tal vez tengas que hacerlo —susurró junto al suave vello pectoral de Doug. Y entonces le contó la historia de Akwasi y Máanu—. Nunca aceptará voluntariamente que me marche —concluyó.

Doug asintió. Estaba dispuesto a luchar.

No se separaron hasta que llegó la mañana. Doug observó, con las primeras luces del alba, cómo Nora volvía a ponerse la falda y la blusa.

—¿Dónde está el colgante? —preguntó—. ¿No te lo ha dado la muchacha?

Nora asintió.

—Me ha causado una inmensa alegría. Pero no… no tenía que estar entre nosotros.

Doug frunció el ceño.

Nora sonrió.

—Ya te lo he contado —musitó—. Lo de Simon…

—¿Y?

Nora sacó la alhaja de un bolsillo. Naturalmente la llevaba consigo, nunca más se separaría de él.

—¿No ves que es un sello? —inquirió con dulzura—. ¿Qué crees que significa la ge?

Nora no entendió por qué, tras una breve reflexión, Doug lanzó una carcajada.

—¡Ay, Nora! —No podía contenerse y la atrajo, travieso, de nuevo hacia sí—. Nora, cariño mío. ¡He estado cinco años conjurando al espíritu equivocado!

Cuando Nora por fin se encaminó hacia el poblado, danzaba de alegría. ¡Todo iría bien! Doug aceptaba llevarse también a Deirdre y Tolo había confirmado lo que ella sospechaba: no sería fácil, pero había senderos a través de los cuales se podía rodear Nanny Town por encima del poblado. Por supuesto, deberían tener cuidado de no tropezar con los centinelas de Cudjoe o Accompong por el camino que llevaba a la costa noreste, pero Nanny no esperaba ningún ataque por la retaguardia. Por encima del asentamiento no había centinelas o había muy pocos. Lo único que preocupaba a Nora era lo acelerado de la partida. A partir de lo visto cuando había seguido a Princess y por la explicación de Tolo, Doug había decidido emprender la huida ya al día siguiente. Mientras Nanny y Quao estuvieran fuera, los centinelas estarían más relajados. Nora sospechaba que los astutos reyes de los cimarrones ordenaban controles periódicos, lo que Akwasi prescindía de hacer.

Nora y Dede tenían que prepararse en un día para el viaje, lo que le parecía precipitado, aunque no tenían mucho equipaje. Se llevaría un hatillo con la ropa más necesaria y sobre todo provisiones para el camino. La cabaña y lo que contenía, así lo planificó durante la vuelta a Nanny Town, se lo quedaría Princess. Lo más difícil sería convencer a Dede de que dejara el poblado sin despedirse de Jefe. Lo mejor sería decirle a la niña que se trataba de una breve excursión.

En cualquier caso, encontraría solución: esa mañana, Nora no concebía que algo no saliera según sus propósitos. Su vida ya había sido lo suficientemente complicada, ahora daría por fin un giro positivo.

No obstante, esos proyectos se desvanecieron una hora después de su regreso a Nanny Town. Estaba sentada con Princess delante de la cabaña, comiendo un poco de fruta y contando a su nueva amiga sobre la noche con Doug, y no prestó atención a Dede, que estaba jugando por ahí cerca.

—Pero os casaréis, ¿no? —preguntaba Princess, siempre gazmoña, cuando Akwasi se acercó a ellas con expresión furibunda.

Se plantó ante Nora con actitud amenazadora y la miró.

—¿Qué has hecho? ¿Qué has hecho toda la noche con la bruja? ¿Un conjuro, un hechizo? ¿O es otro… otro niño? ¡Desnúdate, mala mujer, quiero ver si sangras!

Nora temblaba por dentro. Los centinelas, claro. La habían visto tanto cuando había ido como cuando había vuelto por el camino que conducía a la cabaña de Tolo, y se lo habían comunicado a Akwasi. Si bien, por suerte, solo se habían temido que realizara algún ritual secreto. Hasta el momento, por lo menos, a nadie se le había ocurrido la causa verdadera. Eso debía permanecer así. Y solo sucedería si Nora pasaba desapercibida. Con toda la impasibilidad de que fue capaz, dejó caer la falda y esperó que Akwasi no quisiera ver sus pechos. Tal vez allí hubieran dejado su rastro los apasionados besos y caricias de Doug. Pero en el vientre no había nada que llamara la atención. Doug y Nora se habían bañado un buen rato en el lago, debajo de la cascada, antes de que ella regresara al poblado. Además, habían estado sentados alrededor de la hoguera de Tolo y las ropas y el cabello de Nora todavía llevaban el olor de las hierbas que quemaba la hechicera. Princess había arrugado la nariz cuando se había sentado junto a ella. La chica se volvió abochornada cuando Nora se desprendió de la ropa.

—¿Satisfecho? —preguntó Nora a su esposo—. ¿O es que también quieres ver las hierbas que hay que recolectar las noches de luna llena según dice Tolo? Lamento decepcionarte, pero han de secarse encima de la hoguera. Aunque seguro que puedes olerlas.

Desafiante, le tendió la falda a Akwasi. Como ferviente partidario de la Reina Nanny, seguramente todavía no habría visitado a la mujer obeah y no sabía que alrededor de su hoguera y de las casas de sus espíritus siempre había un intenso olor.

Akwasi se estremeció al percibirlo.

—¿Qué se hace con esto? —preguntó con repugnancia—. ¿Despertar a los muertos? ¿O preparar veneno? No me gusta verte con esa bruja, Nora, ¡mantente alejada de ella!

Dicho esto, Akwasi dio media vuelta, seguro que algo avergonzado por su arrebato. Nora volvió a ponerse la falda y lo miró iracunda. El que Akwasi le prohibiera reunirse con Tolo hacía la partida del día siguiente más difícil, sobre todo si su esposo ordenaba a los centinelas que la vigilasen. Lo único que podía esperar era que no le informaran de inmediato cuando ella pasara por su lado, y que Doug y ella estuvieran muy lejos cuando Akwasi saliera en su busca. Por unos minutos pensó en aplazar la huida. En una o dos semanas Akwasi no habría olvidado la prohibición, pero los centinelas seguramente sí. Nanny solía cambiar las guardias con frecuencia y el riesgo sería menor, pero entonces los centinelas estarían más atentos.

Nora siguió dándole vueltas, pero en el fondo estaba decidida. Ya estaba harta de Akwasi, de sus imposiciones y sus ataques de celos. Quería marcharse, ¡hoy mejor que mañana!

Nora no solo recogía hierbas curativas con Tolo, en realidad, solía hacerlo con mayor frecuencia sola y durante el día, cuando podía distinguir mejor las pequeñas raíces, bayas y hojas y diferenciarlas de otras plantas similares. Así que el día de su huida se despidió de las mujeres que iban al campo.

—Me voy al bosque, ayer descubrí con Tolo un par de árboles de pimienta de Jamaica que ya tienen frutos. Lo mejor es que recoja unos cuantos antes de que olvide dónde están.

Las mujeres se limitaron a asentir. Solo Jefe protestó cuando Nora hizo gesto de llevarse a Dede.

—¡Yo también quiero ir! —pidió el pequeño—. ¡Yo también quiero comer en bosque!

Para que la excursión le resultara más apetecible, Nora acababa de contarle a su hija que comerían en el camino, algo que también justificaba el hatillo con las provisiones que en esos momentos llenaba de fruta fresca.

—Tardaremos mucho, Jefe —dijo al niño—. A lo mejor nos quedamos hasta que oscurezca y tu madre se enfadará. La próxima vez, ¡la próxima vez, te lo prometo!

Aunque el niño se puso a llorar, Nora se marchó con Dede y fue saludando cordialmente a los centinelas. A todos les regaló mangos frescos y les contó lo que iba a hacer. No mencionó a Tolo y los hombres no parecieron recelar. Probablemente consideraban exagerado que Akwasi prohibiera a su esposa visitar a la curandera. Advertir a uno de los suyos de los posibles encantamientos que hacía su esposa era una cosa; limitar la libertad de las mujeres era otra. Nora perdió bastante tiempo charlando con los centinelas, pero pensaba que valía la pena.

De hecho, la huida habría pasado inadvertida si Jefe no se hubiera enfadado tanto por la marcha de Dede. Pero el niño estaba en una fase en que se rebelaba contra cualquier negativa y no se resignó cuando Nora lo separó de su hermana. En lugar de ello, lloriqueó y se portó mal, intentó incluso arrancar los plantones de caña de azúcar que las mujeres acababan de sembrar y pisotear otras plantas. Al final, hasta sacó de quicio a la tolerante María. Decidida, esta levantó al crío, que no dejaba de patalear, y se lo dio a Mansah.

—Aquí tienes, coger y llevar a su mamá. Molestar a Máanu. A nosotras no nos deja trabajar.

Mansah no se lo hizo repetir dos veces. Seguía detestando los quehaceres del campo y aprovechaba cualquier oportunidad para evitarlos. Así que cogió al protestón Jefe y se lo llevó hacia el pueblo, a casa de sus padres. Akwasi estaba arbitrando una pelea entre dos alfareros y Máanu regañaba a un tejedor porque la labor no estaba limpia. Le cogió el niño a Mansah de mala gana.

—¿Cómo es que Nora no puede calmarlo? Siempre lo consigue, en cuanto está con Dede está tranquilo —dijo sorprendida.

Akwasi levantó la vista.

—Nora está en el bosque recogiendo frutos —respondió Mansah—. Algo cerca de la cabaña de Tolo. Vendrá por la tarde, y seguramente tampoco tiene ganas de cargar con este protestón. Yo le daría una azotaina de vez en cuando, Máanu. A lo mejor no es habitual en África, pero si no lo haces nunca se convertirá en un negro útil…

Mientras Máanu se mostraba enfadada porque ella no pensaba educar a ningún «negro útil», sino a un gran guerrero, Akwasi finalizó sus gestiones.

—¿Está con Tolo, Mansah? —preguntó a la hermana de su primera esposa—. ¿Otra vez?

Mansah se encogió de hombros. No se había enterado de que Akwasi y Nora habían discutido.

—Está recogiendo frutos y hojas de un árbol que ha descubierto. Hará un aceite que va bien para los dolores —informó sin rodeos—. No sé si ha ido con Tolo o no, pero sí que han encontrado juntas esos árboles.

La pimienta dioica solía crecer cerca de la costa. Nora consideraba que era una suerte haberla descubierto en los alrededores y era la única que elaboraba aceite con los frutos. Ni Nanny ni Tolo conocían sus aplicaciones. De saberlo, tal vez Akwasi se hubiera tranquilizado. Pero la observación «cerca de la cabaña de Tolo» había despertado su desconfianza.

—Haz marchar a la gente que quiera consultarme algo —indicó a Máanu—. Voy a la cascada. Tengo que ver qué están urdiendo esas dos brujas todo el día. ¡Salir a buscar pimienta de Jamaica! ¡Que le vaya a otro con ese cuento!